9 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 8
Nada hacía presagiar que este iba a ser un día para olvidar. Pero vamos a dejarlo documentado igualmente por aquello de no idealizar el recuerdo de un viaje que no siempre es perfecto de inicio a fin y también tiene sus indeseados episodios.
Nada hacía presagiarlo. Hasta que dieron las 4 de la madrugada.
Despierto en medio de la noche del ruinoso Eaux-Bonnes con un punzante dolor en el costado como ninguna otra vez recuerdo. Incapaz de permanecer echado en la cama sin gemir por las molestias, me marcho unos minutos al sofá del salón con la esperanza de que sea solo algo pasajero. El primer y obvio pensamiento es que sea fruto de una mala postura sumada al sobreesfuerzo de estos últimos días -veníamos de una racha de muy poca actividad física, así que es normal que el cuerpo se resienta-. Pero los minutos pasan y el dolor no cesa ni mengua, y ahí es donde el cerebro ya reaparece como un pequeño diablillo en el hombre para inyectarte todo tipo de paranoias y peores augurios. Se me pasa por la cabeza hasta una irrupción de apendicitis en un momento muy oportuno.
Las tres horas que pasan desde las 4:00 hasta las 7:00 las sobrevivo con todo tipo de penurias. Me echo en el sofá con la vaga esperanza de encontrar una postura soportable. Sin éxito. Voy al baño con la esperanza de que el reciente estreñimiento -más de 24 horas sin ir de vientre- sean la causa y poder ponerle remedio. Sin éxito. Vuelvo al sofá, intento distraerme con el móvil, y de forma intermitente tengo de que dejarlo de lado porque no puedo ni concentrarme en la pantalla. Pasan las 6:00 y decido tomar un café para ver si ayuda con los problemas intestinales, y solo consigo empeorarlo. Ahora además del dolor agudo, tengo nauseas y el café acaba saliendo por donde había entrado.
Cuando pasan las siete de la mañana parece claro que hay que consultar a alguien que sepa lo que hace. Y claro, este dolor ha tenido que esperar a que entrásemos en Francia para aparecer. Equipado como voy con mi Tarjeta Sanitaria Europea, podría perfectamente desplazarme hasta el cercano núcleo de Laruns y visitar un consultorio francés. Pero el problema de la barrera lingüística y el hecho de que “solo” estamos a una hora de carretera de montaña de regresar a España hacen que no sea tan obvio tomar esa decisión. Con L totalmente dispuesta -una santa- a llevar mi coche de regreso a territorio patrio, hacemos una tarea de investigación para saber cuál debe ser el consultorio español más cercano con servicio de urgencias disponible a esta hora. Mediante una foto de Google Maps, vemos un cartel colgado de la puerta del ambulatorio de Sallent de Gállego que nos pone en la pista: nuestra mejor opción es el PAC de Escarrilla.
Alcanzamos el coche tardando cuatro veces más de lo normal, y mientras intento respirar hondo en el asiento de copiloto L supera pacientemente la hora de carreteras curvas en plena noche para regresar hasta más allá de la estación de esquí de Formigal. Antes de arrancar hemos llamado por teléfono al susodicho PAC para asegurarnos de que no lo encontraremos cerrado. Cuando llegamos allí encontramos a la doctora y la enfermera de guardia bostezando, obviamente recién despertadas para atendernos. Preguntas de diagnóstico, toma de la tensión y la temperatura, muestra de orina y una conclusión final: lo más probable es que se trate de un cólico nefrítico menor. Y debe ser menor, porque a tenor de lo que se dice sobre las piedras en el riñón, si lo que tuviera en mi riñón derecho fuese algo más que un poco de arena hubiera sido incapaz de llegar hasta allí.
