![]() ![]() ARAGÓN, CATALUÑA Y LA PACA DEL 22 DE AGOSTO AL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2011 ✏️ Blogs de Francia
Mi verano por el norte de España y Sur de FranciaAutor: Platazr Fecha creación: ⭐ Puntos: 3 (1 Votos) Índice del Diario: ARAGÓN, CATALUÑA Y LA PACA DEL 22 DE AGOSTO AL 3 DE SEPTIEMBRE DE 2011
Etapas 7 a 9, total 15
A estas alturas no sabemos ni en qué día vivimos, pero sabemos que toca mudarse. Después del desayuno, recogemos todas nuestras cosas, comprobamos que no nos dejamos nada y pasamos por recepción para dejar la llave, como ya nos habían cobrado por adelantado… nos vamos. El plan es hacer dos paradas de camino a nuestro próximo alojamiento, primero Antibes y luego Cannes.
La autopista es como siempre, no aporta nada, pero es el medio más rápido de hacer los 30 km que nos separan de nuestra primera parada y por supuesto, el peaje lo convierte también en el más caro. Hemos aparcado cerca de la oficina de turismo en un hueco en el que he tenido que meter mi coche a presión ante los continuos comentarios desalentadores de mi chico al que al final pego un grito, que ya me está costando dios y ayuda meter ahí el coche para que encima me esté diciendo que no lo voy a conseguir… ¡en sitios más pequeños lo he metido en Madrid! En la oficina nos dan el clásico plano y nos indican las zonas más interesantes para pasear. Antibes es una ciudad muy bonita y muy viva. Empezamos por el centro. Parece estar menos invadida por el turismo de lujo y se ven pocos extranjeros. Hoy es día de mercado y esto le da una vidilla a las calles que no habíamos visto antes. Decidimos entrar en el mercado central para tener nuestro primer contacto con los productos provenzales: el mercado cubierto ofrece una desordenada sucesión de puestos que van desde la venta del jabón de Marsella hasta la de embutidos típicos de la zona, pasando por mermeladas artesanales, cestos de paja, frutas y verduras, carnes frescas o especias (me llama especialmente la atención en un puesto que tienen distintos tipos de sal, incluida una del Himalaya… debe de ser exquisita). Nos detenemos en un puesto de mermelada donde pruebo la de melón… ¡Hummm, deliciosa! Sin embargo terminamos comprando un pequeño tarro de mermelada de melón con menta que está aún mejor. Continuamos hacia el puerto: una parada en una pastelería sirve para coger fuerzas gracias a un apetitoso bollo. Entramos en una tienda de porcelana blanca de Limoges, delicadamente fina, donde la variedad de formas nos apabulla: mi chico ve unas tazas de café con bandejita en lugar de plato, ideal para servir el café con una pastita… justo lo que yo tengo pensado desde hace años… y se le había ocurrido a alguien más. Pedimos una tarjeta porque envían a cualquier parte y el juego de taza+bandejita podría encajar perfectamente para su restaurante. Entramos en otra tienda de esas que me encantan: las que venden todo tipo de prácticos útiles de cocina que nunca hubiera imaginado. Por fin llegamos hasta el puerto, aquí no hay tantos yates. Al otro lado vemos el Fort Carré. Regresamos por el mismo camino y pasamos la Plaza de la República donde las terrazas se extienden cerca de un carrusel que ameniza con su típica musiquilla de organillo. Curioseamos las cartas sobre las mesas con la intención de sentarnos a comer, pero por alguna razón que no recuerdo, decidimos continuar nuestro camino. Lo que sí hacemos es una parada en un pequeño Carrefour donde nos abastecemos para comer en la misma plaza donde está la oficina de información turística. Nos sentamos en un banco, junto a