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DE ENCAJE Y CHOCOLATE: DIARIO DE UN PUENTE POR TIERRAS BELGAS

DE ENCAJE Y CHOCOLATE: DIARIO DE UN PUENTE POR TIERRAS BELGAS ✏️ Blogs de Belgica Belgica

Diario del viaje efectuado en el puente de diciembre de 2009 a Bruselas, Brujas y Gante
Autor: Merche137  Fecha creación:  Puntos: 4.8 (23 Votos)
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VIERNES 4 DE DICIEMBRE: NUESTRA LLEGADA A FLANDES

VIERNES 4 DE DICIEMBRE: NUESTRA LLEGADA A FLANDES


Localización: Belgica Belgica Fecha creación: 22/06/2010 01:13 Puntos: 5 (3 Votos)
Después de mi primer diario, y tras la ardua tarea de subir las fotografías, me he envalentonado llevada quizás por la euforia del reto conseguido, por lo que me voy a animar a contaros el viaje realizado en el puente de Diciembre a Bélgica. Es ésta una manera de seguir disfrutando del mismo, pues el sentarse a rellenar estas hojas es una forma de prolongar los recuerdos y de dejar reposar las vivencias que se van sucediendo, muchas veces de manera un poco apresurada, por el hecho de tener que apurar el escaso tiempo que tenemos para tantas maravillas por ver.

Esta vez, y para variar, no fui sola con mis hijos sino que, cuando decidí realizarlo, contagiados posiblemente por lo que contaba de mis anteriores escapadas, y sabedores de lo planificado que suelo llevarlo gracias a los consejos de todos los que hacéis posible este espacio en el que, no sólo compartimos nuestras experiencias viajeras sino que, poco a poco, nos vamos conociendo y conformamos ya casi una red de amigos, se apuntaron a venir conmigo dos amigas, un amigo y su mujer, con lo cual, con nosotros tres, hacíamos un grupo de 7 personas en total. ¿Cómo saldría la experiencia?. Era la primera vez que viajábamos juntos y, aunque nos llevamos superbien, todos sabemos que una salida de este tipo constituye siempre un reto pues hay que aunar intereses y compartir muchas horas y, si a todo ello se une que mis hijos son adolescentes, aunque se acoplan con mucha facilidad, pues se trataba casi de una miniaventura.

Nos tocó madrugar muchísimo, bueno quizás tendría que decir que casi no me acosté, ya que teníamos que levantarnos a eso de las 4,30 de la mañana pues nuestro AVE a Madrid salía a las 6,15 horas y empecé a hacer la maleta después de cenar ya que, por diferentes motivos, esta vez me había “cogido el toro”. El día anterior acababa el itinerario también a las tantas de la madrugada, cosa absolutamente imprescindible, pues ya me siento mucho más segura con la información recopilada en el foro que con la mejor de las guías, así que debía recomponer las casi 200 páginas que tenía con todos los mensajes de los distintos hilos de Bélgica: transportes, restaurantes, horarios, los diarios de Remo, de Fran17 etc. y dejarlas en unas 7-8 mucho más manejables; total, que los prolegómenos habían hecho que casi no durmiera en los dos días previos a la salida. Además, esta vez la responsabilidad era mayor pues era yo la que lo había organizado todo y a la que el grupo, por unanimidad, había elegido “cabeza pensante y parlante”.

Como siempre, llegamos puntualísimos a Atocha, rápidamente tomamos un taxi (bueno dos) al aeropuerto y nos dirigimos a facturar y recoger las tarjetas de embarque. La cola era tremenda pues era única para los distintos mostradores, independientemente del destino, aunque no esperamos demasiado, pero cuando llegamos al mostrador nos dijeron que el avión iba lleno y nos dieron asientos separados; por lo visto hubo overbooking y mucha gente se quedó en tierra y tuvieron que esperar a que saliera otro avión, así que si hubiéramos tardado un poco nos habría tocado llegar unas horas más tarde de lo previsto a nuestro destino. Afortunadamente esto no ocurrió y, aunque embarcamos con demora, llegamos a Bruselas sólo con un ligero retraso sobre la hora prevista, más o menos a las 15 h. Las previsiones meteorológicas no habían fallado: estaba lloviendo.

Tras recoger las maletas, y aunque habíamos tomado algo en Barajas antes de salir, teníamos hambre, así que nos fuimos a uno de los cafés del aeropuerto pues pensábamos que, dada la hora, ya nos resultaría un poco difícil encontrar algo abierto para almorzar. Tras reponer fuerzas nos encaminamos a coger el tren hasta la Gare Central. Debo decir que, hasta que no llegamos no me entró el cuerpo “en caja”, pues había leído que el billete costaba 2,80 € y a mi me cobraron 5,60 €, con lo cual me quedaba la duda de que el señor que vendía los billetes me hubiera entendido correctamente y no estuviéramos yendo para otro sitio; lo que son los nervios del viaje, no caí en la cuenta que era jueves y, aunque para nosotros sí por aquello del puente, aún no había empezado el fin de semana con lo que no teníamos reducción del 50% y, claro está, nos costó justo el doble, pero de eso nos apercibimos ya cuando llegábamos a Bruselas; bueno, íbamos bien.

Nos fuimos andando hasta el hotel, el NH Grand Place Arenberg, que realmente estaba bastante cerca, aunque como te tienes que orientar, dimos un pequeñito rodeo hasta dar con la calle y cuando estábamos en ella bajamos en lugar de subir, total que, luego de una pequeña confusión, lógica por otra parte, ya nos pusimos en la dirección correcta y subimos una pequeña cuesta que a mi se me hizo interminable; entre el frío, el maletón, las prisas y el cansancio acumulado, casi me dio un yuyu y llegué a la recepción sin aliento y con el corazón al galope. Nos atendieron en español, menos mal que no tenía que hacer el esfuerzo suplementario de hablar en inglés o francés y nos dirigimos a nuestra habitación. La mía era una Junior Suite en la 7ª planta y ¡vaya pedazo de habitación!. Enfrente de la puerta estaba el baño, bastante amplio y muy bien equipado, con suficientes útiles de aseo y un albornoz y unas zapatillas para mi. Un corto pasillo desembocaba en un pequeño hall, con el escritorio, mini-bar, una máquina de café Nespresso (pero sin George Clooney) y armario, anterior a la zona de descanso, que contaba con una cama de matrimonio grandísima, donde nos acomodamos mi hija y yo, con espacio suficiente para otra persona. Mi hijo ocupó la supletoria, bastante cómoda también y entre una y otra había una mesa de centro, un sofá, dos sillones y una mesa pequeña con una televisión de plasma muy grande. Toda la pared frontal estaba recorrida por grandes ventanales, aunque sin vistas, pues daba a un edificio de oficinas, así que como sólo estábamos por la noche, tocaba estar con las cortinas echadas por si acaso quedara alguien con gran afición a las horas extras.

Sólo dejamos la maleta y ya nos fuimos a la calle. El hotel está al lado de la catedral de St. Michel y Sta. Gúdula pero a esa hora ya estaba cerrada, así que pasamos de largo, admirando únicamente la fachada iluminada. La primera parada la hicimos en una tiendecita de sombreros, bufandas, guantes y demás prendas de abrigo para comprar una bufanda y unos guantes ya que mi hijo se los había dejado en Sevilla, yo creo que un poco adrede, pues no acababa de creerse el frío que yo le anunciaba iba a hacer, hasta que lo comprobó por si mismo (es de la escuela tomasiana) y tampoco era cuestión de dejar que se le congelaran las partes acras.

Seguimos camino y entramos en las suntuosas galerias St. Hubert, inauguradas en 1847 por Leopoldo I, el primer rey belga. Estaban totalmente iluminadas y decoradas con enseres navideños; algunos escaparates eran deliciosos.



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Caminamos hasta llegar a la rue des Bouchers, con sus curiosos expositores de pescados y mariscos y allí estaban los camareros intentando que entraras en su local; no te haces la idea, aunque ya lo sabía por el foro, de lo que puede ser eso hasta que no estás allí y te toca (nunca mejor dicho) cruzarla. Nosotros lo hicimos tantas veces para arriba y para abajo ese y otros días que, al final, nos saludaban y ya no nos decían nada ni nos cogían del brazo porque nos reconocerían.

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Íbamos buscando la Jeanneke Pis ya que estábamos por allí y, en un principio, nos pasamos el callejón en el que se encuentra, más ocupados en mirar los expositores de viandas de las puertas que en ver el pequeñísimo letrero que la anuncia. Al final encontramos el Impasse de la Felicité, donde se sitúa, detrás de unas rejas, la réplica femenina del Manneken Pis. Aunque nos hicimos las fotos de rigor, la verdad es que no nos gustó especialmente; está claro que su postura viene impuesta por su condición, pero no nos pareció ni siquiera graciosa o entrañable, pero ésta no es más que una opinión aunque todos coincidimos; no sabemos si por eso está tan escondida.


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En la acera de enfrente se encuentra el Delirium Café. Entramos con la intención de tomar una cerveza y cenar algo, por aquello de las recomendaciones del foro pero estaba tan lleno de humo que, por mis hijos, decidimos no quedarnos y, como tampoco había al parecer (por lo que vimos) una carta variada, buscamos otro lugar para cenar.


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Salimos de nuevo a la inevitable calle y, tras echar una mirada en algunos locales y comprobar que Chez León estaba a reventar, nos fuimos a “Le mouton doré”. Como éramos un grupo grande nos acomodaron en la primera mesa a la entrada y vaya tela lo que entraba cada vez que abrían la puerta y la dejaban abierta, cosa que ocurría cada 4 milésimas de segundo. Estaba claro que nosotros no estábamos acostumbrados aún al frío centroeuropeo. La comida no estuvo mal, pues había menús por 12 ó 18 €, donde podías combinar dos platos bastante apetecibles o elegir también de la carta; todo resultó muy correcto y no nos pareció caro, salvo “la clavada del agua”, que no se trata de ninguna catarata ni salto de trampolín olímpico, sino de los 6 € que nos endosaron por cada botellita de agua de 33 cl. de esas que suelen valer 0,60 € en las máquinas y bastante menos en el super. Para que se pueda tener una idea de lo carísimo del agua, la cerveza Jupiler de 50 cl. costaba 3,65 €. Bueno, cenamos aceptablemente bien y no salimos ni a 20 € por cabeza.

