Una pica en Flandes ✏️ Blogs de Belgica

UNA PICA EN FLANDES

El aeropuerto de Bruselas es inmenso. La sensación de estar en un lugar gigantesco se va acentuando a medida que vas subiendo niveles, recorriendo largos pasillos y bajar después a otros pisos. Me parecía un perfecto caos organizado, un mega aeropuerto como corresponde a la capitula virtual de Europa. Tras la recogida de maletas, lenta, como en todas partes, buscamos la estación de tren. Debíamos ir primero a Bruselas y desde allí, coger otro tren hasta Brujas, nuestro primer destino. El trayecto del aeropuerto a Bruselas se hizo corto. Bruselas tiene 3 estaciones de tren, y por error, aunque sin mucha trascendencia, nos bajamos en la Gare du Midi, la tercera, cuando podríamos haberlo hecho en la Gare du Nord, la primera. Ahora debíamos saber cual tren nos llevaría a Brujas. Ardua misión, pues en los carteles de la estación, Brujas no aparecía por ningún lado. El idioma Valon, tampoco ayudaba demasiado. Con alguna dificultad, conseguimos averiguar que tren necesitábamos, y a esperar. El precio del trayecto, 13 euros por cabeza. El tren a Brujas, venia lleno de todos los pasajeros que se habían subido en la Gare du Nord, y a pesar de que el tren tenía más de 16 largos vagones, los asientos eran escasos. Nos sentamos en unos confortables asientos, hasta que al cabo de unos minutos el revisor, muy amablemente, nos “echó”. Nos habíamos sentado en primera clase, y debíamos de pagar suplemento o buscar asiento en otro vagón. Uff. Con las maletas a cuestas recorrimos medio tren hasta encontrar un lugar donde pasar los 50 minutos de trayecto hasta Brujas. Y llegamos a Brujas. La primera imagen de la ciudad ya me sorprendió. Al salir de la estación hay un enorme parking de bicicletas, con centenares, millares de ellas, aparcadas, la mayoría sin ninguna cadena o cerrojo de protección. Un autobús nos llevó al centro de la ciudad, a la plaza Markt. Las primeras calles que veíamos mientras el autobús nos llevaba al centro, eran las mismas calles de cualquier ciudad turística. Tiendas de ropa, de moda, pero con una particularidad. Los peatones eran los amos y señores de las calles. La primera vez que vi la plaza Market, me pareció más hermosa de lo que es en realidad. Y que conste que es delicadamente preciosa. La plaza Markt es el corazón de la ciudad de Brujas. En esta plaza hubo un mercado semanal desde principios del siglo XIII. Actualmente, los puestos de mercado, se han substituido por coloristas terrazas, llenas de mesas con jarras de cerveza. La plaza es también uno de los lugares fijos donde los turistas, y algunos lugareños hacen cola para subirse en la principal atracción turística de la ciudad: las calesas. Lo primero era encontrar el hotel, el De Tassche, situado a escasos 100 metros de la plaza, en una calle paralela. El hotel, el pequeño hotel era una antigua posada, readaptada a los tiempos modernos. Nuestra habitación en la tercera y ultima planta, era pequeñita, con techos de madera, y con vistas a las calles medievales de la ciudad. Y a partir de entonces, a descubrir Brujas, a comprender el porqué de su encanto. Para comprender el trazado de Brujas, nada mejor que pasear por sus murallas, donde sus puertas y muros parecen envolverla como hace 600 años. Brujas es una ciudad que ha conservado su aire medieval. Hay que pasear por los jardines que la rodean, por sus preciosas zonas verdes decoradas por el río, por los canales que la atraviesan, contemplar los enormes y preciosos cisnes, y patos, y pájaros, y árboles, y vegetación... Las puertas de Brujas, las antiguas puertas de la ciudad, algunas mejor conservadas que otras, son otro ejemplo más de lo que fue Brujas en la antigüedad. La Smedenpoort y la Ezelpoort, son dos de las mejores puertas que aun se conservan. Los coches, los pocos coches que se adentran en la ciudad, circulan por su interior, pero debiendo ceder siempre el paso al rey del lugar: el peatón. O el ciclista. En el otro extremo de la