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Relatos de Angola, Namibia y Santo Tomé

Relatos de Angola, Namibia y Santo Tomé ✏️ Blogs de Africa Africa

Relatos de mis viajes por Angola, Namibia y Santo Tomé
Autor: Juliomad  Fecha creación:  Puntos: 5 (3 Votos)
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N'dalatando IV (Sudores de África)

N'dalatando IV (Sudores de África)


Fin de la aventura
Localización: Angola Angola Fecha creación: 02/08/2019 07:52 Puntos: 0 (0 Votos)
De improviso se abre la puerta y de dentro del recinto vallado sale un hombre, me hace una seña para que me acerque. Me levanto y me dirijo hacia el.

Me extiende la mano, yo le extiendo la mía y cogiendo la suya nos saludamos.
-Soy Joao Carlos Barreiro y Mendoza, pero todo el mundo me llama Joaca- me dice- - Encantado, le digo, me llamo Julio.
--Ahh, Julio - dice pronunciando la J de forma suave, casi liquida a la forma portuguesa- Bem vindo, por favor pasa.

Le acompaño hacia dentro del recinto. El complejo se compone de varias casetas prefabricadas y media docena de antenas que se elevan muy por encima de nosotros. Encima de una de las casetas, en el techo hay dos chicos jóvenes sentados, al verme descienden del tejado y se acercan, nos saludamos con sendos apretones de mano pero,no me dicen sus nombres.

- Joaca ¿qué son?, le pregunto señalando las antenas.
- Ahh, son de Radio Kwanza - me dice, soy el encargado de mantenimiento y ellos, señalando a los jóvenes son mis ayudantes. Tras unos instantes en silencio prosigue.- Somos los encargados de que se oiga en toda la provincia.

Joaca y los jóvenes me invitan a dirigirme al borde de la colina. Allí mis acompañantes con unos tablones de madera han construido una especie de asientos y un mirador. Nos sentamos. Saco de nuevo mi botella de agua y echo un trago. Ofrezco la botella a Joaca y a sus amigos que con un gesto y un obrigado rehúsan beber.

Durante unos instantes nos quedamos en silencio, mirando al infinito. Miro a mi acompañante. Es un hombre de unos 60 años, delgado, con poco pelo, con una mirada alegre y vivaz.

-Y Gulio, qué haces en N’dalatando, ¿trabajas? - me pregunta Joaca
- No - Contesto mientras mi mente rebusca en mi mejor portuñol,- estoy de vacaciones. He venido a ver a mi mujer que es la que está trabajando en N’dalatando.
- ¿De donde eres?
- De España.
- ¿España? - inquiere Joao - ¿Eso está en Europa?
- Sí, justo al lado de Portugal.
-Portugal - dice Joaca con una sonrisa- Mi padre era portugués.
- ¿Tenéis hijos? -Vuelve a preguntarme
- No Joaca, no tenemos hijos.
- ¿Por que los blancos tenéis tan pocos hijos? - me sigue interrogando Joaca.

Reconozco que la pregunta me descoloca totalmente, nunca hubiese pensando tener que responder esa pregunta. Realmente, no sé qué contestarle, yo podría decirle los motivos por los que A. y yo hemos decidido no tener hijos, pero no puedo hablar en nombre de todos los blancos del mundo

- Ya sabes - le contesto intentando salir del paso en mi pobre portugués- la vida es cara, todo cuesta mucho dinero, además nosotros estamos poco en casa. Mientras hablo Joaca afirma con la cabeza

- Yo tengo siete hijos, me dice, pero de mis hermanos uno tiene once y el otro tiene quince hijos. Nosotros somos solo tres hermanos, porque mi padre era blanco.
- Siete hijos - le digo entre admirado y horrorizado - Pero y tu mujer ¿está de acuerdo?.
- Bueno solo cuatro son de mi mujer, tres son de mi segunda mujer - me dice con una sonrisa picarona - Además, prosigue en voz algo mas baja, voy detrás de otra mujer, que esta sola.
- ¿Tres mujeres? - Le digo asombrado.
- Sí Gulio. Tú sabes - me dice cogiéndome la mano mientras sigue sonriendo- la guerra

Durante la guerra civil que asolo Angola, murieron muchísimos hombres. Una de las cosas que más llaman la atención al observar a los angoleños, es que casi no hay hombres maduros, casi todos los hombres con los que te cruzas en la calle, son jóvenes o niños. Es por ello que hay muchas mujeres solas y que los varones de más de 45 años están muy “cotizados”. Así no es extraño que un hombre tenga dos o tres mujeres. Por otro lado tampoco es extraño que una mujer tenga dos o tres maridos.

- Ves el mercado - me dice señalando con el dedo, un descampado en la ciudad.

Sigo con la mirada la dirección que indica su dedo, y veo a lo que se refiere. Es el mercado que pasé al comienzo de mi excursión.

- Si, afirmo - aunque más que ver el mercado, lo intuyo bajo el polvo
- Ves a la derecha, una casa roja de tres plantas, - me dice mientras sigue señalando con el dedo.

Miro a la derecha y efectivamente se vislumbra una cosa alta roja, de ladrillo, con el techo plano y que destaca entre las casitas más bajas que la rodean.

- Sí, la veo.
- Esa es mi casa- me dice en un tono que quiere ocultar el orgullo
- Muy bonita - le digo- Joaca ¿la has construido tú?
- Sí, me ayudaron mis hijos mayores. -- esta vez no puede disimular su orgullo en su voz
- Enhorabuena - le digo - de verdad es una gran casa. - En efecto es una casa magnifica

Joaca sonríe, se levanta y me dice ven conmigo. Caminamos entre los edificios que componen la estación, en un rincón, en el suelo hay un fuego hecho con unas maderas, encima del cual hay colocadas unas cazuelas metálicas. Humean. Huelen delicioso

- ¿Vuestra comida?, le pregunto a Joaca.
- Sí, el almuerzo- me dice.

Llegamos al otro lado de la colina. El paisaje que se nos ofrece es espectacular. Una sucesión de colinas rojas, cubiertas aquí y allá de verdes restos de la selva que alguna vez las cubrió. También se ven algunos pequeños campos de cultivo. De vez en cuando se yergue como un gigante entre el resto de los árboles la figura de un imbondeiro que es como llaman aquí a los Baobad. No se oye ningún ruido fuera de lugar, solo el zumbar de los insectos.

