Rodeando los Alpes ✏️ Blogs de Europa Central

En Salzburgo nos quedaba por ver los jardines de Mirabell, famosos por haber sido escenario de uno de los bailes de Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas. Después de verlos y de desayunar en un café con unas vistas maravillosas junto a la orilla del río, nos dirigimos hacia Innsbruck, donde llegamos una hora después.

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Innsbruck, con su situación entre montañas y su famoso trampolín de invierno es una ciudad en la que merece mucho la pena parar y pasear. El calor seguía acompañándonos, pero paseamos y comimos en la terraza del restaurante Ottoburg junto a la plaza y luego nos dimos un paseo hasta el río. Pensábamos que iba a ser bastante caro porque parecía el típico restaurante enfocado a turistas, pero la verdad es que comimos un gulash y un schnitzel que no fueron baratísimos, pero tampoco fue exagerado. No es una ciudad muy monumental, pero sí que es bonita y merece la pena pasearla. Tiene encanto y en invierno es famosa por sus mercadillos.

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Tras nuestro paseo, abandonamos Austria y nos dirigimos a Munich. No era una parada obligatoria, pero nos apetecía "tocar" Alemania y cenar codillo y salchichas, así que eso es lo que básicamente hicimos, porque Munich, aparte de la plaza principal, no tiene mucho.

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En esta ciudad fue especialmente complejo el tema del aparcamiento, puesto que funcionaba el estacionamiento regulado hasta muy tarde y desde muy temprano por la mañana sin posibilidad de dejar el ticket puesto por la noche, así que nos tocaba madrugar.

Nos alojamos en el Hotel Bristol, bien situado, a 10 minutos de la plaza del ayuntamiento. Era antiguo pero estaba muy limpio. Lo malo fue que nuestra habitación daba a una fachada llena de focos, por lo que de madrugada parecía de día y además teníamos un bar muy ruidoso justo debajo y era una noche de viernes. Así que fue el peor hotel de todos y en el que peor descansamos. Es una lástima que a veces los lugares queden asociados a un mal alojamiento, que fue lo que pasó en este caso.

En Munich nos dimos un paseo por la Marienplatz, que estaba ocupada por escenarios para el día del orgullo gay, vimos la catedral y las calles aledañas. Como ya era la hora de cenar, paramos en Weisses Bräuhaus, una típica taberna para cenar comida local en mesas corridas.

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Nos encantó el ambiente, creo que en muchos casos la ciudad es algo más que sus monumentos y en el caso de Munich, los locales de este tipo le otorgan un encanto especial. Si el hotel le puso la nota negativa, la experiencia en la cervecería puso, sin duda, la positiva.

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Nuestro itinerario ya emprendía el camino de vuelta hacia Francia, nuestro punto de partida. Esa noche teníamos que dormir en Friburgo (Suiza) y antes de dirigirnos hacia allí, que teníamos una buena tirada, queríamos parar a ver el famoso Castillo de Neuchwastein.

Habíamos reservado nuestra entrada por Internet 10 días antes; haces la solicitud del día y la hora y recibes la confirmación de la reserva en un tiempo que puede variar (horas o días). Con el justificante de la reserva tienes que ir luego a las taquillas y te recomiendan ir con tiempo porque de las taquillas a los castillos hay paseo.

Se pueden visitar dos castillos, pero nosotros elegimos visitar sólo el famoso Neuchwastein o Castillo del Rey Loco. Al hacer la reserva y para no pillarnos los dedos, como no sabíamos cuánto iba a dar de sí Munich, cogimos la visita a las 5 de la tarde. Como ya os he contado, Munich lo vimos en un paseo la tarde anterior y por la mañana, no nos quedaba nada por ver, así que decidimos irnos hacia Neuchwastein con la esperanza de que en taquilla nos adelantaran la hora de la visita para así poder continuar hacia Suiza, que aún nos quedaba una tirada.

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Llegamos sobre las 12 de la mañana y dejamos el coche en uno de los parkings que hay en la zona. No nos costó aparcar, pero la cantidad de coches era importante, al ser sábado, creo que había más afluencia que un día normal.

Desde allí nos dirigimos hacia las taquillas y nuestra esperanza de poder adelantar la hora decayó drásticamente; la cola era considerable y ya había carteles en los que se indicaba que las entradas para Neuchwastein ya eran para por la tarde. De todas formas, como teníamos que recoger nuestras entradas, nos sumamos a la cola de recogida de entradas por Internet que no tenía nada que ver, apenas tardamos 10 minutos y a pesar de nuestras pocas esperanzas, nos adelantaron la visita a las 13:30, fantástico. Creo que la chica flipó con nuestra cara de entusiasmo cuando nos lo dijo. La hora sería perfecta para dar una vuelta, hacer la visita y emprender ruta para llegar a Suiza a media tarde.

Con las entradas te dan un mapa explicativo de cómo ir a los castillos y los tiempos estimativos de los itinerarios, aunque están bastante dilatados. Desde las taquillas al Castillo del Rey Loco hay una estimación de 40 minutos cuando realmente se puede hacer en 20’, pero bueno...todo depende de tus condiciones físicas, si vas con niños, etc.
Así que como nos quedaba algo más de una hora para la visita, emprendimos la subida tranquilamente. Es cuesta arriba, pero bueno, hay cierta sombra y el paseo es agradable. La subida también puede hacerse en coche de caballos, había mucha gente esperando la cola para este transporte, por lo que no nos quedó claro si la subida era gratuita o si se pagaba algo.

