ASTORGA.
Tenía ganas de conocer esta población, capital de la comarca de la Maragatería, que se encuentra a 47 kilómetros de León. Reconozco que gran parte mi interés se debía, en principio, al Palacio Arzobispal, diseñado por Gaudí, de cuya obra soy una gran admiradora. Sin embargo, Astorga tiene más cosas para visitar, como pudimos comprobar posteriormente.
Aunque habíamos pasado cerca bastantes veces ya que está a unos pocos kilómetros de la A-6, la parada no se concretó hasta este verano, aprovechando unas pequeñas vacaciones en Asturias que iban a contar como preámbulo con una noche de alojamiento en León capital, de cuya visita Astorga resulta un complemento perfecto para pasar un fin de semana por la zona.
La historia de Astorga es muy antigua ya que los romanos la edificaron sobre un antiguo castro céltico, fundando la llamada Astúrica Augusta, una plaza fuerte que tenía como misión inicial proteger las minas de oro de las Médulas, pero que pronto se convirtió en un importante enclave comercial por su estratégico emplazamiento en la Vía de la Plata, la calzada romana que enlazaba con Mérida. Su florecimiento fue tal que llegó a contar con presidio militar, almacén de metales preciosos y hasta con mercado de esclavos para trabajar en las minas. Además, se convirtió en sede episcopal ya en el siglo III.
Sin embargo, la prosperidad que alcanzó con los romanos se desplomó al llegar los visigodos, cuyo rey Teodorico la destruyó en el siglo V. Incorporada al reino de los suevos, fue reconstruida por el obispo Toribio y nuevamente arrasada por los musulmanes en el siglo VIII. La monarquía asturiana la conquistó un siglo más tarde, pero no se libró de los estragos causados por las incursiones de Almanzor en el siglo X. Cuando los cristianos la tomaron definitivamente, se restauraron y fortalecieron las antiguas murallas romanas, se construyeron casas, iglesias y conventos, y su auge se vio favorecido al convertirse en una de las principales etapas del Camino de Santiago, lo que atrajo a multitud de artesanos, mercaderes y clérigos para atender a los peregrinos. Durante la Guerra de la Independencia, resistió tenazmente a los franceses que arrasaron buena parte de la ciudad en 1810. La llegada del ferrocarril y el florecimiento de la industria del chocolate supusieron un importante desarrollo industrial en la última mitad del siglo XIX. Actualmente cuenta con unos 12.500 habitantes y su economía se basa en la agricultura, la industria (chocolate, cárnicas, repostería, con sus famosas mantecadas) y el turismo.
Siguiendo varios consejos, fuimos directamente al Parque de Melgar, donde hay bastante zona de aparcamiento, y así, de paso, podríamos contemplar una de las estampas más atractivas de la ciudad, con las murallas coronadas por las torres de la Catedral y las caperuzas de cuento de hadas del Palacio Episcopal.
Pues… nuestro gozo en un pozo ya que unos horribles andamios cubrían buena parte del edificio diseñado por Gaudí, estropeando completamente el panorama. Nos quedamos un tanto chafados, por qué no decirlo. Estas cosas pasan ya que como es lógico los edificios tienen que restaurarse, pero cuando nos toca no nos gusta nada. Me comprendéis, ¿verdad?
En fin, de nada servía lamentarse, así que continuamos nuestra visita de Astorga sin pensar más en aquel pequeño contratiempo estético.
Las murallas fue lo primero que nos llamó la atención ya que aparcamos al lado. Son medievales, del siglo XIII, aunque el basamento de sus muros es de época romana.
Entramos en el recinto amurallado por la Puerta del Rey que supone, digamos, un punto intermedio entre las dos zonas históricas más importantes. Decidimos ir en primer lugar hacia nuestra izquierda, por la calle Lorenzo Segura, y en unos pocos pasos estábamos en la Plaza de Santocildes, donde se encuentra el Monumento a los Sitios (1910), que recuerda los dos asedios que sufrió la ciudad por parte de las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia y a los lugareños que murieron por defenderla en 1809 y 1810.
Entrando por la Puerta del Rey.
Monumento a los Sitios.
Monumento a los Sitios.
Continuamos por la calle de la derecha y enseguida salimos a la Plaza Mayor, que cuenta con tres laterales de casas con soportales, estando el cuarto ocupado por el edificio del Ayuntamiento, que data de 1683, si bien tiene añadidos posteriores. Resulta curioso el reloj, con una pareja de muñecos vestidos de maragatos que dan las horas golpeando las campanas con un mazo. En el sótano puede visitarse un antiguo recinto abovedado que sirvió de cárcel en tiempo de los romanos.
