Empieza nuestro primer día en Nueva York. Son las 6:30 de la mañana y abrimos los ojos. No somos capaces de volver a quedarnos dormidos por mucho cansancio que acumuláramos en el viaje, así que nos ponemos manos a la obra. Una ducha para empezar el día y nos echamos a la calle. Está nublado y llueve con intermitente frecuencia. Por televisión el Weather Channel (inseparable compañero de viaje) anuncia que las nubes permanecerán durante todo el día, así que decidimos seleccionar de nuestra lista de lugares aquellos que sean idóneos para un día de lluvia.
Como no podía ser de otra forma dada su cercanía al hotel, el primer sitio al que entramos es la Grand Central Station. Se trata de la principal estación de trenes de Manhattan, caracterizada por el incesante ir y venir de gente por su vestíbulo principal. También resulta familiar por su aparición en infinidad de películas. Los más pequeños la relacionan con Madagascar, aunque a mi lo primero que se me viene a la cabeza es Olvídate de Mí.
Es relativamente pronto (apenas las 7 de la mañana), así que por ahora el ajetreo de la estación no lo es tanto. Buscamos un sitio para desayunar, y tras descartar los locales que vamos encontrando por los pasillos de la estación, volvemos a salir a la calle, a Vanderbilt Avenue.
En una esquina frente a la estación vemos un pequeño local llamado Central Café. No deja de entrar y salir gente con aspecto de ir a trabajar, lo que se traduce en una garantía de que es un sitio escogido por muchos trabajadores de la zona. Entramos y nos encontramos un gran buffet de frutas, bollería y otros en medio de la sala, una cocina al fondo en la que preparan a petición desayunos calientes (tortitas, por ejemplo), y un mostrador con las cajas junto a la puerta. L coge un cruasán, yo me quedo con un Muffin (madalenas típicas de Norteamérica) y pedimos sendos cafés con leche.
Los empleados son lo peor del lugar. El que parece ser el cajero principal, pese a intuirse que entendía el español, pone dificultades para que nos entendamos, haciéndonos sentir dubitativos a la hora de cerrar el pedido y pagar. Nos sentamos y tomamos el desayuno. Por ahora, las sensaciones no son buenas, estamos abrumados por la intensa actividad de las calles, y nos sentimos perdidos. Pero pronto todo eso cambiará.
Acabamos el desayuno y volvemos a las calles. Nada más salir por la puerta, detrás de la estación vemos elevarse el MetLife, conocido edificio de oficinas que también ha protagonizado infinidad de planos en la gran pantalla. Antes habíamos pasado por su fachada, pero ni nos habíamos dado cuenta.
Entramos de nuevo en la estación, esta vez con el propósito de estrenarnos en el metro de Nueva York. Encontramos fácilmente las máquinas expendedoras, y nos hacemos con un compañero inseparable de viaje, la MetroCard. Así se denomina el bono de transporte de la MTA (la red de transportes de la ciudad). Concretamente nos hacemos con un par de bonos ilimitados para una semana, por algo menos de 18 euros cada uno. Totalmente recomendable su adquisición: la tarjeta es válida para metro, autobús y según que trayectos de tren, aunque solo con usando el subterráneo ya queda amortizada con creces. La red de metro es toda una obra de ingeniería y te permita llegar a casi cualquier cruce de calles en todo Manhattan.
Llegamos al andén de la línea S, un metro lanzadera especial que cubre con una frecuencia muy alta el tramo entre Grand Central Station y Times Square.
El trayecto apenas dura unos minutos. Tanto la estación de Grand Central Station como la de Times Square son un pequeño gran caos, dada la infinidad de conexiones entre líneas y la decena de salidas a la calle de las que dispone cada una. Es necesario un esfuerzo inicial para acostumbrarse a localizar las indicaciones, pero en pocas horas habrá dejado de ser un problema.
Salimos por una salida cualquiera, y topamos de frente con Times Square. No hay más que decir: toda la vida hemos deseado pisar este lugar.
Times Square se ve, se oye, se respira. Se trata de, probablemente, el punto de encuentro más popular del planeta, y eso se percibe nada más dar dos pasos por sus aceras. Una invasión de carteles luminosos y fachadas repletas de publicidad se abren paso ante nosotros. Y nos encanta. Ahora más que nunca ratifico porque quería estar aquí: se trata del máximo exponente del tipo de sociedad en el que he nacido y me he críado. Es una sociedad con sus ventajas y sus desventajas, con sus defensores y sus retractores. Pero es la cultura en la que he crecido, y no puedo renegar de ella.
