Comenzamos el cuarto día desayunando en ausencia de J, que al parecer no ha dormido bien y se le están pegando las sábanas. Finalmente se une a nosotros y decidimos qué visitar hoy. El lunes es el día en el que todos los museos y similares de Lisboa cierran las puertas, descartando así la visita al Castillo de San Jorge. Decidimos que es un buen día para visitar las instalaciones de la Expo del 98.
Comprobamos a tiempo que el mapa de transportes que nos dieron en la oficina de turismo está obsoleto. Según él, deberíamos haber hecho dos transbordos para llegar a nuestro destino, cuando en realidad la línea que lo comunique se amplió por el otro extremo y ahora tiene una parada a 5 minutos de nuestro hotel. En cualquier caso, finalmente decidimos que iremos hasta allí en coche, para así tener más margen de maniobra cuando queramos decidir dónde ir a continuación.
Volvemos a atravesar la zona turística de la ciudad hasta llegar al río a través de la Plaza del Comercio. En cambio, en esta ocasión giramos a la izquierda, para dirigirnos al noreste. En el camino, me encuentro por segunda vez en lo que llevamos de viaje una empresa que incluye una referencia a Bastos en mi nombre. Va a resultar cierto que el apellido venía de Portugal.
Vamos dejando a nuestra derecha el puerto de carga y descarga. Es enorme, con kilómetros y kilómetros de contenedores apilados. Paramos en un dique cuando todavía quedan 4 o 5 kilómetros para alcanzar la zona de la expo. Solo cuatro o cinco pescadores pueblan la escena, desde la que se puede ver la inmensidad del Tajo, dejando apenas visible la tierra al otro lado del río. A mano izquierda, ya se observa con más claridad el Puente Vasco da Gama. Las mareas del río provocan que en este momento haya unos 20 metros de barro bajo el dique.
Llegamos hasta la zona de Oriente y aparcamos detrás de la estación del mismo nombre, donde empieza la zona en la que el estacionamiento no es de pago. La Estación de Oriente, diseñada por Calatrava y que incluye salida de trenes, metro y autobuses, nos decepciona un poco. Por fuera no pasa de ser discreta, y por dentro no ha habido mucho esmero por ocultar los enormes bloques de hormigón. En absoluto parecido a lo que cabía esperar, con un toque futurista.
En cambio, el centro comercial anexo si se ajusta más a lo que esperábamos encontrar. Una construcción con formas esbeltas, muy luminosa, mucho más en la línea de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.
Atravesamos por dentro el centro comercial Vasco da Gama y aparecemos junto al río que, acompañándolo hacia el norte, nos lleva hasta la Torre Vasco da Gama. En estos momentos la torre queda algo deslucida, ya que se está construyendo una ampliación que le perjudica en dos aspectos. Primero, porque el andamieja estropea la fotografía, y segundo, porque con la ampliación se pierde en gran parte el parecido de la torre con la vela extendida de un barco.
Es aquí, junto a la torre, donde tiene una de sus estaciones el teleférico que atraviesa la Expo desde el cielo. Aunque D nunca ha sido muy amigo de las alturas, parece ilusionado con la idea y acabamos montando los cuatro. El precio es de 4 euros por trayecto y persona, aunque para los seniors como D la entrada baja hasta los 2 euros. El trayecto va desde la citada Torre Vasco da Gama, hasta un poco más allá del Oceanario, bordeando las principales construcciones con motivo de la Exposición Universal.
La mayoría de las construcciones, por lo menos las más cercanas al río, se han convertido en una sucesión de restaurantes. La cabina del teleférico es una sauna, recibiendo todo el calor del sol y disipándolo solo a través de una pequeña abertura en el techo. Aunque no vayamos a hacerlo, parece más aconsejable hacer el camino inverso, desde el oceanario hasta la torre, ya que de ese modo tanto la torre como el Puente Vasco da Gama van acercándose.