Plaza Mayor
Ayuntamiento
Ayuntamiento
Por la calle de la izquierda del Ayuntamiento, salimos a la Plaza de San Bartolomé, con la Ergastola o Museo Romano, donde se exponen lápidas, esculturas, pinturas, cerámicas, etc. Además, allí está la Iglesia de San Bartolomé, del siglo XIII, con fachada gótica y torre románica; en su atrio se celebraron los concejos hasta la construcción del ayuntamiento. En esta plaza también pudimos ver el monumento que conmemora el Bimilenario de la ciudad de Astorga, celebrado en 1986.
Iglesia de San Bartolomé.
Monumento al bimilenario de la ciudad.
[/align]Un poco más adelante se encuentra el Convento de los Padres Redentoristas, bajo cuya fachada ha sido excavada una casa romana, cuyos restos se pueden visitar gracias a una instalación provista de techado, pasarelas y paneles informativos. Destaca un mosaico de finales del siglo II, llamado del Oso y los Pájaros, que se encuentra en aceptable estado de conservación. También se pueden ver restos de las termas y de otras estancias.
Casa romana. Mosaico y varias estancias.
Poco hay que caminar ya para llegar a la Plaza de San Francisco, que hace esquina con la calle de la Puerta del Sol. En la fachada lateral de la Capilla de la Vera Cruz (del siglo XV, pero reconstruida en 1816), se puede ver el dibujo de la concha jacobea señalando el lugar por donde entraban los peregrinos que se dirigían al Convento de San Francisco, del que solo se conserva la Iglesia, de la que se asegura que fue fundada por el Santo de Asís en persona. En esta plaza también se encuentra una escultura dedicada al caminante.
Plaza de San Francisco.
En las inmediaciones pudimos ver el Santuario de la Virgen de Fátima. Antiguamente se llamaba Iglesia de San Julián y conservan cuatro capiteles románicos en la portada.
Enfrente nos encontramos con los Jardines de la Sinagoga, desde los que se tienen amplias vistas de las murallas, del caserío extramuros con la Iglesia de San Andrés y del campo circundante en el que destacan, muy al fondo, los montes de León.
Parque de la Sinagoga y vistas.
Como continuación a la calle del Jardín, comienza el Paseo Blanco de Cela, que bordea el casco antiguo sobre la muralla y que nos pareció una agradable alternativa para dirigirnos a la zona de la Catedral sin tener que desandar nuestros pasos por el mismo camino. A la derecha del parque pudimos ver los restos de unas cloacas romanas; muy cerca se hallan también algunos vestigios del antiguo foro.
Paseo Blanco de Cela, parte de la muralla y restos de la cloaca romana.
Calle adelante divisamos la parte alta del Seminario Mayor sobre una valla, y girando a la derecha nos encaminamos hacia la calle Puerta del Obispo, donde nos topamos con la alargada fachada amarilla del Convento de Santi Espiritus, del siglo XVI. Frente a su fachada lateral, en la calle Portería, vimos el albergue de peregrinos de San Javier.
Seminario Menor
Convento de Santi Espiritus
Albergue de peregrinos
Convento de Santi Espiritus
Albergue de peregrinos
Seguimos hasta la calle Leopoldo Panero, donde se encuentra la casa natal del poeta astorgano de la Generación del 36, y avanzando por ella salimos directamente a la Plaza de la Catedral, de cuya fachada obtuvimos una imponente perspectiva antes de llegar.
La Catedral de Santa María llama mucho la atención a primera vista por su altura, que resulta más imponente al encontrarse en una plaza de dimensiones no muy grandes, con edificios cercanos, lo que obliga a levantar la vista para contemplar sus dos elaboradas torres del siglo XVII que apuntan al cielo. Al tratarse de una sede episcopal muy antigua (data del siglo III), conoció un templo prerrománico primitivo y otro románico, que se construyó entre los siglos XI y XIII, sobre el cual en 1471 se comenzó a levantar por la cabecera el edificio gótico. Su construcción continuó hasta el siglo XVIII mediante sucesivas ampliaciones, lo que derivó en una síntesis de estilos: gótico florido español (naves y capillas), renacimiento (portada sur y las dos capillas perpendiculares a la nave), barroco (fachada principal del siglo XVIII) y neoclasicismo (claustro).
Las fachadas y en particular las portadas (sobre todo la principal) están muy decoradas con grupos escultóricos que representan escenas del Evangelio y que recuerdan el estilo manierista de los de la Catedral de León, con columnas barrocas y hastial calado entre las torres.
