Después de pasar la noche anterior y parte de esa mañana en Écija -relato en otra etapa de este diario-, para comenzar la ruta por Grazalema y los pueblos blancos gaditanos que habíamos preparado y que más tarde tendríamos que cambiar por la lluvia, nuestra primera etapa fue la localidad de Olvera, parada que aprovechamos también para almorzar.
Situación de Olvera en el mapa peninsular según una captura de GoogleMaps.


Como nos imaginábamos que aparcar en el centro sería complicado, dejamos el coche a la entrada, en la Avenida Julián Besteiro, cerca del Parque Entrecaminos, donde vimos huecos libres y varios restaurantes. Nos decidimos por el Bar Restaurante El Puerto, donde tomamos sopas de ajo, secreto ibérico, calamar a la plancha y, de postre, profiteroles. La comida estaba buena y nos atendieron muy bien. No recuerdo lo que nos cobraron, así que debió de parecernos correcto.

Cuando terminamos, empezamos nuestra visita. Teníamos dos kilómetros de caminata hasta el Castillo (unos veinte minutos), nuestra meta final y, después de sopesarlo, decidimos ir a pie, sin arriesgarnos a llevar el coche y, luego, no saber qué hacer con él.

Empezamos subiendo una cuesta para después tener que bajar otra mayor y divisar, casi con desesperación, lo que íbamos buscando, allá arriba, en todo lo alto. Y con plazas de aparcamiento libres a nuestro alrededor. En fin, como no era cuestión de retroceder, a lo hecho, pecho. Por lo menos, la pinta de lo que nos aguardaba era estupenda: un pueblo de casas blancas, coronadas por una iglesia enorme y un castillo de aspecto imponente en lo alto de un cerro.

Como suelo hacer, llevaba anotado lo más importante que ver durante nuestra visita. No obstante, tampoco pasa nada, incluso si la Oficina de Turismo no está abierta, ya que en las calles hay varios paneles informativos, en los que se señalan los lugares que no hay que perderse: el Barrio de la Villa, el Castillo Árabe, la Cilla, la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Encarnación, el Ayuntamiento, la Plaza de Andalucía, la Vía Verde de la Sierra y la Ermita de los Remedios. Nos dio tiempo a verlo casi todo en unas tres horas, sin contar el tiempo del almuerzo. Nos faltó la Vía Verde, ya que no íbamos con intención de hacer rutas de senderismo allí, si bien pudimos divisar los paisajes desde varios miradores y la carretera.

Situada a 653 metros de altitud sobre el nivel del mar, Olvera es una localidad de raíces árabes, situada en la comarca de la Sierra de Cádiz, en una encrucijada de caminos entre las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga. No existen datos concretos sobre su origen, aunque se han apuntado asentamientos celtas, romanos y visigodos sin pruebas concluyentes. En tiempos de la ocupación musulmana, fue objeto de frecuentes disputas entre árabes y cristianos por su posición fronteriza entre los reinos de Castilla y de Granada.

Finalmente, formando parte de la campaña cristiana para ganar terreno hacia Gibraltar y evitar así la entrada en la península de refuerzos de tropas árabes, el Rey Alfonso XI ocupó el pueblo en 1327, dándole el nombre de Olvera por el mar de olivos que había a su alrededor. Después de diversas vicisitudes e intentos por parte de los musulmanes para recuperar la posición, en 1485, tras la conquista de Ronda por los Reyes Católicos, el lugar perdió importancia estratégica. En 1562, Pedro Téllez Girón, cuyos antepasados habían comprado Olvera en 1460, se convirtió en el primer Duque de Osuna, cuya familia dominaría la villa hasta 1843. En 1887, el rey Alfonso II le concedió el título de ciudad.

Su población actual ronda los 8.000 habitantes y su economía se basa fundamentalmente en la agricultura, la ganadería, las cooperativas agrícolas (quesos, pastelería, aves, charcutería…), las fábricas textiles y de hormigón; sin olvidar el turismo. Olvera fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1983. Dista 130 kilómetros de Cádiz capital.

Cuando terminamos de bajar la susodicha cuesta, llegamos a la Plaza de la Concordia, que tiene una fuente. De allí, parten hacia arriba dos calles. Escogimos la de la derecha, que resultó ser la Calle del Calvario, que confluye después en la Calle de la Victoria. En fin, todito sube que te sube hacia arriba. Menos mal que las casas proporcionan sombra y, además, forman un enclave típico andaluz, muy atractivo, con sus fachadas blancas, sus rejas negras y engalanadas con banderines (no sé si lo tienen así siempre o había alguna fiesta). Cuando aparecieron los zócalos amarillos en puertas y balcones, el entorno todavía se hizo más bonito, lo que nos ayudó a olvidarnos un poco de lo empinado que estaba aquello.



Tras pasar la moderna (mediados del siglo XX) pero pintoresca Iglesia de la Victoria con sus zócalos rojos, llegamos la Calle Llana, hasta desembocar en la Calle Calzada, desde donde, a la izquierda, se accede a la Plaza del Ayuntamiento, en la que se encuentra la Casa Consistorial y unas cuantas terrazas de bares y restaurantes, bastante concurridas a la hora del café.

Y todavía quedaba subir una “simpática” escalinata, muy bonita, eso sí, con sus macetas de flores colgadas en la paredes blancas, al final de la cual aparece la enorme estampa de la Iglesia Parroquial.


