Durante nuestra última visita a los Pirineos de Huesca, hicimos sendas paradas en Jaca y Huesca, dos ciudades por cuyos alrededores habíamos pasado muchas veces sin detenernos a conocerlas. En esta etapa me ocuparé de Jaca.
JACA.
A la ida, de camino hacia Torla, decidimos pasar una noche en esta ciudad oscense, capital de la comarca de La Jacetania. Aunque actualmente hay desvíos y cortes por obras, resulta sencillo llegar a Jaca, ya que su término municipal está atravesado por la A-23, además de por otras carreteras nacionales. En esta ocasión, al salir de Alicante, fue un viaje más largo del que hacemos normalmente desde Madrid. Para almorzar, paramos a unos 40 kilómetros de Teruel, en el restaurante La Fragua de Sarrión, un establecimiento que no conocíamos pero que nos venía bien al requerir un simple cambio de sentido en la A-23. Aunque estaba muy concurrido, resultó un lugar excelente por la variedad de platos, el servicio y el precio (unos 15 euros el menú). También preparan bocadillos, tapas y raciones. Un buen sitio para parar estando de paso. Nos lo apuntamos para otras ocasiones.

Llegamos a Jaca sobre las siete de la tarde. Al existir aviso de tormenta fuerte con granizo para la madrugada, preferimos dejar el coche a cubierto, en el aparcamiento Pirineos de la Plaza de Ripa, muy cerca de la Catedral. Nos costó 20 euros, importe máximo por 24 horas. En otras circunstancias, habríamos intentado encontrar parking gratuito, aunque hay mucha zona azul. Teníamos reservada una noche en el Hotel Alda Jolio-Jaca, de dos estrellas, situado en el mismo centro, en la Calle del Carmen. Precio, 60 euros. A menudo acudimos a esta cadena de hoteles, que suele destacar por buena ubicación, precios competitivos y habitaciones funcionales y confortables con aire acondicionado, perfectas para pasar una noche. En esta ocasión, tampoco nos defraudó.

Tras instalarnos, me dirigí deprisa a la Oficina de Turismo, que cerraba a las ocho, para pedir información y folletos. Me atendieron muy amablemente. Ya a esas horas, solo me dio tiempo a situarme y dar una vuelta, preparando las visitas del día siguiente.

Con una población que supera ligeramente los 14.000 habitantes, se halla situada en una meseta, entre las sierras interiores de los Pirineos, a una altitud de 818 metros sobre el nivel del mar, junto al río Aragón. Dista 78 kilómetros de Huesca capital y 143 de Zaragoza. Había mucho ambiente en las calles, con las terrazas atestadas de gente. A la hora de cenar, tuvimos suerte y pillamos una mesita con taburetes en el Bar Marboré -muy cerca de la Torre del Reloj-, conocido por sus tapas. Pides dentro y te sirven fuera. Estuvo bien. Luego, dimos una vuelta. Hacía muy buena temperatura y el centro nos pareció muy agradable para pasear. Tomé algunas fotos nocturnas, pero no quedaron bien por un problema de configuración en la cámara que no se apreciaba en la pantalla digital, así que no me percaté hasta ver las fotos en el ordenador.

Recorriendo Jaca.
De acuerdo con el pronóstico del tiempo, la mañana siguiente amaneció con un aspecto muy diferente al día anterior: llovía y en el cielo había nubes de tormenta. Las previsiones aseguraban que mejoraría según avanzase la jornada.
El centro histórico de Jaca es pequeño y se recorre fácilmente a pie. El nombre de Iaca, capital de los iacetanos, ya fue citado por el historiador griego Estrabon (siglo I), aunque sus orígenes son anteriores. Conquistada por los romanos en el año 194 a.C., constituyó un punto estratégico de vigilancia en el paso de los Pirineos, lo que que le proporcionó prosperidad económica hasta el siglo IV, cuando entró en decadencia por los asaltos de los bandidos a las caravanas de los viajeros y comerciantes. Ya en el siglo X, jugó un importante papel en el nacimiento del Reino de Aragón, sobre todo cuando el rey Ramiro I estableció en Jaca una residencia real. A finales del siglo XI, el rey Sancho Ramírez le dotó de fueros, catedral con obispado y ciudadela. De hecho, Jaca está considerada la primera capital aragonesa, entre 1077 y 1096, año en que se trasladó a Huesca tras la conquista de la ciudad.