El complejo catedralicio consta de tres áreas: el templo, el Museo y Archivo y el Hospital de San Juan. Los horarios de visita son en invierno de 11:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00; en verano, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00. Está cerrado los lunes, y domingos y festivos por la tarde. Para entrar a la Catedral fuera de los horarios de misa y visita libre (son por la mañana temprano y no los pillamos) hay que sacar el ticket del Museo, que cuesta 6 euros. Yo compré una entrada combinada para ver también el Palacio Episcopal que creo que me costó 9 euros (la verdad es que no lo recuerdo bien).
Me gustó la definición escrita en el folleto informativo que me dieron con la entrada y que copio literalmente a continuación: “Se llama catedral la iglesia donde el Obispo, sucesor de los Apóstoles, tiene la cátedra permanente y visible de su magisterio, la sede episcopal para guiar a la Iglesia particular de Astorga en comunión con el Papa de Roma. Tiene el título de Apostólica por la cercanía de su fundación a la predicación de los Apóstoles. En una carta sinodal de San Cipriano, Obispo de Cartago, aparece ya plenamente organizada en el siglo III, lo que supone un origen muy anterior.”
Órgano y coro.
Aparte de las bóvedas de crucería que resaltan la gran altura del templo, en el interior se pueden contemplar obras muy interesantes, como el retablo del Altar Mayor, concluido en 1584 y obra de Gaspar Becerra, considerada una de las cumbres del renacimiento manierista español. Además, entre otros retablos, destaca el clasicista de la Virgen de la Majestad, de principios del siglo XVII, que contiene una talla bizantino-románica del siglo XII de Nuestra Señora de la Majestad. Muy llamativa también la sillería del coro, renacentista en marco gótico del siglo XVI, con 97 asientos de nogal. El claustro es neoclásico, pero no me llamó especialmente la atención.
De nuevo en el exterior, a un costado de la Catedral vimos la Iglesia de Santa Marta, dedicada a la Patrona de la ciudad; data de 1741 y tiene fachada neoclásica con interior barroco.
Un poco más allá se encuentra la llamada Celda de las Emparedadas, un pequeño recinto con una ventana enrejada, situado entre la Iglesia de Santa Marta y la Capilla de San Esteban, donde se “emparedaban” de por vida las mujeres supuestamente pecadoras para cumplir penitencia.
Y llegamos al Palacio Arzobispal, la obra arquitectónica más emblemática de Astorga junto con la Catedral. En 1886, la antigua sede arzobispal quedó arrasada en un incendio y el por entonces obispo, Joan Baptista Grau i Vallespinós, pidió a su amigo Antoni Gaudí que le proyectase un nuevo palacio, cuyas obras comenzaron tres años después. Sin embargo, en 1893 el obispo murió y Gaudí, cansado de las críticas y rechazos que levantó su proyecto, lo abandonó cuando faltaba por construir el segundo piso y el ático, llegando incluso a quemar los planos. Tras una serie de intentos fallidos por parte de otros arquitectos, Ricardo García Guereta lo concluyó en 1913, pero el edificio nunca cumplió la función para la que fue concebido como residencia del obispo de Astorga: se utilizó para diversos usos e incluso fue cuartel y sede de la Falange, hasta que en 1963 se convirtió en Museo de Caminos de la ciudad, lo que sigue siendo hoy en día.
Se trata de un edificio sumamente llamativo, como todos los diseñados por Gaudí, que se propuso aunar en estilo neogótico las formas de un palacio y un castillo con foso y todo. Tiene cuatro fachadas con torres en cada una de ellas y de lejos parece un verdadero castillo de cuento de hadas, de esos que todos nos hemos imaginado habitar de pequeños bien como caballeros o como princesas. Es gratis entrar en los jardines, desde los que se tienen unas vistas muy bonitas de las murallas y del propio castillo. Lástima esos andamios… Imposible sacar la espectacular zona de la puerta.
Tuve que dar varias vueltas a la manzana donde se asienta el edificio para sacar alguna foto decente, pero al final algo conseguí…
Aunque nos advirtieron que también había zonas en obras en el interior, decidimos pasar. Confieso que, aunque solo sea por la curiosidad de “a ver qué me encuentro”, me resulta difícil resistir la tentación de entrar en los edificios de Gaudí, aunque el resultado de éste no sea completamente suyo (igual que pasa con otros, por cierto). Sacamos una entrada combinada con la Catedral y no nos arrepentimos porque el interior del Palacio Episcopal nos gustó. En cierto sentido me recordó al Palau Guell de Barcelona, y de hecho leí después que Gaudí utilizó aquí varios de los recursos de aquél para ganar luminosidad, como la utilización de ventanas triangulares en el salón del trono, despacho, comedor y dormitorio, que se hacen posibles gracias a la escalera noble de gran altura que parte del vestíbulo. Por lo demás, se repiten la variedad de tonos marrones y azules sobre fondo blanco, las vidrieras de colores, las bóvedas de crucería sobre arcos ojivales, las columnas con capiteles decorados, los mosaicos y la utilización decorativa de la madera.