las refrescantes fuentes que hacen distintos juegos y organizamos nuestro picnic… barato y agradable como siempre. Volvemos al coche para retomar nuestro camino a la cercana Cannes. Cannes es…. es… es… ¡cómo describirla!... baste decir que dos horas son suficientes para hacerse una idea de lo que es la ciudad. Posiblemente sea la visita que menos nos ha aportado en estos días. Primero la oficina de turismo donde, sobre el plano, nos indican lo más destacado: Le Suquet, la Croisette y la ciudadela en lo alto de la colina. Si en Niza el paseo marítimo era la “Promenade des Anglais”, aquí se llama “Croisette” y es mucho más estrecho que el nizardo. Lo primero es el Palais des Festivals: una horrorosa sucesión de cubos unos junto o sobre los otros, construido a principios de los 80 y acertadamente conocido como el Bunker, se encuentra rodeado por las huellas y nombres de varios actores, algunos conocidos y otros no tanto. Hago la turistada: foto en la escalera pero me contengo, no se me sube a la cabeza el espíritu de la alfombra roja que cubre la escalinata y no me dedico a saludar al populacho. Aquí empieza el paseo marítimo: la “Croisette”. La primera impresión es muy mala: en la sombra se amontonan turistas del INSERSO con sus maletas esperando que les recojan y ¡por primera vez! vemos un grupo de mendigos en una de las zonas turísticas que se supone más rica y glamourosa del mundo. Según caminamos a lo largo del paseo, tenemos a la izquierda la carretera y cruzándola, se suceden algunos de los hoteles más lujosos del mundo. A nuestra derecha, y coincidiendo con el ancho de su fachada, cada hotel acota su porción de playa privada a la que se accede a través del bar o restaurante que cada hotel ha ubicado frente a él para uso exclusivo de sus clientes que se acomodan como pueden en las hamacas que se apretujan unas junto a otras. Las playas públicas, sin hamacas, acogen a los pobres mortales que no pueden pagar las tarifas de los hoteles que, como el Martinez, acogen a los famosos que llegan a Cannes durante el festival de cine. Para descansar de nuestro paseo, nos sentamos en dos de las numerosas sillas azules dispuestas a lo largo de la Croisette y nos dedicamos a ver pasar a la gente. A nosotros nos encanta viajar, pero gastar dinero ya nos gusta menos, así que nos decidimos por una de las playas públicas que se intercalan entre las privadas. Esta parece bastante amplia y allí extendemos nuestras toallas… y gratis, ¡para que luego digan que esta zona es cara! (sino fuera por los peajes). Nos relajamos durante un buen rato. Aquí la playa vuelve a ser de arena… ¡por fin puedo quejarme de que estoy mascando tierra! Mucho mejor que las piedras de Niza ¿os imagináis masticando cantos rodados? ¡Doloroso, sin duda! Es divertido cómo se comporta la gente: los grupos de amigos, las familias, las parejas… Esta vez sí me baño… y eso que el mar parece algo picadillo, hay bandera naranja pero no hay peligro, menos para mí que no soy muy dada a meterme muy mar adentro. De vuelta al inicio ascendemos la colina que hay detrás del casco viejo (como siempre lo mejor de la ciudad), llamado La Suquet. Una visita a la ciudadela y fotos de la espléndida vista. Vemos un trampantojo muy curioso en una pared que representa la fachada balconada de un edificio con todos sus vecinos asomados, a modo de “13 Rue del Percebe”. De vuelta al coche paramos en otro supermercado para comprar viandas para los próximos días. Ya en el coche decidimos llamar a nuestro nuevo hotel para comunicar que llegaremos tarde puesto que son las 20:30 y aún