Después de cenar continuamos nuestro paseo y llegamos a la maravillosa Grand Place. A esa hora había un espectáculo de luces sobre la fachada del Ayuntamiento y sonido que incrementaba aún más el aire navideño que le conferían el abeto con bombillas azules y el nacimiento con figuras a gran escala que estaba situado en uno de los laterales.



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La plaza estaba bastante concurrida y se oía español por todas partes; parecía que habíamos desembarcado otra vez en Flandes. Estuvimos por allí un buen rato hasta que empezó la cuenta atrás y se acabó el espectáculo, tras lo cual continuamos paseando y llegamos hasta la plaza donde se encuentra el impresionante edificio de la Bolsa.


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Parece más bien un templo o palacio neoclásico, con unas columnas y dos figuras aladas en la portada y unos grupos escultóricos coronando la zona superior del frontón que, según la guía que yo llevaba se atribuyen a Rodin. Toda la plaza y calles adyacentes estaban repletas de tenderetes de artículos navideños y, justo delante de la iglesia de San Nicolás había uno donde vendían vino caliente y gofres. Ni que decir tiene que pensamos que nos vendría de perlas tomarnos un vinito caliente para mitigar el frío y debieron ver que teníamos mucho porque el vaso era como el del café del Starbucks, aquello no se acababa nunca. No sé si lo tendrían también en tamaño pequeño o si por pedir sólo el número nos pusieron el grande, para cobrarlo, claro. Como no volvimos por allí no he podido comprobar ninguna de las dos hipótesis.

La iglesia de San Nicolás estaba abierta y, dado que no dejaba de entrar gente, pues yo también entré a curiosear un poco porque, por la hora, debía haber algo extraordinario en su interior. Efectivamente, sólo se podía mirar a través de los cristales de una puerta cerrada porque estaban ofreciendo un concierto, con lo que no se veía nada en realidad, así que nos conformamos con la fachada de un gótico austero y reciente, pues se restauró en 1956 ya que, aunque la original era del siglo XII, quedó muy dañada tras los bombardeos franceses de 1695 y se le añadió ese paramento y, aunque eso no lo decía la guía, supongo que se le añadiría también el reloj que la corona.

Calentándonos las manos con el vaso nos volvimos hacia la Grand Place y de nuevo pasamos por las galerías pues era el camino más corto hacia el hotel. Justo al lado teníamos también Á la Mort Subite pero ya la dejaríamos para otro día. Había que acostarse relativamente pronto porque ya se notaba el cansancio del día de viaje y mañana nos esperaba Gante
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SÁBADO 5 DE DICIEMBRE. GANTE: HISTÓRICO Y MÍSTICO.

SÁBADO 5 DE DICIEMBRE. GANTE: HISTÓRICO Y MÍSTICO.


Localización: Belgica Belgica Fecha creación: 22/06/2010 19:39 Puntos: 5 (3 Votos)
El viernes nos levantamos relativamente temprano pues habíamos quedado en recepción a las 8,30 y nos fuimos hacia la estación. Otro día de lluvia, no muy intensa pero fastidiosa al fin y al cabo. Desayunamos allí mismo (en el hotel sólo teníamos alojamiento) en un sitio justo a la entrada que disponía de cuatro mesas fuera, ya que en el interior sólo despachaban; aunque era más bien pequeño, había una amplia variedad de pan (con el que podías tomar desde mantequilla únicamente a ponerle todo lo que quisieras dentro) y bollería además de café, un chocolate parecido al cola-cao, batidos, zumos etc. Todo estaba buenísimo y desayunamos los 7 de manera abundante por muchísimo menos de lo que nos hubiera costado en el hotel.

El día anterior habíamos celebrado un pequeño cónclave para decidir dónde íbamos porque los últimos mensajes leídos en el foro desaconsejaban la visita a Gante por las obras, así que yo, por si acaso, llevaba un itinerario alternativo que incluía Malinas y Amberes. La verdad es que mi mayor ilusión cuando pensé en este viaje era ir a Gante; no sabía exactamente por qué pero me atraía especialmente, quizás por la historia (la ciudad en que nació “nuestro emperador Carlos I de España y V de Alemania” que estudiamos en el colegio) o por esas imágenes de sus bellos edificios que había visto en alguna ocasión, lo cierto es que me apenaba pensar que estando tan cerca no iba a verla. Todos estuvimos de acuerdo en una cosa: viniendo como veníamos de Sevilla, donde estamos más que acostumbrados a las obras ¿nos iban a echar para atrás unas cuantas más?; y, por otro lado, los habitantes de Gante (desconozco el gentilicio por más que lo he buscado) tendrían que andar por las calles ¿no?, así que decidido: íbamos para allá.

Cogimos el tren a las 9,27 (9 € ida y vuelta en 2ª clase) y en algo más de media hora llegamos, tardó un poco sobre el tiempo habitual (20 minutos) porque se detuvo un rato en una especie de apeadero. Nos dirigimos hacia la zona donde se tomaba el tranvía (línea 1); en la misma estación de Gent-Sint Pieters hay un pasillo donde se encuentran las taquillas. Compramos ida y vuelta, lo más favorable era una tarjeta de grupo para 5 personas ya que servía para 10 viajes (costaba 10 €) y cuatro billetes individuales (dos para cada trayecto, a 1,20 € cada uno) que había que validar en una máquina justo a la entrada del andén. En pocos minutos llegó el tranvía que nos dejaría en el centro, al lado de la Ópera, que no sé si se visitaría porque estaba cerrada tanto a la ida como a la vuelta. Emprendimos la marcha por una calle comercial, creo que se llamaba Veldstraat, con un montón de tiendas de ropa y zapaterías, entre las que, como no podía ser menos estaba la omnipresente Zara, y llegamos a la plaza donde se encuentra la iglesia de San Nicolás (St Niklaaskerk).

Esa zona estaba toda en obras, con grandes zanjas y vallas. Como llovía bastante, había un tramo un poco difícil porque estaba todo enfangado pero eran pocos metros hasta la entrada pedregosa de la iglesia, donde se encuentra la puerta de acceso (la entrada es gratuita). Era la iglesia de los mercaderes y fue construida entre los siglos XII al XV. Su exterior no tiene ninguna ornamentación y la torre es cuadrada, sin remates, de tipo fortaleza; sin embargo, el interior es magnífico, con unas columnas y arcos que evidencian la pureza de su estilo gótico.




*** Imagen borrada de Tinypic ***



Sus vidrieras, muy sencillas ya que, con la excepción de una, no tienen ningún motivo, la dotan de una gran luminosidad por lo que, a pesar de lo gris que era el día, pudimos apreciar perfectamente los detalles de su altar mayor y el sagrario, ambos de estilo barroco, con columnas y trabajos escultóricos de mármol blanco que contrastan con el resto de sus colores: marrón oscuro de la caoba, negro y dorado. No obstante, y a pesar de todo, a mi me dio cierta impresión de descuido, no sé si es que la vi con la luz plomiza del día que entraba por los cristales, un poco sucios, de los ventanales y al reflejarse en la piedra resaltaba más la heterogeneidad cromática o por los que yo, con buena voluntad, imaginé restos de lo que habrían sido, en su día, unos frescos en alguna de las bóvedas pero que podían ser igualmente grandes manchas provocadas por la humedad, dado que desde abajo no se podía contemplar con total acierto.




Detalle del Sagrario




A la salida, tras admirar la fachada de Casa Gremial de los Albañiles (Metselaarshuis), con sus diablillos, nos dirigimos hacia el Belfort con intención de subir porque había ascensor, que si no, servidora se queda abajo (aunque el vértigo no me lo quita nadie), pero no sé si era por el día que hacía, la cuestión es que no se podía, total, que a mi me dieron un gran disgusto.

Después de contemplar una vez más la plaza de San Bavón (Sint-Baafsplein) y los edificios que la circundan, entre los que se encuentran la Lonja del Paño (Lakenhalle) y el Teatro Nacional Flamenco (Vlaamse Schouwburg), siempre mirando hacia arriba e intentando evitar el plano de las grúas (aunque no vimos la famosa campana “La Gran Triunfante”, no sé si es que no estábamos en el lado correcto o que realmente estaba perdida entre tanta caseta prefabricada de las obras), nos fuimos a la catedral (St. Baafskathedraal).




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Este santo es el patrón de la ciudad, pero antes de consagrarse a la vida religiosa había sido un tanto licencioso y más bien déspota hasta que, tras la muerte de su joven esposa, escuchó un sermón de San Armando que le hizo reflexionar y decidió cambiar de vida. Repartió todos sus bienes a los necesitados y a la abadía de San Armando y se fue a recorrer algunos países predicando el evangelio. Cuando regresó a Gante, vivió durante 3 años en una celda que construyó en un gran árbol del bosque. Finalmente se convirtió en monje e ingresó en la citada abadía (que luego cambiará su nombre, adoptando el de San Bavón), donde murió y está enterrado aunque en la catedral existe una urna con parte de sus restos.

La catedral tiene más mezcla de estilos y mayor suntuosidad en las vidrieras y capillas que la que acabábamos de visitar; sólo el púlpito de mármol y madera de roble que representa “El triunfo de la verdad sobre el error” es ya de por sí una obra admirable.



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Detalle del púlpito



En una de las capillas había un músico tocando el arpa, lo que hizo que ese momento fuera algo más sublime.



*** Imagen borrada de Tinypic ***

Detalle de la capilla





*** Imagen borrada de Tinypic ***

Detalle del arpista



A la salida de la misma, y siguiendo el sentido de nuestra visita, nos encontramos con un cuadro de Rubens en el lateral de un crucero, que representa “La entrada de San Bavón en la abadía de Gante” y lo muestra arrodillado y vestido de caballero, plasmando el momento de la conversión, tal y como acabábamos de leer pero, sin duda, el mayor tesoro de la catedral se encuentra en una capilla a la que hay que acceder previo pago de 3 € (pero están requetebién pagados) y es el políptico “La adoración del Cordero Místico” de los hermanos Van Eyck, al que no se permite fotografiar, por lo que las imágenes están tomadas de Internet, pues no me gusta transgredir mucho esas reglas cuando de obras de arte se trata.




