DÍA 7 EN GRECIA, 1º DE CRUCERO.
DETALLES DEL CRUCERO LOUIS CRUISE.
El crucero era de cuatro días y cuatro noches con Louis Cruise, haciendo un recorrido con escalas en MIkonos, Kusadasi (Turquía), Patmos, Rodas, Creta y Santorini. Evidentemente, se trataba de una pequeña toma de contacto con cada una de las islas, incluso una simple visita a un punto concreto en algún caso, ya que el tiempo en cada una de ellas era muy limitado. Sin embargo, tal como había ido el asunto de nuestras vacaciones a Grecia, la verdad es que los destinos eran atractivos y sentíamos curiosidad, sobre todo por conocer la experiencia de un crucero, pero en pocos días, algo esencial por si no nos gustaba, y así ver un poquito de cada isla para volver, si acaso, ya más tranquilamente en el futuro.
Éste era el programa del crucero.
Pero lo cierto es que nosotros, de cruceros, no teníamos ni idea. Sólo habíamos hecho uno por el Nilo a finales de 2010, durante un viaje a Egipto. Pero un crucero fluvial y de ese estilo no tiene nada que ver con uno en plan vacaciones en el mar. Y no lo digo en tono peyorativo, que cada uno tiene sus preferencias.
En el trayecto desde nuestro hotel hasta el puerto de El Pireo fuimos viendo algunas de las instalaciones construidas para las Olimpiadas del 2004, la mayoría de las cuales costaron un fortunón y que entonces (supongo que seguirán igual o peor) estaban prácticamente abandonadas, sin ninguna utilidad. El taxista nos comentaba su indignación ante semejante despilfarro que junto con muchas otras empresas faraónicas habían llevado a los griegos a los albores de la quiebra (¿a qué nos sonaba eso?). El asunto de los recortes para el rescate (aunque ya aprobado por el Parlamento) seguía levantando ampollas.
Puerto del Pireo.
Ya en el puerto, nos dirigimos a la terminal de nuestro barco, el Louis Mayesty, pues por entonces se llamaba así; después cambió de nombre, pero eso lo contaré luego. Ya sé que los hay mucho más grandes, pero a nosotros a primera vista nos pareció enorme. Hubiésemos preferido algo más pequeño. Nos dirigimos hacia una inmensa terminal, llena de gente haciendo cola. Nos recogieron el equipaje en unos mostradores (era como hacer una facturación en el aeropuerto) y nos entregaron una tarjeta magnética que confeccionaron en el momento para cada uno de nosotros, que sería nuestro carnet de identidad y llave maestra para casi todo en el barco durante los siguientes cuatro días. Al cabo de un rato (casi una hora) terminamos los trámites y pudimos embarcar.
Tarjeta que nos hicieron
Esa mañana me habían entregado los papeles definitivos del crucero y me encontré con la sorpresa de que nos habían hecho un up-grade a camarote superior (teníamos uno estándar), lo que implicaba estar tres plantas más arriba, creo recordar que de la cuarta nos subieron a la séptima. Estábamos casi en la zona central del barco (hablando de proa a popa), muy cerca de uno de los ascensores y solamente una planta más arriba teníamos una estupenda cubierta para dar paseos. En esta ocasión, la mejora fue muy bien recibida; estaba claro que mi amigo de la agencia había hecho algunas gestiones con mucha competencia.
El "barquito".
El camarote no estaba mal de tamaño para dos personas, con dos camas individuales y literas superiores, una mesita de noche, armario, mesa, silloncitos y una ventana (¿se dice así?) hacia el exterior, aunque con el cristal un poco sucio, no es que estuviera sucio pero no se veía muy bien; lo peor el baño, que era muy pequeño. Nada que ver con el lujoso barco que tuvimos en el Nilo, pero resultaba suficiente. Poco después trajeron las maletas y luego vino una chica muy agradable para decirnos que era nuestra camarera. En la mesa teníamos documentación sobre el viaje, incluyendo los planos del barco y sus instalaciones, los horarios de las comidas, la piscina, el gimnasio, las normas abordo, la descripción de los servicios, la ruta diaria, mapas turísticos de los lugares en los que haríamos escala y los chalecos salvavidas, naturalmente .
El camarote y la ventana con vista "sucia".
Aún no habíamos zarpado cuando recibimos una llamada por megafonía para acudir inmediatamente a nuestro punto de reunión en la cubierta con los chalecos salvavidas puestos, pues se iba a impartir un pequeño cursillo de seguridad, incluyendo las premisas de evacuación si fuera necesario. Por entonces no se habían producido los célebres naufragios de los cruceros de Costa y, aunque nos lo tomamos en serio, la situación propició más de un chiste entre los cruceristas, reunidos en masa en las cubiertas, con los chalecos puestos, frente a los botes salvavidas.
