La Digue ✏️ Diarios de Viajes de SeychellesRecogimos las maletas y fuimos a encontrarnos con la representante de Le Domaine, que llevaba su cartelito correspondiente. Nos apretujaron a todos los nuevos huéspedes en un trenecito eléctrico para hacer un trayecto de tres minutos. A 5€ por...Diario: 10 días de vacaciones en Seychelles⭐ Puntos: 4.8 (22 Votos) Etapas: 11 Localización: SeychellesRecogimos las maletas y fuimos a encontrarnos con la representante de Le Domaine, que llevaba su cartelito correspondiente. Nos apretujaron a todos los nuevos huéspedes en un trenecito eléctrico para hacer un trayecto de tres minutos. A 5€ por cabeza ya tienen bien montado el negocio, detalle feo. En la entrada un empleado hacía sonar un gong al llegar el tren. Nos hicieron pasar a un hall mientras buscaban nuestros datos, nos ofrecieron una especie de té frío, y aparecieron con unos documentos para revisar. Nombres, direcciones… luego nos dieron las explicaciones pertinentes sobre el hotel y fuimos a pagar, tal como habíamos acordado por mail. Pero no nos dieron factura del pago, que hicimos en efectivo, pese a reclamarla a distintas personas. Eso nos podría haber traído problemas, ya que además tenían los datos de nuestra tarjeta de crédito, pero por suerte no pasó nada. Al terminar nos acompañaron a la habitación, bueno a la casa. Nos dieron otras tantas explicaciones más, nos dejaron un mapa (todo pintarrajeado con las advertencias de la chica, yo que lo quería guardar de recuerdo) y por fin, nos dejaron en paz. ¡Qué rato más largo se me hizo el del chek in! Las villas son preciosas, todas con los nombres de las playas: la nuestra era Anse Petit Major, la 101. No pudimos más que preparar unos bocatas de jamón buenísimo y echarnos a hacer la siesta después de un día y medio de viaje. Unas tres horas más tarde, al despertar, estaba oscureciendo pero solo eran las seis. Más descansados decidimos salir a dar una vuelta, por los alrededores. Pedimos hora para el desayuno del día siguiente, preguntamos por las bicis, nos acercamos paseando hasta el súper más cercano y volvimos a preparar la cena, unos macarrones con tomate. Nos trajeron un par de botellines de agua, unos chocolatitos junto a una nota de buenas noches y un papelito con la previsión meteorológica de los próximos días y algunas noticias europeas, todo en inglés (todo esto fue cada día). Ellos lo llamaban descubierta de cama, yo tenía entendido que este servicio consistía en hacer la cama de verdad, por lo menos en otros hoteles… y con lo aficionados a la siestecilla que somos en vacaciones. Más tarde salimos un rato a la zona de la piscina, donde un grupo tocaba en vivo y se veían un montón de estrellas. La gente tomaba algo, o terminaban de cenar en el bufet, que costaba la friolera de 50€ por persona (a 100€ la noche, por cuatro noches que íbamos a estar calcula el ahorro…), bebidas a parte. Nos despertamos hechos polvo. Cansados. Tomamos el mega desayuno que te traen a la habitación e hicimos la mochila para salir a explorar la isla. Toalla, algo de pasta, cámara… y a por las bicis. En el hotel nos las prestaban sin recargo, genial. Salimos hacia el sur, parando en dos o tres playitas a mojarnos los pies y hacer fotos. Llegamos casi media hora más tarde al parque de Union State, 10€ por persona la entrada. No veas… Pedí un mapa del sitio, pero la señora de los tickets me dijo que no tenía pérdida y que todo estaba bien indicado. Vale. Encontramos el molino de coco, playas muy bonitas, plantaciones y ¡las tortugas gigantes! Qué ilusión, estuvimos un montón de rato dándoles de comer y haciendo fotos. Qué fantástico. Proseguimos hasta la deseada Anse Source d’Argent, el último tramo a pie. El paisaje es increíble, sorprendente ¿cómo se aguantan algunas rocas? Y la playa muy bonita, pero con algas. Había gente, algunos hacían snorkel, pero no habría más que un par de peces. No cubría casi nada, parecía una piscina, y al fondo se intuía el arrecife, donde chocaban las olas y cambiaba el color del mar. Todo el rato estuvo nublado, y las fotos no lucen demasiado. Decidimos volver a comer a la villa, previa parada en el súper: agua, carne, patatas… no muy caro y poca variedad. Pagábamos en euros y nos daban el cambio en rupias. Nos hicimos unas hamburguesas con patatas fritas caseras. Descansamos un rato y decidimos volver a ver las tortugas. Nos