*** Imagen borrada de Tinypic ***





*** Imagen borrada de Tinypic ***



Tanto si uno es amante de la pintura, como era nuestro caso, como si no, merece la pena coger la audioguía y dedicar un buen rato a escuchar las explicaciones sobre la obra mientras la vas contemplando ya que si entras, la ves y sales, hombre puedes decir que la has visto evidentemente, pero para eso está la copia que hay en otra capilla y no hay que pagar nada. Si fantásticas son, lógicamente, las tablas que constituyen su anverso, las más conocidas, no menos sorprendentes son las que forman las puertas cuando éste se cerraba, con una preciosa Anunciación, las imágenes de San Juan Bautista y Evangelista que más que una pintura parecen esculturas en sus hornacinas y a cada lado, las imágenes de Joseph Vijd e Isabella Borluut que fueron los que lo donaron. Yo debo confesar que no las conocía porque siempre había visto la obra abierta, por lo que le dediqué bastante tiempo a esta parte porque me entusiasmó.


Aún algo perplejos por la maravilla que acabábamos de ver, se imponía un pequeño descanso para asimilarlo y reponer fuerzas, así que nos fuimos a un café; bueno, en realidad era la Baafs Brasserie, en la misma plaza de Sint-Baafsplein, un lugar muy pero que muy agradable ya que sólo los mantelitos individuales con una fotografía antigua en sepia invitaban a traérselos de recuerdo (como evidentemente hicimos algunas), bien decorado y donde a esa hora aún temprana para nosotros (las 11,30) que íbamos a tomarnos un algo calentito, ya estaba alguna gente almorzando. Pedimos unos cafés, unos zumos y yo un té y vimos que en la mesa de al lado tenían una bandeja repleta de unos panecillos blancos e integrales a los que le estaban poniendo mantequilla, con lo cual, por la vista que tenían y las ganas de acompañar la bebida con algo más sustancioso, decidimos que los pediríamos también. Para no complicarme mucho, le dije al camarero que queríamos “The same”. Nos trajo unas cucharas grandes, que evidentemente no iban a ser para dispersar el azúcar, tenedores y cuchillos, vamos un cubierto de almuerzo en toda regla y, algo sorprendidos, vimos que, poco después, a los compañeros de mesa le trajeron unos tazones humeantes grandísimos. Temiéndonos lo peor le pregunto al camarero qué nos iba a poner y era una sopa; le dije que no pretendíamos almorzar y que sólo queríamos el pan, pero resulta que el pan era sólo para el acompañamiento de la sopa y el segundo plato que no sé lo que sería porque no lo vimos. Cuando le dije que queríamos únicamente el pan y la mantequilla se extrañó mucho pero fue tan amable que nos los puso. Trajo dos platos grandes llenos con los exquisitos panecillos, esponjosos por dentro cuando se partían y bastante mantequilla; creo que cabíamos a dos por cabeza así que volvimos a desayunar y, al final, nos quedamos con ganas de repetir pero no era plan de dejar al hombre sin el pan para los almuerzos. Lo más sorprendente fue que nos cobró por ellos sólo 2,50 €. Presentíamos que el día iba a salir redondo.

Tras el excelente refrigerio nos dirigimos a ver el castillo de Gerardo “El Diablo”, que estaba en la misma calle de la catedral, algo más hacia delante, pero antes nos paramos a hacernos algunas fotos con las torres al fondo, el tranvía y el monumento a los hermanos Van Eyck que se encuentra delante del castillo, ya que había que dejar constancia gráfica de que estábamos en Gante. El castillo también estaba cerrado.




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Vista del Belfort




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Monumento a los hermanos Van Eyck




Continuamos por la Belfortstraat, camino hacia el Ayuntamiento, metiéndonos por algunas callejuelas en las que había también algunos edificios notables, aunque igualmente con obras.Y desembocamos en el Ayuntamiento (Stadhuis), una impresionante construcción, realizada en dos estilos totalmente distintos, pero donde destaca, indudablemente la parte gótica, con una esquina y un trabajo ornamental fabulosos.



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Delante nuestra iba un grupo constituido por dos familias compatriotas que, al oirnos hablar, nos pidieron que les hiciéramos unas fotos y nosotros aprovechamos para lo mismo, así saldríamos todos juntos alguna vez.

Continuamos caminando por la Belforstraat hacia la plaza (St. Jacobskerk) donde se encuentra la iglesia de St. Jacobs; únicamente la vimos por fuera ya que estaba igualmente cerrada.




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Queríamos ir hacia la zona de los muelles; justo en la acera en la que estábamos había un cartel donde indicaban la dirección pero era una encrucijada entre dos calles y la flecha daba la impresión que apuntaba hacia la calle a la que nos dirigimos: Steendam. Avanzamos por la misma, en la que se encontraban algunas tiendas que parecía habían cerrado pero definitivamente, ya que los escaparates estaban descuidados y vimos una que tenía cosas antiguas, aunque no era exactamente una tienda de anticuario, sino más bien un rastrillo de cosas de segunda o cuarta mano como máquinas de coser, proyectores y cintas de super 8, tocadiscos… y, como reclamo, unos vehículos aparcados en la puerta, a punto para ser utilizados.



*** Imagen borrada de Tinypic ***




Dudando aún entre llevarnos la bici o la motocicleta, seguimos avanzando en la que suponíamos era la dirección hacia los muelles cuando vimos que nos íbamos adentrando en una zona que nos llevaba más bien hacia las afueras. Como no había un alma por la calle no podíamos preguntar, así que seguimos hasta un puente sobre los que pensamos eran canales pero no aparecían por ningún lado las famosas casas que tanto habíamos visto y que eran como la tarjeta de presentación de Gante, así que estaba claro que esa zona no podía ser. Me animo a cruzar la carretera para preguntarle a un par de adolescentes que pasaban por allí y me dijeron que estaban justo en dirección contraria, es decir, que tendríamos que desandar lo andado y volver a la plaza St. Jacobskerk pero que tampoco estaban muy seguros porque no eran de allí.

Bueno, pues volvimos sobre nuestros pasos y, tras unos 15 ó 20 minutillos de confusión, estábamos otra vez viendo la iglesia de Saint Jacobs y continuamos de frente hacia la plaza Vrijdagmarkt donde, según el itinerario, nos debíamos encontrar a Jacob van Artevelde, ilustre comerciante de paños que imprimió un notable impulso a dicha industria y responsable del auge de la ciudad.




*** Imagen borrada de Tinypic ***



Pues, efectivamente, allí estaba el hombre con el brazo en alto señalando a Inglaterra, en medio de una plaza circundada por las típicas construcciones y con un mercadillo del que estaban recogiendo ya algunos tenderetes, por lo que aquello estaba repleto de furgonetas; habíamos vuelto al centro, que una tiene una cierta virtud para perderse en ocasiones por las afueras de algunos de los lugares que visita, especialmente en aquéllos donde el idioma es más desconocido.

Tras la nueva consulta a un hombre que pasaba - con pinta de ser autóctono y en el que me fijé porque me recordó bastante a Paulo Coelho tanto por su pelo y barba blancos como por su indumentaria, de negro riguroso y con un sombrero que le daba un aire bohemio, amabilísimo por lo demás, que en paralelismo con la estatua extendió también su brazo para mostrarme el camino de la calle que nos llevaría al barrio de Patershol - nos encontramos ya con Greta la Loca (Dulle Griet), el famoso cañón, afortunadamente nunca disparado, en el que nos hicimos la foto de costumbre. Continuamos por el muelle hacia el puente para admirar una magnífica perspectiva del canal.




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Cruzamos un puente de madera, sobre el río, bajo el que pasaban algunas barcazas cubiertas en las que se realizaba la visita a través de los mismos y desde el que había una bonita perspectiva de las viviendas. Al final del puente vimos las dos famosas casas del siglo XVII a las que hacían alusión en todas las guías y también en el foro, donde venden unos dulces típicos, pero resistimos férreamente la tentación.



*** Imagen borrada de Tinypic ***



Callejeamos un poquitín por el barrio y nos dirigimos hacia la calle que lleva al castillo de los condes de Gante (Het Gravensteen) y nos encontramos el pequeño puente desde el que se observan unas magníficas vistas, que habrían sido aún mejores de no ser por los andamios, los paneles de protección de algunas casas que estarían restaurando y alguna que otra grúa al fondo, que interferían bastante en la instantánea que se admiraba desde el puente, según en la dirección en que mirásemos, cuando, de pronto, escuchamos una campanilla, una música de charanga y divisamos que venía un nutrido grupo de hombres con una especie de tarasca. Cuando se van acercando vemos que son un montón de jóvenes y otros no tanto, ataviados con lo que adivinamos eran como trajes académicos de distinto tipo, unos negros y blanco, otros rojos, otros verdes, otros con chaqué, portando lo que parecían unas varas de mando y algunos llevaban unas carretillas atestadas de cerveza, casi tantas como las que ya llevaban dentro la mayoría de los que desfilaban. Me acerco a preguntarle a uno que en qué consistía aquello y me dice que es una fiesta que hacían los estudiantes para conmemorar el 175 aniversario de la institución universitaria en la ciudad, que se acababa de iniciar con el pasacalles, los acompañaban también profesores y que iban a celebrarlo durante todo el día en el castillo. Esta vez, como mi amigo llevaba cámara de vídeo, no tuve yo que emplear la de fotos para grabar, así que saqué algunas instantáneas de tan “glorioso momento”.



*** Imagen borrada de Tinypic ***



*** Imagen borrada de Tinypic ***




Allá que mis amigas se fotografiaron con algunos de aquellos muchachos que tenían una pinta de ser de lo más aplicado y, aunque algunas personas los seguían, nosotros nos quedamos un ratito más, contemplando las vistas desde el puente bajo la lluvia y a ellos perderse a lo lejos y lanzar al aire sus gorros cuando llegaron, mientras yo recordaba mentalmente “La mauvese reputation” de Georges Brassens en la versión de Paco Ibáñez.

Posteriormente, nos dirigimos hacia el castillo, pretendiendo entrar a verlo pero la chica que estaba en la puerta nos dice que no se puede visitar porque los estudiantes lo tenían “tomado” completamente durante todo el día para celebrar su fiesta y casi nos da con la puerta en las narices. ¿Por qué será que todo eso me suena de algo?; y no es que yo tuviera un “déjá vu”, sino que ambas situaciones me ocurrieron en un viaje anterior a Florencia. Nada, está claro que los desfiles y los porteros “amables” son lo mío. Bueno, nos conformamos con ver la fortaleza por fuera, intentando abstraernos de los andamios, rodearla y asomarnos al foso.