Salimos del ambulatorio agradecidos, con una fuerte inyección de Nolotil, sendas recetas para calmantes que ir alternando cada cuatro horas, y las señas de la farmacia de guardia más cercana. Según nos dirigimos a ella en la población de Formigal, la inyección va haciendo efecto y por primera vez en horas puedo cambiar la muesca de dolor en la cara. Encontramos la farmacia cerrada y con un teléfono colgado de la puerta al que llamar en caso de requerir la guardia. En 15 minutos la farmacéutica acude al rescate y recoge nuestras recetas de Nolotil y Enantyum. El reloj marca ya las 9:00, me siento mucho mejor y la doctora nos ha asegurado que seguir o no con la agenda programada depende únicamente de si yo me veo capaz de hacerlo. En estos momentos, y pese a querer aguardar unos minutos más para asegurarme, ya me atrevería a seguir con lo planificado. Pero tenemos dos problemas: el primero, que hemos venido hasta aquí sin siquiera plantearnos que luego pudiéramos hacer una excursión, así que no tenemos ni toda la vestimenta adecuada, ni comida, ni agua -la que traíamos ya me la he ido bebiendo-. El segundo, que la anunciada prueba ciclista que tiene lugar al otro lado de la frontera ya habrá cortado nuestra carretera de regreso hasta Eaux-Bonnes hasta dentro de dos horas. Así que estamos condenados a esperar en España hasta ese momento. Regresar hasta el atractivo Biescas para hacer tiempo mientras L desayuna y yo por lo menos lo intento es lo mejor que se nos ocurre.
Volvemos contra todo pronóstico a esa Calle Mayor que hace algo más de 24 horas habíamos abandonado creyendo que no volveríamos a ver durante este viaje. Recaemos en una panadería con bar -no sé en otros sitios, pero en Barcelona a esto lo conocemos como “una granja”- que a nuestra entrada está casi desierta pero según nos sentamos empieza a recibir más y más gente. Desayunamos algo de bollería y unas porras caseras junto a un café con leche para L y un zumo natural para mí, que todavía ando receloso en lo que respecta a mi estómago. La panadería tiene todo un surtido de dulces que serían una gran opción para llevar a familia, amigos y compañeros de trabajo, pero todavía queda mucho viaje por delante como para cargar con ello durante los días que quedan. Regresamos al lugar donde hemos aparcado el coche, tan cerca de la Oficina de Turismo que nos permite navegar a través de su Wifi gratuito desde el asiento antes de arrancar y emprender el camino de vuelta hacia Francia.
Duuuulce...
... más duuuulce...
Basta
Paramos a los pocos minutos junto al Dolmen de Santa Elena, accesible en coche poco después de abandonar Biescas por el norte. Es más grande y vistoso que el de Aguastuertas, pero tiene truco: el original fue destruido durante la Guerra Civil y lo que tenemos delante es una reconstrucción realizada en la década de los setenta. Saberlo le quita bastante encanto a la visita.
El Dolmen de Santa Elena
¡Es de mentira!
Tras una parada rápida en uno de los aparcamientos de la estación de esquí de Formigal -en esta época del año desiertos-, entramos en Francia y miramos al cielo con lamento. Ahora mismo tenemos un tiempo ideal para la excursión que teníamos planificada, sin nubes amenazando y con el sol calentando en su justa medida. De haber salido de casa equipados con todo lo necesario, no sería necesario ni siquiera llegar hasta Eaux-Bonnes. Pero la falta de previsión nos obliga a perder más de una hora entre ir y volver, y tememos que esa hora resulta decisiva a sabiendas de la previsión de que la tormenta no tardará en llegar. Son las 12:30 cuando hemos vuelto de a casa donde tras unos pocos minutos para coger todo lo necesario y tomarme el primer calmante en forma de pastilla, volvemos al coche para deshacer unos cuántos kilómetros y tomar el desvío hasta el inicio de la excursión a los Lacs d’Ayous.
De nuevo junto a Formigal
Parada rápida viendo las pistas de esquí
Cómo debe estar esto en pleno invierno
Pasan ya las 13:00 cuando estamos listos para echar a andar. Nos ha recibido un Lac de Bious-Artigues que es una zona recreativa bastante animada, actualmente con ambiente festivo e incluso algunos niños bañándose en la orilla del lago. Por ahora, la característica cima del Midi D’Ossau sigue visible y esperamos que lo siga siendo según nos acercamos a ella y ganamos altura. Sin embargo vemos ya acercarse por el suroeste, justo la dirección a la que nos dirigimos, unas densas nubes que no auguran nada bueno.
