Día 12/08/2024
Desde Briançon, la verdad es que no se tarda mucho en llegar al Valle de Aosta. Nosotros tardamos casi tres horas, aunque también fue debido a que había bastantes obras, con las consiguientes paradas o reducciones de velocidad. Lo que más me fastidió fue que muchas de ellas estaban en vías de peaje.
Ya os adelanto que no comprendo cómo es posible que esta zona tenga tan poco turismo internacional (aunque de italianos sí que hay). Lo digo porque, si te gusta la naturaleza, las actividades al aire libre y similares, esto es un paraíso. Aquí estás al lado de las principales montañas alpinas: el Mont Blanc, el Cervino, el Monte Rosa... Pero si lo que te interesa son las actividades culturales o los lugares históricos, esto tampoco se queda atrás, con la gran cantidad de castillos, fortalezas y restos romanos y medievales que posee.
También os adelanto que nuestros gustos se inclinan más hacia las actividades al aire libre, así que poco de lo otro encontraréis en este diario.
Estuvimos seis días en la zona y, sin duda, nos faltaron. Cuando empecé a investigar, me di cuenta enseguida de que era imposible recorrerlo decentemente desde un único alojamiento. El Valle de Aosta es el valle central, pero de él parten multitud de valles. En su parte norte, de este a oeste, están: el Valle de Lys, el de Ayas, el de Valtournenche, el de Valpelline, el del Gran San Bernardo, y el Val Ferret. Pero al sur ocurre algo parecido, con valles que se dirigen al increíble Parque Regional Mont Avic, al Parque Nacional Gran Paradiso (el más antiguo de Italia), y sus valles como el Valle de Cogne, el de Valsavarenche, el de Rhêmes-Notre-Dame... Y aún queda el valle del Pequeño San Bernardo, el Val Veny, etc.
En definitiva, viendo la oferta, decidimos pasar tres noches en Châtillon, al este de Aosta, y tres noches en Aymavilles, al oeste de la pequeña Roma (nombre con el que también se conoce a Aosta).
Nuestro primer punto de contacto fue Pont-Saint-Martin, un bonito pueblo que destaca por su espléndido puente romano. Además de contemplarlo, dimos una vuelta por los alrededores para estirar las piernas (y asarnos a más de 30 grados). Nos gustó mucho porque había fotografías gigantes de la Segunda Guerra Mundial, con escenas del pueblo y de los bombardeos que sufrió.
La siguiente parada, ya en el Valle de Lys, fue Fontainemore. Lo más destacado aquí es su puente medieval sobre el caudaloso río. También nos adentramos en su iglesia.
Seguimos subiendo por el valle, disfrutando de las vistas, y paramos en Gressoney-Saint-Jean, un pueblo más turístico, donde, tras aparcar cerca del conocido Lago Gover, nos sentamos a hacer un picnic en un banco, bajo la bendita sombra.
Gressoney-Saint-Jean
Después de comer, fuimos directos al lago. Bonito, pero con más gente que en la guerra. Parece más un lago de parque municipal donde la gente se tumba a descansar mientras disfruta de unas vistas estupendas al macizo del Monte Rosa. Desde el lago parte un camino que lleva al Castillo de Saboya, residencia veraniega de la reina Margarita de Saboya. Es un bonito paseo sin desnivel que, en algo más de dos kilómetros, te sitúa en el castillo tras pasar por un hermoso bosque y por la pequeña cascada de Underwalth. Es un lugar bonito, con unas vistas increíbles desde su terraza al macizo del Monte Rosa —aunque ya algo nublado para entonces— y un pequeño jardín botánico. Se pueden hacer visitas guiadas al interior, pero como íbamos con la perra, ni nos lo planteamos. Volvimos por donde habíamos venido.




