Día 9: Tierra Astur en buena compañía ✏️ Diarios de Viajes de España

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15 de julio de 2019

Para compensar la abrumadora cantidad de fotografías, detalles y emociones de la jornada anterior, este lunes con el que iniciar nuestra segunda y última semana por el norte de la península iba a ser mucho más tranquilo y sosegado. Sin necesidad de preparar bocadillos y mochilas ya que no hay excursiones planeadas para hoy, despertamos tras una noche extraña en la que, sin motivo aparente, nos ha costado conciliar el sueño más que nunca. Como si acabáramos de hacer un cambio de continente y todavía tuviéramos jet-lag, a las 5:00 de la mañana estamos ambos despiertos y con hambre. Aprovecho que a estas horas la conexión wifi de los apartamentos funciona bastante mejor debido a que debo ser el único conectado a la red en todo el edificio, echando así un ojo a las ofertas del Prime Day que fui incapaz de cargar ayer a medianoche. Mi gozo en un pozo: de todo lo que tenía anotado en la lista de seguimiento, tan solo una tarjeta de memoria se pone a tiro gracias a un descuento. Eso sí, con el gusanillo de una Nintendo Switch ya introducido en el cerebro, inicio la negociación en un foro para conseguir una de segunda mano a buen precio y con garantías. El consumismo se abre camino ante la adversidad.

Saboreamos el desayuno más tranquilo hasta la fecha gracias a lo despejado de nuestra agenda para hoy. Con margen hasta las 12:00 para abandonar nuestro apartamento, aprovecho las últimas horas para dar un breve paseo por las calles de Saliencia. Bueno, por la calle. Bueno, paseo, lo que se dice paseo... recorro el pueblo de punta a punta en apenas 3 minutos. Pero son suficientes para cruzar un "Buenos días" con tres o cuatro ancianos locales y hacer algunas fotografía a los hórreos, a las cajas de botellas de sidra enfriándose en una fuente junto a la iglesia y a alguna casa por reformar en venta de la que, quizás, debería apuntar el número de teléfono.







A quince minutos de la hora límite y tras poder al fin pagar la estancia a través de un datáfono con serios problemas de conexión, abandonamos los Apartamentos Lagos de Saliencia. Ha sido una estancia agradable y que, como todas, se nos ha hecho corta y de la cual lamentamos que termine ahora que nos empezamos a sentir en casa. Lo mejor, lo moderno de sus instalaciones en contraste al entorno rústico y aislado en el que se encuentra. Lo peor, los problemas de conexión a Internet en todas sus variantes precisamente en unos días en los que nos resultaba especialmente útil ya sea por reclamaciones bancarias o por caprichos consumistas. Si mejorasen ese aspecto, será sin duda nuestra primera opción en caso de volver a Somiedo... pero, y aquí me adelanto a los acontecimientos, parece bastante improbable ya que días después descubriríamos que el complejo entero está a la venta en un portal inmobiliario. Parece que el negocio no es todo lo bollante que se podría esperar.



11:45 y nuestro coche, previo breve paso desde el aparcamiento en la entrada del pueblo hasta la entrada al apartamento para cargar el maletero, abandona Saliencia en dirección al norte. El plan para hoy se resume rápido: en Mieres nos esperan un amigo y su pareja que, pese a haber desvirtualizado ya hace dos años, vemos demasiado poco para lo mucho que hablamos casi diariamente a través de las redes. Los planes del día giran en torno a ellos, con un envoltorio consistente en visitar algún mirador antes de acudir a la cita y hacer algunas compras y llegar a nuestro próximo alojamiento una vez que hayamos cumplido socialmente.

Para regresar al volante hasta los alrededores de Oviedo tenemos tres opciones: la primera, de nuevo descartada desde el primer momento, es conducir hasta el Alto de la Farrapona para desde allí salir de Somiedo y perder altura mediante la pista de tierra ya en Castilla y León. El estado de esa carretera hace que no sea una opción. La segunda, regresar exactamente por donde vinimos, abandonando Somiedo por el norte y tomando la carretera hacia el norte que alcanza el concejo de Grado. La tercera y nuestra ganadora, es una variante de esta última pero virando ligeramente hacia el noreste. Se trata de otra salida del Parque Natural de Somiedo que choca frontalmente con el Parque Natural Las Ubiñas-La Mesa, y lo hace mediante la frontera natural del Puerto de San Lorenzo. Apenas supone unos 15 minutos de diferencia respecto a la opción más cómoda, y de ese modo tendremos algunos paisajes nuevos que añadir a la retina.