ciudad, molinos; enormes molinos de viento que parecen salidos de un paisaje bucólico holandés, y que dan el contrapunto ideal de calma y sosiego, al lugar, cercado en unos metros por la carretera principal llena de buses, coches y ruido. Algunos molinos permanecen abiertos para visitarse, aunque verlos desde el exterior, es más que suficiente. Brujas se puede y se debe visitar por mar. Subir en una barcaza, surcar los canales y apreciar los edificios de la Venecia del norte, es quizás la manera más original, de maravillarse por todos los rincones especiales que hay en tan pocos kilómetros cuadrados. Da igual en que parte de la ciudad se decida uno a tomar un taxi fluvial. Siempre irá lleno, y siempre se acertará. El trayecto se hace corto, pero es lo suficientemente largo, como para despertar las ganas de querer ver más rincones a pie de esta ciudad. Son tantos los edificios y lugares que merecen ser visitados, que da igual por cual se empiece. Todo es imprescindible. En la plaza Markt, está la torre del campanario de subida difícil y bajada igual de complicada. Hay un ascensor, pero los últimos tramos hay que hacerlos a pie. En lo alto de la torre, y después de casi 300 escalones está un carillón, con 47 campanas. Lo mejor de subir a la torre es la vista que se obtiene de toda la ciudad, y de la plaza en particular. Hay que subir. Y a ser posible a pie. A medida que se va subiendo se puede descansar, en algunas salas con la historia de la torre y de sus campanas. El ayuntamiento de Brujas es sencillamente maravilloso. Por fuera, su fachada evoca la Brujas medieval mejor que cualquier edificio de la ciudad. Sus estatuas y su decoración, te dejan con la boca abierta. Construido a finales del siglo XIV, es uno de los más bellos de Bélgica. Su sala gótica, impresionante, es una delicia para los ojos. En ella tuvieron lugar destacados acontecimientos históricos, y ahora tan solo se utiliza para recepciones oficiales. Sus paredes están llenas de grabados, pinturas y tapices, cargados de historia. Merece la pena su visita. En la misma plaza, en la del Burg, está la Basílica de la Santa Sangre. La reliquia de la Santa Sangre, tan solo se muestra en algunos días concretos, pero como eran días de Semana Santa, tuvimos suerte y la pudimos contemplar. Se cree, que en el diminuto frasco de cristal, esta la sangre de Cristo, y como tal se venera. Se debe subir por unas pequeñas escaleras y en riguroso silencio y en orden, poner la mano sobre el frasco de cristal, y rezar. Una mujer sujeta el frasco y lo limpia con un paño cada vez que alguien pone la mano sobre él. Al mirarlo, tan solo pude ver como unos pequeños cristalitos dentro del frasco, solidificados y con varios colores, algunos rojizos. Si se espera ver sangre, en su imagen más extendida, no es así. La capilla además posee frescos impresionantes de la escuela flamenca. En la plaza hay un enorme restaurante de gran terraza, enormes precios y escaso servicio. Mejor buscar otra opción culinaria. Si se quiere mucha más paz, siempre se puede pasear por los verdes jardines del Beginhof, una comunidad de monjas benedictinas. Brujas hay que saborearla. Tomando una cerveza en cualquiera de las decenas de terrazas que brotan en cada rincón, en cada plaza. Y dejarse aconsejar por los camareros para probar cualquiera de las más de 130 clases de cervezas que venden en la ciudad. Brujas hay que pasearla. Por calles estrechas y solitarias, oyendo de fondo los sonidos de las calesas. Brujas hay que admirarla, entrando en cualquiera de las muchas iglesias que se nos ofrecen: la catedral de San Salvador, la Iglesia de San Gil, la de Nuestra Señora. Brujas hay que degustarla, en las numerosas tiendas de chocolate, de dulces, en los caros restaurantes del centro de la ciudad, y sobre todo en sus pequeños bares con unos creps deliciosos. Brujas hay que vivirla de día, y de noche. En cualquier momento, un coro de baile indio, llena la plaza y ejecuta coreografías indias, en medio de un rincón