El segundo día lo dediqué a ver Sinagogas. En cualquiera de las sinagogas te puedes sacar la entrada para el cementerio judío (recomendable para no esperar cola) y por 200 coronas puedes entrar a todas ellas (excepto a Staronova). Sin duda la más bonita de todas es la sinagoga española, aunque no es muy grande, las estrellas de su techo harán que te quedes un buen rato en su interior admirándola... Si solo tienes tiempo de visitar una sinagoga, no lo dudes y elígela a ella.

A la entrada de la sinagoga podrás ver una estatua dedicada a Kafka. Todo Praga es Kafka, su presencia se siente en todas sus calles y sus habitantes se enorgullecen de que en su ciudad viviera tan ilustre escritor.

El cementerio judío data de 1439 y se encuentra dentro de la ciudad. Es realmente impresionante, con todas sus tumbas muy juntas, apiladas y muchas de ellas tiradas por el paso del tiempo. Hay muchas leyendas en torno a este cementerio, entre ellas la de unos niños fantasmas que cantan por la noche...
Debido a la falta de espacio se enterraban hasta diez cuerpos uno encima del otro, llegando a albergar este cementerio unas 100.000 almas y 12.000 lápidas.

Cruzar el puente de Praga en verano es terrible pues está plagado de turistas, si quieres vivir esta experiencia con menos gente, lo único que puedes hacer es pegarte un buen madrugón o volver en invierno. Yo tuve la suerte de que en esos momentos se desató una tormenta de granizo y viento y los turistas desalojaron corriendo el puente, así que allí me adentré casi sola luchando contra las inclemencias del tiempo pero más feliz que una perdiz. Eso si, al llegar al otro lado mi aspecto era todo un poema...


Al cruzar el puente de nuevo había salido el sol y por una de sus salidas laterales me encontré con un mercado de comida y bebida donde había unos músicos tocando y allí me pasé el resto de la tarde tan feliz...