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Avanzamos otra vez por la calle Sint-Veerlepein y vimos la fachada de la antigua Lonja del pescado, que no se podía visitar pues estaba cubierta la entrada con unos paneles y en obra, cuando nuestros estómagos avisaban que ya era hora de que realizáramos una parada en el camino y almorzáramos, así que volvimos hacia la plaza Vrijdagmarkt porque antes habíamos visto un montón de restaurantes por allí y ya no era hora de buscar demasiado. Miramos algunas cartas, intentando unificar todos los gustos y contentar a los niños pero no nos acabábamos de decidir, cuando vimos que había un restaurante español, Casa Serenas, y dijimos ¿por qué no?, total, nos íbamos a hartar de mejillones y otros productos típicos de la tierra en todos los almuerzos y cenas que aún nos quedaban y, ya puestos, pues vamos a hacer patria. El sitio tenía buen aspecto, no era demasiado grande, pero había varias mesas ocupadas por familias que estaban ya terminando, con lo cual, nos quedaríamos pronto solos; una de las dos camareras nos hizo pasar un poco más al interior donde había una mesa grande y allí nos acomodamos.

Habíamos visto en una de las mesas los restos de una paella que no parecía tener mala pinta y, salvo el carnívoro de mi hijo que se pidió un entrecot, los demás consensuamos que tomaríamos arroz. No se nos ocurrió quitar ninguna ración más, con lo que pedimos una paella para seis personas, una ensalada y la carne, todo ello con los consiguientes refrescos, cervezas y agua.

Tuvimos que esperar pero mereció la pena pues al cabo de una media hora, más o menos, apareció la camarera con una paella impresionante, generosa de marisco, pollo y mejillones; posiblemente no fuera muy ortodoxa según los cánones valencianos, pero estaba magníficamente hecha y todos coincidimos en que era una de las mejores que habíamos tomado, tan descomunal (no tuvimos el punto de inmortalizarla con una foto) que, a pesar de que todos repetimos, sobró casi la mitad. Nada más verla nos dijimos que aquello merecía un vino y nos pedimos, cómo no, un Rioja, en fin, que lo único que nos faltó es que alguien entonara “En tierra extraña”. Como entramos un poco tarde, efectivamente tal y como preveíamos, cerramos el local después de haber echado un buen rato de amena charla y mejores risas (precio total del ágape: 186 euros). Sin ningún remordimiento de conciencia por habernos comido una extraordinaria paella en Gante, aún a riesgo de que a alguien le pudiera sorprender tamaña osadía y pensara que era una “catetada”, nos fuimos a continuar con el paseo por los muelles, dudando entre decantarnos por “iQue viva España!” o “Asturias, patria querida”, dado lo exaltado que iban los ánimos en ese momento, pero nadie se atrevió.

Nos encaminamos hacia la famosa casa de las “Cabezas coronadas” y, aun a pesar del vino, logramos adivinar cuál era la de Carolus Rex, aunque no lo digo para no chafarle el ratito de juego a quien por allí pase. La casa está emplazada en otro pequeño puente desde el que se divisa la que dicen es la única casa de madera que queda en la ciudad.




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*** Imagen borrada de Tinypic ***




Desde allí nos fuimos hacia los muelles del Grano (Graslei) y de la Hierba (Korenlei), con sus bonitas fachadas pertenecientes a las casas gremiales. En esa zona, el río estaba lleno de barcos turísticos (creo que salen de ahí) y pequeñas lanchas y estaba ya anocheciendo, por lo que había una luz preciosa que no pudo captar la cámara fotográfica por mucho que nos empeñamos. Los edificios estaban ya iluminándose, al igual que los numerosos árboles de Navidad y los decorados de los ventanales, con lo que se reflejaban en el agua las siluetas desproporcionadas por efecto de la luz, como si de un cuadro impresionista se tratara. Debo decir que, para mí, ese fue un momento absolutamente mágico.



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Como contraste, el otro muelle por el que paseábamos estaba todo en penumbra, con unas especie de sombrillas plegadas y la silueta de la iglesia inacabada de San Miguel (St. Michielskerk), lo que le daba un aspecto bastante fantasmagórico y casi imponía subir la escalinata de piedra que nos conduciría de nuevo hasta el entorno de la iglesia de San Nicolás.

Como no nos apetecía tomar nada, después del copioso almuerzo que habíamos hecho, decidimos ir ya a esperar el tranvía que nos llevaría de vuelta a la estación y poder coger el tren de las 19,24 de regreso a Bruselas, que llegó puntualísimo como todos y atiborrado también pues muchos habían tenido nuestra misma idea, con lo que en las plataformas había un montón de gente de pie; menos mal que el trayecto no es muy largo y en unos 25 minutos estábamos en nuestro destino.

Dudábamos entre ir al hotel o continuar del tirón pues nos costaría un poco volver a salir, así que optamos por seguir y, desde la Gare du Nord, nos encaminamos nuevamente a la Grand Place. En esta ocasión, y para hacer algo de tiempo, nos dimos una vuelta y fuimos a buscar al “meoncete” por la rue de l’Etuve. En una confluencia con otra calle perpendicular, y en lo que sería una zona algo más amplia de acera se encuentra la fuentecita con el pequeño Manneken Pis. Ese día no le habían vestido de nada, así que lo encontramos al natural, con la hornacina rodeada de una especie de muérdago (aunque a mi me recordaba más unas ramas de los pinsapos de mi infancia) con unas bombillitas navideñas. Según el cartel colocado en la verja en el que anuncian los días en que lo atavían, sería al día siguiente cuando le pondrían los ropajes de San Nicolás, es decir, que lo vestirían de papá Noel, pero nosotros no fuimos a comprobarlo. Ea, pues ya que nos habíamos hecho las fotos volvimos hacia la Grand Place; por las calles aledañas existen infinidad de tiendas de recuerdos, en las que se encuentran imágenes del niño en todo lo que se pueda imaginar; algunas en plan broma, en las que habían cambiado las proporciones y dimensiones, y no precisamente de su estatura que, la verdad sea dicha, resultaban un poco chabacanas y chocolates, muchos muñequitos de chocolate.




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Continuamos en dirección a la Grand Place por la calle Karel Bulsstraat y en la esquina con la plaza nos encontramos un buen grupo de gente, como esperando ante una casa; era la famosa escultura en bronce de Charles Everad, una especie de héroe, que murió en el siglo XIV por proteger la ciudad de los abusos de los regentes y defender sus derechos. El monumento, realizado por Julien Dillens lo muestra en actitud moribunda, y están representados también un ángel (la cabeza) y una cabeza de perro a sus pies. Al parecer da buena suerte tocar tanto el brazo como ambas cabezas, a la vez que se pide un deseo, por lo que para no ser menos, y cuando terminaron de desfilar los que teníamos delante, nosotros contribuimos también a darle brillo.



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Dada la cantidad de gente que se arremolinaba a nuestro alrededor y la oscuridad de la noche, la única fotografía que hice salió fatal, así que vuelvo a recurrir a Google para tener un recuerdo.

Después de estar un rato curioseando por la plaza, acompañados de nuevo por la música y las luces sobre la fachada del Ayuntamiento, nos fuimos a cenar, cómo no a la rue des Bouchers. De nuevo Chez León estaba hasta los topes, con bastante gente esperando en la puerta, por lo que nos decantamos por otro de los numerosos restaurantes, esta vez, aunque hacía un poco de frío, nos llamó la atención uno de esquina, “Le Bourgeois”, donde había varias mesas en la calle, bajo unos toldos y disponían de estufas, lo que agradecimos. Tenía buena pinta y la comida también, así que allí nos acomodamos en dos mesas. Cada uno pidió algo diferente, algunos combinando platos del menú y otros pidiendo sobre la carta; mi hijo, para no variar carne, y una de mis amigas, también repitió mejillones. La comida era abundante y estaba todo muy bueno, así que nos volvimos a poner tibios. Mientras estábamos cenando empezó a llover bastante, aunque los toldos impedían que nosotros nos mojásemos. Como venía siendo lo habitual, no llegó a 20€ por persona y quedamos francamente contentos.

A pesar de haber estado de viaje y no pasar por el hotel, no teníamos sueño y sí ganas de tomarnos algo para rematar bien la noche; por tanto, nos encaminamos otra vez en dirección a la plaza y en una callejuela lateral había una heladería-chocolatería con una de esas fondues donde cae el chocolate en cascada y rebozan brochetas de fruta, con un olor…; como todos éramos golosos y, afortunadamente por ahora, no nos tenemos que preocupar por nuestras cifras de glucemia, nos pedimos una por cabeza, unos de fresa con chocolate blanco, otros de plátano con chocolate negro o con leche y algunos, como yo, pues mixta para probar ambas, en mi caso con chocolate negro. Te las ponían inmediatamente después de empaparlas en una especie de barquitas de papel, con el chocolate aún caliente. Era difícil decidir cuál estaba mejor si la fresa o el plátano, aunque en una cosa sí coincidimos: la fruta que sea, con chocolate negro.

Paseando tranquilamente nos fuimos por la galería St Hubert hacia el hotel; misteriosamente, aún no habíamos comprado nada más allá de unas chocolatinas y algunos muñequitos para consumo inmediato, dejaríamos los caprichos para los dos últimos días. Relamiéndonos aún del exquisito segundo postre que nos habíamos tomado, nos despedimos en el ascensor y quedamos para ir al día siguiente a Brujas.

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SÁBADO 6 DE DICIEMBRE. BRUJAS: HECHIZO MEDIEVAL

SÁBADO 6 DE DICIEMBRE. BRUJAS: HECHIZO MEDIEVAL


Localización: Belgica Belgica Fecha creación: 27/06/2010 20:55 Puntos: 5 (5 Votos)
El día anterior habíamos decidido que hoy saldríamos 30 minutos antes, para poder coger el tren de las 9 h. y así llegar temprano a Brujas, puesto que ésta se encuentra a algo más de una hora de Bruselas, por lo que volvimos a repetir el inicio del día anterior: nos encaminamos a la estación, desayunamos en el mismo sitio, aunque esta vez era otra la chica que nos atendió y tras nuestro magnífico avituallamiento, nos dirigimos al mismo andén puesto que la línea es también la misma, así que teníamos que pasar de nuevo por Gante. Esta vez, dado que era sábado, y vista la aglomeración de personas del día anterior, decidimos comprar los billetes en primera clase porque no era mucha la diferencia y estaríamos más cómodos (13 € ida y vuelta).

