Aquí les dejo un reportaje que salió ayer en una revista de viajes publicada en un periódico de circulación nacional
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La hora verde de Suiza
A comienzos de este año, un ranking de The Economist situó a Suiza como el destino ecológico número 1 del mundo. Una de las razones fue el Jura, en la frontera con Francia, una región que condensa gran parte de lo que es este moderno país europeo: verdes montañas, prístinos lagos, ordenadísimas ciudades históricas y, por cierto, pueblos completos dedicados a fabricar los relojes más famosos del mundo.
Texto y fotos: Sebastián Montalva Wainer, desde el Jura, Suiza.
Simplificando, la historia fue más o menos así. Los primeros relojes suizos comenzaron a fabricarse en Ginebra en el siglo 16. Y todo fue por culpa de Calvino: debido a la reforma protestante que él había impulsado, el uso de joyas quedó absolutamente prohibido para los fieles. Así es que los joyeros de entonces no tuvieron más que dedicarse a otra cosa. Y esa "otra cosa" fueron los relojes. Claro: para la época, un reloj no era considerado una joya sino más bien un objeto de esencial utilidad.
Entonces nació el primer gremio de relojeros suizos. Y, de pronto, hubo tanta competencia en Ginebra que varios tuvieron que partir por más oportunidades hacia el norte, hacia la región del Jura (léase "Yura"), justo en la frontera con Francia. Se quedaron en el Jura. Tuvieron hijos. Nietos. Bisnietos. Tataranietos. Y todavía siguen aquí, fabricando con sus manos, todos los días, los relojes más famosos del mundo.
"Cerca de aquí, en el pueblo de Les Breleux, le hacen los relojes a Rafael Nadal", dice Wisard Toinette, oriunda del cantón de Jura, uno de los 23 que conforman Suiza, mientras viajamos por el villorrio de Le Bémont, entre montañas y campos perfectamente trabajados (ésta es, también, zona de granjeros). En unos minutos más atravesaremos Le Locle y La Chaux-de-Fonds, dos ciudades que nacieron por y para la relojería, hoy patrimonios de la Unesco (en La Chaux-de-Fonds está el mayor museo del mundo dedicado a la relojería;
www.mih.ch); y, después, Saignelégier, donde le hacen los relojes al otro gran tenista del mundo, esta vez de la casa: Roger Federer.
Pero sigo pensando en Calvino. Y en la historia del Jura, región que he estado recorriendo en los últimos dos días. También en Nadal. Así que, más tarde, busco mayor información: el reloj del tenista español, que es de marca Richard Mille, cuesta medio millón de dólares.
Los protestantes de antaño se espantarían.
La analogía relojera sirve, también, para describir a la región del Jura y Tres Lagos, como se conoce oficialmente a este destino suizo, por agrupar todo un circuito turístico alrededor de los lagos Neuchâtel, Biel y Murten: este lugar está como detenido en el tiempo. No porque se trate de un destino de ciudades antiguas -que las tiene-, ni porque en sus parajes aún se viva como antes -las granjas, que abundan en esta región donde se habla francés, son prueba de aquello-, sino porque, casi siempre, el Jura luce tan quieto que parece una fotografía.
Toda Suiza, en realidad, es así: como un dibujo. Este país es el mejor sinónimo de paisajes siempre verdes, limpios, silenciosos, ordenados. Los lagos del Jura, por ejemplo, son realmente transparentes, a tal punto que hasta las autoridades locales, con absoluta confianza, instan a los turistas a beber de sus aguas.
Uno duda, claro, porque es desconfiado.
Hace unos meses, el libro Pocket World in Figures de la revista The Economist puso a Suiza en el primer lugar de los destinos más ecológicos del mundo, destacando que cada año recibía más de 10 millones de turistas en busca, sobre todo, de trekkings en la naturaleza. Pues bien, la región del Jura es uno de esos sitios predilectos entre los viajeros activos y verdes. De hecho, bordeando el río Doubs -la frontera natural entre Suiza y Francia- está una de las "32 mejores caminatas" suizas, según una lista elaborada en el propio país: un escénico circuito de 15 kilómetros, de nivel fácil, que va desde los pueblos de Sobbey hasta St. Ursunne (más detalles,
www.myswitzerland.com; desde iTunes se puede bajar la aplicación Swiss Hike para iPhone, que tiene el ranking completo).
Hoy probamos otra de las tantas rutas de la región, saliendo desde Neuchâtel, la principal ciudad del Jura -con sólo 31.500 habitantes-, que lleva el nombre del mayor lago del país, que tiene un lindo castillo medieval y una interesante vida universitaria. El sendero va desde el paso La Tourne hasta La Vue-des-Alps -dos ínfimos puntos en el mapa-, y conjuga muy bien los principales atractivos de este lugar: montañas absolutamente verdes, pequeños caseríos enclavados entre ellas, rebaños de vacas pastando por aquí, por allá, y praderas que más parecen campos de golf.
Nos dicen que la ruta toma dos horas y, tratándose de Suiza, no caben dudas. En precisos 120 minutos, por un sendero bien indicado con letreros y frecuentes flechas amarillas pintadas en las rocas, caminamos por las crestas del Jura, admiramos los tres lagos de la región e, incluso, tenemos suerte: el día despejado da para ver hasta los Alpes, que están al frente, incluido el Mont Blanc, en Francia-Italia, la mayor cumbre de Europa (4.810 m).