nos quedan unas 2 horas de coche. Contesta una grabación diciendo que cierran a las 19:00. No me lo puedo creer y vuelvo a marcar varias veces con el mismo resultado. ¡Pánico! Yo había leído en Internet que este hotel no tiene recepción las 24 horas y que había que avisar si se llegaba tarde para que te dejaran preparadas las llaves, lo que no sabía era que cerraban a las 19:00 de lunes a sábado como dice la grabación y que comprobamos ahora en la hoja de la reserva… ¡Y qué pasa con los domingos! Pues que está cerrado todo el día, lo que significa que mañana tampoco nos va a atender nadie. Mosqueados, cabreados y cagados de miedo iniciamos los casi 200 km que nos quedan pensando todo el camino si tendremos que dormir en el coche, o buscar otro hotel sobre la marcha, si nos van a cancelar la reserva, si nos la van cobrar… De repente se me ocurre pensar que igual hay un teléfono a la llegada al que llamar y decidimos tranquilizarnos hasta ver qué pasa… pero el canguis no se va. Según nos vamos acercando y como el aeropuerto de Marsella se encuentra muy cerca (justo al otro lado de la autopista) vamos viendo por el camino multitud de hoteles “Low cost” susceptibles de alojarnos en el caso de tener algún problema a la llegada. Salimos de la autopista y entramos en un camino de tierra, pasamos un Holiday Inn Express e inmediatamente después aparece nuestro hotel que está en medio de la nada más absoluta. Ni siquiera lo encuentra el GPS. Entramos en el aparcamiento y me acerco a la puerta que está abierta. Allí no hay nadie. De un grupo de personas que están fuera tomando el fresco se me acerca un señor que me indica un número de teléfono en un papel pegado a la pared. Debajo hay una caja fuerte. Llamo al número y digo que acabamos de llegar pero no hay recepción, me preguntan por la ciudad del hotel, “Vitrolles” contesto y me da unos números que apunto. Consigo abrir la caja fuerte con esa combinación y en su interior hay dos sobres gorditos (por las llaves), uno de ellos dice “Monsieur Gomez”. ¡Nunca me he alegrado tanto de que alguien me llamara “Señor Gómez”! ¡P’ádentro! Problema resuelto, no tenemos que buscar otro hotel ni nos han cancelado la reserva. Llegamos a la habitación, en realidad es un estudio amplio con baño, pequeña cocina y dormitorio con un armario enorme y un escritorio con algunas estanterías. Parece bastante agradable. Por ahora el Park Suites Confort de Vitrolles (1 Impasse Decartes Parc Aéro Industries ZAC de la Couperine; 13127 Vitrolles; (*editado por universo18*)nos está gustando bastante y el precio de 258,85€ por 5 noches no es un mal precio… pero… os iremos contando. Segundo problema: al entrar nos encontramos un charco delante del frigorífico. Hay un gran bloque de hielo que se está derritiendo. Recogemos el agua con la toalla para el suelo de la ducha. En el armario descubrimos que hay un cubo, fregona, cepillo y un barreño. La verdad es que no tenemos muchas intenciones de barrer y fregar pero ponemos el barrreño dentro del frigo para que el agua caiga dentro y no llegue al suelo. Lo que no hay en el armario son perchas pero sí estanterías, así que no puedo colgar mi ropa: toda va a las baldas… Más adelante oiremos un golpe dentro del frigorífico que será el bloque de hielo que se habrá desplomado. Lo ponemos en la ducha donde se deshará durante la noche. Cena rápida a base de todo lo que teníamos y a la cama que va siendo horita… como la ¡una de la madrugada! Etapas 7 a 9, total 15
Por la mañana, desayunamos café, bollos, zumos y hasta pan tostado, esto de tener cocina es una gozada.
