Desde Marruecos
Después de haber descansado un par de días al lado del mar en la población marroquí de Essouira, es hora de empezar la aventura. Cojo un bus desde Essouira a Laayoune con CTM, una de las compañías que realizan este trayecto. Que nadie se imagine un bus destartalado viajando en medio del desierto.
Marruecos a cambiado mucho en los últimos años y los autobuses no tienen nada que envidiar a los que tenemos en nuestro país. Cojo el bus de noche, aunque me gustaría poder ver la inmensidad del desierto prefiero que las quince horas que dura el trayecto las pueda pasar durmiendo y de paso me ahorro una noche de hotel. Aunque al final, lo de dormir, es en teoria porque en la practica casi no duermo. Una luna llena inmensa ilumina todo el paisaje y aunque intento hacer como quien no lo ve, no puedo evitar tener que abrir un ojo de vez en cuando para poder ver el espectáculo. A parte de la luna, en más de cinco ocasiones tengo que despertarme para dar mi pasaporte al policía de turno. He entrado en el Sahara Occidental y como es bien sabido los marroquíes intentan de todas formas tener el control de esta zona, sobretodo a través de una fuerte vigilancia policial. Así que cada vez que para el bus, sube un policía. Empieza a mirar a todos los pasajeros y simpre se para ante mi. La única con el pelo rubio, ojos claros y una caro de guiri que no puedo esconder ni con un pañuelo en la cabeza. Así que empieza con el recital: A dónde vas, que vas hacer, tu profesión... Como hago cara dormida y tengo a mi lado un señor mayor que no me deja espacio para salir me piden el pasaporte y se lo llevan en su caseta. Al cabo de cinco minutos vuelven y la mayoría de las veces me desean un buen viaje. Me siento mal porque estoy retrasando el viaje a todos los pasajeros, pero bueno, es su país y ellos ya conocen como van las cosas.
Llego a Laayoune por la mañana. Busco un hotelito para pasar la noche. Miro tres antes de escoger uno. Nunca lo hago pero la verdad es que todos me parecen mugrientos. Hoteles tipo prostíbulo de carretera. Pero bueno, tengo mi saco de dormir, lo pongo encima de la cama y así evito tocar con mi piel directamente con las sábanas. Doy una vuelta por la ciudad. Al haber sido colonia española quiero conocer que queda de su pasado. Al cabo de una hora paseando tengo suficiente. Policías, militares y vehículos de las Naciones Unidas por todas partes. Paseo por lo que queda del barrio español. Cabe destacar que en esa época Laayoune era un pueblecito, actualmente cuenta con más de cien mil habitantes. Como buena turista, saco alguna foto. Aunque al tercer intento, debo parar. Unos polícias bien armados me paran y me dicen que no puedo sacar fotos. Media hora retenida con un interrogatorio informal hasta que finalmente el jefe les dice que me dejen. Ellos mismos me enseñan donde esta la catedral y allí conozco al cura, que es español, y ya lleva bastantes años en la ciudad.
Al día siguiente, y con muchas ganas de irme de esta ciudad, cojo otro bus para ir a Dakhla. La última población marroquí antes de la frontera con Mauritania. Un trayecto de unas ocho horas, incluidos los retrasos, las paradas para rezar y los controles policiales, que como en el trayecto anterior yo soy el principal centro de atención.
Dakhla, me parece más agradable que Laayoune. Esta ubicada al final de una península en la que tienes que conducir unos treinta quilómetros viendo el mar por los dos lados. Un lugar excepcional después de viajar tantas horas por un paisaje árido. Turistas europeos llegan ahí con sus caravanas o furgonetas para hacer windsurf y kitsurf.
Me alojo en el Hotel Sahara. Un hotelito céntrico, en el cual la mayoría de clientes son hombres que parecen estar de paso. Según me informado y tal y como dicen en las guías de viaje, no hay transporte público para llegar hasta la frontera. En el mismo hotel me consiguen un taxi para salir el día siguiente dirección Mauritania. Estoy feliz, porque ha sido más fácil de lo que pensaba.
En la frontera
Y así es como el día siguiente, tres horas más tarde de los previsto salimos con un mercedes viejo, y por 300 dirhams, para recorrer los trecientos quilómetros que faltan por llegar a Nouadhibou, la ciudad mauritana más cercana a la frontera. En el coche a parte del chófer, un mauritano con mal carácter, viajan un inglés que conocí el día anterior y un joven yemení que va cargado con muchísimas maletas. Al haber más tarde de lo previsto, el chófer no nos deja parar ni para ir al baño, con el objetivo de llegar antes que el puesto fronterizo cierre. El paisaje es monótono aunque bonito. Llegamos a las cinco de la tarde al lado marroquí de la frontera. Para abandonar el país tardamos un rato, el taxista se pone nervioso porque el lado mauritano cierra a la seis. No quiero imaginarme como debe ser pasar la noche en este lugar.