No teníamos intención de hacer rutas senderistas por aquí (las reservábamos para Ordesa y Benasque) y ya habíamos estado en otros destinos interesantes que hay en los alrededores, así que nos limitamos a visitar el casco antiguo, cuyos lugares más significativos son la Ciudadela y la Catedral con su Museo Diocesano.
Ciudadela.
En primer lugar, fuimos a la Ciudadela, que tiene su origen en el Castillo de San Pedro, cuya construcción se inició en 1592 por orden de Felipe II tras los desórdenes provocados por la huida de Antonio Pérez y también como protección frente a Francia y las incursiones de los hugonotes. Estaba lloviendo, así que aprovechamos para ver los espacios interiores.

Obra del arquitecto italiano Tiburzio Spannocchi, su planta tiene forma de estrella de cinco puntas y ha mantenido su estructura prácticamente intacta, conservando todos sus elementos: foso, baluartes, parapetos, cuarteles, polvorines, túneles…Tiene la catalogación de monumento histórico-artístico desde 1951 y fue restaurada en 1968. El ejército español la utilizó hasta el año 2008, en que pasó a ser gestionada por el Ayuntamiento de Jaca. Al llegar, llama la atención el foso, de un kilómetro de perímetro, pero que no fue ideado para llenarse de agua. Ahora está ocupado por una manada de ciervos.

Cinco baluartes refuerzan cada uno de los cinco vértices de la ciudadela. La puerta data de 1613 y se realizó en estilo barroco. Está rematada por una galería de cuatro arcos (a la que se puede acceder desde el interior) y culmina con una espadaña con campana.

La Plaza de Armas reproduce la forma pentagonal de la ciudadela. Era donde se formaba la tropa y disponía de dos pozos. Desde 1969, cuenta en su centro con una estatua de Felipe II.

Al principio, los cuarteles estaban separados para evitar la propagación de incendios, pero más tarde fueron unificados, permitiendo el tránsito bajo los soportales del conjunto. Otros lugares de interés son los polvorines y la Capilla del siglo XVII y estilo barroco.

El acceso es de pago. La entrada general cuesta 8 euros y la reducida, 5. Hay visitas guiadas. Nosotros compramos la de visita libre y precio reducido por ser pensionistas. La duración media de la visita se estima entre 60 y 120 minutos. Aunque lógicamente depende del interés de cada cual, lo cierto es que lleva su tiempo. Al final, tuve que acelerar para ir con tranquilidad a la Catedral y al Museo Diocesano.

En las distintas dependencias que se recorren, hay espacios dedicados a Museo y exposiciones, permanentes y temporales. El itinerario está perfectamente señalizado y distribuido en Salas: Batallas, Sanidad Militar, Regimiento Galicia 64, Tropas de Montaña, Premios del Ejército, Batalla de Waterloo…

Personalmente, lo que más me gustó fue el Museo de Miniaturas Militares, que mediante fantásticas maquetas va explicando la evolución de los ejércitos a través de la Historia, comenzando por el antiguo Egipto hasta los más modernos de la actualidad. Muy chulo este espacio.



También merece la pena dar una vuelta por el exterior y asomarse a los muros y baluartes, aunque las vistas no resultan demasiado espectaculares.
Catedral.
Considerada uno de los ejemplos más importantes del primer románico español, se comenzó a construir en 1077 por orden del rey Sancho Ramírez, bajo la advocación de San Pedro. Conserva su primitiva estructura románica: planta basilical de tres naves con cinco tramos y ábsides alineados (solo se conserva uno original), dos puertas y cúpula. Son muy bellos los capiteles de piedra de las columnas de las portadas. La portada occidental, al fondo de un profundo pórtico con bóveda de cañón, se encontraba en obras, aunque pude distinguir algunos detalles desde el exterior.

