Confirmando las pesimistas previsiones meteorológicas y en contraste con el soleado día anterior, amaneció una mañana muy nublada. Nuestra idea era ir hasta la Cascada de Ézaro, seguir hacia Finisterre y acabar en Muxía, nuestro lugar de alojamiento y destino principal de la jornada. Unos 150 kilómetros en total.
Itinerario del día según Google Maps.


Cascada de Ézaro.
Tras verla mucha veces en la Vuelta Ciclista a España, tenía muchas ganas de conocer la Cascada o Fervenza de Ézaro, la única de Europa que, según se cuenta, desemboca directamente en el mar. Por eso, incluso intenté que el primer lugar de pernocta fuese en sus inmediaciones y así hacer de paso una subida a pie al Monte Pindo, pero al ser sábado, no localicé alojamiento con un precio razonable y, además, se preveía mal tiempo, con lo cual una caminata cuyo principal atractivo son las vistas tampoco resultaba muy prometedora. Y, efectivamente, la mañana amaneció con bruma y amenaza de lluvia. De camino, paramos unos instantes junto a la Presa do Encoro de Santa Uxía para ver la panorámica del gran chorro provocado por el desagüe.

Seguimos hasta el Mirador de Ézaro, junto al cual se ha instalado un grupo escultórico dedicado a los ciclistas de la Vuelta a España, quienes durante la etapa correspondiente salvan un corto (1,8 km) pero fuerte desnivel (264 metros), con una pendiente media del 14,75 % y máxima del 28%.


Desde el extenso mirador, al que se accede desde un aparcamiento que se encuentra a unos metros de distancia, se anuncian unas vistas fantásticas en los paneles informativos, pero lamentablemente solo pudimos distinguir una parte de la costa debido a la intensa niebla que cubría el horizonte.

Por fortuna, la niebla casi se evaporó en la parte baja, ya cerca del mirador de la cascada, y aunque seguía muy nublado, no llovía. Claro que lo que era malo para una cosa fue bueno para otra, pues había menos gente de la que se podía esperar en un sábado de finales de julio y pudimos aparcar sin problemas. Un camino lleva hasta el mirador, cuyo tramo final estaba cortado, protegido por barandillas de madera, desde el que se contempla la espectacular cascada que forma la desembocadura del río Xallas en el Océano Atlántico.


Ni que decir tiene que es un sitio muy concurrido, donde acuden muchos turistas y en el que se realizan incluso paseos en kayak y otras actividades, suspendidas esa mañana por la climatología adversa. Sin embargo, pudimos ver bastante bien la cascada y su entorno granítico, que ganaba fuerza con aquel cielo gris.



En contraste con otro tipo de cascada, en esta se tarda muy poco en llegar al mirador, verla y hacer la típica foto de recuerdo. Así que dimos una vuelta por los alrededores (se aprecia mejor y más frontal desde un puente que hay unos cien metros más allá) y continuamos hacia nuestro siguiente destino.


Tal como estaba el tiempo, nos planteamos si merecía la pena ir a Finisterre. Al final, como nos venía bien de camino a Muxia, decidimos intentarlo.

Fisterra.
Tras pasar Corcubión, empezaron a caer unas gotas. Pensando que podría mejorar después, en vez de acercarnos directamente al Faro, decidimos parar en el pueblo de Fisterra para almorzar. Aparcamos sin problemas y nos acordamos de algunos lugares que habíamos visitado allí, veinte años antes. Y el panorama parecía repetirse: niebla y lluvia
Como estábamos de viaje y aún era temprano, no nos apetecía comer mucho, así que entramos en uno de los varios restaurantes que ofrecían menús del día, casi todos con los mismos platos, bastante prometedores, por cierto. ¡Ay, una sopita de marisco con aquel tiempo tan desapacible…! Pues no. Una vez sentados, resultó que no tenían nada de lo que anunciaban. No nos levantamos porque se puso a llover muchísimo y porque lo que nos ofrecieron, raciones de mejillones, pulpo, calamares y croquetas podían servirnos. Al final, tampoco nos admitieron pagar con tarjeta. Increíble en estos tiempos en un restaurante. En fin…

Intentamos dar una vuelta por el pueblo, pero nos resultó imposible a causa de la cantidad de agua que caía y el viento, que soplaba fortísimo. Ya en el coche, decidimos ir de todas formas hasta el Faro, a ver qué veíamos. Y no vimos nada, evidentemente. Desde el cruceiro donde termina el aparcamiento sale un camino peatonal que ni siquiera se distinguía. De modo que dimos media vuelta y enfilamos hacia Muxía con la esperanza de que se cumplieran las previsiones meteorológicas y mejorase el panorama, ya entrada la tarde. Por el camino, nos acompañó la lluvia y una espesa niebla que nos hizo recordar nuestras anteriores malas experiencias en la Costa de la Morte. Por fortuna, sabíamos que esta vez simplemente era cuestión de dejar pasar unas horas hasta que volviese a brillar el sol.

Te mando estrellitas. Abrazos.