Saco algunas fotos más, la verdad es que ya no me acuerdo de los sudores y fatigas de la subida, al final la subida ha merecido la pena.

Me giro y veo a mis tres acompañantes detrás de mí. Observándome

- Poneros juntos - les digo - Os voy a sacar una foto - Se juntan y sonríen. Les saco un par de fotos.

- ¿Joaca, tienes email?, ¿alguna dirección?. Así os las puedo enviar y las tenéis vosotros también.

Al oír mi pregunta, uno de lo chicos coge un teléfono móvil y hace una llamada, por lo que puedo entender esta hablando con un amigo para que le cree o le preste una dirección de correo.

Tras unos minutos, deja el móvil y me da su dirección, yo saco la libreta y le pido que me la escriba.

Son cerca de las 12 de la mañana, la hora de comer en Angola, así que decido despedirme de mis nuevos amigos. Les doy un abrazo, y me despido de ellos. Los jóvenes me sonríen, No han dicho una palabra en todo el rato. Joaca me acompaña a la puerta. Le doy las gracias, me despide con una gran sonrisa. Descansado y contento comienzo a descender por el camino. Tras un par de revueltas y al mirar hacia arriba veo a Joaca que desde el mirador me dice adiós con la mano, le devuelvo la despedida. La bajada es rápida pero no sencilla. Mis botas se escurren debido a la arenilla suelta y caigo al suelo rodando cuesta abajo un buen trecho. Procuro ir con más cuidado. Al poco y tras dos caídas más llego de nuevo a la explanada frente a la fábrica de agua.

Me paro un rato a descansar, antes de proseguir camino hacia la casa y me siento en una piedra al lado de la fuente. Frente a mí, donde comienzan las casas veo algo que me llama la atención. Hay un numeroso grupo de mujeres, que vestidas todas ellas de blanco y formadas en dos apretadas filas, están dando vueltas alrededor de una casa todas al mismo ritmo pausado pero constante. Oigo su cántico. Pregunto a unos niños que están esperando su turno junto a la fuente, que es lo que están haciendo esas mujeres.

Me miran extrañados, es un entierro me dicen. Esas mujeres están llorando. Me quedo un rato mas allí, viendo como las plañideras cumplen su trabajo. Después de unos minutos de observación y según el grupo de mujeres se va disolviendo decido, que es hora de volver a casa y tomar una cerveza.


Has pasado tres días desde mi aventura a la colina, y A. y yo estamos andando por la plaza central de N’Dalatando camino del pequeño restaurante donde vamos a comer. De pronto un grito llena la plaza. Guliooo, al oír mi nombre me vuelvo extrañado y veo un par de hombres que avanzan hacia mí. Uno de ellos se adelanta y me abraza efusivamente, yo le devuelvo el abrazo

Nos separamos.

- A que no te acuerdas de mí- me dice el hombre mientras sonríe y me mira
- Claro que si - digo al reconocerle - eres Joaca, el de allá arriba - digo mientras señalo las antenas
- El mismo Joaca- me dice sonriendo.

Me presenta a su amigo, que con una gran sonrisa me tiende la mano. Le devuelvo el saludo y le presento a Adriana.

Charlamos un poco mas, Joaca habla sin parar, ríe, bromea obviamente los dos están algo bebidos. Al poco entre abrazos, nos despedimos ellos siguen su camino, les vemos alejarse calle arriba. Nunca más le he vuelto a ver

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Baloncesto en Angola

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Un día cualquiera en N'dalatando
Localización: Angola Angola Fecha creación: 26/08/2019 08:31 Puntos: 0 (0 Votos)
Paramos el motor de la camioneta bajo la raquítica sombra que proporciona el único árbol de los alrededores, y tras un instante descendemos de la misma y cruzando la polvorienta calle nos dirigimos caminando a la tienda con la intención de comprar unas bebidas. Como todos los colmados de Angola, es un lugar pequeño, mal iluminado, con ese olor indeterminado entre rancio y mohoso que tienen los lugares mal ventilados, abarrotado de todo tipo de mercaderías: sopas de sobre, detergentes, legumbres, patatas, estropajos, latas de conserva, harinas a granel, galletas, bebidas, chocolate, jabones, escobas, huevos, leche, servilletas, compresas y se encuentra regido como no podía ser de otra forma por un mauritano de edad indefinida, de gesto serio , delgado y alto, vestido con una chilaba oscura que le hace parecer aún más alto y delgado y que parapetado detrás del pequeño mostrador de cristal donde expone las chocolatinas únicamente se mueve de su silla desde la que vigila quien entra y sale y quien coge que, para tomar los billetes que le tendemos para pagar el agua y los refrescos y que como es costumbre al darnos la vuelta nos da también unos caramelos de regalo. Salimos de la tienda y despacio nos dirigimos de nuevo a nuestro coche. Son las tres de la tarde y el calor se hace notar. Nos subimos al vehículo y esperábamos a que llegue Xavier. Txema, tras preguntarme si me importa, baja la ventanilla y enciende un cigarrillo, yo abro una de las latas de refresco, que ya esta medio caliente, nunca estuvo muy fría y le echo un trago mientras me pongo a mirar distraídamente a través de la luna delantera.