Lago Gover. Vistas esporádicas al valle desde el camino al Castillo. El Castillo y su jardín botánico. Cascada Underwalth
Ya en el coche, desistimos de seguir subiendo hasta Gressoney-La-Trinité. Desde allí las vistas al macizo son aún mejores, pero el cielo empezaba a tornarse amenazador, así que lo dejamos para otra ocasión.
Bajamos toda la carretera del valle hasta enlazar con la vía principal del Valle de Aosta (la convencional, no la de peaje), y nos dirigimos a Donnas. Allí queríamos hacer una pequeña ruta que permite al visitante experimentar un auténtico viaje a través de la historia, además de acercarse de una forma alternativa a la fortaleza de Bard (sí, la fortaleza de Ultrón en la segunda película de Los Vengadores). La ruta pasa por una antigua carretera romana, medianamente bien conservada, y por varios arcos de esa época. Además, forma parte del Camino Franciscano que va de Canterbury a Roma. Para empezar, hay que aparcar cerca de la biblioteca del pueblo y, tras atravesar unas callejuelas bastante dejadas, todo sea dicho, se llega al famoso arco y a los restos de la vía romana.
El problema fue que poco después vimos que el camino estaba cortado. Tras unos minutos de duda, dimos con un cartel que informaba del cierre por desprendimientos ocurridos meses atrás. Así que, media vuelta y al coche. De nuevo en carretera, pasamos cerca de la fortaleza de Bard, pero se me pasó el puente desde el que se pueden hacer fotos muy bonitas. También tiene exposiciones que se pueden consultar en su web.
Nos dirigimos ahora a Isollaz para ver su conocida cascada, en el Valle de Ayas. De camino, pasamos cerca de la torre de Verres. A la hora que llegamos, el aparcamiento estaba medio vacío. Desde allí ya se oía el estruendo del agua. Nos dirigimos hacia el sendero, pero vi que el camino era bastante empinado. Mi mujer dijo que pasaba, que me esperaba en el coche. El sendero desciende con bastante inclinación, con escalones de tierra y roca, y puede ser resbaladizo si hay humedad. El descenso lleva a un claro donde se gira a la izquierda, y el camino, ya llano y flanqueado por una valla, sigue el curso del torrente. Tras pasar dos bancos, se llega a la espectacular vista de la cascada. La zona tiene también interés histórico, ya que está vinculada a las antiguas minas de Sache. A la izquierda del chorro se puede ver una de las entradas al yacimiento.


Castillo de Verres. Cascada de Isollaz
Subo a paso ligero y, ahora sí, nos dirigimos a nuestro alojamiento en Châtillon. El alojamiento, reservado por Airbnb, eseste
Al lado tiene un supermercado que nos va a venir de maravilla, aunque ya estaba cerrado, y en los bajos, un restaurante-pizzería, el cual cataríamos esa noche.
Y eso hicimos. Tras subir en el ascensor más lento del mundo, dejar las cosas y asearnos un poco, acabamos en el restaurante, tomándonos una pizza que, bueno, no estaba mal, pero tampoco me pareció superior a muchas de las que tomo en España. En cambio, la ensalada —tal vez por no esperar nada— nos gustó más de lo previsto.
Ya os adelanto que no comprendo cómo es posible que esta zona tenga tan poco turismo internacional (aunque de italianos sí que hay). Lo digo porque, si te gusta la naturaleza, las actividades al aire libre y similares, esto es un paraíso. Aquí estás al lado de las principales montañas alpinas: el Mont Blanc, el Cervino, el Monte Rosa... Pero si lo que te interesa son las actividades culturales o los lugares históricos, esto tampoco se queda atrás, con la gran cantidad de castillos, fortalezas y restos romanos y medievales que posee.
También os adelanto que nuestros gustos se inclinan más hacia las actividades al aire libre, así que poco de lo otro encontraréis en este diario.
Estuvimos seis días en la zona y, sin duda, nos faltaron. Cuando empecé a investigar, me di cuenta enseguida de que era imposible recorrerlo decentemente desde un único alojamiento. El Valle de Aosta es el valle central, pero de él parten multitud de valles. En su parte norte, de este a oeste, están: el Valle de Lys, el de Ayas, el de Valtournenche, el de Valpelline, el del Gran San Bernardo, y el Val Ferret. Pero al sur ocurre algo parecido, con valles que se dirigen al increíble Parque Regional Mont Avic, al Parque Nacional Gran Paradiso (el más antiguo de Italia), y sus valles como el Valle de Cogne, el de Valsavarenche, el de Rhêmes-Notre-Dame... Y aún queda el valle del Pequeño San Bernardo, el Val Veny, etc.

En definitiva, viendo la oferta, decidimos pasar tres noches en Châtillon, al este de Aosta, y tres noches en Aymavilles, al oeste de la pequeña Roma (nombre con el que también se conoce a Aosta).
Nuestro primer punto de contacto fue Pont-Saint-Martin, un bonito pueblo que destaca por su espléndido puente romano. Además de contemplarlo, dimos una vuelta por los alrededores para estirar las piernas (y asarnos a más de 30 grados). Nos gustó mucho porque había fotografías gigantes de la Segunda Guerra Mundial, con escenas del pueblo y de los bombardeos que sufrió.

