El primer fin de semana de febrero (del 5 al 7) tuve que bajar a Madrid para realizar el proceso de selección del máster. Aprovechando que tenía la mañana del domingo libre (mi tren salía a las 6 de la tarde) me fui con mi novia a pasar la mañana por ahí. Para elegir el destino echamos un vistazo a un útil folleto de escapadas de la Comunidad de Madrid, optando por desplazarnos al pequeño pueblo de Patones, enclavado en la Sierra Norte, y con la peculiaridad de haber tenido rey propio durante varios siglos, razón por la que recibe el nombre de Pequeño Reino de Patones. Y esta es nuestra aventura por ese minúsculo reino escondido entre montañas.
Salimos de Madrid hacia las 9 y media de la mañana para que nos cundiera el tiempo y pusimos rumbo a Patones. Llegar es fácil, se toma la A-1 hasta desviarnos a Torrelaguna y luego seguimos los carteles. En unos tres cuartos de hora empezamos la subida a este pueblo, cuya historia es increíble.
Por su ubicación esta zona ha sido habitada desde el Paleolítico, llegando a existir un castro celtibérico del siglo IIaC; amén de ser cifrado su origen como tal durante la Reconquista. Sin embargo no es hasta el siglo XVI cuando aparece por primera vez en un documento, y lo hace como una minúscula alquería (contaba con siete vecinos) dependiente de la Villa de Uceda. No sería hasta el siglo siguiente cuando aparecen las primeras referencias al Rey de los Patones (y es que Patones viene de ese gentilicio, dado a los habitantes del pueblo) como cabeza visible del Reino de Patones. No es un reino independiente como os podéis imaginar, en aquella época la docena de familias que vivían en el pueblo acataban la autoridad de un anciano que era más un juez que un rey como tal, pero su título era hereditario, de ahí el nombre de rey. Las tradiciones se transmitían oralmente, si bien se cuenta que los reyes escribían toda la historia del pueblo en un libro que se terminó perdiendo. En 1769 se les concede un ayuntamiento propio, desapareciendo la figura de rey para empezar a haber alcaldes (si bien los primeros eran de la familia Prieto -la "Familia Real"-)
En el siglo XIX el pueblo no sufrió la Guerra de Independencia, y es que el Ejército Napoleónico no lo encontró según cuenta la leyenda, si bien es falsa ya que en varios documentos aparece recogido el pago de tributos al destacamento francés de Torrelaguna; a mitades de siglo Patones ya contaba con Casa Consistorial, Iglesia Parroquial y escuela, y se vio enriquecido con las grandes obras para facilitar el abastecimiento de agua a Madrid, como la Presa del Pontón de la Oliva o el Canal de Isabel II; sin embargo, en la época de posguerra los habitantes de Patones se empezaron a desplazar del alto al tranquilo y más accesible valle fundando Patones de Abajo, siendo el éxodo generalizado en la década de 1960, quedando el Patones original abandonado en la década de los 70; aunque con la llegada del turismo rural se restauraron las casas para establecer en ellas restaurantes y alojamientos, siendo en la actualidad un tranquilo pueblo con mucho encanto y magia, destacando además la "arquitectura negra", de la que es uno de los mejores ejemplos. Esta arquitectura se da en esta zona del Sistema Central (tanto en Madrid como en Segovia y Guadalajara) y tiene ese color (y nombre) por estar construídos los pueblos en pizarra.
En la carretera que sube hacia el pueblo, ya cerca de llegar al mismo podemos ver las canalizaciones del Canal de Isabel II, que modernizado sigue llevando agua a la capital de España.
Llegamos al pueblo y un operario nos indica que debemos aparcar en una pista que va hacia arriba, hacia la sierra, y es que el tráfico está restringido en Patones, no pudiendo circular vehículos (excepto los servicios locales, claro) Esto da mucho encanto al pueblo, y es que te transporta totalmente al siglo XVIII, cuando el Rey de los Patones dictaba justicia en esta recóndita aldea de la sierra.
El pueblo está construido sobre la ladera de la montaña, por lo que está en cuesta, es espectacular.
Antes de patearlo en profundidad (se ve superrápido, es muy pequeño) nos sentamos a desayunar, lo hacemos en el El Rincón de Patones, un hotel rural con bastante encanto, donde desayunamos sendos cafés y tostadas con tomate y aceite (enormes) por 7€
Con el estómago lleno, y tras ver desayunando a varios grupos con material de senderismo (que pena no tener más tiempo para hacer alguna ruta a pie por aquí, seguro que volveremos) nos dedicamos a recorrer tranquilamente las preciosas calles empedradas de este pueblo con tanta historia y leyenda a sus espaldas.
No puedo recomendar ninguna calle ni plazuela en particular, es una pequeña aldea que en menos de media hora pateas de arriba a abajo y de izquierda a derecha, así que simplemente hay que ir yendo por donde nos lleven los pies y sin más preocupaciones que disfrutar al máximo cada esquina y cada visión del Pequeño Reino de los Patones
Las casas están restauradas, pero siempre con la referencia de como fueron en los últimos siglos, por lo que ninguna desentona, siendo un conjunto precioso.