El aspecto actual del templo responde a las sucesivas reformas, ampliaciones y derribos realizados a lo largo del tiempo, desde su construcción hasta el siglo XVIII, cuando finalizó la serie de reconstrucciones que comenzaron en el siglo XV, con la Catedral casi en ruinas. El acceso es gratuito. Hay cajetines para encender las luces a cambio de una moneda de 1 euro, lo que resulta muy aconsejable para contemplar el templo y las capillas en todo su esplendor, ya que el interior está bastante oscuro.

Se distinguen 28 capiteles con motivos figurativos, vegetales y esquemáticos de diversos autores y momentos. Hay varias Capillas muy interesantes: San Sebastián, San Miguel, San Jerónimo, la Trinidad… Muy llamativa es la Capilla barroca dedicada a Santa Orosia. Y también el Sepulcro del Obispo Pedro Baguer, renacentista, del siglo XVI. Merece la pena entrar y dedicarle un ratito. Las fotos me quedaron mal, así que solo pongo un par de collages para dar una idea.

Museo Diocesano – Arte Románico.
No soy muy entusiasta de los museos diocesanos ni de la orfebrería religiosa. Sin embargo, de vez en cuando me topo con algunas excepciones, como fue el caso. Se encuentra instalado en dos plantas alrededor del antiguo claustro románico de la Catedral. Inaugurado en 1970, el Museo fue completamente remodelado y abierto de nuevo al público en 2010. El acceso se halla dentro del edificio catedralicio y requiere pagar una entrada. La entrada general cuesta 6 euros y la reducida, 4,50. Personalmente, creo que merece la pena el pequeño desembolso, sobre todo para los amantes del románico. Está permitido hacer fotos sin flash.
La exposición comprende el arte religioso de Jaca desde el Renacimiento hasta la Edad Moderna, si bien el núcleo central se refiere a la pintura mural románica y gótica de las iglesias de la diócesis.

En los años 60 del pasado siglo, la despoblación llevó a numerosas iglesias rurales a un estado ruinoso. Como consecuencia, las pinturas murales románicas y góticas (siglos XII al XVI), que fueron descubriéndose en algunas de ellas, aconsejaron la creación de un Museo, cuyo propósito era reunir, proteger y presentar al público todas esas maravillosas obras. Una medida en principio loable pero no exenta de polémica.
En diversas salas, algunas configuradas como los emplazamientos originales, se exponen fragmentos de frescos y murales bellísimos, frente a los cuales permanecí bastante rato, contemplando cada detalle. Los paneles informativos lo explican todo muy bien. En una primera sala, se exponen los frescos de Ruesta (Zaragoza), del siglo XII, con su Pantocrátor como eje central.

También están allí los murales de Navasa (año 1200), Urriés (principios del siglo XIV), Concilio (año 1300) y Cerésola (primer cuarto siglo XIV).



Y los de Sieso (siglo XVI), Osia (siglo XIII), Ipas (siglo XV), Sorripas (siglo XIV)…




Una de las salas más importantes es la dedicada a la decoración pictórica de los muros laterales y el ábside de la
Iglesia de Bagües (siglo XI), una auténtica Biblia en imágenes a todo color, que representan desde la Creación del mundo hasta la Ascensión de Cristo.
Iglesia de Bagües (siglo XI), una auténtica Biblia en imágenes a todo color, que representan desde la Creación del mundo hasta la Ascensión de Cristo.


Estas pinturas, realizadas entre 1080 y 1096, están consideradas una joya única del arte románico europeo. En fin, una auténtica maravilla que ha merecido el reconocimiento internacional de periodicos tan prestigiosos como Le Monde.


Me llamó realmente la atención la movilidad visual que se aprecia en algunas de estas pinturas, con figuras cuyos rostros reflejan una expresividad que les otorga un aire más moderno que otras de la misma época.



En algún caso, contemplando todo el conjunto de pinturas expuesto, creí distinguir cierta similitud a algunos rasgos del cubismo. Y del comic. No sé, quizás fue solo mi imaginación.

Además de las pinturas, se exhibe una preciosa colección de tallas románicas en madera de Vírgenes, muchas de ellas policromadas. Y también figuras de Cristo, típicas de la imaginería románica del Pirineo.