valía el ticket de la mañana, menos mal, pues por la tarde ya no vendían y a unos chicos no les dejaron entrar. Cosa que no acabo de entender, porque el parque no se cerraba a ninguna hora. Curioso… Después de las tortugas volvimos a la playa, esta vez estábamos prácticamente solos. Con la tranquilidad del atardecer empezaron a aparecer cangrejillos, hicimos otro montón de fotos practicando con el autodisparo, muy divertido, hasta que llegaron unos nubarrones negros, y decidimos ir marchando. Nos dio el tiempo justo de llegar al bar, que ya estaba cerrado pero tiene un porche exterior, donde nos encontramos las siete personas que quedábamos por la zona, algunos Chardonnay en mano. Cayó un tormentón increíble. Esperamos un rato pero se nos hicieron las seis y llegaba la hora de entregar las bicis en el hotel. Como teníamos un paseo salimos en pleno chaparrón, “I’m riding in the rain…” Como no podía ser de otra forma al llegar paró de llover. Nos fuimos a duchar y a preparar la cena. Un poco de lomo a la plancha acompañado de patatas fritas otra vez, porque no tuvimos narices de encontrar una lechuga en toda la isla. Volvió a llover, y ya no salimos, nos quedamos viendo una peli. Es que somos bastante caseros. El tercer día volvimos a amanecer cansados. Resulta que nuestra villa tiene justo al lado una fuente con agua corriendo 24h, los pájaros con cualquier luz parecían volverse locos y piaban histéricamente, y la bomba del aire acondicionado que estaba justo bajo la ventana de la habitación, collada a la pared del cabecero de la cama, hacía también bastante ruido. Y mira que nos dormimos en cualquier lado… y aquí también, pero no descansábamos bien. De nuevo súper desayuno en el jardín (huevos, fruta, tostadas, embutido…) y preparación de las mochilas para la excursión de hoy. Incluimos unos bocadillos para comer fuera, para no tener que volver si nos pillaba lejos el hambre. Hoy la cosa prometía. Fuimos a por las bicis y nos dirigimos hacia Belle Vue, un punto alto de la isla desde el que se contempla casi toda la costa oeste. Paramos en la oficina de turismo del jetty para contratar una excursión de medio día, para el día siguiente. Si llueve nos cambian el día, o la hora, o nos devuelven el dinero. Vale, entonces compramos puesto que las previsiones meteorológicas que nos facilitaba el hotel cada noche eran 0% fiables. Hicimos un buen tramo en bici, hasta que empezó la subida bestia. De pronto en un tramo de 1Km hay un desnivel de 300m. Me planté, y dije que yo abandonaba la bici y subía andando, que no valía la pena cargarla hacia arriba para luego volver a bajarla, por supuesto no pensaba bajar por ahí montada para estimbarme en la primera curva. Total que dejamos las bicis, el un poco preocupado por si les pasaba algo, y mochila al hombro empezamos el ascenso. Incluso los nativos subían con la bici a cuestas, ese desnivel no lo hacen ni los del Tour de France. Andando ya cansaba, paramos un par o tres de veces a descansar porque el calor era asfixiante, eran sobre las 11 de la mañana y no había ni una nube. Por suerte algunos árboles y palmeras hacían pequeños tramos de sombra. Al final, llegamos. Durante casi todo el tramo de subida solo pasamos por tres o cuatro casas desperdigadas, y un altar con una virgen pequeñita. Curioso… Llegamos a Belle Vue hora y media después de salir del hotel. Arriba hay un bar con mirador donde la consumición era obligatoria. No había ningún cliente más, y estuvimos un rato recuperando fuerzas, haciendo fotos… Comenzamos el descenso, más animados y contentos por las maravillosas vistas. Tardamos quince minutos en bajar lo que subimos en más de una hora, hasta las bicis. Se nos cruzó un taxi que subía y a los cinco minutos volvía a bajar. ¡Y nosotros tardamos una hora! Parando a descansar a ratos, claro… Bajando charlamos sobre a donde ir después. Decidimos que cruzaríamos la isla hasta Grand Anse. Yo al principio pensé que no lo haríamos porque era mucho tute, al subir casi se me asfixiaba el hombre… y si encontrábamos otro desnivel igual sería una auténtica paliza, pero me sorprendió. Como nos recuperamos bien y queríamos ver tanto en poco tiempo tomamos rumbo al sureste. Hicimos otra hora en bici (por la tarde tendríamos el culo dolorido), en alguna subida fui a pie, pero el camino con suaves subidas y bajaditas se hizo más ameno y entretenido