El castillo de Bran. ✏️ Diarios de Viajes de Rumania

A causa de un importante atasco de tráfico –qué raro-, nos costó un buen rato recorrer los escasos 25 kilómetros que separan la ciudad de Brasov de este popular castillo, catalogado como monumento nacional y que se ha convertido en uno de los lugares más visitados de Rumanía por haber sido, supuestamente, el hogar del Conde Drácula, el famoso personaje de la novela del escritor irlandés Bram Stoker, quien, dicho sea de paso, nunca visitó Transilvania.

Las imágenes de los reyes medievales reciben a los visitantes.

Sin embargo, Vlad Tepes o Vlad el Empalador, en quien se basa el relato, nunca residió en este castillo, donde, si acaso, pasó unas pocas noches, quizás encarcelado. Así que dejaremos su historia para otro escenario realmente más afín con él.

Nada más llegar, nos topamos con el gentío arremolinado en torno a la entrada, en cuyos alrededores se sitúan numerosos tenderetes que venden de todo a los turistas, tanto productos típicos (quesos, dulces, etc) como los referidos especialmente a Drácula, claro está; incluso divisamos un pasaje del terror de dudoso gusto. Emplazado en una zona fronteriza entre Valaquia y Transilvania, el castillo se encuentra encaramado en lo alto de una roca de unos 200 metros de altura y fue construido en torno al siglo XIII. Así que hay que subir una buena cuesta y bastantes escaleras.

Tras la I Guerra Mundial, cuando Transilvania pasó a integrarse en el reino de Rumanía, el castillo fue cedido a la reina María, que realizó profundas transformaciones para convertirlo en su residencia de verano, aunque el edificio nunca perdió del todo su impronta medieval. Actualmente, se ha convertido en museo y recurso turístico de primer orden, explotado conjuntamente por los herederos legales de los antiguos monarcas y por el Estado rumano.

Pese a la idea de no utilizarlo como parque temático sobre Drácula, lo cierto es que la mayor parte de los visitantes acuden atraídos por el mítico personaje, y en su interior hay un par de salas configuradas a modo de escenas “aterradoras", en una incluso aparece una especie de fantasma o espíritu.

Por lo demás, aunque no me pareció ninguna maravilla, el castillo tiene su gracia y despide un tufillo más romanticón que terrorífico.

Durante la visita, se recorren una buena muestra de sus 60 estancias, algunas de las cuales fueron decoradas por la propia reina María, destacando las pinturas de algunas puertas.

Hay muebles de época (la mayoría no originales), vestimentas medievales, armas y armaduras, y se surcan corredores blancos y oscuras escaleras en una recreación casi más neogótica que medieval, con terrazas que se asoman a un patio central donde se vislumbra un seductor pozo y varias torres coronadas por rojas caperuzas: el escenario perfecto para tomar unas fotos de recuerdo muy resultonas, sobre todo si se consigue esquivar a la multitud de personas que aparecerán de fondo. Bueno, con mucha suerte y tino, tal vez no.

En la parte exterior hay un parque desde el que se pueden obtener bonitas perspectivas del castillo, incluso reflejado en el agua; y el paisaje es de postal, como en casi toda Rumanía.

De regreso hacia Brasov, además de unos campos verdes, coronados por un grupo de seductores picachos, desde la carretera pudimos contemplar las atractivas ruinas de la ciudadela de Rasnov, aposentada en lo alto de un cerro. Según nos comentaron, no se puede visitar porque se están realizando obras.