PARQUE NATURAL DE SIERRA ESPUÑA.
Situado en el centro de la región murciana, a unos 55 Km. de la capital, está considerado uno de los pulmones naturales de la región de Murcia. Es un espacio natural protegido, dominado por inmensos pinares, consecuencia de repoblaciones modélicas realizadas por Ricardo Codorniu a finales del siglo XIX y principios del XX. Es posible hacer varias caminatas, de diversa longitud, duración y dificultad. El muy caluroso día de septiembre que tuvimos sólo nos permitió realizar la más corta de ellas, de apenas 45 minutos por el interior del bosque, evitando la exposición al sol en las cresterías. En el centro de visitantes ofrecen información sobre la zona y entregan un útil mapa con la ubicación de varios miradores, pozos de nieve y rutas que se pueden realizar.



Hace algún tiempo, en una visita anterior, además de detenernos en algunos de sus miradores, hicimos una pequeña ruta de unos 45 minutos, en el curso de la cual nos encontramos con varias acequias, cuyo curso se puede seguir, lo que nos permitió alargar un poco el recorrido inicial. Nos recordó a las levadas de las que tanto habíamos disfrutado ese mismo año en Madeira.


Sin embargo, esta etapa está dedicada a una ruta de senderismo que, aunque no se encuentra dentro del espacio del Parque Natural, está ubicada en las faldas meridionales de Sierra Espuña. Es bastante corta pero muy llamativa e interesante, puesto que se atraviesa un sorprendente desfiladero cuyas paredes están separadas entre sí por apenas un metro en muchas partes del recorrido en su interior, que se prolonga unos 500 metros, aproximadamente. En el cañón hay sombra y se percibe frescor, con lo cual es posible hacer esta pequeña caminata incluso en pleno verano; en cambio, habrá que tener cuidado en invierno o en épocas de lluvias, ya que el curso de agua que lo atraviesa puede hacer imposible o peligroso el paso. De hecho, nosotros a finales de junio tuvimos que descalzarnos en dos o tres puntos para poder pasar. Pero iré por partes.
Situación de la ruta del Estrecho de la Arboreja según Google Maps.



RUTA DEL ESTRECHO DE LA ARBOLEJA.
Para llegar al inicio de la pequeña caminata, tuvimos que dirigirnos a la población de Aledo (no hace falta entrar en el casco urbano, aunque vale la pena parar a hacer una visita, sobre todo a la torre medieval) y desde allí seguir los indicadores. La carretera C-21 nos condujo hasta un área recreativa en cuyo aparcamiento dejamos el coche y donde encontramos varios paneles informativos. No tiene pérdida
Itinerario en coche desde Totana.


Aunque se puede hacer una ruta circular incluyendo el sendero 31, que rodea Aledo en parte por la carretera, dado el calor que hacía y que nuestro interés se centraba en principio en el desfiladero, decidimos centrarnos exclusivamente en la ruta a pie, también circular, que recorre el cañón primero por el interior y luego por la parte superior, viéndolo desde arriba.
Paneles informativos y área recreativa.






Según pudimos leer en uno de los paneles informativos, el desfiladero forma parte de la Rambla de Lebor y se asemeja a un túnel en cuyas paredes crece gran cantidad de musgo como consecuencia de la casi continua presencia de agua, lo que unido a la sombra que le proporcionan sus estrechas paredes aseguran el frescor en su interior incluso en verano, algo que pudimos comprobar después. Además, nos anunciaba que podríamos contemplar la erosión producida durante milenios por el viento, el agua y lo microorganismos, así como antiguos arrecifes de coral entre otros fósiles, ya que en estas tierras hubo playas en remotas épocas de clima tropical. Bueno, pues el asunto prometía.

Nos pusimos en marcha y cruzamos la zona recreativa hasta que vimos una bifurcación y otro panel informativo. Empezamos a bajar por la izquierda, siguiendo un camino delimitado por barandillas y cuerdas de color verde, que en un par de minutos nos llevaron a un mirador, desde donde pudimos contemplar una profunda hendidura en la tierra de aspecto bastante llamativo.

