
-Fecha y hora: 14 de febrero (última jornada) a 9'30h
-Origen y final: Plaza de Roma - Lido
-Vehículo: Vaporetto nº 1.
-Pase: Tarjeta 12 horas de 16 euros de obtención sencilla y cómoda en las taquillas de la ACTV al pie del apagado y controvertido puente de Calatrava.
-Frecuencia: cada 10 minutos.
-Paradas: Piazzale Roma, Ferrovia, Riva di Basio, San Marcuola, San Stae, Ca d'Oro, Mercato, Rialto, San Silvestro, Sant'Angelo, S.Tomà, S.Samuele-Ca'Rezzonico, Accademia, S.M. del Giglio-Salute (Museo Peggy Guggenheim), San Marco, San Zaccaria, Arsenal, Giardini, Biennale, Sta. Elena, Lido.
-Cadencia: pausada.

El agua es el fluido que ha moldeado Venecia y a los venecianos a lo largo de su historia, y que asiduamente sigue reclamando la atención de los suyos, sobre todo en otoño e invierno, con sus crecidas durante el Acqua Alta, que despierta las sirenas y deja inundadas las partes bajas de la urbe, pero que, en contrapartida, ha forjado la personalidad y la vitalidad de la ciudad y de sus habitantes.

Con esa premisa, dedicamos el día a navegar por su arteria principal, la autopista acuática del Gran Canal que, desde primeras horas de la mañana hasta últimas horas de la noche, es trajinada, recorrida, surcada, paseada, herida y corroída en sus fundamentos, por autobuses “vaporetto”, minibuses “traghetto”, barcazas mercantes, góndolas lustradas, lanchas-taxi acuáticos, barquitos de papel, y ondas espumosas.

Como a esas horas de la mañana, los turistas están zampando tostadas untadas de cacao Nutella y quesitos con mermelada de ciruela, acompañadas de zumo de naranja con leche desnatada, y mojando cruasanes rellenos de macedonia de frutas almibaradas en yogur con cereales y muesli, y la mayoría de los venecianos no laboran porque es domingo, vamos holgados en el vaporetto,

sin codazos ni zooms en las narices, y podemos vagar al igual que la realeza, saludando como si enroscásemos una bombilla con el antebrazo tieso, a las piedras del Palazzo Ca'Pesaro, a la fachada de Ca'd'Oro, al Mercado al aire libre y el Ponte de Rialto, a la escalinata de Ca'Rezzonico, ...

... al Palazzo Grassi, y al Ponte y a la Galería de l'Accademia, punto éste donde interrumpimos el crucero, postergando para más tarde, los saludos a Peggy Guggenheim, al Dux en el Palazzo Ducale, y a San Giorgio Maggiore.

Reemprendido el camino, el perezoso vaporetto rumbea moviendo las caderas por el caldo de espinacas, desperdigando cuerpos y succionando lenguas exóticas. Atraca, abre la boca, vomita, engulle, y zarpa; atraca, bosteza, escupe, sorbe, y zarpa; haciendo eses como si estuviera borracho tras una noche de copas. Y así, en un lapsus espacio-temporal, abordamos la isla de Lido, suntuosa y decadente, que cada año extiende su alfombra para recibir a las estrellas en su Palazzo del Cinema, y cada verano desplega las elitistas tumbonas en la arena para broncearse con los rayos de sol.

Como dice la historia, aquí saben de fiestas. Quedó registrada la que le organizaron al joven y ambiguo rey de Francia, Enrique III, al que mientras se aproximaba en barcaza veneciana propulsada por 400 remeros, le iban amenizando los vidrieros, bufándole burbujas de vidrio, y al que agasajaron con banquete de 1200 cubiertos, 300 bombones y servilletas de azúcar, bajo los arcos triunfales erigidos por el deslumbrante arquitecto de "Il Redentore" y "San Giorgio Maggiore", Andrea Palladio, y decorados por los pinceles de Tintoretto y el Veronés.

Tomamos rumbo hacia la punta sur, tras girar hacia la derecha al atracar en la estación del vaporetto, transitando por la secundaria Via Lepanto en la gozosa calma casi fantasmal de la isla, espiando las lujosas y ajardinadas villas cerradas a cal y canto en esta época del año, y disfrutando de las playas desiertas vigiladas por hileras de casetas blancas y gaviotas,

bajo la protección del glamuroso hotel Excelsior, y de la culminación con deleite, a la hora del aperitivo, de los sorbos a un spritz de Campari en un apacible bar esquinero en la Piazza Antonio, frecuentado por las gentes de la isla, antes de desandar el camino, a primera hora de la tarde, para atravesar la laguna de vuelta a Venecia.

Nos apeamos en S.Tomà para cruzar en diagonal el sestiere de Dorsoduro e ir a a comer una pizza al taglio en una pizzería rápida, con barra de madera a la salizada de San Pantalón, a los pies de un puente, pero como la persiana está echada, descendemos hasta el campo de Santa Margarita, donde ordenamos dos cortes y dos birras en el servicio de urgencias “Pizza al volo”. Son decentes y el precio es económico.

Fuera llueve, salen a relucir los paraguas y el suelo se humedece, así que algo encogidos, regresamos a nuestra habitación rococó a ver caer gotas sobre el Gran Canal. Luego, ya a la luz discreta de las farolas, sacaremos a pasear nuestras sombras, que ya no son del todo inexpertas en proyectarse por los laberintos venecianos.