Empezamos a pasear por Times Square sin dejar de mirar embobados y fotografiando absolutamente todo, pero no perdemos de vista nuestro propósito: buscar la oficina de turismo. Finalmente la encontramos, a dos puertas del McDonalds que hay en la zona. Por desgracia, el acceso gratuito de varios minutos a Internet no funciona ese día debido a una avería. Si que conseguimos un mapa de Manhattan y un par de panfletos sobre algunas zonas que queremos visitar.
Salimos de la oficina, pero nos negamos a abandonar Times Square así como así. Entramos en varias tiendas de souvenirs, nos detenemos ante todos los escaparates. Y topamos con la tienda de M&M's.
La tienda de M&M's es un edificio de tres plantas en el que todos, todos los artículos, guardan alguna relación con la conocida marca de cacahuetes cubiertos de chocolate. Hay ropa, gorras, llaveros, juguetes, barajas de cartas, paraguas, etc. Y por supuesto, hay montones y montones de M&M's, presentados en grandes tuberias en las paredes para que cada uno se fabrique su propio surtido con los colores que más le gusten.
Paseamos durante largo rato por la tienda. No es necesario comprar nada, la mera visita es un espectáculo. En cualquier estantería puedes hallar un artículo que jamás imaginaste que encontrarías en esa tienda. La sonrisa en la cara es permanente mientras recorres sus tres plantas.
Finalmente salimos del paraíso del chocolate, y continuamos revisando los alrededores. Damos con una tienda de Skechers, una marca de calzado con pequeña presencia en España, pero que aquí dispone de varios locales. L se prueba varios modelos pero no da con algo que le termine de convencer, mientras que yo ya hago mi primera compra. Unas deportivas de la talla 10 (el equivalente al 44-45 español) que me acompañarían durante el resto del viaje, infinitamente más cómodas que las Adidas que traía de casa.
Tras Skechers, nos encontramos con el primer Duane Reade de los cientos que veríamos en toda la semana. Duane Reade es una franquicia de farmacias, pero en lo último que piensa uno al entrar en sus establecimientos es en medicamentos. Dispone de miles de locales repartidos por todo Manhattan, la mayoría de ellos abiertos las 24 horas del día. En ellos se puede encontrar la mezcla de un supermercado, un kiosko y una papelería, mezclado con componentes de tienda de fotografía, etc. Es un pequeño paraíso para las compras a última hora, o para buscar algo rápido que cenar cuando el resto de tiendas estén cerradas. Nosotros los usaríamos especialmente para irnos surtiendo de botellas de agua, que iban a hacer falta.
El sol empieza a ganarle terreno a las nubes pese a las predicciones de lluvia intermitente durante todo el día. Volvemos a bajar a las catacumbas del metro y esta vez nos dirigimos al sur, hacia Macy's.
Macy's es un gran centro comercial que guarda infinidad de similitudes con nuestro El Corte Inglés. Tantas, que la planta baja de ambos locales podrían considerarse gemelas: la típica escena de mil mostradores de cosméticos con gente ofreciéndose a maquillarte a cambio de una posible venta.
A pocas manzanas de Macy's se encuentra la entrada al Empire State Building, por lo que nada más salir de la estación de metro nos topamos de frente con el emblemático rascacielos. Pero ya hablaremos de él más adelante.
Entramos en Macy's y buscamos el "Centro de visitantes", situado en el balcón de la planta baja (considerada la planta "uno y medio"). Es aquí donde, demostrando tu extranjería pasaporte en mano, puedes conseguir una tarjeta de descuento del 11% en todos los artículos (menos electrónica) del centro. De paso tambien se consigue un mapa del lugar, que nunca viene mal.
Empezamos a recorrer las 8 plantas del edificio sección a sección. En el piso más inferior (por debajo de la planta baja) hay, además de la ropa deportiva masculina y el supermercado de alimentos, una pequeño J&R Electronics. J&R es, junto a B&H Photo Video, la tienda de electrónica más popular de la ciudad, y en el sótano de Macy's dispone de una pequeña "sucursal" surtida sobretodo de artículos de informática.
Seguimos recorriendo las plantas. Los precios, pese a ser inferiores a los europeos gracias a la relación euro-dólar, no son todo lo bajos que sabemos que podemos encontrar. No hay que olvidarlo: se trata de un equivalente a El Corte Inglés, y dichos centros no se caracterizan por unos precios bajos. Así que Macy's no es ni mucho menos el lugar idóneo para encontrar gangas, pero conviene darse un paseo por sus pasillos para encontrar ese artículo especial que no tenemos garantizado encontrar en otra parte.