Después de sacar un par de fotos a aquel paisaje tan singular, continuamos descendiendo por unas amplias escaleras que nos introdujeron en una zona de vegetación más tupida, mostrándonos también unas curiosas formaciones de color amarillento y ocre que me recordaron a las que hay en la playa de Bolnuevo.



Ignoramos un camino también delimitado por cuerdas, que salía a la derecha, y seguimos descendiendo por las escaleras. Un brusco giro a la derecha nos posicionó directamente en la entrada del cañón. Cuatro días después de terminar el estado de alarma y el confinamiento estábamos solos allí, dispuestos a disfrutar de lo que prometía ser una improvisada aventurilla.




Enseguida nos encontramos entre paredes altas, que se retorcían en la zona superior como si se buscaran unas a otras, dejando filtrarse apenas unos rayos del sol de mediodía. Si hubiésemos ido a otra hora, no creo que dentro hubiese reinado la oscuridad pero sí la penumbra. Aunque puedo asegurarlo, no me parece que sea necesario llevar linterna salvo en días muy oscuros o ya cerca del anochecer.




El haz de luz natural reverberaba en las paredes, incidiendo en los colores naturales de las rocas y los fósiles. Entonces nos acordamos del panel informativo: antiguos arrecifes de coral...




Lo cierto es que vimos toda la gama de colores (verdes, marrones, amarillos, rosas, naranjas...) y de formas (arrugadas, alargadas, redondeadas, horadadas...), muchas colonizadas por el musgo, e incluso alguna estalactita perdida por allí. Recuerdo que se trata de luz natural, no de lámparas artificiales dirigidas como en muchas cuevas.





El cañón parecía retorcerse en espirales, como una escalera de caracol, pero el suelo estaba seco y el terreno no parecía ser problemático. En ese momento llegaron tres chavales y nos adelantaron muy decididos. Dos minutos después aparecieron de regreso, contándonos que el camino estaba cortado por el agua. Se dieron la vuelta y no les volvimos a ver. Ni a ellos ni a nadie más.


Casi nos resignamos a tener que hacer lo propio una vez llegásemos hasta el agua. Sin embargo, cuando vimos el panorama nos pareció que podíamos pasar. Había como cuarenta centímetros de agua, pero no era un sitio plano sino entre rocas, algunas resbaladizas por el abundante musgo y con las que había que tener cuidado; pero localizamos unos cuantos puntos de apoyo, nos descalzamos y seguimos adelante.




Y así tres o cuatro veces, con el cañón ofreciéndonos panoramas cada vez más llamativos. Incluso vimos sobre nuestras cabezas un puente peatonal que, deducimos, sería el que nos encontraríamos en algún momento al salir para ver el estrecho desde arriba, ya en el exterior.



Ni que decir tiene que este lugar puede resultar peligroso tras una tormenta o de lluvias importantes porque el agua podría arrastrar todo lo que se encuentre a su paso. De modo que hay que ser prudente y no tentar a la suerte si las condiciones meteorológicas son adversas.


El último obstáculo fue de nuevo una acumulación de agua sobre el cual se elevaba un talud de piedra que había que superar casi trepando. Unos cien metros después de este obstáculo se alcanza el extremo opuesto del túnel natural, donde volvió a aparecer un buen charco de agua con avispero incluido en la orilla.


La salida del desfiladero enlazaba allí con el sendero que nos condujo por la parte superior del cañón (y que provenía del que habíamos dejado de lado al principio), vislumbrando la hendidura, aunque poco permitían ver las paredes casi pegadas. Poco después pasamos por el puente que habíamos visto desde el interior.





Desde luego nada que ver lo espectacular del recorrido de abajo comparado con el de arriba, si bien el paisaje no desmerecía. Tras caminar unos centenares de metros aparecimos por el lado opuesto del aparcamiento donde habíamos dejado el coche e iniciado la ruta, con lo cual completamos un recorrido circular de unos tres kilómetros en el que tardamos algo más de una hora por las continuas paradas para hacer fotos, descalzarnos y calzarnos para cruzar los charcos.


En resumen, una ruta muy cortita pero bastante atractiva, sobre todo si se hace prácticamente en solitario como fue nuestro caso. En cualquier caso, los colores de las rocas son sorprendentes, un aliciente más del recorrido por este pequeño pero espectacular desfiladero