Con la misma puntualidad que habíamos salido, llegamos a Brujas y con un cielo encapotado que presagiaba lluvia en cualquier momento. Nada más dejar la estación nos encaminamos hacia la zona del lago Minnewater; para ello no se necesita ningún medio de transporte porque lo único que hay que hacer es cruzar la carretera y caminar unos cinco minutos, primero por la calle Oostmeers y torcer para coger Professor Dokter J. Sebrechtstraat, cuya acera derecha está ocupada casi en su totalidad por un edificio de ladrillos rojos que ocupa toda la manzana, creo recordar que era un colegio u hospital o ambas cosas, pues deben compartir una capilla que existe prácticamente en el centro , pero las guías no especificaban de qué edificio se trataba. A esa hora temprana aún había poca gente deambulando por allí, por lo que las callejuelas que llevan hasta el mismo estaban desiertas y ya, poco a poco, íbamos dirigiéndonos hacia la zona del lago entre un olor, mezcla de la tierra mojada y de los árboles que hay en la zona.


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Los primeros cisnes nos daban la bienvenida y el color gris plomizo del cielo hacía que el edificio de la “casa del portero”, apareciera tras las ramas de los árboles casi desdibujado, lo que dejaba una visión preciosa. Mi cámara de fotos es normalísima, por lo que la instantánea tampoco es que sea maravillosa, pero me gustó tanto que, desde entonces, se ha convertido en el fondo de mi escritorio.



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El silencio sólo se veía interrumpido por el tintineo de algunos cascabeles y el resonar sobre las piedras de los cascos de los caballos que tiraban de los coches, en los que ya se empezaba a ver a los primeros turistas como nosotros. Estuvimos un buen rato admirando la fauna del lago y nos dirigimos hacia uno de los lugares que más me ilusionaban del viaje: el Beaterio o Beguinario (Begijnhof), no porque tuviese vocación para ingresar en él, sino por su importancia en el desarrollo histórico de la titulación en la que imparto mis clases en la Universidad. Además, tres de mis acompañantes son enfermeras, así que yo lo tenía como un objetivo primordial de la visita y, sin duda, cubrió con creces nuestras expectativas.



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La única idea que yo tenía del beaterio era la de un edificio (existen otros repartidos por toda Bélgica), similar a un monasterio en el que vivían las Beguinas. Las Beguinas de Flandes fue un movimiento o congregación de mujeres surgido en el siglo XIII, muchas de ellas viudas, que se recluían en estos lugares para llevar una vida monacal pero siendo seglares, es decir, vivían conforme a unas reglas de castidad y obediencia (aunque podían salir y casarse) pero sin profesar votos y se dedicaban a diversas tareas entre las que se incluía el cuidado de los enfermos, también en sus domicilios, por lo que se consideran precursoras de las enfermeras comunitarias.

Todos nos esperábamos algo más pequeño pero, cuando se traspasa la puerta, se entra en un recinto muy amplio, con diferentes dependencias y una pequeña iglesia. Obviamente, en su día, estos beaterios, al estar un poco aislados del centro de las ciudades en las que se encontraban, se constituirían casi en pequeños pueblos. Actualmente, reside en él una comunidad de monjas benedictinas, a las que pudimos ver saliendo de misa; la mayoría de ellas ya mayores, caminando con bastón, o siendo llevadas en silla de ruedas.



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Fuimos en primer lugar a la iglesia, puesto que ya había terminado el oficio religioso y pensábamos que entonces podríamos verla, pero había una monja cerrando la puerta. No obstante, muy amablemente nos dejó entrar un momento mientras terminaba de recoger, tanto a nosotros como a otro grupo (está claro que, para ellas, el tema horario no es más importante que poder compartir un ratito de charla y enseñar los pequeños tesoros ocultos de los que, sin duda, se encuentran orgullosas), por lo que pudimos disfrutar del encanto de esta pequeña iglesia de Santa Isabel, muy sencilla, sin crucero, con el suelo cubierto casi en su totalidad de lápidas, dispuestas simétricamente, y con algunas obras destacables como el cuadro que preside el altar mayor, representando a la santa que da nombre a la iglesia, o uno de la Asunción de la Virgen situado en la pared cercana a la puerta de salida, el reducido coro, el púlpito, más discreto que los que habíamos visto anteriormente pero igualmente bello, así como dos capillas laterales en las que se encuentran sendas imágenes de la Virgen muy curiosas; en la de la derecha, una mayor, dorada bajo pequeño templete, Nuestra Señora de Spermalie, talla románica que, al parecer, es la más antigua de Brujas y en la de la izquierda, una pequeñita en el tronco de un árbol, Nuestra Señora de la Buena Voluntad o del Buen Sauce, ya que se descubrió en el interior del mismo, como esta hermana explicaba sonriente a la vez que me invitaba a coger un tríptico, impreso en distintos idiomas, conteniendo breves referencias de las obras que estábamos viendo rápidamente porque tampoco quisimos abusar de su generosidad.



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Ntra. Sra. de Spermalie




Fue una pena no haber ido antes o hacer coincidir la visita con alguna de la liturgia de las horas pues, tanto éstas como la Eucaristía, se celebran con canto gregoriano y a mi, particularmente, me parece que debe ser una delicia escuchar el órgano y las voces de las monjas. Para aquéllos que quieran asistir, el horario es el siguiente: Domingos: 7 (laudes), 9,30 (Eucaristía), 16,30 (vísperas), 19,45 (completas). Entre semana es algo más complicado: 6,35 (laudes), 7,15 (Eucaristía), 16,30 (vísperas) y 19,45 (completas).

A la salida, dimos un paseo, observando por fuera las distintas dependencias, entre las que se encuentra una pequeña estancia, a la entrada, en la que se recrea cómo era la vida en el beaterio en el medievo, aunque estaba cerrada por lo que nos limitamos a mirar a través de los cristales. Todo el recinto está conformado por unas casitas blancas dispuestas en hilera circundando el patio, con un pequeño prado en el centro que imagino debe estar precioso en primavera.




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En ese momento se respiraba una paz increíble, todo quietud, todo limpieza, con un agradable olor, de nuevo, a tierra mojada y a la resina de los grandes árboles y donde casi nos daba apuro sacar las cámaras fotográficas por si importunábamos, aunque se pueden hacer fotografías sin problemas. La gente que iba entrando se quedaba tan sorprendida y tan en silencio como nosotros, que volvimos a recuperar las ganas de cháchara una vez hubimos salido del recinto.

Como punto de transición entre el sosiego y la algarabía que ya existía en la calle, nos quedamos un momento haciendo fotos sobre la barandilla de madera del pequeño puente sobre el canal que hay a la entrada, con una vista igualmente admirable



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y ya seguimos por la calle Wijngaardplein, repleta de tiendas de recuerdos, que nos llevaría hacia el centro. Aún era pronto para las compras porque no queríamos ir tirando de bolsas, así que sólo nos paramos en algún escaparate y entramos en una muy curiosa, de artesanía, donde su dueño fabricaba pequeñas figuras, entre las que nos llamaron especialmente la atención las relacionadas con distintas profesiones: arquitectos, abogados, carniceros, pintores…bastante simpáticas pero, evidentemente, en las que más reparamos eran en las sanitarias. Su elevado precio y el que las que más podían apetecer a la mayoría eran también las más desafortunadas (pues seguían alimentando un viejo tópico con el que no estamos para nada de acuerdo: la enfermera con cofia, sexy o indolente y malhumorada) hizo que no compráramos ninguna, aunque le pregunté al artista si podía hacer fotos y me dio permiso, así que saqué algunas pero, por el motivo aludido y también por respeto, no divulgaré las mencionadas anteriormente.



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Proseguimos nuestro camino por Wijngaardstraat hasta llegar a la Katelijnestraat, concretamente, al museo Memling. De oídas, podría parecer que es un museo más de tantos, más o menos interesante por las obras que pueda albergar, pero nada más lejos de la realidad. Para empezar, se encuentra en un enclave especial, pues ocupa parte de lo que fue el antiguo hospital de San Juan (Sint-Jan Hospitaal), uno de los más antiguos de Europa, fundado en el siglo XII y que ejerció su función como institución sanitaria hasta los años 70; felizmente, no ha sido condenado a la ruina como ocurre con tantas obras notables que, por desidia o por falta de recursos se dejan en el abandono, habiéndose recuperado como espacio cultural.


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Antes de visitar el museo en sí, quisimos admirar el magnífico edificio, en el que conviven el románico y el gótico, formando un conjunto espectacular entre el hospital, la torre y las dependencias del monasterio anexo, accediendo por una especie de corredor lateral empedrado y con varios arcos, al amplio patio, desde el que se puede contemplar la pequeña capilla (que no pudimos ver pues estaba cerrada), la farmacia-herbolario, con una exposición de los objetos originales y las dependencias del monasterio y otros lugares de servicio. Cuando estábamos aquí empezó a llover con mayor intensidad, pero eso no impidió que me quedara un buen rato admirando ciertos detalles como el pequeño relieve con el cordero místico sobre la última arcada (o la primera si se mira ya desde el patio), los faroles, una pequeña hornacina gótica con una imagen de la Virgen o el curioso calvario, con un Cristo en bronce de grandes dimensiones y dos estatuas más pequeñas en mármol de la Virgen y San Juan, detrás de las cuales se encuentran dos lápidas funerarias romboidales de las que debieron ser dos notables personas del siglo XVIII por lo poco que pude entender. Ante la persistente lluvia, el frío y la insistencia de mis acompañantes, nos dirigimos ya al interior del museo.