Salimos de Macy's con pocas compras en las manos y, sin abandonar la zona, L localiza una tienda de Victoria's Secret. Son tiendas bastante populares, o por lo menos eso cabe deducir del hecho de que se vean infinidad de sus bolsas por las calles. Es una tienda de dos plantas, la primera de las cuales está llena hasta la bandera de todo tipo de cremas corporales. Por apenas 25$ L se lleva seis cremas, nada que ver con el mercado europeo.
Cerca de Victoria's Secret hay una tienda H&M. En España siempre que entro en una de ellas me acabo llevando algo, y aquí no podía ser menos. Un par de camisas más a la cuenta.
Enfilamos ahora rumbo al oeste, en busca de B&H Photo Video. Se trata de la, hasta el momento del viaje, tienda referente en lo que a electrónica se refiere. Más adelante cambiaría ese parecer, pero por ahora anhelaba llegar allí para hacer un par de "inversiones".
En el camino, nos dan las 2 del mediodía, así que empezamos a sopesar la opción de comer algo. Para no decepcionar, nuestra primera parada gastronómica del viaje es... un Burger King. Cifras parecidas a los europeos, cambiando el símbolo del euro por el del dólar. Es decir, considerablemente más barato (sobre un 33% más económico).
Tras la comida, ahora si, enfilamos B&H Photo Video. Mucha actividad por los alrededores, se nota que no somos los únicos que hemos oido hablar de ella.
El primer apartado que quería estudiar resulta un completo fiasco. La sección de informática no es nada del otro mundo, y apenas tienen stock. Mi búsqueda de un ultraportátil deberá esperar.
Pero la planta superior, destinada exclusivamente a cámaras fotográficas digitales, es otro mundo. De hecho, es uno de los atractivos principales de la franquicia. Una basta extensión sin separadores con pequeñas islas de mostradores, una por cada fabricante. Me detengo en la isla de Panasonic y me encuentro con el módelo DMC-TZ4, justo lo que andaba buscando. Tras ver sus especificaciones y hacer un par de preguntas, decido llevármela. El encargado del mostrador nos entrega un papel con el nombre del modelo, y nos indica que vayamos a la cola de mercancias. La cola termina en una pantalla que te indica a qué número de mostrador acudir, ocupando éstos todo el perímetro exterior de la planta.
Llega nuestro turno y completo mi pedido: el modelo de cámara indicado, más una funda, y una batería de recambio. El encargado introduce los datos y nos da algo de conversación (otro hispano más, para identificarlos basta con echar un vistazo al nombre en su placa identificativa). Mientras charlamos, una cinta transportadora que recorre todos los mostradores a la altura de las piernas ha traido una caja con todo el contenido de mi pedido. Nos lo enseña para dar el OK definitivo, pero todavía no nos lo entrega, si no que en su lugar nos da un albarán con el que dirigirnos a las cajas del piso inferior.
Llegamos a otra cola, la de las cajas, y con el albarán pagamos todo el pedido. El precio es inferior al europeo, aunque no tanto como en otros artículos. Por el mismo precio que en España conseguiría solo la cámara (220 euros), aquí tengo la cámara, funda, y segunda batería, y sin gastos de envío adicionales.
Tras pagar en caja, nos dirigimos a la última de las colas: la de entrega de mercancias. Aquí llegan, también a través de la cinta transportadora que conecta con la planta superior, todos los pedidos cerrados para que queden a la espera de que el cliente pase a por ellos con el albarán pagado. Por fin tengo la cámara en mis manos. Pese a lo que pueda parecer por tener que pasar por mil mostradores durante el proceso, la compra es bastante ágil.
De vuelta a la zona del metro podemos ver a través de las calles el Madison Square Garden. Es el escenario de numerosos conciertos de artistas de primera fila (Madonna hace unos días, sin ir más lejos), aunque su cometido principal es el de acoger los partidos de baloncesto de los New York Knicks. El completo consta de un pequeño edificio rectangular, y otro un poco más bajo de forma redonda, que es el que aloja la cancha/escenario. Siendo éste el componente principal, no termino de comprender porque se llama "Jardín Cuadrado de Madison".
Hacemos una parada en el hotel para descansar los pies mientras se carga una de las baterías de la nueva cámara. Descubrimos que el personal de limpieza, tras hacer su trabajo, deja el aire acondicionado encendido a toda marcha en cada habitación por la que pasan. Para que pensemos en el impacto que tiene que apaguemos las luces 5 minutos en Europa.