Frente a nosotros se extiende un gran descampando de tierra rojiza, donde una multitud de críos ha improvisado un campo de futbol, unas piedras como en cualquier campo de juego que se precie indican las porterías. Es viernes por la tarde y las clases semanales han acabado, los niños juegan alborozadamente, sin orden, corriendo todos detrás de la nube de polvo rojizo que esconde la pelota, muy pocos de los pequeños lucen camisetas, casi todos juegan con el torso desnudo. Se ve alguna camiseta roja del equipo local, el rosa de porcelana, hay también un par de ellos que llevan respectivamente las camisetas indudablemente falsas del Madrid y del Barça. Todos, sin excepción juegan descalzos. El descampado marca uno de los límites entre la parte más o menos noble de N’dalatando y uno de los “musseques” los barrios más pobres que rodean el centro de la ciudad. El barrio se extiende miserable por toda la planicie a nuestra derecha, perdiéndose luego por una hondonada para ascender a continuación por una pequeña colina hasta cubrirlo todo de casitas muy humildes, de una sola planta, construidas todas con ladrillos de adobe rojo y techos planos hechos de cartón recubiertos de plásticos, muy pocas tienen techos de fibrocemento o de calamina: Casi todas tienen un pequeño patio abierto delante de la puerta de la casa donde además de unas brasas encendidas que mantienen un puchero humeante colocado encima, picotean a sus anchas negruzcas gallinas que en algún momento fueron blancas y donde los gigantescos lagartos verdirojos que campan a sus anchas por toda la ciudad toman el sol. Es un barrio de calles sin asfaltar, de tierra apisonada, que serpentean entre las casas. Por el centro de alguna de las calles discurren arroyuelos de aguas de color indefinido puede que marrón grisáceo o quizás gris amorronado que se alimentan de los hilillos de agua sucia que sale de todas las casas. Diseminadas aquí y allá se ve alguna solitaria farola. Delante de una de estas casas justo frente a nosotros hay un niño que le está dando patadas a un perro, que quizás por falta de fuerzas quizás por costumbre ni siquiera hace amago de huir.

- Menino, deixa o cao – le gritamos casi al unísono Txema y yo desde el auto. Al oírnos el niño nos mira y riéndose sale corriendo para pararse dos metros más allá y juntarse con sus amigos que están jugando en un montón de arena. El perro indiferente sigue tumbado sin moverse.
Al poco, sin darnos tiempo a aburrirnos del todo, de entre las casas sale un sonriente Xavier. Mientras se acerca al coche nos hace un saludo con la mano.

- Boa tarde - le decimos al subir-¿Todo Bem?
- Boa tarde, ¿listos para la paliza? – Nos dice con algo de ironía
- Sí, lo estamos deseando- Le contestamos entre risas
- ¿Dónde vamos?-Pregunta Txema, mientras arranca la camioneta.
- Vamos a la zona deportiva de al lado del cementerio- le indica Xavier - ¿la conoces?
- Si claro, más arriba del edificio del parlamento regional - Dice Txema mientras gira el volante y saliendo del descampado nos introduce en el tráfico.

Avanzamos por el centro de la ciudad, calles asfaltadas llenas de baches, flanqueadas por aceras de cemento, donde de vez en cuando lucha por crecer un árbol o un arbusto y que se abren a edificios de ladrillos construidos en época colonial, de un par de plantas de altura, la mayoría de ellos en un deficiente estado de conservación o más bien de reconstrucción, paredes con la pintura desconchada ,ventanas rotas, terrazas sin balaustradas y escaleras que no llevan a ninguna parte, algunas de las casas aún muestran en sus fachadas los agujeros provocados por los impactos de las balas durante la larga guerra civil, que siguió a la guerra de independencia contra los portugueses. De vez en cuando entre las casas surge un espacio yermo, donde como pecios en una playa están los restos herrumbrosos de antiguos vehículos, ocultos entre la hierba, mudos testigos del naufragio de una huida. Txema con la pericia que da la costumbre, evita las pequeñas motos que se nos cruzan delante del coche y que como insectos salen de improviso y a toda velocidad desde cualquier calle lateral. Tras una rotonda, entramos en lo que es la zona comercial de N’dalatando, decenas de pequeñas tiendas en las que se compra y se vende de todo, desde una cocina de gas a un retal de vivos colores, pasando por baldes de plástico, sillas desfondadas, libros de saldo vendidos al peso y recambios de ordenadores. Algunas de la tiendas aun conservan encima de la puerta de entrada los letreros con los nombres de sus antiguos dueños “Loja Carvalho e filhos”, “Agostinho e filho S.L”.

Durante el trayecto, nos cruzamos con algunas “zungueiras”, esas mujeres que desde primera hora del día y con un gran balde de plástico o aluminio lleno de mercadería en la cabeza y un megáfono en el que llevan un mensaje grabado, y muchas veces con su pequeño hijo sujeto a la espalda por medio de una tela, que se cierra mediante unos simples nudos van vendiendo su mercancía -ya sea pescado seco, cacharros de latón, coloridas telas para hacer vestidos, cachivaches de plástico- por las calles de los pueblos y ciudades de Angola. Un poco más adelante, cerca de la plaza principal, al lado del desabastecido mercado municipal, nos cruzamos con par de personas albinas. Desde que llegue a la ciudad, es una de las cosas que más poderosamente me ha llamado la atención: la gran cantidad de albinos que hay en N´dalatando, raro es el día que no te cruzas con alguno de ellos, y no siempre el mismo. Afortunadamente para ellos a diferencia de lo que ocurre en otros lugares de África donde se les atribuyen la capacidad de atraer el mal y ser causantes de desgracias por lo que son masacrados estas personas no son perseguidas por motivos supersticiosos y pueden vivir en paz y seguras.

Nos detenemos al llegar al cruce de la carretera general que une la capital del país, Luanda, con la importante ciudad minera de Malanje, situada algo más al norte y que por ello soporta un importante tráfico de camiones pesados y que además divide a nuestra pequeña ciudad en dos. Esperamos un momento a que haya un intervalo entre los vehículos y con un acelerón, cruzamos la carretera y nos introducimos en la otra mitad de la ciudad por la calle que nos llevará al campo de juego. Avanzamos despacio ya que el firme no es muy bueno y además la calzada está repleta de gente andando descalza, o calzando -lo que sin duda es el calzado nacional angolano- unas chanclas, por mitad de la misma, absortas en su mundo, tranquilas, indiferentes al tráfico de las lujosas camionetas y de las humildes motos que a todo velocidad traen o llevan gente y paquetes y al trasiego de las otras personas. En el borde de la calzada, hay barberos esperando un cliente sentados a la puerta de sus pequeños locales construidos en madera y de nombres ambiciosos, “O rei de Nova Iorque’, “O cabeleireiro das celebridades” y adornadas con fotos de famosos actores o de modelos luciendo cortes de pelo inverosímiles, vendedores de cualquier cosa con sus productos expuestos de cualquier manera en una tela extendida encima de la tierra, sastres sacando patrones y tomando medidas en mitad de la calle, niños jugando y corriendo por todos lados, mujeres con vestidos multicolor que están comprando en alguna de las decenas de modestas tiendas que hay alineadas a los lados de la calle, gente que pasea sin rumbo, otras que hacen cola delante de las pequeñas parillas portátiles donde se venden pinchos morunos, que se sacan de una pequeña nevera de plástico que además de servir de pequeño almacén sirve de asiento al cocinero y que se asan al instante delante del comprador, perros de famélico aspecto olisqueando entre los montones de basura, las ubérrimas gallinas.

