Esta ruta se nos había quedado pendiente en nuestro anterior viaje a Navarra y decidimos hacerla en esta ocasión ya que, camino a Roncesvalles desde el Valle de Hecho (Huesca) teníamos que pasar por la población de Isaba, cerca de la cual se inicia este sendero, denominado SL-NA-79.
Situación de Isaba en el mapa peninsular según Google Maps.
Ruta en coche desde Isaba a la Cueva del Ibón y a las proximidades de la Cascada de Belabarze.
Por imperativos de nuestro viaje de dos semanas por tierras pirenaicas, lamentablemente la realización de esta ruta nos coincidió en un sábado y sin posibilidad de cambiarlo, lo cual nos obligó a renunciar a comer en un sitio que nos dejó muy buen recuerdo, el Hostal Lola, donde estuvimos alojados hace tiempo. Fuimos a reservar en cuanto llegamos a Isaba, pero como era de esperar ya estaba completo. Una pena. Otro de los inconvenientes del fin de semana fue encontrarnos con más gente de lo que nos hubiera gustado, aunque no tanto a lo largo de la caminata como en uno de sus puntos culminantes, la cascada de Belabarze. Pero eso lo cuento más adelante.
Hay varias formas de realizar esta ruta, mejor dicho, de visitar sus destinos principales, la Cueva del Ibón (se puede dejar el coche a treinta metros) y, sobre todo, la cascada de Belabarze, a la que se puede llegar caminando un kilómetro desde el aparcamiento, si bien no hay manera de evitar una señora cuesta. Nosotros hicimos el sendero completo, cuyos datos son los siguientes.
Datos de la ruta.
Longitud: 5,3 kilómetros. Duración: en torno a dos horas. Desnivel: 280 metros. Tipo de recorrido: circular. Dificultad: fácil, aunque hay zonas de mucha pendiente y, si ha llovido o nevado, puede haber bastante barro y estar resbaladizo. No hay que olvidar que la ruta transcurre por un barranco y puede resultar peligroso.
Panel informativo del sendero.
Nuestro recorrido.
Como la ruta es circular, puede iniciarse desde varios puntos, en los que existen aparcamientos habilitados. Nosotros escogimos el que se encuentra más cerca de Isaba, muy cerca de uno de los puentes románicos que se contemplan en el recorrido, y adonde llegamos por la N-137 tras recorrer unos dos kilómetros en dirección a Francia. Tras dejar el coche, retrocedimos hasta el primer puente románico que veríamos y allí comenzamos la ruta siguiendo los indicadores. Aunque teníamos la Cueva del Ibón solo a 700 metros, preferimos seguir el sentido lógico de la ruta teniendo en cuenta dónde estábamos, con lo cual quedó para el final.
En principio, seguimos paralelos al río Belagua, en medio de una vegetación de ribera que le daba mucho encanto al paisaje, pero el sendero no tardó en dirigirse a la derecha, internándose en el bosque y picando continuamente hacia arriba.
Llegamos a una zona en la que la pendiente se hizo sumamente acusada, aunque por fortuna el suelo estaba seco. Nos cruzamos con seis o siete senderistas que bajaban, haciendo el camino inverso. Lo cierto es que, pese a que íbamos casi con la lengua fuera, no nos dieron mucha envidia porque con aquel desnivel, la bajada no debía resultar nada cómoda. Menos mal que teníamos sombra y que la subida apenas duró media hora.
Al fin llegamos a unos prados, que nosotros pensábamos que constituían el punto más alto del itinerario, con lo cual lo que nos quedaba a continuación sería todo llano o de descenso, aunque luego no fue del todo así.
Durante un rato caminamos cómodamente, por un sendero fácil y sin desnivel, con el único inconveniente del sol que nos daba de lleno. Sin embargo, esa molestia terminó pronto, pues no tardamos en recibir la protección que nos brindaban las ramas de árboles y arbustos que iban formando un toldo sobre nuestras cabezas.
La vegetación se hizo más frondosa y verde, y según nos acercábamos al río notábamos el frescor que proporcionaba la sombra y el agua y contemplábamos estampas más bucólicas y bonitas, de las que suelen aportar tintes mágicos a los bosques.
