Aparte de la capital, otro de los lugares imprescindibles que visitar en Lituania es Trakai, una pequeña localidad situada a unos 30 kilómetros de Vilnius, rodeada de lagos y con un encantador castillo medieval construido en una isla.
La población de Trakai fue fundada en 1341. Para evitar el ataque de los cruzados, Gediminas ordenó la construcción de una fortaleza en el borde de una península. Ya en el siglo XIV, el duque Vitautas el Grande decidió erigir otro castillo en una de las 21 islas del lago Galvé, más robusto e inaccesible y que jamás fue conquistado. Artesanos y comerciantes tártaros y alemanes se instalaron en sus alrededores, mientras fueron soldados caraítas los encargados de la protección de los duques y la defensa de los puentes que comunicaban con la isla. Así, Trakai se convirtió en un importante punto administrativo y comercial, que, sin embargo, perdió importancia durante el siglo XVI, cuando se estableció una ruta directa para comunicar Kaunas con Vilnius, olvidando a Trakai. Los castillos de Trakai se fueron abandonando, aunque el de la isla se utilizó un tiempo como cárcel. En el siglo XVII, con ocasión de la guerra con Suecia, la ciudad y los dos castillos quedaron destruidos. El de la isla se restauró en la segunda mitad del siglo XX. El otro aún permanece casi en ruinas.
En la Trakai actual se pueden ver casas de madera pintadas de colores, con jardines repletos de flores. También cuenta con un museo que recuerda al pueblo caraíta, su historia y sus costumbres.
Para acceder al castillo hay que pasar por dos pasarelas peatonales de madera, con la isla de Karviné a medio camino, en cuyo parque hay varias esculturas de reyes medievales. Hacía un día estupendo y mucha gente deambulaba en torno al lago, montando en barcas, paseando por los jardines y los muelles, tomando algo en las terrazas o curioseando en la multitud de puestos de recuerdos y artesanía que ofrecen sus productos a los turistas. Desde cualquier rincón se obtienen bonitas perspectivas del castillo, con sus torres coloradas reflejándose en el agua.
El recinto del castillo es ladrillo rojo sobre bases de piedra de cuatro metros de altura, lo que le hacía inexpugnable. El estilo gótico y las caperuzas de las torres refuerzan la recreación visual de su carácter medieval. Tan bonito que inevitablemente trae a la memoria los cuentos de caballeros, princesas y encantamientos de la infancia. De todas formas, no sé, me lo esperaba de otra forma, lo que no significa que no me gustase, que me gustó y mucho.
Al cruzar las puertas, se accede a un patio de armas, que ofrece una buena perspectiva general, donde se exhiben jaulas y otros objetos de tortura de la Edad Media. También allí, en un edificio separado, se pueden ver las antiguas residencias para soldados.
Ya en el interior del Palacio Ducal, separado del resto por un foso que se inundaba, aparece un impresionante patio de tres niveles, culminado por la Torre del Homenaje, de 30 metros de altura.
Varias galerías y escaleras de madera dan paso a las diferentes estancias, en las cuales se visita el museo de historia del castillo, que reúne monedas, manuscritos, cerámica y otros objetos hallados durante las excavaciones, así como una exposición dedicada a la restauración del castillo y los materiales empleados para otorgarle el mayor parecido posible a las construcciones originales.
En la planta baja se situaban los almacenes y las cocinas, el primer piso estaba destinado a los sirvientes y el segundo era la zona noble, desde donde se contempla el lago y el patio de armas por donde habíamos entrado. También pasamos por el Salón del Trono, las cocinas y la Capilla, situada en la planta baja de la Torre del Homenaje.
Al final, solo queda salir y rodear el recinto por el exterior, contemplando las diferentes perspectivas de la construcción y el bonito panorama que ofrece el lago con sus islas.
Conclusión: un lugar casi idílico, sobre todo en un día con tanto sol y tan buena temperatura como el que nosotros tuvimos durante nuestra visita. Totalmente recomendable.