Una vez nos dan a los tres los pasaportes sellados, entramos en la zona de Tierra de Nadie, unos cuatro quilómetros sin asfaltar que no pertenecen a ningún país. Estar ahí me provoca cierta emoción. La carretera está muy mal y el coche, que no es precisamente nuevo y va muy cargado con las maletas del yemení, va tocando todo el rato con el suelo. Aún así el conductor no parece inmutarse. Por el camino nos encontramos con diferentes coches abandonados y oxidados, que junto con los carteles que avisan que es una zona minada le dan a este tramo cierto toque tétrico.
Finalmente llegamos al lado mauritano. Nos cogen los pasaportes y nos hacen esperar un rato. Para hacer la espera más agradable, un polícia que va con chancletas nos deja pasar al interior de la caseta y nos sentamos en un viejo colchón. Después de un par de preguntas nos dan el pasaporte. Mi compañero inglés no tiene tanta suerte y tiene que pasar un interrogatorio antes de poder partir. A pesar de tener pasaporte británico, su origen pakistaní y supongo que por el hecho de haber dicho que su intención es viajar por el país, no acaba de gustar a los polícias. En Mauritania no están acostumbrados que un turista llegue a su país por turismo, normalmente los visitantes pasan de largo dirección Mali o Senegal.
Llegamos ya de noche en Nouadhibou. Es mi primera vez en África, así que no paro de mirar fuera para ver la ciudad. Nos alojamos en el Camping Baie du Lévrier, donde nos encontramos con una veintena de europeos más que van con sus vehículos dirección a Mali.
En Mauritania
Por la mañana, junto con el inglés, que ya se ha convertido en mi compañero de viaje temporal y por unas horas en mi marido, para evitar preguntas inecesarias, emprendemos viaje hasta Nouakchott. Otra vez con un Mercedes que sale una vez se llena de pasajeros. Me hubiera gustado conocer más de este país. Una de las opciones que me hubiera gustado hacer es tomar el Iron Ore Train, el tren más largo del mundo, que en un trayecto de unas catorce horas te lleva hasta la región de Adrar, ubicada en medio del desierto. El tren, el único del país, transporta el carbón desde Zouerat a la costa, y cuenta con un vagón para transportar pasajeros. También estaría bien conocer el Parque National Banc d'Arguin. Pero viajo sola, hace unos meses hubo un golpe de estado y mi familia esta preocupada por mi, así que voy directo hasta la capital y de ahí a Senegal.
Nouakchott me sorprende, solo algunas calles están asfaltadas y hay muy pocos edificios altos. Me alojo en el Auberge Menata. Una especie de oasis en esta ciudad de arena. Acabo pasando tres noches en la capital, donde paseo por el mercado y visito el puerto a la hora que llegan los barcos de pesca. También descanso de tanto viaje en la tienda tuareg instalada en la terraza.
Hacia Senegal
Al cabo de tres días, es hora de irme para Senegal. Esta vez sin la compañía de mi “marido” inglés. Cojo un taxi que sale de las afueras de la ciudad y que en unas cuatro horas tenemos que llegar al puesto fronterizo de Rosso. La verdad es que estoy asustada. Tanto la Lonely Planet, blogs de viajeros y gente que me encontrado en el albergue, me han avisado que esta frontera es una de las peores de toda Africa. Gente pasándose por policías que te roban todos los documentos, policías corruptos que te sobornan y ladrones que a la que te despistas se te llevan todo lo que tienes encima... Pero cuando uno tiene la suerte en cara todo va bien, y yo la he tenido. En el mismo taxi empiezo a hablar con la mujer senegalesa que tengo al lado. Con tanta cara asustada me debe ver, que cuando llegamos a Rosso me coge de la mano y no me suelta hasta que ya estoy en Senegal. Me acompaña a cambiar dinero, me ayuda en los dos puestos fronterizos, hasta me paga el barco que cruza el río Senegal y separa los dos países, me busca un taxi para entrar a Senegal... Mariam, fue como un ángel que cuando me despedí de ella la abracé demostrando mejor que en palabras lo agradecida que le estaba.
Aunque no pasé más de cinco días en este país, solo puedo decir que me pareció bastante seguro. Como mujer, los hombres te molestan mucho menos que en Marruecos, aunque en mi opinión debes tener en cuenta que estás en un país islámico y debes de tener mucho respeto por su cultura y costumbres. Siempre es bueno ir acompañada, aunque sea con una marido ficticio, pero desde mi experiencia es posible viajar sola sin tener ningún problema.