Optimismo moderado
No tiene pérdida
Estos ya tienen plan
Empezamos la excursión y, para poner la guinda a un ánimo cada vez más pesimista, el sendero resulta ser más duro de lo que esperábamos. Para alcanzar los tres lagos que componen los Lacs d’Ayous debemos ganar una altura de 400 metros a lo largo de cuatro kilómetros. Esa pendiente no parece más dura que otras que ya hemos superado, pero la dificultad radica en cómo transcurre. El terreno, inicialmente de pista, empieza a ser más difícil de transitar superando piedras y raíces y, lo peor de todo, mantiene una pendiente constante que no concede ni dos metros seguidos de llano en los que dejar enfriar las piernas. Este tipo de trazado es el que peor lleva L, y eso se traduce en muchas paradas para recobrar el aliento que hacen que la hora de llegada a los lagos se retrase más y más, dando más tiempo a las nubes a fastidiarnos la meta. La perspectiva no mejora cuando, a medio recorrido, la lluvia se adelante una hora sobre la previsión y empieza a caer con cada vez más fuerza. Cuando salimos de un frondoso bosque el Midi D’Ossau ya comienza a ser más esquivo, dejando entrever solo su silueta y de forma intermitente. Es un momento en el que nos planteamos dar media vuelta, pero sabemos que no tendremos opción de volver a intentarlo mañana -demasiados cambios y demasiadas otras cosas a descartar- y decidimos seguir con la esperanza de que no quede mucho para alcanzarlos lagos.
Comenzamos a subir
Un valle que se abre a medio camino
Queda todavía una larga hora que se hace interminable. No tenemos clara la meta exacta, ya que al quedar los lagos por encima de nuestra altura no es hasta que la alcancemos cuando podremos ver algo relevante. Ante nosotros solo hay un monte rocoso que esperamos solo haya que subir parcialmente, pero… eh, es el peor día del viaje, no nos iba a conceder esa tregua. Para poner la guinda, mi dolor de riñón que se había mantenido a raya desde la visita al ambulatorio empieza a avisar, con muy poca intensidad pero la suficiente como para tenerme dándole vueltas a la cabeza mientras doy un paso tras otro.
Más bosque sin tener clara la meta
Son las 15:00 cuando alcanzamos el Lac Roumassot, el primero de los tres Lacs D’Ayous que ya debería ofrecernos un contexto digno de la excursión. Pero de eso nada. Lo que deberían ser unas vistas de 360 grados apabullantes que combinasen prados verdes, azules aguas y la cima D’Ossau son en realidad tonos tristes, visibilidad reducida y una enorme masa gris entre nosotros y la montaña estrella del lugar. Carece de todo sentido seguir caminando para alcanzar los lagos de Lac du Miey y Lac Gentau, por mucho que el último pueda ofrecer las mejores fotografías hacia el pico cuando el tiempo acompaña.
Pues esto es lo que mejor que vamos a tener
Un deslucido Midi d'Ossau
El lago, desangelado
Pequeñas cataratas más allá de lago
Paramos frente a este desangelado lago para comer los bocadillos bajos de ánimos y de energías, apurando los últimos minutos en el que el Midi D’Ossau se puede distinguir lastimosamente cuando las nubes se apartan durante unos pocos segundos en algún tramo de su silueta. Nos damos la vuelta, y esto no había acabado.
Una cabaña camuflada
Un último vistazo...
¿Pa' esta mierda hemos venido?
El regreso se hace igualmente interminable. Los grises cielos no ayudan a levantar el ánimo, y para rematarlo una sonora tormenta empieza a amenazar a nuestra espalda. Estar atravesando un denso bosque no parece el mejor lugar en el que escuchar cómo una inminente sesión de relámpagos se acerca hacia ti. Aceleramos el paso todo lo que el cuerpo y el ánimo nos permita y volvemos a campo abierto antes de que nos alcance, pero todavía no estábamos cerca ni mucho menos del aparcamiento. La memoria nos juega una mala pasada y no recordábamos que desde este punto todavía nos quedaba una larga hora por delante hasta regresar a la casilla de salida. Son las 16:45 cuando alcanzamos de nuevo una explanada con un aspecto mucho más desolador y solitario que a nuestra llegada, y dejamos en el maletero nuestra chaqueta y poncho impermeable totalmente empapados. Con ganas de que termine este condenado día, son las 17:30 cuando estamos de vuelta en Eaux-Bonnes.
L, completando su entrenamiento Jedi
Superando marcas a toda velocidad
Poca gente y muchas nubes en Bious-Artigues
Intentamos remontar mínimamente la jornada planeando cenar en una crepería cercana, pero este 9 de septiembre no iba a mejorar ni siquiera a última hora. Resulta que el local está cerrado desde hace una semana. Cuando no es el día, no es el día… pero miraremos el lado positivo: me siento ya capaz de seguir haciendo unas excursiones que parecían peligrar esta misma mañana, y la previsión del tiempo mejora para los próximos días. Una nueva pastilla, y a dormir. Francia no nos ha sonreído en nuestro primer día, pero todavía le quedan dos oportunidades.
Supervivencia