Después de una curva, nos topamos casi de improviso con la imponente mole de piedra rosa y blanca del edificio que forma el parlamento regional y que frente a nosotros ejerce de poderoso contraste frente a las casitas bajas y pobres que lo rodean. Coincidencia o no, nada más terminar la valla, también rosa, también de piedra que rodea el edificio parlamentario, la calle deja de estar asfaltada y se convierte en una pista de tierra.

- Antes de llegar al cementerio- dice Xavier.-gira por la calle de la izquierda.

Avanzamos un poco mas hasta casi llegar a las altas tapias del cementerio, hacemos un giro y dejamos la carretera que avanza hasta introducirse en el camposanto. Hemos tomado un pequeño camino de tierra que desciende ligeramente. Es un descenso peligroso, lleno de baches y con profundas y largas grietas en las que sin problemas caben las ruedas de nuestra camioneta, descendemos con cuidado de no atropellar a ninguno de los niños que juguetean en medio de la calle. Al terminar el descenso, llegamos frente a un alto muro encalado lleno de pintadas y dibujos

- Aquí es- dice Xavier.

Txema avanza un poco más y aparca la camioneta cerca de la entrada. Dejamos las mochilas dentro del coche, debajo de los asientos y caminamos hacia la puerta que acabamos de pasar. Frente a ella un grupo de niños y niñas en uniforme escolar juegan a una especie de balón prisionero. Me detengo unos instantes para observarles, por lo que llego a entender, gana el equipo que consigue reunir todas las botellas vacías de cerveza que han puesto en medio de los dos equipos.
Leo las grandes letras pintadas en vivos colores en la tapia de ladrillo al lado de la gran puerta metálica que da acceso al recinto. Centro deportivo “Don Bosco” dice. Entramos, justo a la entrada otro grupo de chicas y chicos algo más mayores que los que había fuera, juega al voleibol. Un poco más allá otros chicos, esta vez solo niños, juegan al pimpón delante de un edificio pintado de verde azulado. Al pasar por delante del mismo, curioso, me asomo y miro a través de una de las ventanas. Es un aula, se ven unos pupitres que miran hacia una pared donde cuelga una pizarra coronada por un crucifijo. Seguimos avanzado detrás de Xavier, que parece tener muy claro hacia donde nos dirigimos. Sin saber muy bien como Txema y yo en un momento acabamos cada uno rodeados por un grupito de niños no mayores de seis años, que nos cogen de la mano, y que cuando ya no hay mas dedos a los que sujetarse se nos cuelgan de los brazos.
-Padre, Padre -nos dicen gritando. Al principio me llama la atención y me produce cierta gracia que nos confundan con sacerdotes, pero al ser una institución religiosa y ser los únicos blancos que hay en un par de kilómetros a la redonda tampoco le doy mayor importancia. Me fijo en los pequeños que nos rodean, en sus pequeños cuerpos de vientres abombados que hacen que sus ombligos sobresalgan, en sus pequeñas caritas llenas de polvo y suciedad que están iluminadas por unos ojos inmensos que nos miran llenos de lo que solo puedo traducir como devoción, y me fijo sobretodos en sus sonrisas, francas, interminables, cálidas, sinceras.

Seguimos a Xavier por un lateral del recinto deportivo, ya que todo el espacio central del mismo se encuentra ocupado por un campo de fútbol de tierra, pero esta vez con porterías de verdad, donde se está desarrollando un partido de lo más igualado por lo que dan a entender los gritos y la pasión que ponen los jugadores, todos ellos vestidos con camisetas de lo más diversas y la mayoría calzados con zapatillas al perseguir el balón y por las protestas que dirigen al chico que hace de juez y que como buen arbitro va todo él vestido de negro.

La pequeña nube de niños que nos rodea ríe y juegan entre ellos, se interponen en nuestro camino, nos abrazan las piernas, se agarran a nuestras manos y las aprietan con fuerza. Cojo a uno de ellos en brazos, el más pequeño de los que están junto a mí y le levanto del suelo, no es que yo sea especialmente fuerte sino que el crio está desnutrido. Esta muy delgado y pesa poco, muy poco, hago el avión con él levantándole por encima de mí cabeza, al instante su cara se ilumina y ríe a carcajadas, al ver el efecto en su amigo todos los demás niños hacen cola y se ponen a gritarme para que también les levante a ellos y juegue a que son aviones. Yo también rio. Juego un rato con ellos elevándoles por los aires. El primer niño con el que jugué, de cuerpo muy menudo y abdomen prominente, de pelo muy corto y muy rizado, con grandes ojos oscuros, no se aparta de mi lado. Al terminar de jugar con los otros niños, me coge firmemente la mano. No me la soltará en toda la tarde.

Avanzamos por el recinto hasta llegar a la pequeña cancha de baloncesto. Nos sentamos en el suelo, con la espalda apoyada en un muro, debajo de un techado de uralita mientras esperamos a los amigos de Xavier. Nuestros pequeños amigos reclaman cada minuto de nuestra atención. Por más que les decimos que no somos curas, los pequeños siguen llamándonos por el titulo sacerdotal sin inmutarse. No se les oye más que decir: padre esto, padre lo otro. Al igual que con el juego del avión, basta con que a uno de los niños le hagas cosquillas en su barriguita y empiece a reír para que todos se pongan rápidamente en cola esperando que también a ellos les hagas cosquillas.
Poco a poco van llegando los conocidos y compañeros de Xavier que al igual que este son jóvenes con cuerpos atléticos y fuertes brazos, la mayoría son altos, incluso muy altos alguno me saca un par de cabezas. Todos llegan con sus deportivas en la mano y en sus pies las chanclas que solo se quitaran cuando sea su turno de juego. Xavier nos presenta, nos saludamos con un choque de manos. Pronto somos los suficientes para comenzar la pachanga. Xavier y sus amigos al ser los mayores imponen su fuerza y simplemente echan de la cancha a los muchachos que hasta ese momento estaban jugando, todos ellos de menor edad y desarrollo físico.