Después de haber descansado un par de días al lado del mar en la población marroquí de Essouira, es hora de empezar la aventura. Cojo un bus desde Essouira a Laayoune con CTM, una de las compañías que realizan este trayecto. Que nadie se imagine un bus destartalado viajando en medio del desierto.
Marruecos a cambiado mucho en los últimos años y los autobuses no tienen nada que envidiar a los que tenemos en nuestro país. Cojo el bus de noche, aunque me gustaría poder ver la inmensidad del desierto prefiero que las quince horas que dura el trayecto las pueda pasar durmiendo y de paso me ahorro una noche de hotel. Aunque al final, lo de dormir, es en teoria porque en la practica casi no duermo. Una luna llena inmensa ilumina todo el paisaje y aunque intento hacer como quien no lo ve, no puedo evitar tener que abrir un ojo de vez en cuando para poder ver el espectáculo. A parte de la luna, en más de cinco ocasiones tengo que despertarme para dar mi pasaporte al policía de turno. He entrado en el Sahara Occidental y como es bien sabido los marroquíes intentan de todas formas tener el control de esta zona, sobretodo a través de una fuerte vigilancia policial. Así que cada vez que para el bus, sube un policía. Empieza a mirar a todos los pasajeros y simpre se para ante mi. La única con el pelo rubio, ojos claros y una caro de guiri que no puedo esconder ni con un pañuelo en la cabeza. Así que empieza con el recital: A dónde vas, que vas hacer, tu profesión... Como hago cara dormida y tengo a mi lado un señor mayor que no me deja espacio para salir me piden el pasaporte y se lo llevan en su caseta. Al cabo de cinco minutos vuelven y la mayoría de las veces me desean un buen viaje. Me siento mal porque estoy retrasando el viaje a todos los pasajeros, pero bueno, es su país y ellos ya conocen como van las cosas.
Llego a Laayoune por la mañana. Busco un hotelito para pasar la noche. Miro tres antes de escoger uno. Nunca lo hago pero la verdad es que todos me parecen mugrientos. Hoteles tipo prostíbulo de carretera. Pero bueno, tengo mi saco de dormir, lo pongo encima de la cama y así evito tocar con mi piel directamente con las sábanas. Doy una vuelta por la ciudad. Al haber sido colonia española quiero conocer que queda de su pasado. Al cabo de una hora paseando tengo suficiente. Policías, militares y vehículos de las Naciones Unidas por todas partes. Paseo por lo que queda del barrio español. Cabe destacar que en esa época Laayoune era un pueblecito, actualmente cuenta con más de cien mil habitantes. Como buena turista, saco alguna foto. Aunque al tercer intento, debo parar. Unos polícias bien armados me paran y me dicen que no puedo sacar fotos. Media hora retenida con un interrogatorio informal hasta que finalmente el jefe les dice que me dejen. Ellos mismos me enseñan donde esta la catedral y allí conozco al cura, que es español, y ya lleva bastantes años en la ciudad.
Al día siguiente, y con muchas ganas de irme de esta ciudad, cojo otro bus para ir a Dakhla. La última población marroquí antes de la frontera con Mauritania. Un trayecto de unas ocho horas, incluidos los retrasos, las paradas para rezar y los controles policiales, que como en el trayecto anterior yo soy el principal centro de atención.
Dakhla, me parece más agradable que Laayoune. Esta ubicada al final de una península en la que tienes que conducir unos treinta quilómetros viendo el mar por los dos lados. Un lugar excepcional después de viajar tantas horas por un paisaje árido. Turistas europeos llegan ahí con sus caravanas o furgonetas para hacer windsurf y kitsurf.
Me alojo en el Hotel Sahara. Un hotelito céntrico, en el cual la mayoría de clientes son hombres que parecen estar de paso. Según me informado y tal y como dicen en las guías de viaje, no hay transporte público para llegar hasta la frontera. En el mismo hotel me consiguen un taxi para salir el día siguiente dirección Mauritania. Estoy feliz, porque ha sido más fácil de lo que pensaba.
En la frontera
Y así es como el día siguiente, tres horas más tarde de los previsto salimos con un mercedes viejo, y por 300 dirhams, para recorrer los trecientos quilómetros que faltan por llegar a Nouadhibou, la ciudad mauritana más cercana a la frontera. En el coche a parte del chófer, un mauritano con mal carácter, viajan un inglés que conocí el día anterior y un joven yemení que va cargado con muchísimas maletas. Al haber más tarde de lo previsto, el chófer no nos deja parar ni para ir al baño, con el objetivo de llegar antes que el puesto fronterizo cierre. El paisaje es monótono aunque bonito. Llegamos a las cinco de la tarde al lado marroquí de la frontera. Para abandonar el país tardamos un rato, el taxista se pone nervioso porque el lado mauritano cierra a la seis. No quiero imaginarme como debe ser pasar la noche en este lugar.