Después del simulacro, nos quedamos en cubierta para ver el desamarre y contemplamos el puerto y el Pireo, a lo lejos. Luego fuimos a recepción para dar de alta el número de una tarjeta de crédito para los gastos, ya que, por ejemplo, las bebidas no estaban incluidas. Francamente, no recuerdo si nos hicieron alguna retención previa de dinero en la tarjeta, aunque creo que no.
Por cierto, que curioseando en internet, nos enteramos que nuestro barco era el mismo que había sufrido un percance en el Golfo de León en marzo de 2010, cuando en medio de un temporal una ola gigantesca rompió los ventanales de uno de los salones de proa, matando a dos personas e hiriendo a otras veinte. ¡Vaya, yuyu…! Lo curioso es que este mismo barco, en febrero del 2013, se vio envuelto en otro incidente, ya con el nombre de Thomson Mayesty, en la isla canaria de La Palma, cuando en el curso de un simulacro todavía sin pasajeros, un bote salvavidas cayó al agua, muriendo cinco de sus tripulantes. Sin comentarios .
Los mensajes por megafonía se daban en inglés, francés, italiano, griego y español, así que no tuvimos ningún problema de comunicación en el barco; tampoco con los tripulantes, muchos de los cuales hablaban castellano. Además, nos habían asignado un guía asistente español a bordo (creo que por el mayorista por el que nos hicieron la reserva, ya he comentado que en esta ocasión no la realicé yo), que nos comentó todas las particularidades del viaje, excursiones opcionales incluidas. También nos hablaron del sistema para el desembarco, que había que hacer ordenadamente, por turnos, en los que siempre tendrían preferencia quienes comprasen las excursiones con la naviera o agencias autorizadas. ¡Glup! Si el barco amarraba en puerto, no había problema porque la gente podía bajar cuando quisiera y, en teoría, rápidamente. Lo malo era si el barco no podía llegar al muelle y había que utilizar los botes: en este caso, primero bajarían los de las excursiones y luego el resto, según el turno que tocara al apuntarse cronológicamente en una lista que llevaban en recepción. ¡Vaya historia! Luego no fue tan terrible, pero dicho así sonaba fatal. Naturalmente, toda iba encaminado a obligarte a coger sus excursiones (carísimas, por supuesto), ya que se hartan de advertirte de que como no vuelvas a la hora de “todos a bordo”, se irán sin ti sin el menor miramiento. Curiosamente, si te apuntas a una excursión de la naviera, el barco espera pase lo que pase y se vuelva cuando se vuelva. Las cosas, y los negocios, son así. ¡Qué le vamos a hacer!
En el barco había de todo: salones de juegos, discoteca, gimnasio, varios restaurantes, buffet, cafeterías, bingo, casino, teatro, piscina, tiendas, locales de comida rápida, biblioteca… En fin, todo ese conjunto de cosas y servicios que gustan tanto a la gente que frecuenta los cruceros. Personalmente, lo que más disfruté fueron los largos paseos por cubierta, sobre todo al atardecer e incluso por la noche, cuando todavía hacia calor y se agradecía la brisa fresca del mar en la cara. Bueno, en ocasiones el viento era tan fuerte que impedía estar en cubierta, donde también había sillas y tumbonas, pero en general fue una travesía agradable y muy tranquila. Por cierto que al repasar las fotos, me asombro yo misma de no encontrar ninguna del interior, las piscinas, los restaurantes y los salones del crucero: ¿no hice? ¡Cuánto me extraña! Igual se me borraron, no sé.
Tampoco voy a insistir demasiado en los detalles de la travesía en barco, simplemente algunos comentarios a título personal. Nos hizo muy buen tiempo durante los cuatro días, así que no tuvimos problemas de oleaje y mareos. El servicio fue bueno, el personal amable y servicial; respecto a la comida, hubo de todo. A la hora del desayuno se montaba bastante jaleo, así que tuvimos que madrugar un poco para tener mesa sin hacer demasiada cola. En las comidas, aparte de un restaurante de pago, había autoservicio y comida rápida junto a la piscina, que estaba permanentemente abierto; también un restaurante de lujo y de pago, claro. El agua se incluía en la pensión completa, el resto de bebidas había que pagarlo aparte. Sobre las cuatro o cuatro y media (no recuerdo bien) se podía tomar café y pastas gratis; y de vez en cuando anunciaban a bombo y platillo una especie de “hora feliz” con cuantiosos descuentos y hasta refrescos gratis. Para cenar, podíamos ir a varios restaurantes a la carta, supuestamente con mejor calidad en la comida. No digo que no fuera así, pero había que esperar turno, te colocaban en la mesa que les daba la gana junto a gente que no conocías y el servicio era bastante lento, así que después de probarlo una noche, no lo utilizamos más. Espectáculos hubo pocos, y a horas en que nosotros solíamos estar en tierra, la recepción del capitán nos pareció una tontería y actividades de animación propias de los cruceros que no nos llamaron nada la atención (no nos suelen gustar esas cosas). En el piso superior estaba la piscina (creo recordar que había dos piscinas), hamburgueserías y pizzerías abiertas permanentemente y una cubierta superior que brindaba unas vistas soberbias. De todas formas, vida de barco hicimos poca. Por fortuna, tuvimos tanto trajín con las escalas y las visitas que apenas nos dio tiempo de aburrirnos en el barco.
