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Este día lo teníamos marcado como el de mayor relax de nuestra estancia. Nuestra intención al preparar el viaje era ir a Laguna Azul, el más famoso balneario natural de Islandia, pero parece que la reserva hay que hacerla con mucha antelación. El tema es que no encontramos horarios disponibles y finalmente acudimos a la Laguna Secreta.

Personalmente fue un gran acierto ir a esta Laguna. Mucho más pequeña, más familiar y sin las aglomeraciones que parece tener la Laguna Azul.

Laguna Secreta

Pasamos una agradable mañana en esta laguna geotermal. Dicen que es la piscina natural más antigua de Islandia. Darse una baño en estas aguas calientes a la intemperie, rodeado de un marco natural precioso, rodeado de geíseres, es una experiencia relajante única.


Un detalle en Islandia es que no existen los calentadores de agua en las casas. El agua sale directamente del subsuelo, muy caliente. Al ducharse, a uno le viene enseguida un ligero olor a azufre que no es más que el que desprende el agua geotérmica.

Tras comer allí mismo decidimos volver a nuestra Guesthouse. Relajados tras nuestra inmersión en la Laguna, aprovechamos la tarde para pasear por los lugares desconocidos aun de Reykjavik. La estampa otoñal que ofrecía la ciudad era sensacional.


Terminamos de hacer las últimas compras en la noche de Reykjavik. Como dije anteriormente la calle de Laugavegur es la zona de mayor movimiento y mayor número de comercios de la ciudad.



Un detalle importante a tener en cuenta en Islandia es el de llevar tarjeta de crédito. Prácticamente todo se puede pagar con la tarjeta e incluso hay cosas que solamente puedes pagar con ella, como es por ejemplo repostar gasolina o entrar a un aseo público. Usar un WC en Islandia te puede costar 200 ISK (unos 1,60 euros).

Por la noche parecía haber una mayor actividad de aurora boreal pero otro cielo encapotado nos robó nuestra última oportunidad de presenciar este fenómeno. Era simplemente una señal de que Islandia bien merecía otra visita.

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El último día de la travesía islandesa no daría para mucho. Básicamente despedida de la guesthouse y entrega del coche de alquiler en lugar y hora estipulado.
Dado que la entrega del coche se hacía en el aeropuerto de Keflavik no estaba de más adelantarnos y explorar zonas cercanas, mientras se acercaba la hora del vuelo.

Reykjanesbær bien merecía un vistazo. Pasear por su zona costera, ver su pequeño puerto pesquero o el monumento al ancla tuvo su encanto. Además cuenta con numerosos museos como el del Rock&Roll o el Vikingo.

Reykjanesbær

Dejábamos pendientes ver una aurora boreal y aun nos restaría el glaciar Vatnajokull (el más grande del país) y los fiordos del este de la isla. Esto lo dejaremos para otra visita pues nuestra estancia no daba para más.

Si algo nos quedaba claro en nuestro retorno a la realidad eran dos cosas. Una, había que volver. Dos, todas las fotografías con las que volvíamos no hacían justicia a la inmensidad natural del país.

La belleza de Islandia está, en mi opinión, en la naturaleza salvaje que posee que brinda unos paisajes únicos, acojonantes. La sensación de soledad y distanciamiento de la civilización que se siente en ciertos momentos es probablemente lo más reconfortante. Sin duda, engancha.

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