Moorea es otro tipo de isla. Más grande, más exuberante, menos playera que Bora Bora.
Tiene una carretera de 62 kms, que bordea la isla. Necesario, pues, una motillo para moverse. La zona cercana a las dos bahías es la que más bullicio y ambiente tiene. Conforme te alejas de allí los hospedajes, restaurantes y demás se van espaciando. Es más, en la parte sur apenas hay ni sitios para parase a comer y el viento sopla fuerte.
Hay una gran oferta de alojamientos en el resto de la isla, aunque si no tienes problemas de presupuesto lo mejor es el Sofitel Ia Orana Beach Resort, en la zona playera más bella de la isla, con sus bungalows a lo largo de la playa y su agua turquesa.
De hecho, una buena opción, cuando estás de regreso en el aeropuerto de Moorea y como te sobra tiempo, es llegarte al mirador de Tamae, que está a diez minutos andando y te permite contemplar desde lo alto toda la paradisíaca zona donde se ubica el Sofitel.
Nosotros nos alojamos en la parte oeste de la isla. El transfer contratado te espera en el aeropuerto y te lleva en una van a velocidad de vértigo (hasta se le cayó una maleta) a tu hotelazo u hotelito. Lo bueno de lugar es que nos permitió contemplar unos bellos atardeceres desde su pequeña playa. Y además allí mismo daban de comer de vez en cuando a los tiburones, siendo habitual que acudieran dos o tres tiburones gato de gran tamaño. Aparte de que podías coger un kayak y perderte por el mar hacia la barrera de coral.
Pero hay que tener en cuenta que si no dispones de vehículo lo tienes difícil para moverte, tanto para buscar un sitio donde comer como para ir de noche a cenar o visitar lugares en la isla.
La primera noche nos vimos obligados a caminar por la carretera de noche buscando una pizzería que estaba cerrada y al final una roulotte donde cenamos por un precio módico. Sólo la luz de nuestro móvil nos alumbró los varios kilómetros que recorrimos por una carretera sin arcén ni luz pero con coches que cruzaban bien rápidos!
El bus público es barato y te permite moverte por la isla pero tarda en pasar y te obliga a esperar al sol un buen rato. Por ello optamos por alquilar una moto de 50 c.c. que, aunque era poca cosa y lenta, era suficiente hasta para subir al mirador de las bahías (pagamos 13.500 francos por tres días).
El segundo día, tras desayunar fruta local frente a un apacible mar, y una vez con el plano de Moorea en la mano, dos cascos, el sol encima de nosotros, gafas de sol y dinero, nos lanzamos a recorrer Moorea.
Imprescindible, por supuesto, el mirador Bellvedere desde donde se ven las dos bahías, típica postal, de Opunohu y la bahía de Cook (donde desembarcó James Cook en el siglo XVIII).
Hay playas hermosas que ver, como Temae (cuidado porque al atardecer el acoso de los mosquitos es total) o la playita de Les Tipaniers desde donde puedes alquilar un kayak para llegar al motu cercano (si el viento lo permite, precio 1.000 francos por hora). Una vez en el motu hay un par de playas muy bellas y un sitio muy chulo donde comer frente al mar.
Otras opciones son el centro comercial La Pirogue, con sus tienditas y la artesanía, o bien comprar perlas en alguna de sus múltiples tiendas. Y por supuesto dar la vuelta a la isla en moto, pudiendo recorrer los lugares no tan turísticos. Por ejemplo nosotros encontramos unas locales que vendían conchas marinas y pareos pintados manualmente mientras te regalaban fruta fresca. O una iglesia donde celebraban un mercadillo con comida y estaba muy animado. Yo todo ello sin apenas turistas.
Para cenar hay varios sitios donde elegir, incluso te recogen en tu alojamiento cuando reservas. Precios: una cena para dos con pescado sale por unos 50-60 euros en un restaurante bien. Nosotros tuvimos la suerte de estar al lado de Pizza Daniel, que con su propio horno hacía en diez minutos una pizza buenísima de seafood por 1.500 francos.
Otra de las bellezas de la isla fueron las estrellas. Por la noche, desde la carretera o cualquier lugar (no suele haber mucha iluminación) se puede contemplar un cielo estrellado impresionante, de hecho pudimos apreciar de manera increíble la Vía Láctea.
Por no hablar del desayuno frente al mar, con una temperatura ideal y multitud de peces de coral acudiendo al pan que les echas.
En conclusión la Polinesia, sin duda, es una recarga tanto para el cuerpo como para el espíritu, por más que el bolsillo más bien se vacíe, bien merece la pena el viaje