La siguiente parada, ya en el Valle de Lys, fue Fontainemore. Lo más destacado aquí es su puente medieval sobre el caudaloso río. También nos adentramos en su iglesia.

Seguimos subiendo por el valle, disfrutando de las vistas, y paramos en Gressoney-Saint-Jean, un pueblo más turístico, donde, tras aparcar cerca del conocido Lago Gover, nos sentamos a hacer un picnic en un banco, bajo la bendita sombra.

Después de comer, fuimos directos al lago. Bonito, pero con más gente que en la guerra. Parece más un lago de parque municipal donde la gente se tumba a descansar mientras disfruta de unas vistas estupendas al macizo del Monte Rosa. Desde el lago parte un camino que lleva al Castillo de Saboya, residencia veraniega de la reina Margarita de Saboya. Es un bonito paseo sin desnivel que, en algo más de dos kilómetros, te sitúa en el castillo tras pasar por un hermoso bosque y por la pequeña cascada de Underwalth. Es un lugar bonito, con unas vistas increíbles desde su terraza al macizo del Monte Rosa —aunque ya algo nublado para entonces— y un pequeño jardín botánico. Se pueden hacer visitas guiadas al interior, pero como íbamos con la perra, ni nos lo planteamos. Volvimos por donde habíamos venido.




Lago Gover. Vistas esporádicas al valle desde el camino al Castillo. El Castillo y su jardín botánico. Cascada Underwalth
Ya en el coche, desistimos de seguir subiendo hasta Gressoney-La-Trinité. Desde allí las vistas al macizo son aún mejores, pero el cielo empezaba a tornarse amenazador, así que lo dejamos para otra ocasión.
Bajamos toda la carretera del valle hasta enlazar con la vía principal del Valle de Aosta (la convencional, no la de peaje), y nos dirigimos a Donnas. Allí queríamos hacer una pequeña ruta que permite al visitante experimentar un auténtico viaje a través de la historia, además de acercarse de una forma alternativa a la fortaleza de Bard (sí, la fortaleza de Ultrón en la segunda película de Los Vengadores). La ruta pasa por una antigua carretera romana, medianamente bien conservada, y por varios arcos de esa época. Además, forma parte del Camino Franciscano que va de Canterbury a Roma. Para empezar, hay que aparcar cerca de la biblioteca del pueblo y, tras atravesar unas callejuelas bastante dejadas, todo sea dicho, se llega al famoso arco y a los restos de la vía romana.

El problema fue que poco después vimos que el camino estaba cortado. Tras unos minutos de duda, dimos con un cartel que informaba del cierre por desprendimientos ocurridos meses atrás. Así que, media vuelta y al coche. De nuevo en carretera, pasamos cerca de la fortaleza de Bard, pero se me pasó el puente desde el que se pueden hacer fotos muy bonitas. También tiene exposiciones que se pueden consultar en su web.
Nos dirigimos ahora a Isollaz para ver su conocida cascada, en el Valle de Ayas. De camino, pasamos cerca de la torre de Verres. A la hora que llegamos, el aparcamiento estaba medio vacío. Desde allí ya se oía el estruendo del agua. Nos dirigimos hacia el sendero, pero vi que el camino era bastante empinado. Mi mujer dijo que pasaba, que me esperaba en el coche. El sendero desciende con bastante inclinación, con escalones de tierra y roca, y puede ser resbaladizo si hay humedad. El descenso lleva a un claro donde se gira a la izquierda, y el camino, ya llano y flanqueado por una valla, sigue el curso del torrente. Tras pasar dos bancos, se llega a la espectacular vista de la cascada. La zona tiene también interés histórico, ya que está vinculada a las antiguas minas de Sache. A la izquierda del chorro se puede ver una de las entradas al yacimiento.


Castillo de Verres. Cascada de Isollaz
Subo a paso ligero y, ahora sí, nos dirigimos a nuestro alojamiento en Châtillon. El alojamiento, reservado por Airbnb, eseste
Al lado tiene un supermercado que nos va a venir de maravilla, aunque ya estaba cerrado, y en los bajos, un restaurante-pizzería, el cual cataríamos esa noche.
Y eso hicimos. Tras subir en el ascensor más lento del mundo, dejar las cosas y asearnos un poco, acabamos en el restaurante, tomándonos una pizza que, bueno, no estaba mal, pero tampoco me pareció superior a muchas de las que tomo en España. En cambio, la ensalada —tal vez por no esperar nada— nos gustó más de lo previsto.