Ahora, con la luz del día el hotel parece distinto: creemos que funciona más como residencia que como hotel, posiblemente para alojar temporalmente a personas que trabajan en el aeropuerto. Según la hoja de reserva, la limpieza es semanal y nosotros vamos a estar solo 5 noches con lo que hemos asumido que no van a entrar en el cuarto en todo el tiempo que vamos a estar allí. Estoy a punto de hacer la cama cuando vemos a la señora de la limpieza, la preguntamos si habla inglés y dice que no. Yo lo intento en francés con mi gran vocabulario “Yo Tarzán, tú Cheeta”. Nos oye hablar en español y empieza a hablarnos en la lengua de Cervantes como si fuera de Albacete ¡alucinante! La explicamos lo que ha pasado y enseguida abre el cuadro eléctrico y manipula uno de los automáticos… ¡la nevera estaba desconectada! Por eso se había estado deshaciendo el hielo. Nos dice que lo va a limpiar. Inocentes de nosotros nos creemos que va a limpiar la habitación, así que nos vamos dejando la cama sin hacer. A nuestra vuelta nos la encontramos tal cual y que se ha llevado la toalla del suelo empapada para no reponerla nunca. Nuestro plan para el día es visitar lo más posible: carretera y manta hasta Toulon. Elegimos carreteras secundarias, lejos de las “peajeadas” y anodinas autopistas, mucho más atractivas e interesantes pero con una gran desventaja, siempre atraviesan pueblos y ciudades (no hay carreteras de circunvalación) donde a veces hay más tráfico del deseado, lo que unido a semáforos y obras, retrasa bastante nuestro ritmo. Parece que Gallardón no tiene la exclusiva de las obras que confunden al GPS, empeñado obsesivamente en llevarnos por calles cortadas. En nuestro camino a Toulon vemos tramos de carretera entre montañas… ¡cómo me recuerdan a las carreteras de la sierra de Madrid! Salvo por detalles como un parque de atracciones temático del oeste o un hotel se súper lujo en medio del bosque. Toulon es una ciudad de bloques de viviendas blancos, planos y largos cerca del puerto. Aparcamos en el aparcamiento de una comunidad de vecinos, a la sombrita y gratis, después de pasarnos un buen rato en la puerta de correos que como es domingo está cerrado. Directos a la oficina de turismo pero cierra a la 13:00 y ya son y media. Así no van a tener turismo en la vida… ¡cómo pueden cerrar un domingo a la 13:00! Es la ciudad menos turística de todas las que hemos visitado hasta ahora. Recorremos el casco antiguo, con calles amplias pero bastante más impersonales que las de los pequeños pueblos que tanto nos gustan, muy luminosas. Las fachadas grises nos muestran las contraventanas de madera pintadas en colores pastel tan típicas de la Provenza que a partir de ahora veremos en todas partes. El museo naval, junto a instalaciones militares en las que hay una torre con un reloj, supone el inicio del paseo marítimo. A mi chico no le gusta nada porque las terrazas que se suceden a lo largo del puerto, están cubiertas de tal forma que oscurecen la zona donde se sienta la gente. Yo sí le veo un cierto encanto a la ciudad. Los barcos turísticos esperan a sus clientes para hacer su tour. Veo una tienda de souvenirs donde venden chanclas de playa, pregunto el precio (17€ por unas chanclas de corcho)… ya vuelvo mañana. Gracias…. Y salgo pitando. Nos dirigimos al coche para continuar nuestro camino a Hyères. Las maravillosas carreteras secundarias nos siguen ofreciendo sorpresas… y curvas. Justo antes de entrar en la ciudad nos encontramos la oficina de turismo que parece cerrada y justo al lado unos baños públicos. Como tengo cierta necesidad, me acerco al baño y después pruebo la puerta de la oficina… que se abre. Una solitaria chica me da el mapa y me señala los puntos más interesantes del pueblo. Buscando el ascenso al castillo recorremos las distintas colinas sobre las que se disponen suavemente las casitas como si fueran una maqueta. Por fin encontramos el camino al castillo que visitamos, se encuentra ¡cómo no! en lo más alto de la colina más alta, paseamos libremente entre sus ruinas y desde sus miradores disfrutamos de unas vistas maravillosas sobre la ciudad medieval, las salinas y las islas. Descendemos entre foto y foto y paseamos por el caso antiguo: como siempre, encantador, pasamos