El entorno acompaña mucho a la magia del pueblo, y es que en todo momento apreciamos estar encaramados en plena ladera de una de las múltiples sierras que componen la llamada Sª Norte
Además, y pese a ser domingo, el pueblo estaba bastante tranquilo, con gente paseando por sus calles pero sin sensación de agobio (aunque a decir verdad, cuando nos íbamos a las doce menos algo ya se estaba llenando la parte baja con grupos grandes y demás, si queréis tranquilidad sed madrugadores )
Y tras una hora larga paseando por sus calles, descansando en sus soleadas esquinas (se agradecía el sol invernal que aunque no mucho, algo calentaba) y haciéndonos mil y una foto en este escenario de cuento volvimos a la parte baja para despedirnos (aunque con todas las rutas por la zona es sin duda un hasta luego y no un hasta nunca) de nuestro descubrimiento más reciente, y uno de los más increíbles, el Pequeño (y casi desconocido) Reino de Patones
De aquí nos fuimos al otro pueblo recomendado en la guía de la Comunidad de Madrid, Torrelaguna, la principal localidad de la zona y que cuenta con todo tipo de servicios, a media hora un poco larga de la zona norte de Madrid. Este pueblo está catalogado como Conjunto Histórico-Artístico por su desarrollo en los siglos XV y XVI, y si bien es cierto que tiene varios edificios históricos bonitos no le vimos ni de lejos tanto encanto como a Patones. En cualquier caso recomiendo visitarlo, de nuevo se ve rápido (en una hora está todo visto) y tiene rincones bonitos.
Al igual que ocurre en Patones, los arqueólogos descubrieron que la zona estaba habitada ya desde la Prehistoria; si bien el origen de la actual Torrelaguna data de los inicios de la Edad Media, cuando varios habitantes de Uceda (actualmente en Guadalajara) establecieron una granja en la ciudad. Así, cuando los musulmanes llegaron a la Península ya existía esta aldea, que toma su nombre de la tribu bereber laggūna, y no de la palabra española “Laguna” como se pueda pensar. En 1085 es conquistada por Alfonso VI de Castilla y en 1390 es nombrada como Villa Libre, atrayendo esto a familias ricas que traen la prosperidad a Torrelaguna.
Al no participar sus habitantes en las Guerras Comuneras recibe un Fuero Local que trae más prosperidad aún, siendo el siglo XVI el de mayor importancia de la localidad. Se construyen edificios notables y crece en extensión y riqueza, el crecimiento va disminuyendo y en la Guerra de Independencia es saqueada y ve muchos edificios destruídos (muralla, conventos, iglesias…), siendo también diezmada la ciudad en la Guerra Civil, quedando a día de hoy aproximadamente la mitad de los monumentos que podría tener sin la destrucción provocada por los saqueos, y es que nunca se reconstruyeron esos edificios.
En lo que es la visita en sí aparcamos en la Plaza del Mayo (hay un aparcamiento público) y nos dirigimos al centro por estrechas calles típicas castellanas.
Pasamos por una puerta de la antigua muralla.
Y por el Palacio de Salinas, construído en el siglo XVI y que acoge actualmente la casa-cuartel de la Guardia Civil
Caminamos toda la Calle del Cardenal Cisneros, la principal de la localidad, y es que este poderoso cardenal durante la época de los Reyes Católicos es oriundo de Torrelaguna. Hay varios bares y restaurantes, aunque no comeremos aquí, nos da tiempo a volver a Madrid.
Al final de la misma está la Plaza Mayor, que acoge los principales monumentos de Torrelaguna. Por encima de todos destaca la Iglesia de Santa María Magdalena, luego lo comentamos más a fondo.
Acoge también el Ayuntamiento, en sus bajos está la Oficina de Turismo, donde nos dan el útil mapa que está enlazado unas líneas más arriba.
Y varios palacetes de la época dorada de Torrelaguna
La Iglesia de Santa María Magdalena es uno de los mejores ejemplos de arquitectura gótica madrileña, si bien por su tardía fecha de construcción (en el siglo XV) tiene numerosos elementos renacentistas.
Es una iglesia de grandes dimensiones a la que se encuentra adosada una elevada torre.
La puerta tiene decoración sencilla, pero elegante.
Y el interior es el típico gótico, con arcadas muy elevadas y un retablo barroco bastante bonito. Por desgracia apenas pudimos entrar unos segundos tras acabar la misa, y es que el párroco estaba cerrando la iglesia, pero muy amablemente nos ofreció a echar un vistazo más prolongado (no queríamos molestar, así que la vimos rapidamente y nos fuimos)
Abandonamos la Plaza Mayor y nos vamos a la parte baja de Torrelaguna, con esquinas bonitas, si bien lo mejor de la localidad es la Calle Cardenal Cisneros y la Plaza Mayor.
Y algo alejada del centro, pero ya cerca del coche, descubrimos el Monasterio Franciscano, del que solo queda su torre, que da nombre a esta localidad.
Y tras volver a pasar la antigua puerta de la muralla que franqueábamos al llegar, abandonábamos Torrelaguna poniendo fin a esta primera excursión de Madrid para conocer los bonitos pueblos que adornan su región. Espero que no sea la última.
Y ya sabeis, si os gustó dejar los puntinos, y si quereis sugerir o aconsejar alguna ruta o lugar que ver, no dudeis en hacerlo.
Un saludo viajeros!
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