que el de la mañana. Aquí nos cruzamos con más gente que hacía esta excursión por libre. También hay que decir que había más árboles y más tramos de sombra, pero con miles de mosquitos tan desesperados que ignoraban mi relec extra fuerte. A medio camino hay un chiringuito de zumos y frutas, pero no paramos. El último tramo, sin asfalto, me daba repelús. De peli de miedo. Nota mental: el bueno es el camino del medio. Al llegar cambia la cosa, hay una esplanada y un bar, y seis personas en toda la playa. Llegamos y ¡Oooh! Quizás lo más bonito que habíamos visto en la isla. Unos colores del agua, la arena… pero ya nos habían advertido que no nos podíamos meter porque había grandes olas y fuertes corrientes. Solo nos mojamos un poquito los pies en la orilla. Creo que hice trescientas fotos, y entre tanto comimos los bocatas, con unas chips. De pronto empezó a lloviznar. Ni nos movimos, como traíamos calor de la excursión y no nos habíamos podido bañar en el mar no nos importó mojarnos un poquito. Y luego, a los diez minutos, volvió a salir un sol de justicia, así sí que me lucen las fotos. Entonces teníamos la opción de andar durante una hora y llegar a Petite Anse, y luego otra más para llegar hasta Anse Cocos. Claro que luego teníamos dos horas más para volver hasta Grand Anse. Pero sabíamos que en esas playas tampoco podríamos bañarnos, y las imaginábamos similares a esta. De modo que con el tute que llevábamos ya, y la hora en bici que todavía nos esperaba hasta el hotel, decidimos, sin mucha pena, dejar esa excursión para la próxima vez. De vuelta paramos en el súper, y al retomar el camino unos dolores en el trasero... Será la falta de costumbre. Dejamos las bicis, las cosas en la villa y nos fuimos directamente a la piscina, que hoy nos la habíamos ganado a pulso. El agua friísima. Me apeteció un cocktail en el wet bar (rollo Punta Cana, sin salir del agua) pero al ver el precio se me quitaron las ganas del susto: ¡30€! ¡Si en mi pueblo me vale 6€ y me parece caro! Cuando nos cansamos de agua nos fuimos a la ducha, y a preparar la cenita. Hoy tocaba una sopa mientras veíamos una peli. Y caímos rendidos. Penúltimo día. Y aún tanto por ver… Pero hoy teníamos la excursión de snorkel a Cocos y Felicite. Tomamos el desayuno algo más ligero porque me veía arrojando en la lancha, o con un corte de digestión. Salíamos del jetty a las 9:30 y ya hacía mucho sol. Llegamos a un islote y nos tiramos al mar. Ala, a ver peces. Pues me tiro, hago dos brazadas, levanto la cabeza y… ¡ahhhh! Qué susto, ¡me encontré cara a cara con una tortuga! Grité un poco. Creo que me hubiese esperado antes un tiburón de arrecife que una tortuga. Jordi se moría de risa, y el resto del grupo flipaba rodeándonos (a la tortuga y a mi) y haciendo un montón de fotos. Qué momento… emoción, bochorno, risa… Estuvimos un buen rato, viendo un montón de pececillos de colores, súper bonitos, algunos más grandotes, y también vimos una pequeña raya. Pero ni rastro de tiburones. Cuando la gente del grupo empezó a subir a la lancha fuimos para allá, no queríamos ser los tardones de turno. Y cuando estuvimos todos, pusimos rumbo a Felicite. Allí teníamos que saltar al agua en la zona del arrecife (saltar es un decir claro, con sentarse en el escalón y deslizarse un poco ya estabas en el agua), que no estaba lejos de la playa. Nuestro guía trajo una tortuga y me hice una foto. Primero me decía ven que no pasa nada… y luego cuando la soltó me dice, hombre si te encuentras una mejor no la cojas porque muerde. ¡Ah vale, ya estoy más tranquila nadando por aquí…! En realidad me encanta hacer snorkel, me maravilla, pero a la vez me da respeto, y los peces me dan un poco de repelús. Es raro, creo… Total, que se nos ocurrió la genial idea de ir hasta la playa. Cubría cada vez menos pero había más olas y el coral estaba más cerca. Había que ir con cuidado de no chocar para no dañarnos mutuamente ¡con los pies de pato! ¡Qué horror! Ese rato lo pasé fatal, casi me cargo un trocito porque me entró agua en las gafas, perdí el equilibrio con los pies y con las olas tuve que apoyarme un poco para no ahogarme. Encima el fondo (de 1,20 máximo) estaba súper revuelto por el oleaje, y en mi estado de alerta permanente diviso una tortuga a un par de metros ¡Ag! A ver si llegamos rápido a la orilla. No duramos ni cinco minutos fuera del agua, y regresar