junto a la torre de los Templarios, a cuyos pies las terrazas ofrecen sus sillas vacías, nos sentamos en una para comer pero nos dicen que es muy pronto… son las 4 o 5 de la tarde. Supongo que se refiere para cenar, que solo se puede beber… pues nos vamos, ya picaremos algo por ahí. En la plaza de la República donde los inmigrantes de origen árabe vaguean igual que hacen en sus países de origen, la Iglesia de San Luis (S XII) se encaja entre edificios mucho más modernos que ella, tiene la particularidad que se accede por una escalinata que desciende. De lejos se la reconoce por el gran rosetón que destaca sobre su sobria fachada a caballo entre el románico y el gótico. De camino al coche pasamos por una heladería y ¡por fin! un helado, no es que sea barato pero es que teníamos un mono… Continuamos nuestro camino hacia St. Tropez. Es la ciudad de lujo que más ha conservado el aire de pueblo de todas las que hemos visto. Cerca de donde aparcamos hay un supermercado, cuando pasamos por delante vemos como a un cliente se le cae una lata de cerveza o coca cola en la caja y explota, pulverizando su contenido a todos los que le rodeaban. Decidimos hacer aquí nuestra compra, lo de siempre: queso, mantequilla, jamón, leche, zumos, etc., y esta vez hasta huevos para el desayuno. Dejamos todo en el coche y vemos una furgoneta aparcada cerca de nuestro coche donde dos brasileños se están cambiando de ropa. Luego veremos por qué. En su pequeño puerto, las terrazas de los restaurantes y bares disponen sus sillas en forma de patio de butacas de un teatro para observar el espectáculo que suponen los yates y sus ocupantes, convertidos en entretenimiento de turistas y curiosos. Los barcos cuajan el pequeño puerto y sus atraques corren paralelos a las terrazas dispuestas al otro lado del corto paseo marítimo, éste paseo no es como los de Cannes o Niza. Esto sí es un pueblecito. Subimos al malecón para hacer alguna foto y dadas las horas que son y nosotros sin comer, decidimos sentarnos a cenar en el primer restaurante (o el último dependiendo de donde se venga) de la línea de terrazas, se llama Bar La Jetee (Sur le Port – Quai Frederic Mistral; (*editado por universo18*)). Por fin los ansiados mejillones y una ensaladita para compartir todo ello acompañado con cerveza sin alcohol…. ¡error! Los cuatro euros que nos cobraron por las mismas cervezas sin alcohol que tomamos en Mónaco deberían habernos enseñado que NO SE PIDE BEBIDA en la PACA. Pero entonces no nos fijamos mucho en la cuenta y aquel descuido lo vamos a pagar ahora con creces porque cuando llega la cuenta pienso que algo no cuadra… hay por lo menos 20€ de más sobre lo que yo había calculado… Pues casi acierto nos han soplado nada más y nada menos que ¡22€ por 4 cervezas sin alcohol de 25cl… a 6,5€ cada una… ni un Chivas de 12 años! Somos idiotas. Ahora sí hemos aprendido que se pide agua del grifo que es gratis. ¡Con lo contentos que habíamos salido de la cena: rica, rica, bien atendidos (en español) y en el puerto de St. Tropez, frente a los yates de lujo! No esperábamos pagar menos de 40€ por los dos, pero hemos pagado 64,50€. Hay una pequeña diferencia. Después del soponcio nos dirigimos al coche. Los brasileños que se vestían junto a nuestro coche ofrecen su espectáculo de capoeira a los turistas a cambio de unas monedas al final del puerto. Una heladería nos tienta pero la larga cola nos desanima y continuamos nuestro camino por callejuelas que me recuerdan el norte de África. Paseamos por las calles del pueblo y damos a una plaza que parece ser la zona de marcha. En ella un hotelito muy mono tiene fiestuqui en el jardín. Unos “gorilas” flanquean la entrada que se abre entre varias tiendas de grandes marcas y que delimitan el jardín del hotelito. Al salir de St. Tropez, ya de noche, vemos algunos yates iluminados que están fondeados fuera del puerto. Paramos para hacer una foto pero no consigo regular la cámara para que salga algo, así que desisto y nos marchamos… tenemos 159 km por delante o lo que es lo mismo… casi 2 horas de conducir y hay que recorrer un buen tramo por carreteras secundarias hasta llegar a la autopista. Etapas 7 a 9, total 15
Hoy el desayuno incluye huevos, insisto: tener cocina es una maravilla.