de Flandes. Y en Brujas también hay espacio para las tiendas, para las más prestigiosas marcas de moda, y los souvenirs. Brujas es una ciudad medieval, donde el tiempo tan solo ha pasado para según que cosas, y en otros momentos, se sigue pareciendo a una ciudad del siglo XIII. A mitad de camino entre Brujas y Bruselas, se encuentra Gante. Una ciudad a medio camino entre los cuentos de princesas y las buhardillas de Paris. Si Brujas es preciosa, Gante la supera. El intenso frío que azotaba nuestras caras, no nos impidieron disfrutar de una ciudad que parecía surgida de una postal. Para llegar al centro, hay que tomar un pequeño tranvía que te deja en la plaza Boter Markt. Y lo primero que se te aparece es la Catedral de San Bavón, en la plaza del mismo nombre. Centro y corazón de Gante, la plaza de San Bavón atesora las tres fuerzas que impulsan la sociedad de Gante: la torre del campanario, la Catedral y el Teatro Nacional. La Catedral, parcialmente cerrada por restauración, data del año 942 y está llena de obras de arte, cuadros de Rubens, y sobre todo, del famosísimo cuadro de la Adoración del Cordero Místico, que debo reconocer que jamás había oído hablar de él. Sobresale también su precioso pulpito rococó del 1745. Los guías locales en un perfecto español, te cuentan su vida y la de la Catedral, a cambio de un donativo para las obras. Salimos de la Catedral, para entrar en la Torre municipal. En lo alto de ella, un dragón vigila a sus habitantes. Patrimonio de la humanidad por la UNESCO, la torre de Gante es un perfecto mirador de toda la ciudad, de sus tejados, de sus frías mañanas, y de sus calles empedradas. Al lado de la torre, el Teatro Nacional. Y en su primera planta, una cafetería restaurante, con una terraza que da a la plaza, y que sirve para suavizar las temperaturas al abrigo de los rayos de sol que inundan la terraza. Vale la pena subir al Teatro, para tomar un café. Seguimos descubriendo Gante, bordeándola en un itinerario recomendado por la oficina de turismo. Calles tranquilas, silenciosas, con edificios alternados de una gran belleza y otros de una decrepitud embriagadora. El hotel San Jorge, el hotel más antiguo de Europa Occidental, está enfrente de la fachada del ayuntamiento, con dos estilos arquitectónicos bien diferenciados: el gótico y el renacentista. Callejeando llegamos a la Vrijdag Markt, plaza llena de terrazas, de vida, y donde parece que todos los Ganteses se hayan dado cita para degustar, como no, una buena cerveza. Edificios con historia, en la plaza más importante de la ciudad, con una sirena custodiándola en lo alto de la torre Toreken. Perderme por las calles de Gante, me lleva a contemplar el enorme cañón de hierro forjado, llamado Margarita la Loca. Tras 425 años de inactividad, es tan solo un monumento que en otros tiempos fue cobijo de borrachos y mendigos. Dejamos los dominios de la ciudad, para llegar a los dominios del conde. Y sobresaltar dos casas, dos fachadas en la calle Kraanlei. ¿Qué tienen de particular? Su decoración. Su exquisita decoración. Una es una tienda de dulces, la otra una vivienda particular. Imperdonable no visitarlas. El castillo de los Condes de Flandes, merece una visita. En ningún otro lugar del mundo, se encontrara una fortaleza de tales dimensiones, dentro de una ciudad. Construido en 1180, alberga en su interior una exposición de elementos de tortura, y otra de armaduras. Pasear por sus murallas, contemplar sus salas, subir y bajar escaleras, y sobre todo tener la sensación de estar paseando por un lugar histórico, hacen del castillo una visita única. Un vigilante nos cuenta la historia de los tercios de Flandes, que ante la negativa de estos a luchar si no se les pagaba, el Duque de Alba, los mandó asesinar a todos. Según algunas guías de viaje, ahora debía ver uno de los lugares más hermosos de toda Europa: Los muelles de las hierbas y trigo, en lo que algún día fue el puerto más importante de la zona. Realmente, hay que dedicar tiempo, para