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Tras pasar la puerta moderna de cristal, bajar unos cuantos peldaños y abonar los 8 € de la entrada (menores de 18 años 1 €), nos adentramos en las que fueron las dos grandes salas del hospital, en las que están expuestas las obras del pintor que le da nombre y otros de la escuela flamenca, como van der Weyden o Jan Provoost, entre otros. Además de algunos cuadros de gran belleza y valor, algunos de ellos de autores menos conocidos y de los famosos trípticos de San Juan Bautista y San Juan Evangelista y el de Jan Floreins, ambos de Memling (¡cómo me gustan esas vírgenes de rostro aniñado y perfil almendrado y esos niños larguiruchos!), la obra maestra del museo es una arqueta gótica en la que se encuentran los restos de Santa Úrsula, toda ella decorada con pequeñas tablas pintadas por él que representan la famosa leyenda de la vida de la santa, y que se puede hilar perfectamente con sólo ver las miniaturas en orden. Hija de un rey bretón, se convirtió al cristianismo y aceptó su compromiso con el hijo del rey de Inglaterra, Euterio, con la condición de que éste se convirtiera también y fuera con ella en peregrinación a Roma para ver al Papa; cuando venían ya de regreso, el barco que los conducía, junto a un grupo de diez muchachas que les habían acompañado, recala en Colonia, que en ese momento está ocupada por los hunos. Debido a la resistencia opuesta ante las nada inocentes pretensiones de su rey, Guam, todos son ejecutados, de ahí que pasara a la historia como el “martirio de Santa Úrsula y las once mil vírgenes”, historia evidentemente inverosímil y no lo digo por el chiste fácil que, al parecer, todo el mundo hace (¿dónde se iban a encontrar 11.000 vírgenes?) sino por lo que yo considero mucho más lógico: ¿cómo se iban a meter más de 11.000 personas en un barco de la época?. Al parecer, la errónea lectura de la inscripción latina que daba cuenta de ello, convirtió once en once mil, lo que queda, evidentemente, más bonito.

A la par que iba entrando en las salas yo me iba imaginando cómo sería la vida del hospital en la Edad Media y épocas posteriores, con el trasiego de monjas de amplias y almidonadas tocas, médicos y ayudantes entre las hileras de camas enfrentadas, dispuestas en las amplias y frías salas y hasta me parecía escuchar el ruido de las pinzas y demás objetos sobre las bandejas metálicas de las curas. Curiosamente, no iba muy descaminada pues luego vi un par de cuadros que reflejaban con bastante exactitud lo que yo había dibujado en mi imaginación, pues no conocía nada de este lugar hasta entonces.

Una escalera estrecha, de espiral, pero cómoda, permitía el acceso al piso superior, con un complejo y espectacular entramado de vigas de madera en el techo para permitir las mejores condiciones de ventilación y humedad (¡qué sabios eran estos constructores de hospitales antiguos!), en el que no me sentí tan a gusto. Probablemente contribuyó a ello el que había una exposición de “arte moderno” (no se permitían fotos), aunque las reminiscencias eran de principios del siglo pasado, pues en el suelo, habían dispuesto algunos trajes de encaje, muñecos de los llamados “pepones”, algunos medio rotos y otros juguetes antiguos; había también un cochecito de bebé vacío y a mi me dio la impresión de estar en una zona como de cementerio infantil por lo que, inmediatamente se me vino a la mente la casa de “Los otros”, con mecedora incluida aunque, afortunadamente también estaba vacía, así que mi estancia allí fue brevísima. Al bajar, comentamos el tema y todos tuvimos prácticamente la misma sensación. Me quedé tan fascinada por este pequeño museo que no resistí la tentación de comprarme un libro sobre la historia del hospital (en inglés), deformación profesional supongo.

Nada más salir cruzamos la calle y entramos en la iglesia de Nuestra Señora (Onze Lieve Vrouwerkerk). Aunque en algunas zonas la luz no era la idónea para poderla ver en detalle, a mi me gustó especialmente por su amplitud, pureza de líneas y relativa sencillez de formas arquitectónicas, que contrasta con la cantidad de obras de arte que alberga. Nada más entrar, al fondo de la nave derecha nos encontramos un retablo de madera y mármol, en cuya hornacina central se encuentra la escultura de Nuestra Señora, una “madonna” de Miguel Angel en mármol con el niño ya un poco crecidito, única escultura que salió fuera de Italia en vida del autor al haber sido adquirida por un comerciante flamenco; preciosa, tanto por la dulzura de la cara de la Virgen, como por los pliegues del traje y el manto.




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La nave central también tiene una perspectiva admirable, conteniendo a ambos lados varias esculturas sobre unas ménsulas, situadas en las jambas de los arcos y un púlpito increíble, muy abigarrado, con una apoteosis de bronce en su parte superior, coronada por una ráfaga dorada en la pared, que invitaba a quedarse un buen rato contemplándolo.



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También pudimos ver los mausoleos de María de Borgoña y su padre, Carlos el Temerario, madre y abuelo respectivamente de Felipe el Hermoso, en bronce dorado y mármol negro. Decir que la historia de ambos es sumamente apasionante, aunque quedaría un poco larga como para incluirla en este espacio, pero como resumen diré que está llena de intrigas, traiciones, casamientos sin amor y muertes trágicas, como no podía ser menos en la época.

Después de estas visitas, estaba claro que teníamos que continuar el recorrido haciendo un breve descanso visual, quedándonos sólo en el exterior de los siguientes museos que nos irían apareciendo en nuestro camino; así lo hicimos con las impresionantes casas-palacios en las que se ubican el museo Gruuthuse, el Arentshuis o el Groeninge, cercanos todos a la iglesia de Nuestra Señora porque, aunque en el último hay obras pictóricas importantes, alguna de especial valor digamos sentimental, como la Virgen del Canónigo Van der Paele de Van Eyck que a mi siempre me ha llamado la atención por la minuciosidad de los detalles y el colorido de los distintos ropajes, no teníamos ganas de ver pintura ni artesanía a granel sino que todos preferíamos deleitarnos con pocas cosas y así tener algunas (o muchas) pendientes para cuando volvamos, pues a Brujas en particular y a Bélgica, en general, hay que volver, me atrevería a decir que más de una vez.

La catedral de San Salvador estaba cerrada pues ya era algo más de las 12, así que también la contemplamos desde fuera y desde la distancia, dejándola para la vuelta si es que la pillábamos abierta pero tampoco era una de nuestras prioridades en ese momento, preferíamos caminar y ver lo que la ciudad nos fuera ofreciendo. Así llegamos a la plaza del Mercado (Markt), donde se encuentra el Belfort.




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En ese momento, la lluvia y el viento más bien gélido arreciaban, tanto que se nos volvían los paraguas, así que decidimos esperar a ver si escampaba un poco mientras nos tomábamos unas patatas fritas con una especie de salsa ali-oli, que nos compramos en un carrito que las vendía en la misma plaza, en la parte bajo techado de la entrada al patio del Belfort. Cuando terminamos, algunas fueron a ver si se podía subir a la torre pero estaba cancelada la visita a causa del mal tiempo; así que, agradeciendo un poco a la bendita lluvia no tener que esperar a que bajaran los demás, cuando escampó un poco, continuamos con la contemplación de la maravillosa plaza, llena de notables edificios muy bien conservados. Aun a pesar del día era un hervidero de gente pues, además, habían instalado en el centro una pista de patinaje y numerosos puestos de comida. Cuando nos íbamos acercando, por los altavoces de la pista, se escuchaba la voz de Fofó cantando “martes antes de almorzar, una niña…” no sé si como tributo a la cantidad de compatriotas que en ese momento deambulábamos por allí.



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Palacio Provincial



Después de hacernos las fotos típicas con la fachada del palacio provincial al fondo, un precioso edificio neogótico, nos dirigimos a otra fantástica plaza, la plaza del Burg, uno de los lugares más increíbles, ya que se convierte en un auténtico tratado de estilos arquitectónicos. Nada más entramos, a nuestra izquierda, encontramos el impresionante palacio barroco de la Prebostía o Casa del Preboste (Proostdij), con un precioso balcón con esculturas, unas adosadas a modo de cariátides y otras coronando la portada, en la parte superior, que está a su vez dotada de una balaustrada que lo recorre completamente.


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Casa del Preboste





Enfrente está ubicado el Ayuntamiento, precioso ejemplo del gótico, con múltiples estatuas en hornacinas, aunque éstas son modernas pues las originales las destruyó el ejército francés en el siglo XIX; a su lado el pequeño edificio blanco y dorado de la Cancillería del Franc, el famoso Franconato de Brujas y, ya en el lateral, el Palacio de Justicia (Gerechtshof), en el que se ubica el Museo Het Brugse Vrije, de estilo renacentista.


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Ayuntamiento



Decidimos no sólo admirar por fuera los principales edificios que componen la plaza, sino ver algunos también por dentro, así que nos fuimos directos al Ayuntamiento.
Cuando compramos las entradas (2,50 euros, niños: 1 euro) y pedimos las audioguías, nos indican dos numeraciones diferentes, para poder visitar la sala gótica y la renacentista. Primero fuimos a la gótica, en el piso superior y, bueno, bien, su bóveda policromada y sus pinturas, su chimenea, pero nos defraudó un poco, la verdad sea dicha, aunque nos vino muy bien el descanso en las sillas desde las que se puede seguir la explicación de la audioguía. También se podía visitar otra dependencia donde se encuentran algunos mapas y planos de Brujas.




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*** Imagen borrada de Tinypic ***


Terminamos la visita a las dependencias de ese piso y nos pusimos a buscar la otra sala pero por allí no vimos nada. Al bajar nos dice la señora del mostrador que la sala renacentista está en el edificio anexo, pues es la del Franconato de Brujas y me dice que nos sirve la misma entrada y que nos podemos llevar la audioguía (o, al menos, eso entendí yo), desde luego era lo más evidente por cuanto venían los dos rangos de numeraciones dependiendo de lo que quisiéramos visitar. Mis hijos ya estaban un poco hartos de explicaciones, así que devolvimos dos y nos quedamos las demás. Cuando vamos a entrar en el edifico del Franconato oímos unos pitidos ensordecedores que provenían de la puerta del ayuntamiento que habíamos dejado atrás y al momento, viene un guarda de seguridad y nos pide que le acompañemos. Lo cierto es que no entendíamos nada, lo único que pensamos es ¿le habríamos dado a algo sin querer con las mochilas?, ¿se habría caído algún cuadro de la escalera a nuestro paso?; bueno ,pues con un cierto desasosiego, nos vamos mi amigo y yo a ver qué pasa. El ruido era bastante ensordecedor y no paraba, por lo que nos temíamos lo peor. Nos lleva al mostrador y la misma señora de antes me dice que es que nos habíamos llevado las audioguías y no podían salir del edificio. Yo le recuerdo su explicación de hacía un momento y ella, riéndose con la otra me pide perdón, y me dice que las dejemos allí; yo le digo que por qué no nos había avisado antes al vernos salir y vuelve a reirse y a decirme que las deje en el mostrador. Con la sensación de que se habían quedado con nosotros, puesto que no había nadie cuando me estuvo explicando (es un decir) todo, vamos al otro edificio a rescatar las tres audioguías que aún llevaban mis amigas.