Cuando nos bajamos del teleférico, decidimos buscar un sitio para comer en el centro comercial, por lo que atravesamos la parte sur de la expo. Pese a ser lunes, parece que el oceanario si que abre, ya que vemos actividad por las pasarelas exteriores del edificio.
La planta superior del centro comercial recuerda a las grandes superfícies norteamericanas que concentran todas las franquicias de comida rápida conocidas. El perímetro lo ocupan los pequeños kioskos de los comercios, y toda la superfície es una enorme terraza de taburetes, mesas y sillas que en ese momento está saturada, probablemente ocupada por todos los trabajadores portugueses cuya oficina esta próxima a la zona.
Afortunadamente, descubrimos una pequeña planta todavía más arriba que incluye dos o tres restaurantes de corte más traducional. Entramos en el buffet "Chopperia". No podíamos estar más satisfechos con el lugar escogido. El buffet, por 8 euros más las bebidas y sin postre, tiene una variedad decente y, como plato estrella, un bacalao gratinado con bechamel que está buenísimo.
Nos damos algo más de una hora de tregua para hacer la digestión. J y D se quedarán en las terrazas buscando dónde tomar un café, y L y yo daremos un paseo por las tiendas del centro. Entro, por curiosdad, en el Fnac. Los precios son idénticos a los de España, por lo que no existe motivo alguno para liarse la manta a la cabeza y comprar algo aquí. Lo mismo ocurre en el otro local de electrónica del centro comercial, Worten. Y lo mismo para las tiendas de ropa: ninguna ventaja económica respecto a España. Parece que nos iremos de Lisboa con las manos vacías.
Pasamos un rato en la zona de terrazas -ahora un poco menos saturada-, tomando helados como el postre que no había disponible en el buffet. El techo de centro comercial es el mayor atractivo de la instalación, ya que el agua circula sin parar por sus placas acristaladas, dando el efecto de una cascada continua.
Salimos ya de regreso hacia el coche. Los termómetros de la calle marcan 35 grados, y el del coche 41. Tenemos que esperar a que se ventile un poco con las ventanillas bajadas para no morir en la carretera.
Cruzamos los 13 kilómetros -los hemos contado- sobre el agua del Puente Vasco da Gama, otra de las construcciones estrella con motivo de la Expo. En los tramos intermedios, uno no tiene la sensación de estar cruzando un "simple" río. Si existiera un puente que uniera Baleares con la Península, la sensación -aunque más prolongada- no sería muy diferente a la de cruzar este puente.
Bordeamos el tajo por el sur y entramos a Lisboa, por tercera vez, por el Puente 25 de Abril. El sofocante calor no invita a hacer mucho más hasta que anochezca, así que dedicamos la tarde a descansar y, si se da el caso, grabar en video al primero que caigo dormido y empiece a roncar. Y soy yo, claro.
Volvemos a cenar a Super Chefe, para quitarnos la espina de que ayer estuviera cerrado. Me pido la sopa del día -que hoy es de cebolla- y una ensalada bien poblada. La sopa, como todas las que nos sirven en lo que llevamos de viaje, se sirve sin nada de sal. J tiene que dibujar en una servilleta las proporcionas de café y leche que quiere, a ver si por fin le entienden y no le sirven un café con dos gotas de leche para aclararlo. Le sirven un "galão", que sería el equivalente a un café con leche bien grande para desayunar. Como a nosotros nos gusta.
A falta de nada mejor que hacer, jugamos a los chinos con monedas en la recepción del hotel. Hacemos planes para mañana. L y yo visitaremos el Castillo de San Jorge, y J -que ya estuvo en él- y D se quedarán en los alrededores del hotel. Por la tarde, visitaremos la zona de Alcántara y revisitaremos Belém.
Afeitado, ducha y a dormir. Quién lo iba a decir, el gel de afeitar que compré en un Lidl de Portugal le da mil vueltas al de marca blanca de Mercadona.