Antes de adentrarnos en Kuala Lumpur, decidimos visitar las Cuevas Batu, que se encuentran en los alrededores. Así después podríamos aparcar el coche por un par de días y dedicarnos a recorrer la ciudad.
Dejamos el coche en el aparcamiento de las cuevas y nos situamos frente a la entrada: es probablemente una de las vistas más curiosas de las cuevas, con los 272 escalones que hay que ascender para entrar y la enorme estatua dorada de 43 metros de altura que hay junto a la escalera. Esta cueva fue convertida en un templo hinduista hace más de un siglo.
Dejamos el coche en el aparcamiento de las cuevas y nos situamos frente a la entrada: es probablemente una de las vistas más curiosas de las cuevas, con los 272 escalones que hay que ascender para entrar y la enorme estatua dorada de 43 metros de altura que hay junto a la escalera. Esta cueva fue convertida en un templo hinduista hace más de un siglo.
Durante la ascensión pudimos observar la gran cantidad de monos que hay por ahí pululando en busca de comida y bebida: a un joven que iba delante de nosotros le birlaron una botella de Fanta de naranja. Muy monos, los monos.
Una vez terminada la subida, que no fue muy dura salvo por el insoportable calor húmedo, se llega a una primera sala muy amplia. Al fondo hay otro tramo de escaleras, esta vez mucho más corto, que conduce a la segunda sala de las cuevas. Esta segunda sala tiene un agujero enorme sobre ella, lo que permite que entre la luz natural a raudales, así como el agua de la lluvia.
Una vez concluida la visita nos adentramos en el pequeño infierno que es conducir por las calles de Kuala Lumpur, ya que parece que hay muchos más coches y motos de los que las calles pueden absorber. Después de preguntar en un par de hoteles que no tenían habitaciones libres, encontramos disponibilidad en el Geo Hotel, que además de aparcamiento gratuito nos ofrecía la posibilidad de acceder a muchas zonas turísticas caminando, dada su céntrica situación.
Comenzamos visitando la plaza Merdeka, donde predomina sobre todos el edificio del sultán Abdul Samad, una bonita construcción de estilo árabe.
Una vez concluida la visita nos adentramos en el pequeño infierno que es conducir por las calles de Kuala Lumpur, ya que parece que hay muchos más coches y motos de los que las calles pueden absorber. Después de preguntar en un par de hoteles que no tenían habitaciones libres, encontramos disponibilidad en el Geo Hotel, que además de aparcamiento gratuito nos ofrecía la posibilidad de acceder a muchas zonas turísticas caminando, dada su céntrica situación.
Comenzamos visitando la plaza Merdeka, donde predomina sobre todos el edificio del sultán Abdul Samad, una bonita construcción de estilo árabe.
Al lado de la enorme bandera malaya que domina la plaza encontramos una oficina de información turística donde entramos a por un mapa. Allí, además del mapa, nos dieron bastante información sobre lo que la ciudad ofrece, y pudimos admirar una enorme y magnífica maqueta de Kuala Lumpur. Después pasamos a la tienda y allí vimos a unos cuantos voluntarios trabajando en más modelos de edificios para seguir incorporando a la maqueta. Fue una visita curiosa.
Estuvimos un rato paseando por el enorme terreno de césped que hay en medio de la plaza Merdeka deleitándonos la vista. Después continuamos deambulando por el centro admirando las hileras de edificios típicos de dos plantas coloreados de manera diversa que habíamos visto ya en varias ocasiones.
Estuvimos un rato paseando por el enorme terreno de césped que hay en medio de la plaza Merdeka deleitándonos la vista. Después continuamos deambulando por el centro admirando las hileras de edificios típicos de dos plantas coloreados de manera diversa que habíamos visto ya en varias ocasiones.
De ahí fuimos al cercano Central Market, mercado bastante grande lleno de tiendas, principalmente de artesanía, ropa y regalos.
A nuestra salida comenzó a llover copiosamente y nos refugiamos en nuestro hotel, donde esperamos a que escampara: era la primera gran lluvia que nos caía en nuestro viaje, así que podíamos sentirnos afortunados.