inmortalizar en nuestra cámara de fotos y en nuestra memoria, semejante estampa. Los muelles, flaqueados por edificios, a cuál más precioso, y terrazas de bares, son un lugar único para sentarse a dejar pasar el tiempo, y dar la razón a los que consideraban este lugar como único. No queriendo alejarme demasiado de la postal, me acerco a la Iglesia de San Miguel, con una torre inacabada por falta de medios o de dineros. Seis diablos bailarines, adornan el techo de la Casa Gremial de los Albañiles. Estoy llegando casi al punto de partida, aunque también me puedo entretener en las numerosas tiendas que rodean la plaza de San Bavón. Prefiero contemplar la fuente de los jóvenes arrodillados, donde cinco jóvenes llevan mas de un siglo mirándose en el espejo del agua con la esperanza de saber quienes son. El agua tan solo les devuelve la pregunta. Nadie sabe sus nombres. Gante se visita en un día. Es tan pequeño y tan grande a la vez, que podría estar paseado horas y horas y seguro que no terminaría jamás de conocer todos sus rincones. Aun así, un día es suficiente para entender porque no tiene nada que envidiar a la conocidísima Brujas. Gante fue en tiempos la ciudad más importante de Europa, después de Paris. Hoy es una joya que no todo el mundo conoce, pero que debería ser de obligado conocimiento. El tren nos devolvió a Bruselas. A un hotel cerca de la Gare du Nord, en una zona llena de oficinas y edificios oficiales, a unos 20 minutos a pie del centro. El hotel, mejor de lo que esperaba. Con buenos precios por ser de inauguración. Y a pesar de que podíamos ir en metro al centro de Bruselas, optamos por caminar, por empezar a descubrir esta gran ciudad, y corroborar o no, a los que dicen, “que Bruselas solo tiene 4 cosas que ver”. El camino hacia el centro, hacia la Grand Place se hizo ameno. Infinidad de tiendas de ropa en calles de único producto de venta, cientos de personas de todas las nacionalidades paseaban con bolsas llenas de compras, de regalos, de moda... La Grand Place es el corazón de Bruselas. Fachadas góticas, renacentistas y barrocas se agrupan en esta plaza, que en tiempos fue un punto comercial de primer orden. Los gremios tenían sus sedes en esta plaza, y poco a poco la actividad comercial fue desplazándose hacia las calles adyacentes. Un buen pasatiempo y además una extraordinaria manera de apreciar este lugar es ir fijándose en las fachadas de todas las casas. Cada una de ellas sede de un gremio, con elementos decorativos que hacen mención al genero tratado: la casa del gremio de ebanistas, de los arqueros, de los marineros, de los merceros... Incluso Marx y Engels, tienen su rincón en este lugar. La casa numero 9 fue donde estos dos personajes escribieron El manifiesto comunista en 1848. Uno de los edificios que más sobresale en toda la plaza es el Hotel de la Ville. Espectacular ejemplo del arte gótico, su interior se puede visitar. Tuvimos la oportunidad de contemplar otro uso del ayuntamiento: una boda. En los aledaños de la Grand Place, hay una gran variedad de tiendas de todo tipo, pero sobre todo de chocolates. Es una tentación pasear por sus escaparates bien adornados y no entrar a probar unos pocos dulces. Tiendas de cerveza y de todo tipo de souvenirs, hacen de esta zona la más animada de toda la ciudad, como no. Sin embargo, los precios son bastante mas caros que en otras zonas de Bruselas. Cerca de la Grand Place, se encuentra uno de los símbolos de Bruselas: el Makenen Pis, el niño que mea. Y sinceramente, si no fuera por los centenares de turistas que se agolpan frente a ella, mas de uno pasaría sin darse cuenta de su ubicación. Es una estatua de bronce, de unos 60 centímetros de altura, protegida por una verja y situada en un pequeño soporte reclinado en una pared. Hay multitud de leyendas sobre el personaje, que ha sido objeto de varios destrozos causados por algún gamberro. Cerca del Makenen Pis, hay muchas tiendas de chocolates, tanto o más caras que en el centro. La única más