En aproximadamente 40 minutos pasamos de los 30 grados de Saliencia a los 20 y la brisa fresca del Puerto de San Lorenzo. Allí nos esperan un buen puñado de vacas y caballos acompañados de algún asno y unas vistas no tan impactantes como esperábamos -hay demasiadas colinas y árboles en primer plano que impiden una mayor perspectiva- pero suficientes para detenernos durante unos minutos. En uno de esos minutos, cuando nos mantenemos a una distancia prudencial de un majestuoso caballo para hacerle algunas fotos, una horda de sus congéneres aparece de la nada a varias decenas de metros y se aproxima a nuestra posición a toda velocidad, provocando que nuestro objetivo y sus amigos más cercanos salgan disparados en una dirección y nosotros en otra en un momento que bien merecía haber sido inmortalizado en video con la música de Benny Hill de fondo. Tras asistir a esta versión equina de las riñas entre los Montesco y los Capuleto, decidimos que es momento de abandonar el puerto y comenzar a descender por el Parque de Las Ubiñas. Dejamos atrás carteles que indican el itinerario del "Camín Real de la Mesa", un sendero de aproximadamente 17 kilómetros que conecta el puerto con las villas ya mucho más cercanas al nivel del mar localizadas al norte.






El paseo para perder altura mientras tomamos curvas a través de Las Ubiñas es largo pero no se nos hace pesado. A una velocidad de paseo, suficiente para disfrutar del paisaje pero sin entorpecer el escaso tráfico que encontramos en nuestro sentido, las vistas van perdiendo altura gradualmente hasta dar con los primeros desvíos que indican que estamos avanzando prácticamente en paralelo a la Senda del Oso, un interminable paseo en el que familias, ya sea a pie o a bordo de bicicletas, pueden pasar el día bajo la agradable sombra de los árboles y las paredes de piedra a lado y lado y con la seguridad de los puentes y pasarelas de madera que impiden que los más pequeños puedan salirse del trazado.

Las autovías no vuelven a nuestro parabrisas hasta que solo quedan 20 minutos para alcanzar la ciudad minera de Mieres. Hacemos una parada de servicio en la gasolinera del Carrefour de la zona, en la que llenamos el depósito por unos ridículos 0,99 -teniendo ya en cuenta el 8% acumulable en el Chequeahorro del Club Carrefour- que hace que las comparaciones con Mallorca, donde llevamos meses sin bajar de los 1,25 euros por litro de gasoil, resulten odiosas.

Y llegamos a las calles de Mieres, donde R y S están ya esperándonos en el negocio del primero para dar el pistoletazo de salida a nuestro encuentro. Con el coche más cargado que nunca -casi siempre va con solo una o dos personas a bordo y el maletero vacío, y en cambio ahora...- conducimos 20 minutos hacia Colloto, donde ya teníamos previamente acordado disfrutar de una nueva experiencia, ahora en grupo, en el local primigenio de la franquicia de sidrerías Tierra Astur.

Entre charla, anécdotas, risas, chistes, historietas y más risas, L repite los tacos de entrecot que yo pedí hace dos días y yo, pese a venir con intención de cubrir el expediente del cachopo, cambio a última hora para tachar de la lista otro de esos platos de obligado cumplimiento en cada visita a Asturias: huevos rotos con picadillo. Como entrante a compartir entre los cuatro, una ración de 10 croquetas que saben a gloria. El picadillo cumple lo que promete, aceitoso y potente como se espera de él. Los tacos de entrecot, esta vez, están muy por debajo de los de hace dos días: menos jugosos y con la mitad de la guarnición de pimientos y ajos pasados en exceso por la sartén. De postre compartimos una rica tarta de la abuela. Durante la comida, unos camareros algo despistados siguen haciéndose un lío con los tres vasos de sidra sobre la mesa cada vez que se ofrecen a escanciar un culín. En definitiva una experiencia muy por debajo de la de 48 horas antes pero compensada por la compañía. R y S no me dejan pagar tras múltiples intentos de que fuera mi tarjeta de débito la que permaneciera sobre el plato con el ticket de 93€.