Cuando cesó la lluvia, nos subimos a uno de los dos autobuses gratuitos que circulan por la ciudad y fuimos a Bukit Bintang, una popular zona donde por la noche los restaurantes instalan terrazas que se llenan de gente para cenar. Una vez recorrimos el lugar, nos sentamos en una terraza y cenamos un pez pollo (chicken fish) al grill, variedad de pescado que no habíamos probado nunca. Tuvimos también oportunidad de degustar el durian, ese fruto bastante mal oloroso típico del sudeste asiático. Nos pareció que sabía mejor que olía, pero no lo suficiente como para repetir.
A nuestra salida comenzó a llover copiosamente y nos refugiamos en nuestro hotel, donde esperamos a que escampara: era la primera gran lluvia que nos caía en nuestro viaje, así que podíamos sentirnos afortunados.
Cuando cesó la lluvia, nos subimos a uno de los dos autobuses gratuitos que circulan por la ciudad y fuimos a Bukit Bintang, una popular zona donde por la noche los restaurantes instalan terrazas que se llenan de gente para cenar. Una vez recorrimos el lugar, nos sentamos en una terraza y cenamos un pez pollo (chicken fish) al grill, variedad de pescado que no habíamos probado nunca. Tuvimos también oportunidad de degustar el durian, ese fruto bastante mal oloroso típico del sudeste asiático. Nos pareció que sabía mejor que olía, pero no lo suficiente como para repetir.
De ahí fuimos caminando hasta las torres Petronas. Caminar por algunas zonas de Kuala Lumpur es complicado debido a que a veces no hay acera o hay obras, que hacen que haya que ir por la calzada. Afortunadamente era de noche y el tráfico no tenía nada que ver con el que encontramos a nuestra llegada a la ciudad.
Así tuvimos nuestro primer contacto con las famosas torres, que a esas horas estaban profusamente iluminadas. Bordeamos ambos edificios hasta encontrar el famoso parque que hay delante, desde donde se obtiene una bonita vista. Una vez allí, mientras sacábamos el trípode y nos poníamos a hacer unas fotos, de repente se nos acerca un policía y nos dice que el parque estaba cerrado y que nos teníamos que ir. Al menos, eso nos pareció entender porque la única palabra que usó en inglés fue closed. Intentamos explicarle que no nos habíamos saltado ninguna valla o verja, que nada impedía llegar hasta allí, pero no hubo forma. Al parecer el parque cerraba a las diez de la noche, aunque no estaba indicado en ningún sitio. Nos fuimos al espacio que encontramos entre el hotel Traders y el propio parque, y allí sí pudimos hacer todas las fotos que quisimos.
Así tuvimos nuestro primer contacto con las famosas torres, que a esas horas estaban profusamente iluminadas. Bordeamos ambos edificios hasta encontrar el famoso parque que hay delante, desde donde se obtiene una bonita vista. Una vez allí, mientras sacábamos el trípode y nos poníamos a hacer unas fotos, de repente se nos acerca un policía y nos dice que el parque estaba cerrado y que nos teníamos que ir. Al menos, eso nos pareció entender porque la única palabra que usó en inglés fue closed. Intentamos explicarle que no nos habíamos saltado ninguna valla o verja, que nada impedía llegar hasta allí, pero no hubo forma. Al parecer el parque cerraba a las diez de la noche, aunque no estaba indicado en ningún sitio. Nos fuimos al espacio que encontramos entre el hotel Traders y el propio parque, y allí sí pudimos hacer todas las fotos que quisimos.
El día siguiente lo comenzamos cogiendo nuevamente el autobús gratuito, que en esta ocasión nos llevó hasta la Menara KL, torre de telecomunicaciones cuyos 421 metros de altura la convierten en una de las torres más altas del mundo (aunque es probable que este comentario se quede obsoleto en unos años). En la puerta de acceso al recinto nos subimos en la furgoneta que amablemente ponen a disposición de la gente y que conduce a la base de la torre, ya que está en los alto de una pequeña colina. Desde lo alto de la torre pudimos contemplar una bonita vista de la ciudad, aunque el día estaba bastante brumoso, quizá mezcla de polución y bruma. La vista es de 360 grados, y se aprecian las torres Petronas, aunque de manera un tanto lateral.
