Buscando algo que pudiera satisfacer mis ansias pajareras me encontré con la página de un tipo que se llamaba Birding Bob y que organizaba salidas para ver aves en Central Park. Así que le contacté por correo y quedé en unirme este día, que caía en sábado. La actividad comenzaba a las siete de la mañana, así que no me quedó otra que madrugar. Fuimos recorriendo diferentes zonas del parque junto con un grupo de habituales, que identificaban los pájaros “one hundred percent”.
Obviamente Adela se quedó en el hotel descansando, así que tras mi vuelta, sobre la una de la tarde, nos pusimos en marcha. Lo primero fue ir a cambiar dinero a un sitio que tenía fichado que no daban mal cambio. Al llegar me dice que me lo cambia a 1,06, y cuando le digo que en su página web ponía que el cambio era a 1,09 me contesta de forma bastante desagradable que me lo sube a 1,07, que le da igual la web, y que si no me gusta que me vaya. Entre que no tenía muchas más opciones y que ese ratio iba a ser mejor que en otro sitio, acabé cambiando, pero ganas me dieron de mandarle a la mierda. Lo que sí suelo hacer en estos sitos que te miran y remiran los billetes que les das, poniendo pegas por fallos invisibles, es tardar lo mismo o más en revisar los que me acaban de dar, y ponerles las mismas pegas. Le devolví uno lleno de borratajos y me dijo que era perfectamente legal, pero yo le contesté que en otros países que usan el dólar no me lo iban a admitir. Por lo menos me quedé a gusto.
Nuestro siguiente destino era la famosa tienda de fotografía de B&H. Al llegar estaba cerrada. Una vecina del barrio, señora mayor, nos dijo que como los dueños de la tienda son judíos, los sábados cierra.
Así que nos encaminamos a la zona donde está The Vessel, que es donde comienza (o termina) el paseo del High Line. Nos gustó mucho esa zona, pese a la cantidad de gente que había. Además es un poco absurdo quejarse de la cantidad de gente que hay en Nueva York. Terminamos el recorrido en el Chelsea Market, donde acabamos comiendo unos nachos a unas horas a las que en cualquier otro lugar ya estaría todo cerrado.
Nuestro siguiente destino era la famosa tienda de fotografía de B&H. Al llegar estaba cerrada. Una vecina del barrio, señora mayor, nos dijo que como los dueños de la tienda son judíos, los sábados cierra.
Así que nos encaminamos a la zona donde está The Vessel, que es donde comienza (o termina) el paseo del High Line. Nos gustó mucho esa zona, pese a la cantidad de gente que había. Además es un poco absurdo quejarse de la cantidad de gente que hay en Nueva York. Terminamos el recorrido en el Chelsea Market, donde acabamos comiendo unos nachos a unas horas a las que en cualquier otro lugar ya estaría todo cerrado.
Desde aquí fuimos paseando hasta el cercano Greenwich Village, con una misión en mente: hacer una foto al apartamento de la famosa serie de Friends. Había una cola perfectamente organizada de gente esperando su turno, incluso una chica vestida de novia que tras mil posturitas parecía no acabar nunca.
El siguiente destino, que a mí me hacía especial ilusión, era la cancha de baloncesto conocida como The Cage, donde estaban jugando un torneo con incluso un narrador.
Luego ya nos fuimos al hotel a descansar un rato de la pateada, antes de salir de nuevo para ver el ambiente que había en la archiconocida Times Square. Pues casi no se podía ni andar. Sábado a la noche, la marea humana era impresionante. Eso, unido a la sobreestimulación sensorial de luces, sonidos y olores hizo que no aguantásemos mucho en la zona. Nos acercamos a ver la caseta donde venden las entradas para los musicales con descuento, y al ver que estaba cerrada, nos volvimos para el hotel. Acabamos cenando en una pizzería cercana que se convirtió en un sitio habitual para varios días.
Luego ya nos fuimos al hotel a descansar un rato de la pateada, antes de salir de nuevo para ver el ambiente que había en la archiconocida Times Square. Pues casi no se podía ni andar. Sábado a la noche, la marea humana era impresionante. Eso, unido a la sobreestimulación sensorial de luces, sonidos y olores hizo que no aguantásemos mucho en la zona. Nos acercamos a ver la caseta donde venden las entradas para los musicales con descuento, y al ver que estaba cerrada, nos volvimos para el hotel. Acabamos cenando en una pizzería cercana que se convirtió en un sitio habitual para varios días.