Nos dirigimos a Gordes, precioso pueblo (acertadamente catalogado entre los “Pueblos más bellos de Francia”), se ubica en lo alto de una colina a cuyos pies los olivos y viñedos se alternan sin fin hasta donde alcanza la vista en una enorme y llana extensión salpicada por suaves ondulaciones. Mientras buscamos el acceso al pueblo llegamos a un lugar desde donde nos saluda una bella vista del pueblo. Hay varios coches parados haciendo la hermosa fotografía que se ofrece. Una chica se sitúa en la carretera para hacer su foto, el novio, dentro de su coche, toca el claxon y la pobre pega un brinco, su novio se monda y el mío se parte de la risa …¡qué graciosos son los hombres!… ¡son como niños! Por fin encontramos el camino para llegar al pueblo y nuestra aversión a los parquímetros nos hace dejar el coche a mitad de la colina… lo que significa que tenemos que subir la otra mitad andando… y no es precisamente una subida suave. Debe ser condición sine quanom para pertenecer a los “Pueblos más bellos de Francia” estar en una colina empinada. La verdad es que el esfuerzo merece la pena: un paseo por las estrechas calles, tanteamos la posibilidad de entrar al castillo pero decidimos no hacerlo…, en la plaza varias tiendas ofrecen productos típicos de la Provenza. Buscamos nuestra deseada mermelada de melón con menta en todas ellas pero no tenemos éxito. Lo que sí localizamos es la miel que vamos a comprar después: de lavanda y romero. Después de un corto paseo volvemos a la plaza, hay una frutería donde compramos ciruelas e higos, según reza una pizarra en su entrada, procedente directamente de los productores locales. Esa fruta nos sabe a gloria pero nos sabe a poco, así que volvemos a por un melón, creo que se llaman “gala”: son verde claro por fuera y naranja por dentro. Nos lo comemos entero, mi chico le ofrece a una señora que está por allí pero lo rechaza, bastante azorada, y en francés nos empieza a explicar qué hace allí… como si la entendiéramos. Pasamos por una panadería antes de volver al coche pero ya no les queda nada. Compramos nuestra miel y nos marchamos con destino a la Abadía de Senanque que se encuentra muy cerca. En el camino, veo una higuera junto a la carretera que parece tener algún higo maduro y me paro para cogerlo… pero no están maduros. La abadía de Senanque es preciosa, a pesar de o quizás debido a su austeridad románica, exenta de todo adorno superfluo como corresponde al movimiento cisterciense que la vio nacer. La paz que se respira en la campiña que la rodea invita al recogimiento. Supongo que este es el motivo por el que se eligió este privilegiado lugar para erigirla allá por el siglo XI, después de sufrir períodos de abandono, los monjes vuelven a habitarla. La entrada cuesta 7€ pero acaban de cerrar (son poco más de las 17:00) con lo que nos quedamos con las ganas de entrar, nos tenemos que conformar con curiosear en la tienda y ver las postales con la típica estampa de la lavanda en flor cultivada delante de la abadía. En esta época del año, la lavanda ya se ha cosechado y el morado de la maravillosa flor se nos ha negado todo el tiempo, lo que es una buena excusa para volver a visitar esta provincia llena de sorpresas en una época más propicia (junio o principios de julio) en el futuro. Rodeamos la abadía y descubrimos la parte que sirve de hospedería y la iglesia a la que se puede acceder libremente. La iglesia es tan sobriamente románica como el resto del edificio. Varias personas se acomodan en los bancos situados en la mitad trasera de la iglesia, una verja divide la iglesia en dos partes: impidiendo el acceso a la delantera. Después de