Además, el Museo de Caminos que alberga el edificio cuenta con una buena exposición de obras de arte: escultura, pintura, joyas, muebles, relojes, mapas y otros objetos. Y en el sótano se puede ver una exposición muy interesante de lápidas romanas, sarcófagos medievales, tallas románicas y góticas, etc.
Para terminar nuestra visita a Astorga, echamos un vistazo a dos lugares que guardan restos romanos: la única puerta que se ha podido situar hasta el momento en la ciudad y el antiguo aljibe, que se encuentra muy cerca de la Catedral, fuera del recinto amurallado pero pegado a los muros.
Aljibe y restos de puerta romanos.
Cuando volvíamos al aparcamiento para recoger el coche, de nuevo los andamios nos privaron de unas vistas espléndidas. En fin, otra vez será…
CASTRILLO DE LOS POLVAZARES.
Si se visita Astorga, no hay que perder la oportunidad de acercarse a este pueblecito de poco más de 100 habitantes que ofrece la mejor muestra de arquitectura popular de la comarca maragata. Está declarado Conjunto Histórico-Artístico y aquí ambientó Concha Espina su novela La esfinge maragata. La autora cuenta con un busto bajo una parra, detrás de la Iglesia.
Así que, siguiendo todos los consejos que nos habían dado, allá que fuimos. Se encuentra a 45 kilómetros de León, a 60 de Ponferrada y a 7,6 de Astorga, desde donde se accede fácilmente por la carretera LE-142 en menos de un cuarto de hora.
Sin embargo, que nadie se llame a engaño porque este lugar puede encontrarse abarrotado de gente si se va en festivo, fin de semana o puente puesto que, aparte del reclamo de su típico caserío y de ser punto de paso en el Camino de Santiago, es uno de los sitios más conocidos para obsequiar al paladar con el mejor cocido maragato, que se toma al revés, es decir, primero la carne, luego las verduras y se termina con la sopa. La explicación a esta costumbre hay que buscarla en los tiempos en que los arrieros recorrían España y llevaban trozos de carne en una fiambrera de madera, y cuando paraban en una fonda, tomaban primero su comida (la carne) y luego pedían verduras y sopa para calentar el estómago y aligerar la digestión. En fin, que hay bastantes restaurantes en el pueblo que preparan el que, dicen, es el mejor cocido maragato de la comarca. Desafortunadamente, no pudimos comprobarlo porque llegamos por la tarde y, de todas formas, en pleno verano y estando de viaje tampoco nos apetecía demasiado meternos un cocido entre pecho y espalda.
Llegar por la tarde tuvo la clara ventaja de encontrarnos el pueblo casi para nosotros solos, lo que se agradece mucho en un lugar como éste. A la entrada, hay un aparcamiento habilitado ya que al núcleo de casas solo pueden acceder los residentes o los clientes de hostales y casas rurales. También vimos un plano con lo más destacable que hay para visitar y que son dos calles largas paralelas y unas callejuelas pequeñas perpendiculares que se entrecruzan y que son las que ofrecen unas estampas más pintorescas porque se libran de los coches y los turistas, que por nuestros atavíos y aparejos desentonamos bastante en un lugar como éste, cuya imagen se ha quedado anclada en la época de los arrieros.
Los arrieros maragatos que poblaban estas tierras eran comerciantes que trataban con vinos y salazones de pescados que traían de Galicia hacia el interior, y embutidos y productos de secano procedentes de su tierra. Sus casas se encontraban acondicionadas para tal ocupación, con grandes puertas para el paso de carros, patios interiores, cuadras y grandes bodegas.
Castrillo se encontraba en realidad en otra ubicación, pero unas riadas lo destruyeron y tuvo que ser reconstruido en el siglo XVI en el lugar donde ahora está y así se ha conservado, tal cual lo podemos ver.
Las calles están empedradas con cantas, las casas cuentan con umbrales de arcos grandes para permitir el paso de carros y cabalgaduras, la piedra es muy sólida, con techos amplios y cortos aleros.
Tradicionalmente, los arcos, los dinteles y los marcos se pintaban de blanco, mientras que las puertas solían ser verdes, lo que contrasta con el tono rojizo de la piedra y la argamasa en un uso de materiales de la tierra que mimetiza el caserío con el paisaje.
