En torno a las 6:00 de la mañana salíamos de casa en coche con destino el Aeropuerto de Madrid. El trayecto por carretera, más allá de una constante lluvia y poco tráfico, no tuvo mayor incidencia. Eso sí, al llegar a Madrid, gracias a poner el Google Maps por delante del Tom (lo cual aprendimos en nuestra estancia en Los Ángeles) nos evitamos más de un atasco (en vez de entrar a Barajas por el Sur, dimos una vuelta y entramos por el norte, sin apenas tráfico).
A las 9:00 hacíamos la foto al coche en el sitio del aparcamiento que habíamos elegido (una buena costumbre para no olvidar su situación en el parking) y gracias al Fast Track (al sacar los billetes con avios va incluido en la tarifa) a las 9:25 ya estábamos en la sala VIP de la T4 con nuestra tarjeta del RACE en la mano. Llevábamos hecho el Check-In Online, no había nadie en las máquinas y nada de colas en los controles. Empezaba muy bien el viaje.
Tras un buen desayuno nos guardamos en las bolsas algunos sándwiches que nos vendrían muy bien luego (si, sabemos que no se debe hacer, pero hacen un bien servicio) y nos fuimos a la zona de embarque donde enseguida entramos en el avión. El vuelo fue muy puntual y muy cómodo, aprovechando los asientos de emergencia que también venían incluidos en la tarifa. Sobrevolamos los Alpes, pasamos por Suiza y Alemania y a las 14:05 estábamos bajando del avión (25 minutos antes de la hora prevista).
A las 9:00 hacíamos la foto al coche en el sitio del aparcamiento que habíamos elegido (una buena costumbre para no olvidar su situación en el parking) y gracias al Fast Track (al sacar los billetes con avios va incluido en la tarifa) a las 9:25 ya estábamos en la sala VIP de la T4 con nuestra tarjeta del RACE en la mano. Llevábamos hecho el Check-In Online, no había nadie en las máquinas y nada de colas en los controles. Empezaba muy bien el viaje.
Tras un buen desayuno nos guardamos en las bolsas algunos sándwiches que nos vendrían muy bien luego (si, sabemos que no se debe hacer, pero hacen un bien servicio) y nos fuimos a la zona de embarque donde enseguida entramos en el avión. El vuelo fue muy puntual y muy cómodo, aprovechando los asientos de emergencia que también venían incluidos en la tarifa. Sobrevolamos los Alpes, pasamos por Suiza y Alemania y a las 14:05 estábamos bajando del avión (25 minutos antes de la hora prevista).
Nos tocó esperar un rato las maletas, rato que aprovechamos para dar buena cuenta de los sándwiches de la mañana. Una vez las tuvimos en nuestro poder, fuimos hacia la salida del aeropuerto con la vista buscando algún cajero Raiffeisenbank para comprobar si se podía sacar efectivo sin comisión con la Bnext. No lo encontramos, pero no había problema, sabíamos que más adelante casi nos íbamos a chocar con uno a la salida del metro. Enseguida llegamos a la parte exterior del aeropuerto, donde están las máquinas para sacar los billetes para el bus que te deja en la puerta del metro (el 119 concretamente). El uso de las máquinas era tan sencillo como nos habían comentado y sacamos dos billetes con 90 minutos de duración y un billete para la maleta (80 CZK, algo más de 3€).
Enseguida llegó el bus, donde no nos pudimos sentar porque iba bastante lleno. No hizo falta, porque el viaje apenas supera los 10 minutos hasta dejarte en la entrada de la estación Nádrazi Veleslavin. Allí todo está perfectamente explicado, imposible perderse, así que en nada estábamos en el metrocamino de Stratomeska, que sería la estación en la que nos bajaríamos.
Nada más salir a la calle y pisar la ciudad, fuimos a un cajero Raiffeisenbank que teníamos localizado y usamos la Bnext. Sacamos 4000 CZK en dos veces (la primera no marcamos que nos diese billetes pequeños) y más tarde comprobamos que, efectivamente, la BNext te libraba de la comisión (la cobran al sacar el dinero, la devuelven a los dos/tres días). Ahora sí, cogimos la calle Kaprova en dirección a la Plaza de la Ciudad Vieja, y conforme íbamos llegando vimos a lo lejos la majestuosa Iglesia de Tyn. Era la primera vez que la veíamos y nos encantó, pero es que esa sensación se repitió todos y cada uno de los días. La vista de la plaza con las dos torres de cuento al fondo es de las postales más bonitas que uno ha podido ver.
No fue difícil encontrar nuestro hotel, en Malé Namestí, ya que además nos habían avisado de que la fachada estaba en obras. Tras un check-in en el que el recepcionista fue muy amable intentando hablar castellano (con poco éxito, eso sí), subimos a la habitación, dejamos las cosas y nos fuimos a conocer la ciudad. Para que os hagáis una idea, salíamos sobre las 15:00 del aeropuerto y empezábamos a ver la ciudad a las 16:10, ¡¡excelente!!.
