Con un desértico silencio que nos ha arropado toda la noche, despertamos placenteramente. Como nuevos elementos del gratificante desayuno al sol en el patio trasero de la Kasbah, huevos duros y yogur. La tranquilidad se acaba con el ataque de la artillería verbal de Nahim, para enviarnos inmediatamente al desierto montados en camello, toyota, o lo que haga falta; comamos, paseemos, cenemos, bailemos la jota bereber, durmamos una noche o como los plátanos dos mejor que uno, y volvamos felices y comamos perdices. Le interrumpimos en plena planificación y le informamos que queremos ir al Mercado semanal del pueblo, dar una vuelta, quedarnos sentados, mirar y charlar, y que aún tenemos que decidir donde iremos al día siguiente. Decepción.
Salimos a ver el pueblo. El cuerpo del pueblo es una plaza y una calle con casas de adobe en cuadrícula alineadas a uno y otro lado. Su asfalto dura 1 km y más allá está la arena. En paralelo a la carretera, a lo lejos y al otro lado de un río seco y polvoriento, un palmeral y kasbas. Nos inyectamos en la corriente entre burros, niños, carros, bereberes, bicicletas, motos, peatones, taxis, tiendas, ropas, voces, bolsas, corros, reojos, saludos, inviitaciones; todo bien? de dónde sois? ahhh español! no quieres hablar conmigo?. Vamos aceptando en zigzag invitaciones con el fin de averiguar precios para ir a las dunas, al tiempo que valoramos para tomar una decisión.
Entramos en una tienda porque un niño nos reclama, y el chaval trastabillea y se agita nervioso, mientras intenta enseñarnos sin orden ni concierto chilabas, collares, babuchas. Le compramos Khol para los ojos por 20 DH, porque es entrañable y divertido, y le echamos un vistazo a las chilabas bereberes que cuelgan en la pared en formación una al lado de la otra, y le preguntamos el precio (chaal?). Con un criterio insondable, tasa unas a 100 DH y otras a 150 DH.
Nos dirigimos al pueblo a comer algo, y tras preguntar en un par de sitios, como obtenemos un saludable ayuno, nos quedamos sentados tomando un té y viendo el ir y venir de todo. Tras el grato momento, decidimos zanjar el asunto del viaje a las dunas con Nahim, de Sahara Service, con quienes nos alojamos. Al cabo de una charla de ½ hora en su garito, cerramos el trato con las palabras del enésimo makha mushkin (algo así). Tres noches de alojamiento y desayuno en la kasbah e ida y vuelta en todoterreno a Erg Chigaga, incluida la comida, por 130 euros. Salida a las 9 de la mañana, vuelta sobre las 5-6 de la tarde, y de recuerdo imborrable, la actuación de Nahim como si le hubiésemos arrancado un trato insuperable y un trozo de hígado.
Es tarde y queremos comer. Entramos en un hotel-garito de la CTM, que Naia recuerda de la noche de llegada y pedimos tajine y legumbres. Esperamos 1 hora en una sala de alfombras antes de que aparezcan 2 tajines. Mediocres. No hay más día. Escribimos un poco, y apagamos la luz.