En 20’ estábamos arriba y como aún quedaba para nuestro turno, continuamos otros 10’ hacia el Puente de la Reina, que es el lugar desde el cual se pueden hacer esas maravillosas panorámicas del Castillo del Rey Loco. Desde esta perspectiva se puede apreciar el magnífico entorno en el que está emplazado y recuerda más que nunca al Castillo de Disney. El puente estaba a punto de ser clausurado para labores de mantenimiento, así que tuvimos suerte. No obstante, fue el “momento masificación” de este viaje; no conocimos aglomeraciones en ningún sitio salvo en este punto, el puente estaba a tope, prácticamente no se podía ni entrar ni salir. Hicimos las fotos de rigor, contemplamos la vista sin ningún tipo de relajación, por desgracia los monumentos muy conocidos son así, y volvimos a bajar al Castillo.

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La visita al Castillo está muy bien organizada. El ticket de entrada trae una hora y un número de visita y hay unas pantallas en las que indica cuál será el número del grupo siguiente. El orden y la organización es perfecta. Cuando te toca pasas por el torno, entras y recoges las audioguías en tu idioma. La visita no es nada larga, apenas media hora, pero merece la pena conocer la historia de Luis II de Baviera, un personaje histórico interesante y peculiar. No dejan hacer fotos en el interior.

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Al acabar la visita bajamos por el mismo camino, pagamos el parking y emprendimos viaje hacia Suiza. Nos quedaban 4 horas de viaje. A pesar de que podría ser un itinerario largo, no se hizo pesado. De camino paramos en St. Gallen, que ya tiene ese aspecto de ciudad pequeña suiza, tranquila, con muy poca gente y tuvimos nuestra primera toma de contacto con los precios que nos acompañarían los siguientes dos días... Aprovechamos también para sacar francos suizos de un cajero y compramos la vignette en una gasolinera, también obligatoria para los dos días que pasaríamos en el país, la broma fue de algo más de 40 €, una pasada, pero... estábamos en Suiza.

El alojamiento que teníamos reservado era el NH Friburgo. Un hotel que a pesar de ser un NH, no tiene la categoría que hemos encontrado en otros hoteles de la misma cadena en los que hemos estado. No obstante, teníamos una promoción que pudimos aprovechar y así conseguimos rebajar el precio del alojamiento. Lo de buscar alojamiento barato en Suiza a mí me pareció misión imposible.

Tuvimos otro problema, el del aparcamiento. Friburgo no tiene mucho sitio donde aparcar y lo que había cerca del hotel (aparte de su propio parking), era estacionamiento regulado a todas horas y lo peor, sólo podías dejar el coche un tiempo muy breve. Al final lo pudimos dejar a un paseo de 10 minutos, regulado, pero más flexible. Ese día no dio para mucho más. El día siguiente era el último del viaje antes de emprender la vuelta a Francia.

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Como ya llevábamos bastante kilometraje a las espaldas en este viaje, decidimos quedarnos en los alrededores. Suiza está muy asociado al chocolate y, aunque parezca una tontería, me hacía ilusión ir a una fábrica. Maison Cailler, muy cerca de Gruyeres, está muy bien montado. Yo creo que es una visita que disfrutarían mucho los niños, pero que también encanta a los mayores.

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Cuando compras la entrada (12 CHF) te asignan un grupo y tienes que esperar a que te toque, creo que esperamos unos 20’. A partir de ahí hay un recorrido con decorados y una explicación con audioguía fantástica. A continuación se puede ver un poquito de la producción de la fábrica, concretamente cómo fabrican su chocolatina más vendida, te enseñan a catar un poquito el chocolate y al final, el sueño de todo goloso: barra libre. Ya no es por glotonería, sino que la gama de productos es amplia y te apetece probarlos todos... Nos pusimos las botas.

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Al acabar la visita pasas a la tienda donde tienen de todo... y donde es inevitable llevarse un recuerdo. Para los que teman el calor, venden bolsas térmicas que mantienen el chocolate a salvo.

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Como era la hora de comer y a pesar del atracón de chocolate, nos fuimos a Gruyeres, al museo del queso (La maison du Gruyere). No hicimos la visita a la fábrica, sino que pasamos directamente al restaurante porque nos apetecía comer una fondue de queso y habíamos visto que los precios eran bastante razonables. Pedimos una ensalada y una fondue para uno y, menos mal, porque llena muchísimo. No hubo postre porque con el chocolate ya íbamos servidos. La cuenta fueron unos 40 CHF... para los precios que vimos, no estuvo mal.

Por la tarde nos dirigimos a Berna. La ciudad nos pareció muy bonita, con los soportales y el río bordeándola. Es una ciudad con encanto, pero, y esto es una apreciación totalmente personal y subjetiva, son ciudades con tan poca densidad de población que parece que no hay vida. Vas paseando y apenas hay gente... mi impresión es que muchas veces las ciudades son más bonitas con cierto bullicio y Berna, así tan tranquila y silenciosa un domingo por la tarde, me pareció una ciudad con un punto, decaído, triste y serio. Pero aún así es una ciudad bonita, que merece la pena la visita y el paseo. En Berna está el Museo de Einstein, que es también el Museo de Historia de la Ciudad, pero cuando llegamos, ya estaba cerrado. Cierra a las 5 de la tarde.

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Tras un paseo por Berna volvimos a Friburgo, donde nos volvimos a dar una vuelta por su centro a última hora. Buscamos un sitio para cenar en su zona comercial y volvimos al hotel. Al día siguiente volvíamos al punto de inicio: la Provenza.

Nuestro road trip llegaba a su fin, con la sensación de haber disfrutado, una vez más, de lugares maravillosos.

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