El Parque Natural del Alto Tajo comprende más de 100.000 hectáreas de terreno protegido en 44 municipios de las provincias de Cuenca y Guadalajara, en las cuales el río Tajo ha labrado un fascinante paisaje en el que entre pinares, sabinas y bosques de ribera aparecen cañones, hoces fluviales y laderas con pintorescas formas de cuchillos, agujas y monolitos en rocas calizas y areniscas rojas. En cuanto a la fauna, destacan reptiles, anfibios y peces, que cuenta con siete especies autóctonas. Mención aparte merecen las aves rapaces como el águila real, el halcón peregrino, el alimoche, el buitre leonado y el búho real; también es uno de últimos refugios de una especie amenazada, el águila perdicera.
Situación en el mapa peninsular según Google Maps.
Entre las numerosas rutas de senderismo que se pueden hacer en este Parque Natural, para una mañana de transición en un viaje desde Cuenca al Balneario de Jaraba, que después nos llevaría a los Pirineos, nos decantamos por la que lleva hasta el Salto de Poveda, cuyas fotografías me habían llamado mucho la atención.
Para llegar al inicio de esta ruta la primera referencia es la localidad de Molina de Aragón, y una vez allí hay que tomar la carretera CM-210, en dirección a Taravilla y Poveda de la Sierra. A unos 35 kilómetros, entre ambas poblaciones y poco después de pasar Taravilla, a la izquierda sale una pista de tierra que en poco más de un cuarto de hora y seis kilómetros nos llevará a través del bosque hasta la Laguna de Taravilla, donde hay un aparcamiento y un panel informativo. La pista es estrecha, virada y tiene muchos baches, pero es apta para turismos -de hecho circulan bastantes por ella-, siempre que se conduzca despacio y con la debida precaución, naturalmente. En mi opinión, compensa porque de lo contrario habría que hacer doce kilómetros más a pie.
Itinerario sugerido por Google Maps desde Madrid y Guadalajara, vía Molína de Aragón.
Ubicación de la pista en la carretera CL-210 entre Taravilla y Poveda de la Sierra.
Ya en la pista, seguimos contemplando los paisajes que habíamos empezado a ver desde la carretera, en los que destacaban los imponentes roquedales perfilados por unos extensos pinares que contrastaban con un cielo intensamente azul. Tras un cuarto de hora de traqueteo, divisamos a la izquierda la laguna con su mirador principal en alto y, a la derecha, entre la espesa vegetación, creímos distinguir un pequeño retazo de lo que parecía ser una cascada (el Salto de Poveda, probablemente) y el indicador de un sendero. Sin embargo, era complicado estacionar en aquel sitio, así que continuamos unas docenas de metros hasta encontrar el aparcamiento.
Una vez allí, echamos un vistazo al panel informativo de la ruta y nos dispusimos a iniciarla. El lugar estaba bastante concurrido, aunque no tanto como probablemente lo estaría otros años en pleno mes de julio sin pandemia. Hacía calor y nos dimos cuenta de que varios excursionistas con bolsas de playa, bañador y toallas se preparaban para bajar al río a bañarse. Pero eso lo cuento después.
Datos de la ruta.
Longitud: 6 kilómetros. Duración: 2 horas. Sentido: Circular. Desnivel: 100 metros. Dificultad: baja.
Nuestro recorrido.
Al ser circular, el recorrido se puede hacer en ambos sentidos. Normalmente, se realiza en sentido contrario al de las agujas del reloj, pero nosotros lo hicimos a la inversa. Al final, nos pareció que da más o menos lo mismo. El aparcamiento se encuentra a la altura del agua de la laguna de Taravilla, en la cual no se permite el baño, y frente al panel informativo vimos un corto sendero que da paso a un mirador, desde el que se contempla una parte de la laguna.
La continuación de la pista que habíamos traído con el coche nos llevó en un par de minutos a un desvío a la derecha, señalizado por un indicador con la leyenda “Salto de Poveda”, y que se adentra en el bosque. Lo tomamos y, en un prolongado descenso, una pista más estrecha que la anterior y a la que no pueden acceder coches no autorizados nos condujo en pocos minutos a una zona recreativa que se encuentra en las mismas orillas del río Tajo. Había una decena de personas bañándose en las pozas, que tenían un maravilloso tono verde esmeralda.
Inicio (o fin) del sendero.
El color de las aguas del Tajo era precioso.
Tras echar un vistazo y sacar algunas fotos, nos dispusimos a cruzar el río por un llamativo puente metálico, en el que se señala que hay que pasar a pie en fila de a uno y no más de veinte personas al mismo tiempo. Desde la pasarela, nos resultó fantástica la imagen del río, tanto aguas arriba como aguas abajo.
Un ratito después, seguimos por un sendero que nos llevó cuesta arriba por el bosque de ribera, donde pudimos disfrutar de una gran variedad de árboles como tilos, chopos, fresnos y olmos de montaña. El día era caluroso, pero se notaba el frescor que proporcionaba la sombra de la frondosa vegetación. Y a nuestra derecha podíamos divisar la fantástica línea esmeralda que dibujaba el curso del río. ¡Qué bonito color!
Aunque suavemente, el sendero no dejaba de ascender y nos adentró más en el bosque, un denso pinar formado por diversas variedades de pino, especialmente laricio y silvestre, si bien tampoco faltaban especies como quejigos, mostajos o avellanos. Cuando las copas lo permitían, podíamos apreciar las caprichosas formas que adoptaban los grandes roquedales que se abrían frente a nosotros.