Efectivamente, sirven las entradas porque en el mostrador que hay a la entrada de la sala nos las pidieron y nos dieron otras audioguías para poder comprender lo que estábamos viendo, así como un folleto explicativo. Aguantando como podemos las risas, y no sólo por la anécdota anterior, contemplamos los cuadros de los numerosos reyes que decoran toda la estancia, la magnífica chimenea de madera y alabastro, la escribanía etc. y nos enteramos un poco de qué iba aquello del Franconato.

Como nos recreamos bastante entre una visita y otra, cuando salimos fuimos al famoso callejón del Burro Ciego con la intención de proseguir a la Vismarkt, pero nos dimos cuenta de que era ya la hora de la ceremonia de la veneración de la sangre, así que nos dirigimos a la basílica de la Santa Sangre, ya iríamos a la plaza más tarde; seguía lloviendo bastante.




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Ibamos riéndonos un montón con algunas ocurrencias que se fueron sucediendo a raiz de la última visita al Franconato y especialmente de un comentario, muy ocurrente y pertinente, de mi hijo (que no puedo reproducir pues sería un poco prolijo y, además, habría que haber estado allí para poder entenderlo, sin necesidad de dar detalles). La acústica de la basílica es excepcional, al menos en sentido ascendente, por lo que hay que tener cuidado, a tenor de lo que nos ocurrió: Tres de nosotros se habían adelantado y el resto estábamos aún con los comentarios y las risas cuando nada más habíamos traspasado la puerta que da paso a la escalera para acceder al interior de la basílica y empezamos a subir los primeros peldaños escuchamos que nos mandaban a callar muy intempestivamente. Obviamente nos callamos y a mi me sorprendió mucho porque casi no habíamos entrado en sagrado, dado que hay bastante escalones hasta llegar a la puerta de entrada donde está el mostrador en el que se compra la entrada (1,5 euros). Cuando entramos los rezagados nos reunimos con la avanzadilla y justo entonces nos enteramos del comentario que había hecho uno de los porteros más jóvenes antes de mandarnos a callar, de muy malas maneras. Fue muy explícito: ¡Españoles!. Al parecer resonaban mucho las risas y lo que hablábamos y se podía incluso identificar las voces, pero me pareció bastante desafortunado, así que dándome aún una vergüenza tremenda por lo que yo hube contribuido y reprimiéndome las ganas, por otro lado, de haber tenido un intercambio de palabras con el autor del exabrupto, intenté redimirme haciendo lo que todo el mundo que estaba ya en la fila para pasar por una especie de altar lateral con varios escalones de subida y otros tantos de bajada, donde había una mesa con dos sillones, uno ocupado por un señor mayor que, micrófono en mano (para que su tono de voz, emitido en un tono más bien normal tirando a bajo, inundase toda la estancia), iba desgranando una especie de letanía y el otro por una señora vestida con ropas talares y que daba a besar una ampolla de vidrio en la que se encontraba un polvo liofilizado y un poco rosado que se supone es la sangre de Cristo. Nos acercamos sólo las féminas, aunque algunas hicimos el gesto pero, por motivos estrictamente higiénicos, no tocamos el cristal.


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Sin duda, no queríamos exponernos a contraer una gripe (tengo que recordar que estábamos en plena efervescencia de la “temible pandemia de gripe A” y llevábamos incluso limpiadores alcohólicos para las manos que, la verdad, sólo obligué a mis hijos a usar un par de veces porque solían ir limpiando todos los pasamanos que encontraban). Todos iban saliendo pero yo me quedé un rato más en la capilla del tabernáculo gótico donde está la reliquia, que tiene un trabajo pictórico interesante presidiendo el altar.


*** Imagen borrada de Tinypic ***


En ese momento estaba terminando la ceremonia y el señor, que continuaba con la misma inflexión de voz desde el principio, iba rezando una oración en diversos idiomas y también en español, que encontré posteriormente en un folleto, por lo que, a pesar del trasiego de gente que entraba y salía, resultó ser muy emotivo. Curiosamente, no es la misma oración ya que, dependiendo del idioma tiene alguna o bastante variación; en las que están escritas en flamenco, alemán y español figura que el autor es R. Vangheluwe, Obispo de Brujas.

Ya a la salida, me reuní con mi grupo y decidimos que había que ir a almorzar pues como tardáramos un poco nos quedábamos sin comer. Estuvimos mirando por algunos de los restaurantes más cercanos pero estaban llenos o completamente vacíos, por lo que nos parecía mal tanto una cosa como otra, así que decidimos ir en dirección a la plaza Markt y comer en alguno de los puestos de comida rápida que había por allí, concretamente en uno en el que hacían perritos calientes en una sartén enorme, que tenían una pinta buenísima. Todos se pidieron un perrito “normal size” excepto yo que me pedí un “thin size”, más que nada porque estaba viendo que se me iba a salir y podía guarretearme mucho cuando le pegara los primeros mordiscos al pan relleno con una salchicha tremenda, con un montón de cebolla caramelizada, mostaza y ketchup que era el más habitual, aunque pedimos diferentes combinaciones según el gusto de cada cual (sin nada, sólo mostaza, sólo Ketchup, sin cebolla, y ahora algunas mezclas más de dos ingredientes); no sé quién estaba más harta si yo de pedir o el chico que las preparaba (menos mal que éramos sólo 7 si no, estamos allí todavía). La comida había que hacerla de pie, sobre unas mesas redondas con una sombrilla; afortunadamente había dejado de llover porque podía haber sido un poco complicado.

Cuando acabamos de comer había que tomar el postre; continuamos viendo tenderetes y allí estaban las barquitas con las brochetas de fruta rebozada en chocolate, aunque esta vez no era igual que las que habíamos tomado en Bruselas, pues el chocolate estaba endurecido, ya que, al parecer, se tomaban frías. Pedimos las brochetas pero las queríamos de chocolate negro y no había ninguna, así que teníamos que esperar a que las hicieran. Hubiéramos querido que el chocolate estuviera caliente y fundido, así se lo hice saber a la señora que las preparaba porque no queríamos perder demasiado tiempo, pero mirándome de manera un poco rara, siguió a lo suyo sin inmutarse. La manera de hacerlas era de lo más curiosa: ensartaba la fruta en el palillo, le echaba el chocolate caliente por encima con un cazo y las ponía en una rejilla para que se enfriaran; cuando le pedí que nos la diera tal cual, que no se preocupara por enfriarlas, me indicó que, para sacarlas teníamos que esperar a que se enfríasen porque si no se le ensuciaba la rejilla y no podía pararse a limpiarla. Como vio que teníamos cierta prisa aceleró el proceso de enfriado de una manera bastante curiosa: abría y cerraba la puerta de la caseta para que sirviera de abanico.

Todavía sorprendidos por la ocurrencia, nos encaminamos a la Vismarkt o Lonja del pescado, paseando por Wollestraat y la zona aledaña al canal (Rozenhoedkaai). Hacía un rato que había dejado de llover y el cielo estaba bastante más despejado, así que iban a empezar a salir las barcas. Tuvimos que esperar bastante porque la cola era grande, pero mereció la pena. En principio, tengo que decir que yo no llevo demasiado bien los viajes por el agua y ver que las barcazas se llenaban hasta rebosar, me estaba poniendo un poco nerviosa, más bien porque una es un poco torpe y no quería ni pensar que tuviera que saltar al interior porque me veía ya con una pierna dentro y la otra en el muelle; menos mal que cuando llegó el momento, el barquero sacó una especie de escalinata del lateral y se bajaba sin problemas. Como había gente delante que iba ocupando los laterales y delantera, sólo quedaba sitio en la fila de asientos centrales, así que iba perfectamente arropada y segura, a la par que más calentita porque hacía bastante frío; en todo el día me había quitado la bufanda, los guantes y el gorro de lana que no lucía desde que tenía dos años, ya que en Sevilla no suele ser necesario y tampoco me he movido mucho en invierno por ahí.

El paseo en barca a través de los canales del río Dijver fue otro de los grandes momentos del viaje, que todo el mundo debería hacer, pues se tiene una visión panorámica, diferente e increíble de las casas medievales de piedra, los puentes y monumentos. No dábamos abasto a mirar a uno y otro lado y poder apreciar algunos detalles curiosos; la mayoría de los que íbamos en ese momento éramos españoles, aunque también algunos alemanes e italianos, así que el patrón decidió hablar en francés, que supuestamente y según él entenderíamos todos, pero lo cierto es que entre que el micrófono distorsionaba bastante la voz y el ruido ambiental del motor y los comentarios de algunos compañeros de travesía, no se enteraba uno de casi nada, así que tuvimos que estar bastante atentos para poder ver el busto de Erasmo de Rotterdam, la beguina asomada a la ventana, las figuras de Marilyn, Laurel y Hardy o Louis Amstrong que nos saludaban desde una de las casas o el portal de Belén que habían colocado en una orilla.

Conforme la barca avanzaba se descubrían algunos rincones fascinantes, como el canal Groenerei, con el Belfort a la izda, pero difícilmente se podía inmortalizar tanta belleza y no sólo por el movimiento sobre el agua: Brujas es tan armónica, tan perfecta, que parece irreal.







Cuando giramos para volver al punto de salida y culminar el viaje de algo más de treinta minutos, nos supo a poco, pero ya estaba cayendo el atardecer, posiblemente más temprano por lo oscuro que había estado el día desde la mañana. Para quitarnos el frío y dejar reposar un poco los sentidos, decidimos ir a tomar un café, aunque antes nos dimos una vuelta por la Lonja del pescado, donde había unos tenderetes de artesanía y algunos tenían unos grabados y dibujos, así que, mientras mis amigos y mis hijos se dirigían a una cafetería de la esquina de la plaza, Tante Marie, yo me quedé un ratito curioseando y decidiendo qué grabados me traía. Al final compré dos, uno para casa y otro para regalar, con unas vistas de los canales y algunos puentes muy agradables y relativamente baratos, ya que prefiero los de mediano o pequeño tamaño. Entablé un poco de conversación con la señora que me los vendió y así supe que los hacía su marido, pues era pintor y me enseñó hasta las planchas que utilizaba y, efectivamente, estaba el hombre en una parte del puesto terminando un dibujo.