Rápidamente nos comentan las reglas. Es el clásico quien gana sigue jugando y el equipo que pierde debe salir de la pista y dejar su lugar a otro. Los partidos son a cinco canastas. Se juega en un solo lado del campo. Xavier, Txema y yo, hacemos un equipo y nos toca jugar en el primer partido. Encestamos la primera canasta y eso es todo, somos visto y no visto, como se suele decir ni la olemos y somos barridos de la cancha, no nos da tiempo ni a sudar, perdemos por un claro 5 a 1 con gorrazo incluido a mi persona. Salimos de la cancha y regresamos a nuestro muro, nos sentamos mientras otro equipo entra a jugar. La cancha es un trasiego constante de equipos que entran y salen. Ante su insistencia, siento a mi amiguito en mis piernas y mientras jugueteo con él observo los partidos. Es un juego anárquico, eléctrico, no hay ninguna táctica de equipo, ningún plan, el reino del uno contra uno, quien tiene el balón normalmente es el que se la juega. Los partidos se viven con pasión, aún mas incluso entre los espectadores que están esperando su turno para jugar que entre los mismos jugadores, se discute cada balón que sale del campo, cada falta, cada infracción es seguida de acaloradas discusiones que incluyen que los espectadores se introduzcan en el campo y den su versión de lo que acaba de suceder en el juego. Al rato, nos vuelve a tocar jugar, hablamos brevemente entre nosotros para intentar mejorar nuestra suerte.

De nuevo todo parece en vano, rápidamente nos colocamos perdiendo 4 a 1 y balón para nuestros contrarios. En ese momento, el dios del baloncesto se vuelve clemente con nosotros y nos concede un par de milagros, nuestros contrarios pierden un balón, y se produce un cambio en nuestro juego. Txema se descubre como un excelente tirador y aprovechando la nula defensa empieza a anotar sin piedad desde cualquier lado de la cancha, Xavier demuestra porque llegó a jugar con la selección angolana júnior de baloncesto y nos deja un par de jugadas para el recuerdo. Por mi parte me afano en no dejar escapar un rebote, no echar el bofe por la boca y de vez en cuando intentar meter alguna canasta. Ganamos el partido por 5 a 4. No solo eso, ganamos los siguientes 4 partidos. Agotados y contentos nos vamos retirando poco a poco y nos vamos cambiamos por la gente que espera. Volvemos a nuestro lugar, esto es, sentados en el suelo, la espalda apoyada contra la pared del vestuario. Bebemos un trago de agua, cuando terminamos ofrecemos la botella a los que hasta hace un instante eran nuestros contrincantes, nos agradecen con una sonrisa, nos llega vacía de vuelta. No hemos acabado de sentarnos y recuperar el aliento cuando nuestros pequeños amigos vuelven a rodearnos, nos tocan el pelo, ahora sudado, ríen y hacen muescas de asco, mientras se secan las manos en sus pequeños pantalones. Me entretengo jugando nuevamente un rato con los pequeños, se suben a mi espalda, se cuelgan del brazo y yo les alzo a pulso.

Lo reconozco me encanta oír sus carcajadas. Sin lugar a dudas es lo mejor de la tarde. Uno de ellos, de los más pequeños y desnutridos, se sienta a mi lado, me coge de la mano y apoya su cabeza en mi hombro. En el otro brazo tengo al niño que me adoptó desde un principio. Los partidos siguen sin interrupción. Cuando llega de nuevo nuestro turno desisto de jugar más, estoy cansado y tampoco quiero forzar la suerte.
El sol comienza a declinar y la explanada se llena de sombras alargadas producidos por los edificios que la rodean. Según avanzan las sombras, se van terminando las actividades en el recinto y este se va quedando vacio.

Hace rato que termino el partido de futbol y solo al fondo del recinto deportivo, es la única zona del recinto que tiene una bombilla eléctrica y por lo tanto está iluminada hay actividad. Un grupo de adolescentes, chicos y chicas, siguen jugando al karaoke, y se entretienen cantando y bailando Kuduro. Ese ritmo musical angolano mezcla de perreo, regatón y sonidos tradicionales africanos pero con un ritmo mucho más rápido, frenético y salvaje, y que aquí en N’dalatando se escucha en cualquier lugar, a cualquier hora y en cualquier situación.

Antes de que anochezca completamente nos despedimos de nuestros compañeros de partido y nos dirigimos tranquilamente hacia la salida. Al llegar al coche decimos adiós a nuestros pequeños amigos que nos han acompañado hasta aquí,

- Tenho fome, padre- Tengo hambre, padre nos dicen como despedida todos a la vez. Miro a Txema esperando que me diga que debemos hacer,
- ¿Tienes los caramelos? – Me pregunta

Busco en mi mochila y saco los caramelos que nos dio el mauritano del colmado. Le doy la mitad a mi pequeño amigo y reparto los otros entre el resto de niños. Cuando me monto en la camioneta, observo por el retrovisor como a mi amiguito le están quitando los caramelos los niños más mayores. Hacemos el camino de vuelta, estamos contentos, hemos pasado una magnifica tarde, jugado un rato y nadie ha salido lesionado. Nuestra siguiente parada, es la “roulotte” que tenemos cerca de casa. No es el bar más elegante de N’dalatando ni el más grande ni tampoco el más bonito, siendo sinceros ni siquiera es un bar pero el “Maceiras” que así se llama, es parada obligatoria ya que esta al lado mismo de nuestra casa. Además el hecho de que seamos siempre más o menos los mismos parroquianos los que nos juntemos allí, hace que se haya creado una especie de vinculo entre nosotros y te sientas un poco como en tu barrio, con tus amigos de siempre en tu bar de toda la vida, Tras pedir unas cervezas para Txema y para mí y un refresco para Xavier, nos acercamos a la única de las dos mesas que tiene el local que está libre. Xavier y yo nos sentamos en el banco de cemento que como un collar rodea la mesa que está hecha del mismo material, Txema se sienta en un lateral de la misma. En la mesa de al lado los vietnamitas, al igual que todos los dueños de colmados son de Mauritania los albañiles de cualquier obra en Angola son todos de Vietnam, que trabajan en la construcción de una casa cercana, después de terminar su jornada, beben unas cervezas mientras bromean entre ellos. El más joven de ellos con un gesto nos hace cómplices de una de las bromas, todos reímos, hablamos de mesa a mesa en una mezcla de portugués, vietnamita, español y lenguaje de signos. Entre trago y trago comentamos entre nosotros lo acontecido en los partidos jugados un rato antes.