Además, nos cruzábamos con poca gente y podíamos ir la mayor parte del tiempo sin mascarilla, con el consiguiente alivio. Para mí, sin duda, fue lo mejor de la ruta.
Hasta que el aumento de personas a nuestro alrededor nos indicó mejor que los carteles la proximidad de la cascada de Belabarze. Y es que, de repente, estábamos rodeados de gente. Naturalmente, tocó ponerse la mascarilla, aunque no todo el mundo la llevaba ni mucho menos.
La cascada puede contemplarse de cerca desde unas pasarelas de madera instaladas a modo de mirador. El agua se desliza por las rocas y cae a una poza. El espacio es reducido y dados los tiempos que corren había más gente bañándose allí de lo que sería conveniente. Pienso que, quizás, al tratarse de un lugar muy pintoresco y concurrido no debería permitirse el baño. Claro que, según mi experiencia, eso tampoco detendría a muchos de darse un chapuzón. Lo cierto es que no nos gustó mucho el tema; así que fuimos hasta la pasarela, echamos un vistazo, saqué algunas fotos (poco vistosas) intentando evitar las cabezas y nos marchamos enseguida.
Cuando dejamos la cascada atrás, volvimos al sendero principal, que empezó a subir y a subir, con una pendiente acusada. En ese tramo nos cruzamos con mucha gente que bajaba, sin duda buscando la cascada. La explicación la encontramos unos 500 metros más adelante, cuando salimos directamente a la carretera, en cuyo arcén vimos un aparcamiento para dejar los coches de quienes quieren visitar la cascada recorriendo la menor distancia posible. Por eso nos habíamos cruzado apenas con nadie por el otro lado y con tanta gente en la cascada, a la que desde allí es posible llegar en un itinerario de ida y vuelta de un kilómetro, aproximadamente. En cualquier caso, ese kilómetro tiene su miga. Así que mejor olvidarse de las sandalias (vimos gente incluso en chanclas) y llevar calzado adecuado, sobre todo si ha llovido.
Caminamos unos metros por la carretera y, tras un minuto de desconcierto por la falta de señalización, junto a unos troncos apilados localizamos el sendero que volvía a internarse en el bosque. Aquí hay que ir con cuidado para no pasarlo por alto, ya que, desde luego, es mejor y más seguro caminar por el bosque que por la carretera.
A continuación, llegó quizás lo menos entretenido de la ruta, con un descenso prolongado a través del bosque, hasta que, completando el círculo, volvimos a divisar el río y, más allá, la carretera.
Pero antes de acabar nos quedaba desviarnos hasta la Cueva del Ibón, que apareció enseguida. Tras unos cuantos metros, entre la vegetación distinguimos la boca, a la que se puede acceder sin ningún problema. Eso sí, dentro no hay luz, con lo cual viene bien llevar una pequeña linterna o utilizar la del teléfono móvil. Dentro no había nada más que piedras, ni una gota de agua, pero estuvo chulo visitarla.
Hay que tener en cuenta que esta cueva actúa como una especie de desagüe, que recoge el agua que se filtra por la montaña y la expulsa por la entrada, a borbotones incluso si ha llovido mucho. Por eso no se recomienda hacer esta ruta con condiciones meteorológicas adversas.
Para concluir el recorrido, vimos el segundo puente románico, casi engullido por la vegetación, aunque se puede pasar por él sin problemas. A continuación, buscamos un sitio junto al río para tomarnos nuestro bocata. Hubiésemos preferido terminar la ruta almorzando en el Hostal Lola. Una lástima. Otra vez será. Porque volver, volveremos.
Para concluir nuestra excursión por la zona, seguimos unos kilómetros por la carretera N-137 que lleva a Francia, parando a tomar unas fotos en el Mirador de Larra-Belagua, que nos dejó un buen recuerdo en nuestro viaje anterior. Un estupendo fin de jornada antes de dirigirnos a nuestro alojamiento en Roncesvalles.
Vistas hacia el Valle del Roncal.
Al otro lado de este valle está el de Hecho, donde habíamos estado los días anteriores.