Cuanto nos cansamos de observar la vista, nos subimos al monorraíl y fuimos a los jardines del lago (Taman Tasik Perdana en su malayo original). Allí contemplamos desde fuera la descomunal mezquita nacional y caminamos hasta el jardín de orquídeas, donde al parecer hay más de 800 especies diferentes. Evidentemente, no nos paramos a contarlas.
Volvimos caminando hasta el centro, donde visitamos unos cuantos templos hinduistas y budistas, y volvimos a tomar el autobús gratuito para ir hasta la zona del Pavilion, donde se dan cita todo tipo de tiendas más o menos de marca. El paraíso de las compras, a tenor de la cantidad de gente que encontramos, especialmente occidentales. Eso es algo que siempre nos ha llamado mucho la atención en nuestros viajes: la gente (los occidentales) se desplaza 15.000 kilómetros para terminar comprando cosas, muchas de las cuales las tiene en tiendas a la vuelta de la esquina de su casa.
Desde allí fuimos caminando por el Skybridge hasta el Kuala Lumpur City Center (KLCC). El Skybridge es una pasarela elevada bastante larga construida para que la gente pueda ir de una zona a otra, evitando tener que transitar por la calle. A nuestra llegada al KLCC salimos y volvimos a encontrarnos en los jardines frente a las torres Petronas. En esa ocasión, como era por la tarde, pensamos que nada ni nadie nos echaría de allí, así que nos pusimos a hacer fotos. Pero nos equivocamos: una fuerte lluvia repentina hizo que todos los turistas que andábamos por ahí haciendo fotos saliésemos de estampida al interior del Suria, uno de los centros comerciales más grandes y famosos de la ciudad. Allí, mientras esperábamos pacientemente, tuvimos una buena idea: fuimos por el subterráneo hasta el hotel Traders y subimos hasta la planta 33 de dicho hotel, donde se encuentra el Skybar. En este bar, de libre acceso al público general, se encuentra la piscina del hotel, pero también hay unas mesas donde tomar algo mientras se contempla una de las vistas sin duda más bonitas de las torres Petronas.
Volvimos caminando hasta el centro, donde visitamos unos cuantos templos hinduistas y budistas, y volvimos a tomar el autobús gratuito para ir hasta la zona del Pavilion, donde se dan cita todo tipo de tiendas más o menos de marca. El paraíso de las compras, a tenor de la cantidad de gente que encontramos, especialmente occidentales. Eso es algo que siempre nos ha llamado mucho la atención en nuestros viajes: la gente (los occidentales) se desplaza 15.000 kilómetros para terminar comprando cosas, muchas de las cuales las tiene en tiendas a la vuelta de la esquina de su casa.
Desde allí fuimos caminando por el Skybridge hasta el Kuala Lumpur City Center (KLCC). El Skybridge es una pasarela elevada bastante larga construida para que la gente pueda ir de una zona a otra, evitando tener que transitar por la calle. A nuestra llegada al KLCC salimos y volvimos a encontrarnos en los jardines frente a las torres Petronas. En esa ocasión, como era por la tarde, pensamos que nada ni nadie nos echaría de allí, así que nos pusimos a hacer fotos. Pero nos equivocamos: una fuerte lluvia repentina hizo que todos los turistas que andábamos por ahí haciendo fotos saliésemos de estampida al interior del Suria, uno de los centros comerciales más grandes y famosos de la ciudad. Allí, mientras esperábamos pacientemente, tuvimos una buena idea: fuimos por el subterráneo hasta el hotel Traders y subimos hasta la planta 33 de dicho hotel, donde se encuentra el Skybar. En este bar, de libre acceso al público general, se encuentra la piscina del hotel, pero también hay unas mesas donde tomar algo mientras se contempla una de las vistas sin duda más bonitas de las torres Petronas.
Cuando se hizo prácticamente de noche bajamos a dar nuestro último paseo por el parque y así contemplar por última vez en este viaje las famosas y magníficas torres, que probablemente por sí solas hagan a la ciudad de Kuala Lumpur merecedora de una visita.
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