Es ya noche cerrada cuando después de estar un rato allí sentados aparece como es habitual el pequeño y menudo albañil portugués que vive en la casa de dos pisos que hay justo al otro lado de la calle, nos saluda, se sienta a nuestra mesa, pide una cerveza y sin solución de continuidad nos comienza a contar su día quejándose como todos las tardes de sus suerte, de lo mal que le tratan sus jefes y de lo miserable que es su vida.

Estamos a punto de pedir otra ronda de cervezas, cuando aparece Adriana. Es el momento en que Xavier, se despide de nosotros con un apretón de manos para regresar a su casa, ya que nos dice tiene obligaciones familiares. Le preguntamos si quiere que le acerquemos con el coche, nos dice que no, y le vemos alejarse andando, con sus deportivas en la mano. Adri tras preguntarnos si queremos otra cerveza compra tres cervezas y se sienta a nuestro lado. Nos pide que le contemos con detalle como ha sido el partido.

Algunos de los chicos con los que hemos jugado al baloncesto, son vecinos nuestros, viven por el barrio y se acercan a saludarnos cuando nos ven, felicitan a Txema por sus tiros y charlan brevemente con nosotros. Queremos comprar algunos refrescos para compartir con ellos pero no aceptan la invitación. Al poco se despiden y se van.

Los vietnamitas de la mesa de lado, siguen con sus risas y juegos. Un par de cervezas después es nuestro turno de despedirnos. Nos despedimos del portugués y con un gesto de cabeza decimos adiós a nuestros vecinos asiáticos. Hemos decidido ir a cenar a “La Charcutería” un local situado en uno de los “musseques” que hay al otro lado de la ciudad y que ofrece unas ricas hamburguesas y perritos calientes amenizados con música en directo a cargo de grupos locales. Sonara principalmente Kuduro pero también puede que suene algo de Semba, sonidos tradicionales angolanos pero con mucho mas ritmo y que tras pasar a América de la mano de los esclavos dieron origen a la samba brasileña, o Kizomba, y reconozco aquí mi incapacidad para dar una definición que permita diferenciar la Semba de la Kizomba, salvo que quizás esta ultima puede ser más bailable al tener influencia de ritmos como el tango o el bolero..

Pero antes de eso, nos espera el último reto del día, que no es pasar por casa para ducharnos con agua fría, la casa no tiene agua caliente y tenemos que andar calentando agua en cacerolas, si no especialmente conseguir ganar la lucha para echar a las gigantescas cucarachas africanas que han hecho de la bañera su segundo hogar. Pero eso es otra historia que contaré en otro momento o quizás no.
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Samba Cajú

Samba Cajú


Una jornada en Samba Cajú
Localización: Africa Africa Fecha creación: 06/08/2020 10:00 Puntos: 0 (0 Votos)


Sé, aun sin mirar el salpicadero, que circulamos a mayor velocidad de lo que permiten las normas. Sé también que, sólo diciendo George, por favor, volveríamos a la velocidad correcta. Pero sé por otro lado, que no es el momento. Miro a Wilsa, a Pedro, a Johnny, al resto de los compañeros que me han permitido acompañarles en esta salida de trabajo. van distendidos hablando entre ellos y tranquilos sin la presencia de A la “Chefa”- Me relajo. Me pongo a mirar por la ventanilla, hace rato que ha amanecido y puedo disfrutar del paisaje. Después de abandonarr la carretera general en Lucala, hemos dejado el llano y comenzado la ascensión. Según subimos va apareciendo ante nosotros la sabana que cubre todo el terreno, salpicada de manchas verdes que forman los bosquecillos y restos de la selva, al fondo a lo lejos se ven las rojizas colinas que rodean N`dalatando, enmarcadas por las llamas de los incendios y dividiéndolo toda la gran herida azul del rio Kwanza. Aún es muy temprano, y según vamos ganando altura va bajando la temperatura. Tanto así que debo abrocharme la chaqueta de chándal que me he traído como ropa de abrigo. Después de una curva el paisaje cambia y nos introducimos en un bosque. Es pura selva, la bruma matutina está atrapada entre los árboles, dándole a todo un aire fantasmal. Circulamos más despacio, ya que la visibilidad es escasa. Me entretengo viendo como los jirones de niebla se quedan enganchadas en las ramas y en las lianas que cuelgan de ellas, difuminando sus contornos. De vez en cuando, pasamos delante de una parcela desbrozada y cultivada, Las chozas de los campesinos, construidas de cañas y hojas, quedan un lado de la parcela. Tal y como apareció, repentinamente desaparece el bosque después de una curva y comienzan a aparecer algunas casas dispersas.

Cinco minutos después, descendemos en la plaza de Samba Cajú, frente al centro comunitario, donde mis compañeros estarán todo el día reunidos. Tras echar una mano en introducir en el centro los materiales y preparar el espacio, me despido de ellos no sin antes quedar en volver a reunirnos a la 5 de la tarde para regresar a N’dalatando.

Antes de que en mi mente se forme el “pero qué coño hago aquí” comienzo a andar, decidido, por la calle principal del pueblo, aunque teniendo en cuenta que es la única tampoco es meritorio. Es una calle larga, muy recta, en la que hay más farolas que arbolado que de sombra y donde el polvo cubre el cemento que hace de asfalto- Al fijarme, me doy cuenta que camino rodeado por el sueño colonial portugués. Casitas individuales, de una o dos plantas, pintadas de bonitos colores, con porches y rodeadas de pequeños jardines que una vez estuvieron cuidados. En una de las vallas que separan la casa de la calle hay escritos unos versos en portugués. Dicen lo siguiente:

“Uno entre ellos, que el cargo ha recibido
Del mortífero engaño, así decía
Capitán valeroso, que has corrido
Del salado Neptuno la honda vía,
Del Rey que esta Isla manda tanta ha sido,
Por tu venida, el gozo y la alegría,
Que su deseo solo es complacerte,
Y de cuanto quisieres proveerte.”

