Es el primer puente que se construyó en Manhattan para comunicar la isla. Pero es más que eso: es casi un lugar de recreo para los neoyorquinos, otro de los símbolos de Nueva York y protagonista también de famosas películas .
No se puede decir que se conoce Nueva York si nunca se ha cruzado, a pie, el puente de Brooklyn, que atraviesa el East River y une Manhattan con Brooklyn. Es un paseo de menos de tres cuartos de hora, ida y vuelta, y tiene quizá la vista más impresionante de Manhattan.
Este puente de hierro, el primero que se construyó en Manhattan, fue inaugurado en 1883 y las obras duraron 13 años. El proyecto se debe a John Augusto Washington Roebling, una especie de pensador al modo renacentista, arquitecto-ingeniero-filósofo, que trabajó durante 30 años sin poder ver la conclusión de su proyecto. Durante el proceso de construcción, Roebling se fracturó gravemente un pie y murió de tétanos. Su hijo, Washington Roebling, le sucedió en el cargo, pero cayó enfermo y fue su mujer, Emily Warren Roebling, convertida en su ayudante, la que trabajó sobre el terreno. Cuando el puente se abrió al público, ella fue la primera persona en cruzarlo.
El puente mide 1.825 metros de longitud por 26 metros de ancho y está suspendido a 40 metros de altura por dos pilares que sujetan una doble arcada neogótica. En el momento de su inauguración era el puente colgante más largo del mundo, un cincuenta por ciento más largo que ninguno de los construidos hasta entonces y, durante muchos años, las torres que lo sostienen a ambos lados fueron las estructuras más altas de Occidente.
Actualmente, el puente dispone de seis carriles para vehículos y una pasarela independiente para bicicletas y peatones. Fue uno de los primeros puentes de hierro que se construyó en el mundo, y, desde su inauguración, el puente de Brooklyn se convirtió en una imagen habitual de Nueva York, tanto en el cine como en la televisión. Aparece, por ejemplo en La decisión de Sophie o en Manhattan, esta vez desde el lado de Brooklyn, y en Saturday Night Fever, se convierte en todo un símbolo: la posibilidad del ascenso social y el traslado de domicilio desde Brooklyn hasta la carísima Manhattan.
Desde los años ochenta, está iluminado y puede contemplarse en toda su belleza desde muchos puntos de la ciudad.
No se puede decir que se conoce Nueva York si nunca se ha cruzado, a pie, el puente de Brooklyn, que atraviesa el East River y une Manhattan con Brooklyn. Es un paseo de menos de tres cuartos de hora, ida y vuelta, y tiene quizá la vista más impresionante de Manhattan.
Este puente de hierro, el primero que se construyó en Manhattan, fue inaugurado en 1883 y las obras duraron 13 años. El proyecto se debe a John Augusto Washington Roebling, una especie de pensador al modo renacentista, arquitecto-ingeniero-filósofo, que trabajó durante 30 años sin poder ver la conclusión de su proyecto. Durante el proceso de construcción, Roebling se fracturó gravemente un pie y murió de tétanos. Su hijo, Washington Roebling, le sucedió en el cargo, pero cayó enfermo y fue su mujer, Emily Warren Roebling, convertida en su ayudante, la que trabajó sobre el terreno. Cuando el puente se abrió al público, ella fue la primera persona en cruzarlo.
El puente mide 1.825 metros de longitud por 26 metros de ancho y está suspendido a 40 metros de altura por dos pilares que sujetan una doble arcada neogótica. En el momento de su inauguración era el puente colgante más largo del mundo, un cincuenta por ciento más largo que ninguno de los construidos hasta entonces y, durante muchos años, las torres que lo sostienen a ambos lados fueron las estructuras más altas de Occidente.
Actualmente, el puente dispone de seis carriles para vehículos y una pasarela independiente para bicicletas y peatones. Fue uno de los primeros puentes de hierro que se construyó en el mundo, y, desde su inauguración, el puente de Brooklyn se convirtió en una imagen habitual de Nueva York, tanto en el cine como en la televisión. Aparece, por ejemplo en La decisión de Sophie o en Manhattan, esta vez desde el lado de Brooklyn, y en Saturday Night Fever, se convierte en todo un símbolo: la posibilidad del ascenso social y el traslado de domicilio desde Brooklyn hasta la carísima Manhattan.
Desde los años ochenta, está iluminado y puede contemplarse en toda su belleza desde muchos puntos de la ciudad.