El paisaje llama a la reflexión. En medio de las montañas del Jura es difícil no ponerse a pensar en la historia de este pequeño país: en cómo se ha mantenido ajeno a los conflictos mundiales; o en cómo sus casi ocho millones de habitantes, pese a hablar idiomas diferentes -alemán, francés, italiano y romanche- parecen vivir en absoluta armonía. "Suiza es el único país donde esto funciona", comenta orgullosa Corine Estoppey, quien conduce unas educativas caminatas botánicas en el parque Chasseral (voyagenature.wordpress.com), la montaña más alta del cordón del Jura (1.607 m). "Y es sorprendente, siendo gente que viene de otros lugares y habla distintas lenguas. En Suiza nadie quiere ser independiente, porque sabemos que estar unidos nos beneficia".
Hago el ejercicio unas horas más tarde, comiendo una trucha a la mantequilla junto a varios suizos en el restaurante La Theusseret, frente al río Doubs. Les pregunto si saben cantar el himno de su país. Y resulta que no. No se saben la letra. Pero luego leo un dato oficial: un tercio de la población no se sabe el Swiss Psalm, el himno declarado oficial en 1981 (antes se entonaba una canción llamada When my fatherland calls, con la misma melodía de la británica God save the queen). Así que, de a poco, algunas cosas van quedando claras. El patrioterismo, al menos como uno lo conoce, no va con Suiza.
El Jura no es puro lago y montaña. En sus alrededores, pequeñas ciudades medievales y barrocas súper bien conservadas, son un atractivo adicional. Por ejemplo, allí está Murten, frente al lago homónimo, un pueblo de más de 800 años que aún conserva su centro amurallado, con varias callecitas adoquinadas y esquinas para perderse. O Solothurn, a orillas del río Aar, que -como aquí les gusta decir- es "la ciudad barroca más bella de Suiza".
Cierto o no, Solothurn tiene varias joyas arquitectónicas de los siglos 16 y 17 -el Castillo Waldegg, la Catedral de St. Ursen- y una curiosa historia ligada al número once, cuyo origen aún nadie ha podido explicar con certeza. Sépalo: Solothurn fue el onceavo cantón en integrar la Confederación Suiza, tiene 11 iglesias, 11 capillas, 11 fuentes, 11 torres, la Catedral tiene 11 altares y 11 campanas, y la escalera hasta su entrada está dividida en grupos de 11 peldaños. La cerveza local, por cierto, se llama Oufi, que quiere decir "once" en suizo-alemán.
Recorro Solothurn junto a una periodista polaca que no para de sacar fotos. A nosotros, sudamericanos, nos sorprenden ciudades como ésta, con castillos y palacios. Pero ¿los polacos no tienen algo parecido? "Tal vez en ciudades como Cracovia", dice ella, con la cámara en la mano. "Pero Polonia fue muy destruida por la guerra. Aquí, en cambio, no hubo bombardeos. Y, a diferencia de mi país, se nota que en Suiza tienen mucha plata para mantener toda esta arquitectura histórica".
Un par de horas después navegamos por el verde lago Biel, tomando un chocolate caliente -suizo, obvio- y mirando las casas construidas en las laderas de las montañas del Jura. Vamos hacia la isla de St. Pierre, famosa por haber sido refugio del escritor Jean Jacques Rousseau durante su exilio en Suiza, en 1765. Su pequeño cuarto, en una antigua abadía -hoy convertida en el hotel St. Petersinsel- es una de los hitos turísticos de la región.
La isla es, en sí, un buen recurso para describir a todos los rincones de la región del Jura: sitios verdes, silenciosos, con varios senderos para caminar o pedalear y que, a primera vista, parecen aislados, pero que en realidad tienen sorprendentes conexiones.
El transporte público en Suiza -trenes, buses, barcos- es capaz de llegar a los pueblitos más pequeños y alejados, aunque éstos parezcan de mínima importancia y uno creyera que no justifican estar dentro de un recorrido. Además, las distancias entre las ciudades suizas son, a veces, irrisorias: para llegar de Solothurn a Biel, por ejemplo, uno viaja en tren, pero el trayecto es casi como ir en metro desde Baquedano a Tobalaba. Claro que con un gran detalle: no hay atochamientos. Ni menos, retrasos.
Es fácil entender por qué: desde el siglo 16 aquí sólo usan relojes suizos.
Desde la cadena montañosa del Jura se puede ver Francia y los Alpes.
Así es la vista desde el sector de Chasserral, la mayor altura del Jura (1.607 m).
Datos prácticos
LLEGAR
Swiss (
www.swiss.com) es la opción más directa para volar a Suiza. Sale desde Sao Paulo, pero el tramo desde Santiago se hace con Tam. Se puede llegar a Zurich y desde allí viajar en tren -lo más fácil- a Neuchâtel u otra ciudad del Jura. Solothurn, por ejemplo, está a 45 minutos de Zurich.
Si recorrerá el país por varios días, ideal es comprar el Swiss Pass, que permite usar todo el transporte público (trenes, buses, botes) y, al final, resulta mucho más económico (
www.swisstravelsystem.ch/en).
MÁS INFORMACIÓN
www.juratourisme.ch www.myswitzerland.com
Texto y fotos: Sebastián Montalva Wainer, desde el Jura, Suiza..