Aprovechamos la temprana hora y el regreso a Mieres para hacer una parada de algo más de una hora en una cafetería de la zona residencial, en la que dar una segunda entrega a la conversación acompañados de cafés, refrescos y alguna caña. Son las 18:00 cuando por obligaciones laborales no queda más remedio que dar por concluido este "Meet & Greet" de Pato con dos de sus más entregados fans. Tras las despedidas y la reforzada amistad, volvemos a quedarnos los dos solos cuando volvemos al Carrefour cercano, esta vez para cargar ya con dos cajas de sidra en vistas a repartir entre la familia y mi propia despensa. Nuestra intención es llevarnos tambien algo de queso, pero la oferta de quesos asturianos curados y semicurados es menor de la que esperábamos y posponemos esa compra para más adelante.

50 minutos más de conducción hacia el este y paramos en el Mercadona de Arriondas. No es hasta que alcanzamos el aparcamiento cuando recordamos que ya estuvimos aquí en una de nuestras primeras paradas de hace dos años. Situado en una zona mucho más turística, el interior del supermercado está ya bastante poblado de turistas pero pese a ello no debemos esperar mucho para pagar nuestra nueva tanda de provisiones con los próximos días en mente.

Superamos los núcleos de Arriondas y Cangas de Onís en dirección a nuestro nuevo alojamiento. Estos dos pueblos, viniendo como venimos de enclaves mucho más auténticos y menos descaradamente turísticos, nos producen esa sensación que nosotros hemos bautizado como "ajco". Mantiene cierto encanto, todo está limpio, pero tiene una capa artificial de carteles, reclamos y fachadas que distan mucho de cómo serían si se diseñaran sin tener en cuenta a los turistas. Es un tanto irónico decir esto cuando nosotros mismos estamos de visita, pero nos gusta limitar nuestra agenda a lugares a los que iría cualquier local de la zona.

Tras un giro algo rebuscado pero que Google Maps tiene perfectamente controlado, llegamos a los Apartamentos Fuente el Güeyu situados en lo alto de una colina. Eran los más caros de todo el viaje -tres noches a razón de 100€ cada una- pero intuíamos que iba a ser por un buen motivo. Desde el primer instante queda claro que estamos ante el alojamiento más completo y mejor cuidado de todo el viaje. Carlos, la mitad de la pareja anfitriona, nos recibe con un nivel de amabilidad y atención por el detalle como pocas veces hemos visto. Nos acompaña en el pequeño recorrido por el amplio salón con cocina, el moderno cuarto de baño, el acogedor dormitorio y la impecable zona de barbacoa que la casa, la cual consta de tres apartamentos adosados, dispone en la parte trasera. Por el camino nos acompañan dos de sus mascotas, unos adorables perros hembra de color negro que no tienen ningún problema en dejarse acariciar. Antes de despedirse atiende a nuestras dudas y nos confiesa las señas del lugar al que ellos mismos van cuando les apetece comer un buen cachopo. No dejaremos pasar la recomendación.




Ya por nuestra cuenta y tras descargar nuestro saturado maletero, echamos un ojo alrededor. Cuesta creer que estemos a apenas cinco minutos de la masificada Cangas de Onís cuando echamos la vista al frente, donde el sol empieza a descender y acercarse a un horizonte de prados verdes solo interrumpido por alguna pequeña casa de piedra. Inmediatamente preparo toda la maquinaria para grabar un nuevo "timelapse" mientras nos duchamos y nos familiarizamos con el interior del apartamento. Como suele ocurrir, tenemos la tentación de mandar a paseo las excursiones y salidas programadas para los próximos días y en su lugar exprimir hasta la última gota nuestro tiempo aquí alojados.




Viniendo de un Tierra Astur aunque no tan llenos como en la ocasión anterior, la cena tenía que ser ligera y sin complicaciones. Una crema de verduras para ella, una pequeña bandeja de sushi para mí, y se nos ha hecho tan tarde que cualquier intención de aprovechar el salón viendo un capítulo conectando el portátil al televisor queda automáticamente descartada. Nos vamos a la cama y a los pocos minutos oímos llegar a nuestros vecinos, una familia andaluza que pese a que empieza haciendo algo de ruido no tarda en pasar al volumen adecuado para la medianoche que alcanzamos. Como siempre, sobran mantas que tenemos que echar a un lado antes de conciliar el sueño.

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