Nada más salir a la calle y pisar la ciudad, fuimos a un cajero Raiffeisenbank que teníamos localizado y usamos la Bnext. Sacamos 4000 CZK en dos veces (la primera no marcamos que nos diese billetes pequeños) y más tarde comprobamos que, efectivamente, la BNext te libraba de la comisión (la cobran al sacar el dinero, la devuelven a los dos/tres días). Ahora sí, cogimos la calle Kaprova en dirección a la Plaza de la Ciudad Vieja, y conforme íbamos llegando vimos a lo lejos la majestuosa Iglesia de Tyn. Era la primera vez que la veíamos y nos encantó, pero es que esa sensación se repitió todos y cada uno de los días. La vista de la plaza con las dos torres de cuento al fondo es de las postales más bonitas que uno ha podido ver.
No fue difícil encontrar nuestro hotel, en Malé Namestí, ya que además nos habían avisado de que la fachada estaba en obras. Tras un check-in en el que el recepcionista fue muy amable intentando hablar castellano (con poco éxito, eso sí), subimos a la habitación, dejamos las cosas y nos fuimos a conocer la ciudad. Para que os hagáis una idea, salíamos sobre las 15:00 del aeropuerto y empezábamos a ver la ciudad a las 16:10, ¡¡excelente!!.
Esta primera tarde en Praga la habíamos planteado como una primera toma de contacto con la ciudad, pasearla sin un rumbo fijo y comprobar si realmente era tan agradable para el turista como nos decían. Tras un buen rato en la Plaza Pequeña y en la Plaza de la Ciudad Vieja, viendo sus rincones, haciéndonos una idea de cómo es el reloj astronómico (en obras, ¡tenemos que volver a verlo!) y disfrutando del ambiente y del buen tiempo que hacía, avanzamos por la calle Celetna. Pasamos por la primera tienda de Trdelnik y no pudimos resistir la tentación de coger uno para merendar. Monlis , en su diario, decía la verdad, ¡¡están buenísimos!!, ¡¡manjar de los dioses!!. Fue el primero de varios que comimos en los tres días allí, y los mejores fueron los de esta tienda con un enorme trdelnik en la puerta.
Mientras íbamos acabando nuestros dulces nos desviamos por unos de los pasajes de Celetna hasta llegar a la iglesia de Santiago (Sv Jakub), donde aunque no pudimos pasar (lo hicimos más adelante en el Free Tour) pudimos ver los querubines de su fachada. Ya de vuelta a Celetna paramos enfrente del Grand Café Orient para ver la Casa de la Madonna Negra y continuamos nuestro camino hasta la imponente Torre de la Pólvora, que ya divisábamos más adelante. A esta hora de la tarde, la luz le daba unos tonos grises bastantes llamativos a esta torre gótica construida hace más de 500 años como una de las puertas de entrada de la ciudad y que se utilizó más adelante para almacenar pólvora (de ahí su nombre). Justo al lado de la Torre nos paramos en la Casa Municipal, un edificio art noveau bastante llamativo, pero del que apenas pudimos ver su entrada y una parte de la cafetería.
Ahí dimos por concluido nuestro primer contacto con uno de los tramos del Camino Real de Praga, ya que nos desviamos a la Calle Na Příkopě. Esta es una calle peatonal totalmente comercial, llena de las mejores tiendas de ropa y restaurantes y que marca el borde de la ciudad vieja de Praga (curioso la diferencia de arquitectura de una calle a otra con apenas 50 metros de diferencia). Ya en la parte peatonal de esta calle entramos en la juguetería Hamsleys, que inevitablemente recuerda a la ya cerrada FAO Schwarz que visitamos 5 años antes. Llegamos hasta la enorme plaza de Wenceslao, dándonos cuenta que los trdelnik han invadido absolutamente la ciudad (y eso que no es un dulce húngaro, no checo).
Desde la plaza de Wenceslao retrocedimos unos pasos hasta llegar a la calle Havelská, por donde íbamos a volver a pasar a la ciudad vieja. Nos detuvimos unos instantes en el Teatro Estatal, sobre todo en la escultura de "Il Comendatore" (en honor a la ópera "Don Giovanni", de Mozart, que se estrenó en este edificio). Pasamos también por el Karolinum, que son los edificios de la Universidad de Praga. No nos detuvimos demasiado, ya que a la mañana siguiente veríamos mucho mejor estos lugares.
Callejeamos un poco más por las preciosas calles de adoquín de esta zona de Praga, que sigue manteniendo un encanto aun con la cantidad de tiendas de souvenirs para turistas existentes, pensando por algunos momentos en lo mágica que debía ser esta ciudad cuando aún no era uno de los destinos turísticos por excelencia de Europa. Llegamos al mercadillo de la calle Havelská (en el cruce con Melantrichova) y nos dirigimos de nuevo a la Plaza Vieja, pasando por la casa de los dos Osos de Oro.