un ratito disfrutando de este arte medieval, salimos y al hacerlo mi chico se fija que en la puerta está el planning del día y que a las 18:00, es decir, dentro de un momento, hay algo, no sabemos muy bien qué así que la curiosidad nos hace quedarnos para averiguarlo… ¡gran acierto! Unos minutos antes de las 6 aparecen unos monjes, uno de los cuales abre la verja e invita a los presentes a acercarse al altar. Nosotros, no muy creyentes pero muy respetuosos, nos quedamos atrás del todo, observando atentamente la ceremonia. Los monjes se sientan en torno al altar y de repente empiezan a cantar cantos de abadía, la acústica de la iglesia reverbera y nos devuelve unos sonidos espléndidos que se antojan la mejor banda sonora para este espectacular entorno de paz y tranquilidad. Y me viene a la cabeza la palabra “armonía” con todo su significado. Nos vamos sin saber muy bien dónde… pasamos por una señal indicativa de Rousillón, otro pueblo con el título de “Uno de los pueblos más bellos de Francia” y nos atrae como un imán. Como ya es tarde, el turismo parece haber salido de estampida y hay mucha menos gente que en Gordes. Pero todavía hay luz diurna y podemos ver los 17 tonos de ocre que cubren las fachadas de las casas, iglesias y otros edificios de este pueblo que años ha vivía de las canteras de ocre que rodean el pueblo, cómo no, situado en lo alto de una colina. Y como siempre en estos turísticos pueblos, el juego del escondite con los parquímetros y los parkings de paganini y como siempre, ganamos nosotros. Mucho más tranquilo que Gordes, el día ya termina y los turistas han vuelto a sus bases. Nosotros, como buenos españoles, todavía no. A las 9 y dos minutos intentamos comer una hamburguesa en un restaurante pero nos dicen que la cocina está cerrada. No acertamos con los horarios de comida de esta gente, cuando queremos una comida tardía es pronto para su cena y cuando queremos una cena temprana es tarde para ellos. Pues nada, nuestro gozo en un pozo. Al coche. En ese momento vemos una hermosa vista general del pueblo que no habíamos visto hasta ahora porque no lo habíamos visto desde fuera… ¡encantador! Y las canteras de ocre… ¡cómo me recuerda a las Médulas de León! Ahora sí, toca vuelta. En un pueblo de los muchos que pasamos por la carretera secundaria vemos un restaurante con una agradable terraza y nos paramos casi en seco. El sitio se llama Du Pain Sur La Planche (Route de Cavaillon; 84660 Coustellet; (*editado por universo18*)). Preguntamos si tienen la cocina abierta y dicen que sí, así que cenamos una especie de plato combinado con salmón y ensalada y postre (tiramisú y helado)… para beber…. ¡ya no nos pillan! AGUA DEL GRIFO que la cuenta ya viene cumplidita: 53€ por los dos. Y nos vamos tan ricamente. Hoy hemos detectado un pequeño problema de logística: el rollo y medio de papel higiénico que había en el baño a nuestra llegada está en las últimas, así que de vuelta al hotel comprobamos si en el servicio de la recepción hay papel y efectivamente, hay un rollo industrial fuera del portarrollos. Pues ya sabemos dónde proveernos. Cuando entramos en la habitación observamos que, como sospechábamos, no entran en la habitación ni para hacer la cama, ni para limpiar, ni para cambiar las toallas ni para reponer el papel higiénico, así que ni corta ni perezosa, me bajo a la recepción con la mochila y me llevo el rollo industrial… es pura necesidad, con este superrollo ya tenemos para todos los días. Cada mañana, antes de irnos, lo meteremos bajo candado en la maleta… es un bien muy preciado. Etapas 7 a 9, total 15
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