Están firmados por Luis de Camoes, así que imagino que corresponden a Os lusiadas. Cuando llego al final del poema y mis ojos se encuentran con mis pies, me fijo en la acera. Está formada por pequeños cantos que forman un dibujo o entramado. Es el mismo tipo de pavimento que puedes ver en las calles de Lisboa, Oporto o cualquier otra ciudad portuguesa.

Sigo avanzando tranquilamente hasta llegar a una rotonda. Me paro y me fijo en los letreros escritos en las fachadas de las tiendas. Todas tienen nombres portugueses. La mayoría están cerradas o semiderruidas. En las que están abiertas sus dueños, angolanos jóvenes que me saludan al pasar, esperan sentados en las puertas a los posibles clientes. Cruzo la calle y sigo andando bajo el sol cada vez más inclemente de África. En una de las casas una cuadrilla de obreros vietnamitas, uno de los grandes misterios de la humanidad es como es que en cada obra del pueblo más mísero de Angola hay un grupo de vietnamitas trabajando, enfosca la fachada para tapar los agujeros de bala que la adornan. Me paro frente a la casa y observo como los trabajadores cubren minuciosamente cada recuerdo de pasadas batallas. No sé en qué momento la casa fue tiroteada. Quizás fue durante la guerra de la independencia o durante la guerra civil que siguió a esta. Pero la casa, al igual que sus vecinas y otros cientos de edificios en N’dalatando, Domdo, Lucala o cualquier otro pueblo hacen imposible olvidarse totalmente de la violencia que azoto a este país durante cerca de 40 años. Me sacan de mis pensamientos las risas de los obreros que han hecho un descanso en el tajo al ver al tipo blanco parado frente a ellos. Me rio con ellos y sigo caminando. Un poco más adelante veo los restos de un volkswagen escarabajo semioculto por la hierba en uno de los jardines. Al final a esto se reducen 500 años de colonia. Casas acribilladas con poemas en los muros y coches herrumbrosos comidos por las hierbas.

En mi paseo, reconozco que se me empieza a hacer largo, cruzo por delante de un colegio. Me detengo un instante y oigo los ruidos de los escolares. Las risas que salen de una clase, la voz del profesor en otra, el jolgorio de los que hacen deporte en el patio. Por fin, llego al final de la calle. Un poco más allá, en un descampado hay un ´pequeño centro de salud. Me acerco y para mi alivio, encuentro unas piedras para descansar un poco y aprovechando la sombra que proyecta la trasera del colegio me entretengo durante un rato viendo el trasiego de personas que entran y salen del ambulatorio. alrededor solo hay campos labrados y bosquecillos de un verde muy vivo. Al lado de uno de los bosquecillos se ven los muros desnudos de lo que un día debió ser una fábrica o un almacén.

Es casi la hora de comer, así que abandono mi observatorio y después de cien pasos, contados, me encuentro de nuevo en el pueblo. Paso de nuevo por delante del colegio y apartando unas zarzas, me adentro en lo que una vez fue un jardín y me siento en el porche de una de las casas. Meto el meñique en uno de los agujeros de bala, no siento nada, tampoco tengo muy claro que debería sentir. Con tranquilidad apoyo la espalda en la pared y saco el bocadillo y la botella de agua de la mochila. El agua está caliente y el pan reblandecido, pero no me importa. Mientras estoy ahí sentado, veo pasar a los niños que ya han salido del colegio. Algunos al verme me saludan con la mano, otros sonríen y apresuran el paso.

Después de comer, y con pocas ganas, hace mucho calor y no hay apenas sombra, desando el camino. Me cruzo de nuevo con el coche desvencijado, con los obreros que ahora están tomando un te o lo que yo supongo que es te. Paso de nuevo por delante del poema épico, y al poco llego a la plaza de la que partí en la mañana. Es una plaza grande, con el suelo de tierra apisonada, abierta, con los caminos marcados por guijarros y dominada por una pequeña iglesia colonial pintada de blanco con franjas rojas y que cosa rara tiene dos campanarios, uno a cada lado del cuerpo central. Casi pegado a la iglesia, pero perpendicularmente a esta, hay un edificio que parece el ayuntamiento y a su lado, el centro donde están trabajando mis compañeros. Entre los dos edificios hay otro más pequeño, de aspecto bastante miserable, semioculto por un numeroso grupo de personas que esperan fuera y que no consigo saber que es. Al otro lado de la plaza un edificio largo, de dos plantas y pintado de amarillo ocupa toda la manzana. En sus bajos se ve un colmado. Y eso es todo. No hay ninguna otra construcción. Dispersos por la plaza unos árboles dan sombra a unos bancos de piedra. De uno de los laterales de la plaza sale una carretera, que se dirige quien sabe a dónde en la que a lo lejos se distingue una gasolinera.

Me acerco a ver el interior de la iglesia. Resulta mucho más interesante por fuera que por dentro. Ni siquiera merece el esfuerzo de subir el zócalo sobre el que se eleva. Despacio la rodeo y descubro un pequeño cementerio en su parte trasera. Ni me acerco, desde donde estoy veo que no son más que unas pocas tumbas descuidadas. Vuelvo a la plaza y me siento en un banco de los situados bajo uno de los árboles cerca del centro comunitario. Me sorprendo cansado.

Me relajo bajo la agradable sombra y bebo las ultimas gotas de agua de la botella. Detrás de mi suenan las campanas de la iglesia. Me entretengo en ver el ajetreo de la gente que cruza delante de mí. Unas mujeres que llevan su compra encima de su cabeza charlan delante del colmado, unos hombres vestidos de traje que entran en el ayuntamiento, gente ociosa que pasea sin rumbo, comerciantes que venden su mercancía expuesta en sábanas extendidas en el suelo. La sombra de un halcón, cruza el cielo, me pregunto si hay halcones en áfrica, De repente la paz de la tarde de este pequeño pueblo se rompe y comienzo a oír un griterío. Veo como la gente deja sus actividades y mira hacia donde provienen los gritos. Miro en la misma dirección, la de la carretera y la gasolinera. No consigo ver nada salvo a un grupo de gente que se arremolina y gesticulan. El grupo al que se van uniendo cada vez más personas según avanza, se dirige hacia donde me encuentro. EL volumen de los gritos es cada vez mayor.