barata, es una que esta regentada por unos chinos. Bruselas tiene también varios barrios por los que acercarse, sobre todo el barrio de Le Sablon, lugar de moda entre los anticuarios y los bohemios. Merece la pena acercarse y pasear por sus calles vacías, tristes, sin el agobio de los turistas, y a poder ser resguardarse del frío en alguno de los bares con encanto que rompen la monotonía de las calles. Bruselas también tiene iglesias, como no, y vale la pena destacar la Catedral de Sant Michel. Ubicada sobre una pequeña colina, su fachada recuerda a la Notre Dame de Paris. Diversos estilos arquitectónicos se emplearon en su construcción. Por dentro, es más grande de lo que se adivina desde fuera. Muchos tapices, impresionantes estatuas de los apóstoles, un pulpito espectacular y por encima de todo sus vidrieras, sus ventanales llenos de colorido y formas, la hacen merecedora de una visita, sin prisas, contemplando cada rincón de la Catedral y al salir contemplar la imagen casi de Bruselas a los pies. El metro de Bruselas es cómodo, y barato. Además los autobuses te llevan a los lugares que el metro no alcanza. Nos alejamos del centro y nos fuimos hacia el barro de Ixelles, buscando un bar con actuaciones de jazz en vivo. Y lo que encontramos fue un inmenso bar, punto de reunión de la juventud de Bruselas. Las cervezas, las tapas de queso y un ambiente juvenil, en un local que parecía de los años 60. Bruselas es enorme. Y ha habíamos visto y disfrutado de algo mas que cuatro cosas. Otra zona por visitar es la que esta cerca de la Gare Central, con su palacio de Justicia, edificios imponentes que son bibliotecas y museos enormes donde el arte moderno es el rey. Si estábamos en la capital de Europa, debíamos visitar el parlamento. Cerrado. En Semana Santa los políticos también se cogen vacaciones. Aun así pudimos visitar el edificio del Consejo de Ministros europeo, donde había una exposición gratuita de los 50 años de la fundación de la Comunidad Europea. El edificio del parlamento europeo, por fuera, es algo increíble. La excursión había valido la pena. Y cerca del parlamento europeo, esta el parque del Cincuentenario. Inmensa zona verde con algunos museos en su interior. Se accede a él por un arco construido para conmemorar los 50 años de la independencia de Bélgica en 1830. Y nos quedaba aun otra pequeña excursión. En el barrio de Heysel, está el otro símbolo de la ciudad. El Atomium. Erigido para la exposición universal de 1958, aún se conserva intacto. Un diseño de acero y aluminio con nueve esferas, que representan los átomos de un cristal aumentados en billones de veces. Se puede visitar, aunque tan solo se visitan el interior de 4 esferas. Aun así, el subir a lo alto del Atomium es precioso. Desde las alturas se tiene una inmejorable visión del estadio de fútbol de Heysel, y de un parque de atracciones llamado Mini Europa, donde están a escala varios edificios característicos de cada país. Hay también restaurantes de todo tipo, bares y cines. Un complejo para toda la familia. Bruselas me estaba dando más de lo que me había previsto. Sin duda el centro de la ciudad es lo más destacable, pero sus barrios tienen un encanto propio. Diferente. Cuando el hambre aprieta, conviene intentar alejarse de las calles más céntricas, sobre todo de las que son única y exclusivamente calles de restaurantes. Precio caro y servicio pobre. Hay que probar los mejillones, casi el plato estrella de estas tierras. Bruselas, Flandes, fue una zona que nos dejó una grata sorpresa. Sin esperar demasiado, habíamos obtenido mucho más. Merece la pena visitarla, y a poder ser con algo de buen tiempo, pues el frío hizo que muchas veces la tentación de tomarnos una cerveza en una terraza, la descartáramos. Eso sí, aprovechar el día, pues al caer la tarde, la actividad se para. Los comercios cierran pronto, y tan sólo los turistas dan vida a una ciudad que pasa por ser la capital de Europa.

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