Ni que decir tiene que me gustó mucho esta visita, en principio breve porque recorrer el pueblo apenas lleva veinte minutos; pero luego me entretuve más de la cuenta indagando por las callejuelas en busca de rincones solitarios para hacer algunas fotos. En esto, como en todo, depende de lo que busque cada cual. Si se quiere comer un cocido en sábado o festivo, aquello estará lleno de gente; si se prefiere ver el pueblo simplemente como lugar pintoresco para revivir escenarios de otras épocas, lo mejor será ir por la tarde y preferiblemente en un día laborable.
PONFERRADA.
Es otra ciudad interesante para visitar en una mini ruta leonesa. Se encuentra en la comarca de El Bierzo, entre los ríos Sil y Boeza, a 113 kilómetros de León capital, y a 64 de Astorga, desde donde hay un acceso muy cómodo y rápido por la A-6 (tres cuartos de hora de viaje).
Aunque ya fue asentamiento romano, la historia de Ponferrada se encuentra ligada al Camino de Santiago, al que debe su prosperidad a partir del siglo XI. Otro aspecto clave de la ciudad es su relación con la Orden del Temple, bajo cuya custodia quedó en el siglo XII. Posteriormente conoció periodos oscuros y otros de auge comercial, si bien fue la actividad minera de finales del siglo XIX la que la convirtió en el epicentro económico comarcal, hasta el punto de ser actualmente la segunda ciudad en población de la provincia después de la capital, con más de 67.000 habitantes, cuya economía se basa en la elaboración de vinos de la denominación de origen del Bierzo, frutas, hortalizas, industrias como las cárnicas y las de fabricación de tejados de pizarra, etc.
Desde el punto de vista turístico, lo más destacado para visitar es su Castillo Templario del siglo XIII, que se erigió sobre lo que fue castro celta y luego fortaleza romana. En 1178 Fernando II concedió permiso a la Orden del Temple para establecer una encomienda en la actual Ponferrada. A principios del siglo XIII se comenzó a erigir la primera fortificación que se terminó en 1282, pero fue reconstruida y ampliada varias veces a lo largo de la Edad Media. La edificación que podemos ver actualmente corresponde al siglo XV, aunque se añadieron las caballerizas a finales del siglo XIX y posteriormente se reformó toda la zona palaciega y algunas torres para instalar el museo que se visita con la entrada al castillo.
Desde el exterior la estampa es imponente: un precioso castillo medieval, con sus almenas, sus torres, sus puertas, su foso… casi intacto. Un gusto dar la vuelta caminando a su perímetro y verlo desde todos los ángulos. Lástima que el sol diera justamente de frente.
El interior se puede visitar de martes a domingo, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00. La entrada general cuesta 6 euros.
La verdad es que nos quedamos un poco decepcionados al ver el interior del castillo porque si desde fuera parece encontrarse intacto, el interior está casi diáfano y poco queda en pie. Se puede subir a algunas torres, pasear por alguna zona de almenas y visitar el museo, que me pareció interesante, sobre todo la exposición de libros antiguos me gustó bastante.
El interior del castillo.
Por lo demás, el castillo nos regaló unas vistas espléndidas de la ciudad, sus dos ríos (Sil y Boeza) y, en general, de toda la comarca.
Íbamos con el tiempo muy justo y no pudimos ver demasiado del resto de la ciudad, en la que destacan como lugares de interés para visitar: la Basílica de Nuestra Señora de la Encina (templo gótico del siglo XIII, reformado en el siglo XVI), el Ayuntamiento (edificio barroco de los siglos XVII y XVIII), las Iglesias de San Antonio del Campo y de San Andres y el casco viejo, que recorrimos brevemente.
A 27,7 kilómetros de Ponferrada se encuentran las antiguas minas romanas de oro de Las Médulas, que han trazado un paisaje excepcional que está declarado Patrimonio de la Humanidad y constituye otra de las visitas obligadas en cualquier ruta por la provincia de León. Os dejo el enlace de la etapa en la que conté nuestra experiencia en ese lugar mágico por si os apetece hacer una visita durante vuestra estancia en León: LAS MÉDULAS (Leon). Las montañas rojas que surgieron del oro..
Y hasta aquí esta mini-ruta, complemento de nuestra visita a León capital, cuyo relato podéis leer en la etapa anterior de este diario. Solamente añadir que os animéis a visitar León capital y también su provincia: merece mucho la pena y estamos deseando volver para conocer nuevas comarcas y sitios.