Al fin, llegamos a un lugar llamado “Casas del Salto”, las antiguas instalaciones del salto hidroeléctrico convertidas actualmente en un núcleo de turismo rural, con casitas de alquiler y un bar-restaurante. Estaba abierto, pero supongo que habrá conocido épocas mejores de ocupación. Se notaban los efectos de la pandemia. El restaurante estaba abierto, así que aprovechamos y nos sentamos a comer en una rústica terraza exterior, a la sombra de los árboles. A pocos metros, encontramos un sendero que se asoma al río, el cual vimos y, sobre todo, oímos, pues el agua caía con gran estrépito. Habíamos llegado al Salto de Poveda, aunque en la orilla opuesta del salto principal, ya que hay otras dos o tres chorreras más pequeñas. En el camino que baja hasta el Tajo hay barandillas de madera para facilitar el acceso, bastante empinado y pedregoso, pero sin ningún peligro si se va cuidado.
También existe un mirador que proporciona buenas panorámicas a los menos atrevidos y un panel informativo que nos cuenta la historia del fallido salto y del Embalse de las Chorreras, que en 1947 trató de aprovechar una cascada natural de 30 metros de altura formada por el Tajo tras haber cambiado su curso al abandonar un meandro en el pasado como consecuencia de la diferente resistencia de las rocas y la presencia de fallas. En el muro de contención aparecieron filtraciones y la estación hidroeléctrica nunca llegó a funcionar. Al final, el orgulloso Tajo terminó imponiéndose a los designios humanos y no permitió ser doblegado. Actualmente, el musgo que crece en las fisuras del muro contribuye a refrendar la belleza del panorama.
Las mejores estampas se obtienen más abajo, llegando hasta la presa rota, desde donde las vistas son espléndidas. Aquí sí que hay que tener precaución para evitar caídas, pues está alto y el agua se desliza con mucha fuerza. Nos quedamos boquiabiertos por la belleza del sitio: entre pinos, la cascada bajaba bien colmada y derramaba sus aguas sobre una preciosa poza de color verde cristalino.
Si se quiere cruzar por aquí para ver la cascada desde la orilla por la que cae, habrá que vadear el río, ya que una parte del muro de la vieja presa se derrumbó y no hay puente. En cualquier caso, no íbamos a necesitar mojarnos, puesto que llegaríamos allí más tarde, siguiendo sendero adelante.
Tras un buen rato de deleitarnos con el panorama, que incluía no solo el espectáculo fluvial sino también las caprichosas formas propiciadas por la roca caliza, incluyendo varias cuevas, algunas enormes, seguimos un tramo de pista (hasta aquí también se puede llegar en coche) hasta recuperar el sendero y alcanzar una pasarela de pescadores que nos permitió cruzar el río de forma cómoda y segura.
Nos detuvimos un rato en el puente, contemplando las aguas del Tajo y su ribera. En estos lugares era donde, antaño, los gancheros hacían la primera parada desde Peralejos para descansar y embalsar la madera que transportaban río abajo.
Ya en la otra orilla, proseguimos hacia la derecha por un sendero señalizado que nos condujo a las llamadas praderas del espinar. En este tramo hay varios carteles explicativos de los fenómenos geológicos acaecidos en el terreno que estábamos pisando, como el origen de un meandro o de un pliegue rocoso, cuyo ejemplo espectacular teníamos justo enfrente.
Nuevamente en el pinar, llegamos hasta el mirador oficial del Salto de Poveda, que cuenta con una barandilla de madera. Quizás no sea el sitio desde el que más cerca se contempla, pero sí nos permitió verlo en su conjunto, entre los árboles y sobre las rocas, precipitando sus espumosas aguas blancas agua sobre las transparentes pozas. Lo cierto es que enmarcada por la brillante vegetación la cascada parecía fuera de contexto y más propia de una selva que del tópico que se tiene en mente de las tierras castellanas. A ver, sin saberlo o haber estado antes, al mirar estas fotos, ¿cuántos adivinarían al primer vistazo que se han tomado en la provincia de Guadalajara?
Un poco más adelante, llegamos a la caída misma, frente por frente del lugar donde la habíamos contemplado con anterioridad. Con cuidado, nos pudimos asomar al vacío, escuchando el estridente sonido del agua. Todo un espectáculo. Y estábamos a mitad de julio. Me pregunto cómo será este lugar en época de lluvias abundantes.
El sendero continuó después en continuo ascenso, hacia una ladera que sale a la pista principal. Esta parte fue la más incómoda porque hay tramos de una gran pendiente rodeada de matorral, entre encinas, quejigos y bog, en contraste con la otra orilla: proveníamos de la umbría y estábamos en la solana. De todas formas, no es muy largo y hay cuerdas para sujetarse que también ayudan que a subir, o a bajar si se atiende al sentido recomendado de la ruta, que nosotros hicimos al revés.
Inicio o final de la ruta circular.
Ya en la pista principal, nos encontramos con el mirador de la Laguna de Taravilla, también denominada La Parra, un embalse natural formado por cúmulos tobáceos de origen calizo depositados por el arroyo que lo nutre. Otra bonita estampa, la última de esta preciosa ruta.
Si no se quiere recorrer el sendero, la mayor parte de los puntos más interesantes de la ruta son accesibles con un pequeño paseo, pues se puede llegar a sus proximidades en coche a través de la pista de tierra que ya he mencionado y la vista de la cascada bien merece el traqueteo. Sin embargo, recomiendo la caminata completa, sobre todo los tramos que van cerca del río, cuyos colores en un día claro y soleado se tornan espectaculares.