hasta la zona de la lancha fue otra media odisea. Pero al llegar, y relajarme un poco viendo el arrecife y los peces… se me pasó todo. Decidimos no hacer más el tonto y dedicar el tiempo que teníamos a hacer snorkel, que era fantástico. Empezó a chispear. Las gotas se notaban frías. Vimos que más de medio grupo ya había subido al barco, y decidimos salir. Curiosamente aún hacía sol. Justo iba a subir yo, pero se me antojó meter la cabeza por última vez y vi, por debajo del barco, unos peces grandotes pero casi planos, me fijé más, y descubrí como cambiaba la cosa a solo unos metros del arrecife, la profundidad, el color del agua, el tamaño de los peces… qué inmensidad, y qué pequeñita yo, más de lo habitual. Nos repartieron unas bandejas de fruta y mientras llegaba el último rezagado del grupo, que se resistía a abandonar el maravilloso lugar. Se fue nublando, y cada vez llovía más, como una tormentilla de verano, solo que julio es su invierno… en fin, clima tropical. Llegamos al jetty chorreando, en bikini, envueltos en las toallas porque al final con la velocidad de la lancha teníamos fresquito. La gente flipaba un poco, especialmente los de ferry que acababan de llegar. Pero no se imaginaban cuánto nos había gustado la excursión. 100€ bien invertidos, aunque nos hubiese salido más barato negociarla con los rastafaris del jetty (el puerto, para los amigos). Pasada la una estábamos en la villa, justo para comer. Preparé un aperitivo (olivitas, chips, tostaditas de paté…) mientras se hacía el lomo rebozado que haría de plato principal. Descansamos un ratito y fuimos a por las bicis para recorrer la costa noreste. Esta excursión fue la menos agradecida. Había subidas y bajadas, casi todo el rato fuimos bien en la bici, pero el camino es muy largo, y apenas hay indicaciones para saber a qué altura estás. Total, que íbamos parando para hacer fotos desde la carretera, de playitas preciosas, de las islas vecinas en las que por la mañana hicimos snorkel… pero no sabemos ni en qué sitios paramos, ni hasta donde llegamos (creo que hasta Anse Banane, en una zona de casitas). Algún letrerito ayudaría porque toda la costa es muy parecida. No vimos más que tres personas en las playas de todo el trayecto, y aunque en la zona no aconsejaban echarse a nadar, las rocas hacían unas protecciones naturales de algunas playitas en las que podríamos habernos remojado un poco hasta las rodillas. Cuando nos aburrimos de no saber por dónde íbamos y de cuánto quedaba, dimos media vuelta con nuestras bicis, esta vez sin parar tanto a hacer fotos. Cuando llegamos a la altura de Anse Sévère, muy cerca ya del hotel, nos dimos un chapu viendo la puesta de sol, ya que íbamos bien de tiempo. Las 18:30 era la hora límite para devolver las bicis así que siempre intentábamos llegar un poco pasadas las seis. En el punto de retorno no había nadie, las dejamos y nos fuimos directos a la piscina. ¡Que mañana nos vamos! Han pasado volando estos días, y todavía nos quedan cosas por ver en La Digue. Una duchita, empezar a hacer maletas, la cena… Después de la tortilla de patatas, un poco melancólicos, nos fuimos a dormir. Llaman a la puerta. Es de día. ¡Pero si falta una hora para que nos traigan el desayuno! Ah, pues ellos opinan que sí es la hora. No sé para qué preguntan pues… A las 10 había que dejar la habitación y hacer el chek out, añadir un par de aguas… todo correcto. Y por fin la factura, después de reclamarla por enésima vez, recordando que ya habíamos pagado el primer día. Nos guardaban el equipaje hasta las 11:40, hora en que nos trasladaban hasta el jetty, esta vez nada de ir tren, en un taxi de verdad (no habrá ni veinte coches en toda la isla) no en el típico carro de buey al que ellos llaman taxi. Cogimos las bicis por última vez y aprovechamos para ir a comprar algunos souvenirs, luego nos conectamos a internet desde el ordenador de recepción que el hotel ponía a disposición de los clientes de forma gratuita. Éramos conscientes que seguramente en los próximos alojamientos no nos podíamos conectar, y menos gratis. Ya en el jetty compré los tickets del ferry, esta vez de papel, justo en la puerta del barco, nada de oficinas. Cargaron las maletas y poco a poco dejamos atrás esta fantástica isla de La Digue. Índice del Diario: 10 días de vacaciones en Seychelles
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