En la planta superior, en la zona que ocupaba la biblioteca de la Catedral, se exponen por orden cronológico obras góticas, con pinturas y esculturas de los siglos XIII al XV.

Desde un lateral, se accede a la Sala del Secretum, de origen medieval y planta cuadrada que se utilizaba para guardar los objetos más valiosos del templo, a cuyo tesoro solo se podía acceder utilizando tres llaves que estaban en poder de personas diferentes. Fue descubierta en una restauración llevada a cabo hace unos pocos años.

La bóveda de crucería fue íntegramente decorada en el siglo XVI con pinturas de grisalla retocadas en el siglo XIX.La grisalla es una técnica pictórica que utiliza una gama cromática reducida a tonos grises y tierra, buscando intensificar la sensación de relieve mediante claroscuros.

En las pinturas, aparecen los Padres de la Iglesia Latina y los Cuatro Evangelistas por parejas; y los 12 signos del zodiaco en los nervios. En el muro, la escena mejor conservada representa a Moisés llevando las Tablas de la Ley al Arca de la Alianza.

En otras salas, se exhiben obras renacentistas (siglo XVI) y barrocas (siglos XVII y XVIII).

Además de las pinturas y esculturas, también es muy interesante la exposición de capiteles del siglo XII procedentes de los dos antiguos claustros románicos que tenía la Catedral, de los que solo se conserva el Mayor, en torno al cual se articula el Museo y cuyo aspecto actual responde a una reforma realizada en el siglo XVI.

Los más destacados son el Capitel del Sátiro y el Capitel del Rey David y los Músicos. Realmente fantásticos.


Ni que decir tiene que me encantó esta visita. Para mí, la más importante en Jaca. Claro que no todo el mundo es tan amante del románico como yo. El caso es que el Museo estaba mucho menos concurrido que la Catedral, así que pude moverme sin agobios por todo el recinto. Lo único que lamenté fue un problema que tuve con la cámara y que me privó de necesaria nitidez en algunas de las fotos que tomé.
Otros sitios de interés en Jaca.
Paseando por el casco antiguo, aparecen varios lugares interesantes, como el Ayuntamiento, de los siglos XV y XVI, con patio renacentista, y la Torre del Reloj, de estilo gótico civil del siglo XV, que funcionó durante un tiempo como cárcel. En varios puntos del centro histórico, figura la concha jacobea, ya que por Jaca pasa (y acaba) una de las etapas del Camino de Santiago francés: Somport-Canfranc-Villanúa-Castiello-Jaca.

Además de las típicas casas montañesas pirenaicas de piedra y de antiguos palacetes de familias nobles con escudos en los muros, hay algunas casas modernistas, de principios del siglo XX. Bueno, es cuestión de pasear y fijarse en los carteles informativos que describen cada uno de los edificios históricos de Jaca, lo cual se agradece.

En cuanto a iglesias, hay varias interesantes: la Iglesia del Carmen, el Monasterio de las Benedictinas y la Iglesia de Santiago, que estaba abierta y pude visitar su interior, aunque aparecía muy oscuro.

También hice una pequeña caminata de un kilómetro aproximadamente (hay que bajar una buena cuesta hasta la orilla del río Aragón) para ver de cerca el Puente de San Miguel, situado junto a la carretera que va al Valle de Aísa.

Tiene 96 metros de longitud y su origen se remonta al siglo XV, si bien hay sido restaurando varias veces, la última no hace muchos años. Desde aquí, se pueden hacer algunas rutas senderistas señalizadas mediante paneles informativos.

Volví al centro y me reuní con mi marido para ir a comer. Teníamos previsto hacerlo en el restaurante Biarritz, uno de los más recomendados de Jaca, pero nos encontramos con que el martes era su día de descanso, así que cambiamos de planes sobre la marcha. Aunque las referencias eran buenas, no tuvimos mucha suerte con la nueva elección: la comida no estuvo mal, pero el servicio fue pésimo, así que prefiero correr un tupido velo. Cierto es que tuvieron un problema ajeno al restaurante que les descabaló bastante, por eso les voy a conceder el beneficio de la duda y no mencionaré el establecimiento que fue.
Nada más acabar, emprendimos viaje hacia Torla, nuestro siguiente destino.