Si contenta iba yo con mi compra, más contentos estaban los demás con el lugar que habían encontrado para merendar y, desde luego, había motivos para ello. Era una cafetería-confitería con una decoración muy acogedora, un servicio impecable y unas tartas, batidos y otras especialidades deliciosas. El café y el té venían en sus correspondientes cafeteras y teteras, para ser servidos en tazas de cerámica, con decoración variada y los acompañaban de una copita con helado de chocolate y vainilla exquisito y unas galletas caseras de canela magistrales. No me resistí a dejar inmortalizado mi té. Los grandes platos, también de loza, albergaban porciones generosas de unas tartas caseras, bien de arándanos, de manzana, de chocolate… con una textura finísima. Era una prueba más de que la ciudad había de satisfacernos plenamente.




*** Imagen borrada de Tinypic ***



A la salida ya había anochecido completamente, a pesar de que aún no eran las seis de la tarde, con lo que pudimos apreciar también la belleza nocturna de Brujas. La iluminación de algunos de sus monumentos hacía que aparecieran más dignos de un cuento de hadas que de un lugar terrenal, así que continuamos nuestro paseo, pero ya de vuelta hacia la estación porque queríamos realizar algunas compras de ciertas chucherías que habíamos ido viendo en algunos escaparates.




Entramos en varias tiendas y fuimos haciendo acopio de los recuerdos para la familia y amigos, así como algunas cosas para ampliar el ajuar casero, comprobando así la infinita paciencia de los miembros masculinos del grupo que aguardaban, casi sin rechistar, a que fuéramos cargándonos con bolsas y más bolsas de cosas con encaje: saquitos perfumados para los cajones y armarios, acericos, fundas para los paquetes de kleenex, mantelitos individuales, cubrebandejas, posavasos, baberos y hasta un delantal, como vestuario para la obra de teatro que tenía que representar mi hija en su colegio por Navidad, donde encarnaba a una criada que quedó lujosísima (y de paso, me evité yo el hacérselo). Había, claro está, de todas las calidades y precios, pero los que nos trajimos no nos salieron nada mal.

Tranquilamente fuimos haciendo el camino de ida en sentido contrario, pasando otra vez por el lago Minnewater, que ahora daba hasta un poquito de grima, pues se habían recogido ya los coches de caballo y quedaban muy pocos turistas.

Tomamos el tren de las 19,27 h. pues no queríamos llegar excesivamente tarde a Bruselas. Menos mal que habíamos sacado los billetes de primera clase porque el espectáculo de gente en las plataformas y atiborrando los vagones de segunda se repetía y, obviamente, 4 euros de diferencia no hubieran justificado la falta de comodidad por segunda vez. Al igual que el día anterior, decidimos continuar la noche en Bruselas sin pasar por el hotel y también hacer alguna visita antes de ir a cenar, pues aún teníamos vestigios de los maravillosos crêpes y tatines de la merienda.

Así que, nada más llegar a la Gare Central, nos dirigimos por la Ravensteinstraat hacia la plaza Royale, una preciosa plaza con unos edificios neoclásicos impresionantes. Si tuviera que emplear un único adjetivo para calificarla lo tengo claro: elegante, por la iglesia de St-Jacques-sur-Coudenberg, con su original cúpula que contrasta con la línea clásica de su pórtico; el Museo BELvue, justo al lado del palacio, en un edificio que fue antes el hotel Bellevue, del siglo XVIII; el edificio del antiguo Hôtel Althenloh, de la misma época, donde se ubica el recientemente abierto museo de René Magritte y, sobre todo, el Palais Royal, pero teníamos claro que volveríamos por la mañana ya que habría que verla con luz del día, aunque a esa hora no había un alma, por lo que pudimos contemplarlos sin gente y sin que pasara ningún coche ni tranvía en todo el tiempo que permanecimos en la misma.



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Iglesia de St-Jacques-sur-Coudenberg


Desde allí, pasando por el edificio de los antiguos almacenes Old England, una vistosa construcción en estilo art nouveau de hierro y que actualmente es el Museo de Instrumentos Musicales, bajamos hacia la zona del Mont des Arts, con su escalinata, sus fuentes modernas, su jardín y el famoso reloj de figuras articuladas. Cuando dan las horas en punto suena el carillón y la figura superior golpea la campana, a la par que sale la figura correspondiente a la hora, se mueve ligeramente y vuelve a su posición cuando cesan las campanadas.


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Ya nos íbamos dirigiendo hacia la Grand Place para buscar un lugar donde cenar, lo intentamos en le Roi d’Espagne pero no se cabía, así que ¡allá vamos de nuevo rue des Bouchers!. Nos decíamos que un día como el de hoy debía acabar bien, por lo que una apuesta segura sería, sin duda, Chez Lèon, llevando la consigna de esperar mesa, aunque fuera en la calle. Volvía a estar lleno, y por delante una pequeña cola de 10-12 personas, pero de allí no nos moveríamos; mientras esperábamos, al lado prácticamente de la cocina, limpísima y casi toda ella a la vista, como debería ser en todos los sitios de restauración (de nuevo la deformidad profesional me acechaba), yo iba quedándome un poco con determinados detalles del local: sus compartimentos de madera, las placas con el nombre de los ilustres visitantes, los manteles de cuadros, las perchas, los dibujos y fotografías de las paredes…que le dan un aire retro muy agradable. ocupamos dos mesas contiguas que estaban justo al lado de la puerta de salida y de la escalera de acceso al piso superior por lo que estábamos relativamente amplios, dado lo aprovechado del espacio. La comida fue bastante opípara; circularon varias cazuelas de los famosos mejillones, ensaladas, bistec a la parrilla, tabla de quesos y yo me comí un “lenguado meunière” de auténtico lujo, que los adultos regamos con unas copas de la cerveza Lèon, especialmente fabricada para esta casa y que sirven, de barril, en unas copas de balón que, al parecer, también fueron diseñadas expresamente para poder disfrutar de la misma. Creímos que la cuenta subiría bastante de precio con respecto a lo que pagábamos habitualmente debido fundamentalmente al lenguado, pero no fue así, pues pagamos 147,98 euros, con lo cual seguíamos rondando los 20 euros por persona.

Antes de volver al hotel nos tomamos algunas delicias de chocolate que compramos al peso para compartir y dimos el pequeño paseo acostumbrado por la calle del Mercado de las Hierbas (Gras-Markt) hasta la Grand Place. Este lugar es tan fantástico que no nos cansábamos de circundarla viendo sus casas pero, sin duda, tendríamos que admirarla al día siguiente con luz natural para poder contemplarla en todo su esplendor.

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comment_icon  Últimos comentarios al diario DE ENCAJE Y CHOCOLATE: DIARIO DE UN PUENTE POR TIERRAS BELGAS
Total comentarios: 25  Visualizar todos los comentarios
Davovo  davovo  08/09/2011 07:50   📚 Diarios de davovo
Merche !!! gracias por el maravilloso diario !! me voy en un mes y me estoy apuntando cositas. Te dejo las estrellas guapa ! Besotes !
Merche137  Merche137  17/09/2011 01:56   📚 Diarios de Merche137
Muchísimas gracias por vuestros amables comentarios y disculpad si no os lo he transmitido antes pero no suelo entrar con frecuencia. Ahora lo he hecho al verme en el ránking gracias a vuestras estrellitas y si necesitáis alguna información más de la que aún me acuerde no tenéis más que decirlo. Un cordial saludo para l@s tres.
Yomisma_any  yomisma_any  02/02/2012 11:45   📚 Diarios de yomisma_any
Merche un Diario muy extenso ...muy bien Merche..te dejo las estrellitas wapa.
Wanderlust  wanderlust  03/02/2012 20:18
me fue muy útil el de florencia y lo será este! Sonriente
gracias por compartirlo!
Merche137  Merche137  04/02/2012 11:59   📚 Diarios de Merche137
Muchas gracias, any y wanderlust, me alegra que os haya gustado y os pueda servir. Saludos
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Fecha: Lun Nov 13, 2023 04:16 pm    Título: Re: Viaje a Bélgica - Consejos

Muchas gracias por responder!
El vuelo del 27 sale a las 17:35 (y llegamos el 24 a las 17:15, me equivoqué al escribirlo Avergonzado )
El 27 podremos aprovechar la mañana hasta las 15, quizás.
La idea al llegar era ver el encendido de luces de Navidad que, es justo el 24, algún mercadillo navideño y pasear por el centro.
El 25 o 26 salir pronto y ese día hacer Brujas y Gante (dudo en el orden)
Así que me queda un día completo en Bruselas más la tarde del primer día y la mañana del último.
Bel72
Bel72
Experto
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20-02-2014
Mensajes: 143

Fecha: Lun Nov 13, 2023 04:23 pm    Título: Re: Bruselas a Brujas: Transporte

Mil gracias por la info mariwaka, me viene genial! Voy a descargar la aplicación. Supongo que podré utilizar la tarjeta para 2 aunque la tenga en el móvil.
mariwaka
Mariwaka
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Travel Addict
09-02-2010
Mensajes: 54

Fecha: Lun Nov 13, 2023 05:45 pm    Título: Re: Bruselas a Brujas: Transporte

Hola! Muy feliz

Si tanto la tarjeta como la app sirven para dos personas

Si es tarjeta en papel se válida una vez dentro del tranvia y si es online, una vez subas al tranvia o autobús tienes que activar los billetes y enseñárselo al conductor.

Disfruta mucho! Gante es una de mis ciudades preferidas Amistad
Bel72
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Experto
20-02-2014
Mensajes: 143

Fecha: Lun Nov 13, 2023 05:57 pm    Título: Re: Bruselas a Brujas: Transporte

"mariwaka" Escribió:


Hola! Muy feliz

Si tanto la tarjeta como la app sirven para dos personas ( me lo chiva mi marido qué es de allí jaja)
Si es tarjeta en papel se válida una vez dentro del tranvia y si es online, una vez subas al tranvia o autobús tienes que activar los billetes y enseñárselo al conductor.

Disfruta mucho! Gante es una de mis ciudades preferidas Amistad

Genial!! Mil gracias Amistad
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