Una vez nos dan a los tres los pasaportes sellados, entramos en la zona de Tierra de Nadie, unos cuatro quilómetros sin asfaltar que no pertenecen a ningún país. Estar ahí me provoca cierta emoción. La carretera está muy mal y el coche, que no es precisamente nuevo y va muy cargado con las maletas del yemení, va tocando todo el rato con el suelo. Aún así el conductor no parece inmutarse. Por el camino nos encontramos con diferentes coches abandonados y oxidados, que junto con los carteles que avisan que es una zona minada le dan a este tramo cierto toque tétrico.
Finalmente llegamos al lado mauritano. Nos cogen los pasaportes y nos hacen esperar un rato. Para hacer la espera más agradable, un polícia que va con chancletas nos deja pasar al interior de la caseta y nos sentamos en un viejo colchón. Después de un par de preguntas nos dan el pasaporte. Mi compañero inglés no tiene tanta suerte y tiene que pasar un interrogatorio antes de poder partir. A pesar de tener pasaporte británico, su origen pakistaní y supongo que por el hecho de haber dicho que su intención es viajar por el país, no acaba de gustar a los polícias. En Mauritania no están acostumbrados que un turista llegue a su país por turismo, normalmente los visitantes pasan de largo dirección Mali o Senegal.
Llegamos ya de noche en Nouadhibou. Es mi primera vez en África, así que no paro de mirar fuera para ver la ciudad. Nos alojamos en el Camping Baie du Lévrier, donde nos encontramos con una veintena de europeos más que van con sus vehículos dirección a Mali.
En Mauritania
Por la mañana, junto con el inglés, que ya se ha convertido en mi compañero de viaje temporal y por unas horas en mi marido, para evitar preguntas inecesarias, emprendemos viaje hasta Nouakchott. Otra vez con un Mercedes que sale una vez se llena de pasajeros. Me hubiera gustado conocer más de este país. Una de las opciones que me hubiera gustado hacer es tomar el Iron Ore Train, el tren más largo del mundo, que en un trayecto de unas catorce horas te lleva hasta la región de Adrar, ubicada en medio del desierto. El tren, el único del país, transporta el carbón desde Zouerat a la costa, y cuenta con un vagón para transportar pasajeros. También estaría bien conocer el Parque National Banc d'Arguin. Pero viajo sola, hace unos meses hubo un golpe de estado y mi familia esta preocupada por mi, así que voy directo hasta la capital y de ahí a Senegal.
Nouakchott me sorprende, solo algunas calles están asfaltadas y hay muy pocos edificios altos. Me alojo en el Auberge Menata. Una especie de oasis en esta ciudad de arena. Acabo pasando tres noches en la capital, donde paseo por el mercado y visito el puerto a la hora que llegan los barcos de pesca. También descanso de tanto viaje en la tienda tuareg instalada en la terraza.
Hacia Senegal
Al cabo de tres días, es hora de irme para Senegal. Esta vez sin la compañía de mi “marido” inglés. Cojo un taxi que sale de las afueras de la ciudad y que en unas cuatro horas tenemos que llegar al puesto fronterizo de Rosso. La verdad es que estoy asustada. Tanto la Lonely Planet, blogs de viajeros y gente que me encontrado en el albergue, me han avisado que esta frontera es una de las peores de toda Africa. Gente pasándose por policías que te roban todos los documentos, policías corruptos que te sobornan y ladrones que a la que te despistas se te llevan todo lo que tienes encima... Pero cuando uno tiene la suerte en cara todo va bien, y yo la he tenido. En el mismo taxi empiezo a hablar con la mujer senegalesa que tengo al lado. Con tanta cara asustada me debe ver, que cuando llegamos a Rosso me coge de la mano y no me suelta hasta que ya estoy en Senegal. Me acompaña a cambiar dinero, me ayuda en los dos puestos fronterizos, hasta me paga el barco que cruza el río Senegal y separa los dos países, me busca un taxi para entrar a Senegal... Mariam, fue como un ángel que cuando me despedí de ella la abracé demostrando mejor que en palabras lo agradecida que le estaba.
Aunque no pasé más de cinco días en este país, solo puedo decir que me pareció bastante seguro. Como mujer, los hombres te molestan mucho menos que en Marruecos, aunque en mi opinión debes tener en cuenta que estás en un país islámico y debes de tener mucho respeto por su cultura y costumbres. Siempre es bueno ir acompañada, aunque sea con una marido ficticio, pero desde mi experiencia es posible viajar sola sin tener ningún problema.