De ahí, y ya con la bufanda rojiblanca al cuello (había que protegerse del frío), nos fuimos a otro de los puntos más reconocibles de la ciudad, el Karluv most. Este puente, de más de medio kilómetro de largo cuenta con algunas de las leyendas más famosas de Praga (por ejemplo, la que afecta a la mujer del constructor del puente o la de la fecha de su inauguración) y es punto de congregación de los mayores "atascos" de turistas en la ciudad (aunque nosotros tuvimos bastante suerte con ese tema). Tras llamar a casa para que nos viesen en las cámaras que apuntan al mismo, paseamos por el puente acompañados por las 30 estatuas (réplicas de las originales), aunque no nos entretuvimos demasiado , porque empezaba a anochecer y queríamos ir al barrio de Malá Strana.
Esta zona de Praga es de las más antiguas y de la mejor conservadas. Dimos un paseo por sus calles sin un rumbo fijo ya de noche cerrada, lo que le daba un aire aun más bohemio. Llegamos casi sin darnos cuenta al Molino del Gran Prior, con su enorme rueda de la Edad Media y ese "inquietante" ¿goblin? y justo al lado encontramos uno de los puntos más característicos de la ciudad. El muro de John Lennon, con sus típicas pinturas, dedicatorias y graffitis (estos empezaron a aparecer tras la muerte del Beatle y tras ser borrados en varias ocasiones, finalmente las autoridades desistieron de su borrado y quedaron como símbolo de la libertad de expresión). Tras las fotos de rigor y leer algunos de los escritos de la pared (bastantes en castellano, por cierto), llegó el momento de conocer la que dicen que es la primera palabra que has de aprender en checo.
Esta zona de Praga es de las más antiguas y de la mejor conservadas. Dimos un paseo por sus calles sin un rumbo fijo ya de noche cerrada, lo que le daba un aire aun más bohemio. Llegamos casi sin darnos cuenta al Molino del Gran Prior, con su enorme rueda de la Edad Media y ese "inquietante" ¿goblin? y justo al lado encontramos uno de los puntos más característicos de la ciudad. El muro de John Lennon, con sus típicas pinturas, dedicatorias y graffitis (estos empezaron a aparecer tras la muerte del Beatle y tras ser borrados en varias ocasiones, finalmente las autoridades desistieron de su borrado y quedaron como símbolo de la libertad de expresión). Tras las fotos de rigor y leer algunos de los escritos de la pared (bastantes en castellano, por cierto), llegó el momento de conocer la que dicen que es la primera palabra que has de aprender en checo.
Si, empezamos nuestra relación con las pivos en el John Lennon Pub (recomendado por Davovo ), muy cerca del muro y en el que ya cayeron las primeras pintas de la bebida típica de Praga (bueno, no nos engañemos, de la mejor bebida inventada). Allí estuvimos un buen rato descansando las piernas, disfrutando de un ambiente bastante agradable y analizando qué hacer la última parte del día. El cansancio ya empezaba a hacer mella, así que decidimos ir a cenar en algún sitio que tuviésemos apuntado más o menos de camino de vuelta al hotel. Elegimos el restaurante Kolonial, del que NoviaCadaver daba buenas referencias.
Así que pagamos las pivos (130 CZK, propina incluida, algo más de 5€) y emprendimos el viaje de vuelta. Volvimos a pasar por el Puente de Carlos, ya sin apenas gente (el frío apretaba) mientras en los auriculares del móvil sonaban los goles del Atleti al Lokomotiv de Moscú (bendita locura y bendito roaming gratuito) y tras desviarnos por la calle Prakova, llegamos a nuestro destino, justo enfrente de la Sinagoga Pinkas, donde ponían unas imágenes antiguas en la pared exterior. El lugar era peculiar, con una llamativa decoración basada en bicicletas y con un ambiente donde se mezclaba gente joven con cervezas y bastante gente cenando. Nosotros fuimos delos segundos. Podéis leer nuestra experiencia aquí pero en resumen, 668 CZK(más otras 62 de propina) por una buena cena en la que no entendimos bien los knedliky.
Así que pagamos las pivos (130 CZK, propina incluida, algo más de 5€) y emprendimos el viaje de vuelta. Volvimos a pasar por el Puente de Carlos, ya sin apenas gente (el frío apretaba) mientras en los auriculares del móvil sonaban los goles del Atleti al Lokomotiv de Moscú (bendita locura y bendito roaming gratuito) y tras desviarnos por la calle Prakova, llegamos a nuestro destino, justo enfrente de la Sinagoga Pinkas, donde ponían unas imágenes antiguas en la pared exterior. El lugar era peculiar, con una llamativa decoración basada en bicicletas y con un ambiente donde se mezclaba gente joven con cervezas y bastante gente cenando. Nosotros fuimos delos segundos. Podéis leer nuestra experiencia aquí pero en resumen, 668 CZK(más otras 62 de propina) por una buena cena en la que no entendimos bien los knedliky.
Y
a de ahí, y ahora sí, muy cansados, vuelta al hotel no sin antes hacer una última visita a la Plaza y ver de nuevo la imponente Iglesia de Nuestra Señora de Tyn (incluso más bonita de noche que durante el día, que ya es decir).