La multitud se encuentra ahora a no más de 20 metros de mí y distingo como en el centro del gentío hay tres jóvenes, ninguno debe pasar de los 17 años. Entre los tres llevan a rastras a otro chico, de más o menos la misma edad. EL joven recibe patadas y empellones de los otros tres. Es un ladrón gritan, le hemos pillado robando en la tienda de la gasolinera. De vez en cuando alguna de las personas que se arremolina alrededor de los tres chicos. se acerca al joven que esta tumbado en el suelo y le da una patada. Reconozco que no puedo dejar de mirar. Los jóvenes siguen golpeando al preso que con movimientos bruscos intenta zafarse de sus captores. Oigo como el chico grita que tiene hambre. Cuanto más se opone a que le arrastren, más patadas, puñetazos y empujones recibe. No sé si realmente será un ladrón, pero tiene mis simpatías. Nunca he sido mucho de linchamientos populares.

Veo como del edificio del que desconozco su función salen dos policías y se acercan a la turba. La gente, como animada por la presencia policial patea con más saña, si eso es posible, al chaval. Los agentes, cogen al chico por los brazos y se lo lleva aun a rastras al interior de lo que ahora sé que es la comisaria. Poco después, los mismos policías salen y se ponen a charlar con los tres captores. Vuelven a comentar ahora con más detalle lo que pasó. Que si son trabajadores de la gasolinera y que en un momento han pillado al chaval robando una bolsa de patatas fritas. Que ha echado a correr pero que ellos eran más rápidos y que después al no querer venir a la comisaria, le han tenido que obligar. Los guardias asienten y dejan irse a los chicos. Acabo por saber que el grupo de gente delante de la comisaria está esperando a que suelten a sus familiares que están encarcelados ahí.
Más tarde, una vez en casa le preguntaré a Adri, sobre que le pasará al chico y me dirá que con seguridad le tendrán un par de días encerrado en el calabozo, dándole palizas antes de soltarlo.

Sin darme tiempo a aburrirme veo como empieza a salir la gente de la reunión. Salen como si de una procesión laica se tratase. Primero tal y como corresponde a su rango, los “Sobas” los jefes de las aldeas, vestidos tan solemnes como suelen, a continuación, el personal sanitario, seguidos de parteras y curanderas de la zona y por ultimo mis compañeros. Me acerco y les pregunto qué tal ha ido. Las sonrisas en sus caras, lo dice todo. Como por la mañana, les ayudo a desmontar y guardar las cosas y poco antes de las cinco y media estamos saliendo de Samba Cajú para volver a N’dalatando. La conversación en el coche gira sobre lo que han vivido en la reunión, de las reacciones de unos y de otros, de las estrategias a seguir en el futuro. Están excitados y alegres, incuso se olvidan de mi presencia y dejan de hablar portugués para hablar en Quimbundo. Dejo de escucharles y me pierdo en el paisaje. Me fijo en que, a lo lejos, en el oeste, se ven las nubes de vapor que levantan las cataratas de Calandula.

Mientras descendemos, comienza a anochecer. Poco después llegamos al cruce de Lucala y cogemos la carretera general. Ya no me sorprende ver gente andando por la carretera. Lo que me sigue sorprendiendo es que sigo sin saber de dónde vienen o a donde van. No hay ningún pueblo o aldea cerca. Tampoco me asombra ya, ver los restos de vehículos, sobre todo camiones, accidentados y desvalijados que aparecen cada poco Km en las cunetas. Una hora después estamos entrando en N’dalatando.

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Total comentarios: 3  Visualizar todos los comentarios
Yennefer  Yennefer  09/07/2019 18:00   📚 Diarios de Yennefer
Buen comienzo para el relato de tus viajes por aquí y por allá. Espero poder seguir leyendo. Saludos.
Agus1973  Agus1973  03/08/2019 07:22   📚 Diarios de Agus1973
He disfrutado leyendo tus impresiones del continente africano. Gracias por compartir.
Juliomad  juliomad  06/08/2019 07:45   📚 Diarios de juliomad
Gracias por los comentarios. Me alegro de que os gusten
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oscana
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04-01-2012
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Fecha: Vie Abr 26, 2024 02:23 pm    Título: Re: ¿Qué país de África elegir?

Interesa hacer un safari corto , unos tres días, terminar con playa otros tres días y según el país algún paisaje tipo volcán , cataratas...
Qué país recomendarías?y que agencia , con vuelos internacionales incluidos y guía hispanoparlante.
Veo muchas agencias dedicadas a eso pero no incluyen vuelos.
traveller3
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Willy Fog
Willy Fog
20-04-2013
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Fecha: Vie Abr 26, 2024 03:22 pm    Título: Re: Decidir país a visitar

Ghana es un destino que se puede adaptar a lo que buscas.
traveller3
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Willy Fog
Willy Fog
20-04-2013
Mensajes: 17537

Fecha: Vie Abr 26, 2024 03:25 pm    Título: Re: ¿Qué país de África elegir?

Kenya o Tanzania con extension a zanzibar se puede adaptar a lo que buscas.
Hay pocas agencias que te ofrezcan el precio cerrado con el vuelo ya que el precio de estos varia mucho.
Te podran ofrecer el precio del tour y el del vuelo el día que lo estes reservando, pero no se arriesgan a dar uj precio cerrado si reservar el vuelo en ese momento, porque puede cambiar mucho de un día para otro.

¿volcan ? Etiopia o Congo.
¿Cataratas? hay diversas a lo largo de los rios africanos . Etiopia, Uganda. Zimbawe estan las mas famosas, pero por haber hay por varios lugares.
oscana
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Travel Addict
04-01-2012
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Fecha: Vie Abr 26, 2024 04:24 pm    Título: Re: ¿Qué país de África elegir?

Gracias,es lo que sopesaba, además Tanzania no pide vacunas...
Kemen
Kemen
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Indiana Jones
27-05-2007
Mensajes: 1216

Fecha: Vie Abr 26, 2024 06:56 pm    Título: Re: ¿Qué país de África elegir?

Al Nyiragongo en el Congo no se puede entrar adía de hoy y no preveen abrir hasta dentro de unos meses.
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