Ya en la Plaza de la Iglesia hay un extraordinario balcón panorámico sobre el caserío y las tierras de alrededor. Un sitio estupendo para descansar un rato y hacer fotos en todas direcciones, incluso la típica de recuerdo, con el letrero de Olvera de fondo.


El Castillo.
Mirando hacia el pueblo, a nuestra izquierda se erguía imponente la torre del castillo sobre un promontorio rocoso que prometía unas vistas todavía más impresionantes, con lo cual el siguiente paso estaba claro.

Las entradas se compran en un edificio que fue la Cilla, antiguo granero de los Osuna, que se ha rehabilitado para albergar la Oficina de Turismo y el Museo de la Frontera y los Castillos, cuya visita está incluida en el precio de la entrada al castillo (2 euros).

Una vez en el interior, tuvimos que subir bastantes escaleras más, pero merece mucho la pena porque las panorámicas son fantásticas y se hace necesario detenerse cada poco tiempo para contemplarlas y admirarlas, si bien, aunque las vistas se repiten, según vas ganando altura se vuelven más espectaculares. Aparte de varios paneles informativos, durante el recorrido hay 12 puntos con códigos QR que sirven de audio-guía a través del teléfono móvil.


El castillo fue declarado Bien de Interés Cultural en 1985 y su posición, a 623 metros de altura sobre el nivel del mar, le hacen dominar la zona montañosa de Zaframagón, Lijar, Zarzaparral y Conejos, avistando tres provincias y el curso de los ríos Guadalporcún y Salado, que desembocan en el Guadalete. Además, el mar de olivos supone un nexo espectacular entre los diferentes parajes.

El castillo original fue erigido por los árabes en el siglo XII, y formó parte del sistema defensivo de reino nazarí de Granada. Fue remodelado por los cristianos tras su conquista en el siglo XIV. Tiene forma irregular, pues se adapta al escarpado terreno donde se ubica. Hay una única puerta de acceso, con barbacana y escudo.


La Torre del Homenaje se alza en la parte sur, su planta es rectangular y cuenta con dos plantas cubiertas por bóvedas de cañón. De la muralla que lo protegía se conservan los restos de una torre pentagonal y otra semicircular, así como dos cubos semicirculares.


Estuvimos un buen rato dando vueltas por allí y haciendo fotos. Merece la pena visitar todos los rincones, por dentro y por fuera, asomándose a los balcones y miradores. Las panorámicas son soberbias, en especial si el día es claro, como era el caso. Una visita imprescindible en Olvera salvo que se tengan problemas de movilidad.

La Iglesia Parroquial de la Encarnación.
Los Duques de Osuna la mandaron construir en el siglo XVIII. Es de estilo neoclásico, cuenta con dos altas torres gemelas. Fue sometida a un largo proceso de restauración en dos fases, concluyéndose la última en 2010, acometida tras un incendio. Creo recordar que me cobraron entrada. La Iglesia se ve prácticamente desde todo la localidad, si bien las mejores panorámicas se obtienen desde el castillo, de las que he ido poniendo algunas.

El interior, de tres naves, reúne una gran riqueza de materiales, entre los que destaca el mármol italiano. El Altar Mayor está dedicado a San José, Patrón de Olvera. En otros altares, están expuestos los pasos de las cofradías que desfilan en su famosa Semana Santa. También destacan el enorme órgano y la capilla bautismal.


Barrio de la Villa.
Es el más pintoresco y bonito de Olvera, con su entramado de callejuelas y casas blancas adornadas con macetas y flores, que aprovechamos a ver al terminar en el castillo y la iglesia, pues resulta más cómodo y agradable hacerlo cuesta abajo que cuesta arriba.

Plaza de Andalucía y Peñón del Sagrado Corazón.
De vuelta a la calle Llana, llegamos a la Plaza de Andalucía, en la que no nos habíamos detenido antes. Su nombre popular es la Plaza de la Alameda y en un extremo se encuentra el acceso al Peñón del Sagrado Corazón, una escultura de ocho metros de altura instalada en la parte alta de un tranquilo parque, desde donde me atrevería a decir que se contempla una de las panorámicas más bonitas del castillo y de la iglesia, además de otras también estupendas de los campos de alrededor. Merece la pena dar una vuelta por allí. Además, hay bancos y se disfruta de frescor y sombra.






Ermita-Santuario de la Virgen de los Remedios.
Al final de nuestra visita, de nuevo en el coche, nos acercamos hasta este lugar de culto y peregrinación, situado a unos dos kilómetros del pueblo. Las vistas de Olvera son estupendas, aunque un poco lejanas, así que hay utilizar el zoom, obviando en lo posible unos cables que estorban bastante.

El Santuario fue construido en el siglo XVII sobre una ermita del siglo XVI. Allí se venera a la Virgen de los Remedios, Patrona de Olvera; una de las pocas vírgenes gaditanas que han sido canonizadas.

También pudimos entrar a ver el bonito patio interior de la Ermita, en cuyo interior se venera una imagen del siglo XV de la Virgen de los Remedios, Patrona de Olvera.


Antes de marcharnos hacia Arcos de la Frontera, donde pasaríamos la noche, rodeamos Olvera por la carretera, contemplando el pueblo desde otras perspectivas igualmente vistosas.

Nos gustó mucho este pueblo, perdón, ciudad. Fue una auténtica sorpresa, pues no nos lo esperábamos así. Los amantes de las vistas panorámicas seguro que disfrutarán tanto como yo.
