Las segundas vacaciones de verano en pandemia se presentaban casi tan complicadas como las del año anterior, sobre todo por el aumento de contagios a partir de julio y porque nos caían en la primera quincena de agosto, la peor de todas por todo, al menos a mi modo de ver: mayor precio, mucho calor y aglomeraciones. Descartados nuevamente los viajes en avión, teníamos claro que preferíamos algún lugar del norte para evitar en lo posible las altas temperaturas, pero a ser posible sin lluvias al acecho ni cielo gris, y con posibilidad de hacer muchas rutas de senderismo. A finales de abril empecé a consultar destinos, de los que pronto eliminé la cornisa cantábrica, pues pocos veranos atrás habíamos ido a Cantabria y el País Vasco, y en Asturias y Galicia, además de que se preveía un aluvión de gente, estaba todo muy caro y ya habíamos estado también varias veces. Quedaban, por lo tanto, los Pirineos, y ya que el año pasado estuvimos en los de Navarra y Aragón, apostamos en esta ocasión por los catalanes.
En los años noventa ya pasamos una semana en el Valle de Arán, que nos gustó mucho, así que decidimos regresar, añadiendo un pequeño recorrido por la Cerdanya y una breve incursión en Francia. Al principio, figuraba también en el itinerario la Garrotxa, pero tuvimos que desistir in-extremis por razones que contaré al final.
Y, tras algunos trasteos en las reservas de los hoteles, siempre con el temor de anulaciones o cambios por las restricciones que nuevamente se pudieran imponer o el incremento de contagios, las cosas quedaron definitivamente así: cuatro noches en Vielha, dos noches en Bellver de Cerdanya, tres noches en Llivia, una noche en Queralbs y una noche en Tarragona, que fue una parada incluida de improviso, a última hora.
ITINERARIO.
Situación del recorrido que hicimos en el mapa peninsular según Google Maps.
Dejando aparte los viajes de ida y vuelta, en principio la ruta vacacional de destinos donde pernoctamos suponía unos 450 kilómetros. Naturalmente, fueron muchos más teniendo en cuenta lo que luego nos movimos. Pero eso lo contaré con todos los detalles en las siguientes etapas.
En vez del domingo 1, preferimos perder un día de vacaciones y salir el lunes 2, con la intención de eludir los desplazamientos masivos previstos para el fin de semana, que coincidía con el inicio de las vacaciones de agosto. Y acertamos, ya que encontramos poco movimiento en la carretera. Desde Madrid a Vielha hay 565 kilómetros, poco más de seis horas en el coche. No me gustan los viajes tan largos de una tacada y procuro evitarlos, pero esta vez no nos interesaba añadir destinos intermedios, de modo que… adelante. Por suerte, el trayecto no nos resultó demasiado pesado: ayudó bastante el escaso tráfico, la comodidad de los muchos kilómetros de autovía y la parada para almorzar. En esta ocasión, nos detuvimos a la salida de Zaragoza. Buscando otro restaurante que no conseguimos localizar, tras dejar la A-2 y meternos en la N-330, carretera de Huesca –que es autovía-, entramos en una zona de servicios situada frente a la Academia Militar, en el restaurante-cafetería La Torre-Pirineos. No teníamos ninguna referencia, pero en un viaje así nuestra única pretensión es tomar un menú del día ligero y decente, y que nos atiendan rápido. Afortunadamente, así fue y, pese a que había bastante gente en el comedor interior, se guardaban las distancias de seguridad aceptablemente. Por lo demás, fui haciendo algunas fotos por el camino, de las que he seleccionado algunas, aunque sin saber muy bien dónde las tomé.
A la altura de Huesca, tomamos la N-240 y la A-22 en dirección a Lleida. A la altura de Barbastro, seguimos por la N-123 hasta Graus y, posteriormente, surcamos la A-1605 y la N-230, que conduce hasta Vielha. Ningún problema dejándonos guiar por el navegador del coche. Aunque ya los conocíamos de otros viajes, a partir de Graus, pasamos por bonitos paisajes, incluyendo también la travesía de La Seo de Urgel, lo que convirtió el trayecto en más entretenido.
Poco antes de llegar a Vielha, vimos a nuestra derecha el edificio del Parador, que se encuentra en un alto, con unas vistas estupendas del valle, aunque un tanto alejado del centro del pueblo, lo que requiere coche para desplazarse a cualquier sitio. El año pasado hice una reserva allí que luego tuve que anular. Este verano, en agosto, los precios me parecieron exageradamente altos y lo descarté.
Y, antes de las seis de la tarde, llegamos a Vielha.