MIKONOS.
Después de comer, avistamos las costas de Mikonos, considerada como la más glamurosa de las Islas Cicladas, cuyo nombre se debe a su disposición en forma de círculo en torno a la isla de Delos, que conserva las ruinas más bonitas del Egeo y que son Patrimonio de la Humanidad desde 1990. Mi primera decepción llegó al saber que no nos sería posible visitar Delos porque no hay excursiones por la tarde. Una lástima no haber tenido la escala por la mañana. Enseguida afrontamos el peliagudo asunto del desembarco. Al principio no se sabía si amarraríamos en el muelle para barcos grandes, que está a aproximadamente a un kilómetro del Puerto antiguo por una carretera, al parecer, no muy apropiada para ir andando, o si nos llevarían en bote hasta la población. Por fortuna, sucedió esto último. Claro que primero tuvimos que apuntarnos en la dichosa lista de desembarco y como éramos novatos, fuimos tarde y nos tocó esperar casi 45 minutos a que saliera nuestro bote, cuyo número estaba escrito en un papelito que nos dieron. Entretanto aprovechamos para ver el núcleo de molinos y casas blancas desde la cubierta del barco, extendiéndose por la ladera de una pequeña colina.
Acercándonos a Miconos.
Mikonos tiene una población censada de unos 10.500 habitantes, pero es un conocidísimo centro vacacional y ya a principios de julio, con varios cruceros amarrados, su capital, Jora, estaba a tope de visitantes que atestaban el entresijo de estrechos callejones de casas de piedra encalada, con ventanas, balcones de madera y dinteles pintados de azul, rojo o amarillo. Frente al pequeño puerto, con sus barcas varadas, vimos múltiples tenderetes, terrazas de restaurantes e iglesias blancas con cúpulas de colores.
El Puerto
Como un reclamo, la famosa hilera de seis estilizados molinos (los molinos de Abajo o Kato Mili) coronaba todo el conjunto y, enseguida, enfilamos hacia allí. Por el camino, nos topamos con las típicas estampas de las postales que todos hemos visto alguna vez, y en unos minutos estábamos en la llamada Pequeña Venecia, con sus casitas de coloridos balcones de madera asentadas sobre el mar, un enjambre de terrazas encarando la pequeña playa y diminutas iglesias blancas por cuyas paredes trepaban las buganvillas. Un panorama realmente encantador si no fuera porque había que ir sorteando personas por todas partes.
Pequeña Venecia.
Los Molinos de Abajo.
Los Molinos de Abajo.
Subimos hasta los molinos, algunos en mejor estado de conservación que otros, pero en cuyos alrededores se contemplan unas bonitas vistas sobre la Pequeña Venecia. Por la parte de atrás, vimos una pequeña cala prácticamente desierta.
Vistas desde los Molinos.
Cala posterior.
Cala posterior.
Después nos adentramos por las callejuelas que trepan por la pequeña colina, rodeando el puerto. De nuevo casas blancas, con elementos de colores y suelo de piedra, la mayoría convertidas en tiendas de lujo. No en vano es sabido que en la isla hay zonas exclusivas para turistas adinerados.
Iglesia Paraportiani.
Estuvimos toda la tarde dando vueltas por allí, subimos a ver los molinos de arriba, y también tomamos unos helados. El momento más bonito llegó sin duda al atardecer, cuando las casas blancas adquirieron un hermoso tono dorado con la luz del sol poniente. Y esa mágica puesta de sol fue, casi, lo que más disfruté de Mykonos. Me gustó para hacer una visita, pero por lo demás, creo que no iría a pasar unas vacaciones allí: demasiado jaleo, demasiada gente, demasiado calor y, seguramente, también demasiado caro.
Íbamos a quedarnos en Jora a cenar, pero al final decidimos volver al barco, donde teníamos la cena gratis. La verdad es que, muchas veces, la supuesta ventaja de la pensión completa se convierte en un inconveniente. Como lo tenemos pagado, ¡qué tacaños nos volvemos…!
Una preciosa puesta de sol.