Iniciamos la segunda parte del día, con el cielo ya totalmente despejado, desplazándonos hacia el extremo norte de la Midtown, la zona que comprende entre el sur de Central Park y el distrito financiero. Topamos de lleno con algunos de los edificios del Rockefeller Center, los que se encuentran más al norte del mapa. Frente a uno de ellos, encontramos la entrada a la Apple Store. Se trata de un cubículo de cristal con el logo de Apple que acoge un ascensor y unas escaleras, ya que la tienda en sí es una sola extensión bajo tierra.
Hay colas para entrar en la tienda, algo que solo podía ocurrir tratándose de Apple. El local, aunque más pequeño de lo que esperaba, no deja de ser peculiar. Decenas de ordenadores Mac con conexión a Internet a disposición de los usuarios, una ocasión perfecta para enviar un mail tranquilizador a los familiares que siguieron por la red la odisea de nuestro vuelo. También se celebran pequeñas sesiones formativas en la misma tienda. Justo al lado de donde conseguimos una conexión, estaban haciendo demostraciones de programas de edición de video.
Salimos de la tienda (manos vacías, Apple no es lo mío) y enfilamos la Quinta Avenida, la del lujo, Tiffany's, y muchas otras tiendas de fama mundial.
En una de las calles cercanas a la avenida encontramos la Sony Store, en la que esperaba comprar una PSP Slim. Pero son las 6:58 y una empleada permanece en la puerta para no permitir la entrada de más gente, ya que el recinto cierra a las 7. Me veo en la obligación de volver otro día, pero ya puedo ver el enorme Spiderman que preside la entrada principal del edificio pegado a la pared.
Seguimos nuestro recorrido por la Quinta Avenida, esta vez llegando a una Disney Store. Muy similar a cualquier otra tienda Disney, estamos el tiempo justo para hacer una compra por encargo.
Seguimos bajando y, absolutamente por accidente, nos topamos con el edificio principal de Rockefeller Center. Estamos en la cara opuesta a la Rockefeller Plaza, por lo que acabamos de frente a la estatua del Atlas y la fachada de la St. Patrick's Cathedral, la iglesia más turística de la ciudad. Pese a ser algo que teníamos previsto para otro día, el momento del día (pasadas las 7, a poco del anochecer) y la improvisación a la que nos hemos visto obligados nos llevan a decidir subir al Top of the Rock en ese mismo instante.
Top of the Rock es el nombre que recibe la azotea del edificio principal del Rockefeller Center, y se trata, junto al Empire State, de uno de los miradores más famosos de Manhattan. El precio por persona es de 18$, aunque a través de Internet puede conseguir un descuento de dos dólares en la entrada.
Tras un par de antesalas, entramos al ascensor, donde ya empieza el espectáculo. Mientras asciende 80 pisos en apenas 30 segundos y de forma nada brusca, el techo del ascensor presenta un video con la historia de los Estados Unidos. El ritmo es vertiginoso y no permite guardar muchos recuerdos, pero se que en algún momento aparecía Elvis y el presidente Nixon.
Llegamos a la planta 80 y, tras subir alguna planta más a través de escaleras, llegamos a la primera de las terrazas. Impresionante. Los enormes rascacielos de la ciudad quedan a nuestros pies, solo superados por el Empire State Building que se eleva ante nosotros.
El Top of the Rock se compone de varias terrazas. Las de los pisos más inferiores tienen a modo de seguridad mámparas de plástico que permiten una perfecta visión del paisaje, y las más altas, que no son colindantes directamente a la calle, ya no tienen ningún tipo de protección. De ese modo son perfectas para fotografiar la ciudad, con el único inconveniente de no poder hacer fotos totalmente verticales contra el suelo.
Pasamos más de una hora paseando por las terrazas, dando sentido a que el atardecer sea el mejor momento del día para subir. Al llegar a la cima la ciudad todavía estaba totalmente iluminada por el sol, y ahora éste empieza a desaparecer y da lugar a otro espectáculo: el de la ciudad iluminada por los rascacielos. La vista es totalmente distinta, pero más espectácular si cabe. Mirando hacia el suroeste intuimos las luces de Times Square entre las fachadas.
Durante todo el tiempo que pasamos en el TOTR no paramos de oir voces en español e incluso en catalán. Con algunas de ellas intercambiamos favores en forma de fotografías.
Cuando ya nos consideramos servidos y la cámara de fotos ha hecho su gran debut, empezamos a descender. El espectáculo no termina en las terrazas: una de las salas intermedias para pasar de unas a otras es una pequeña discoteca con luces de colores intensas, y algunas de ellas persiguiente por el techo según tus pasos.
Llegamos al nivel de la calle y decidimos dar por finalizada nuestra primera jornada, inmensamente satisfechos tras el colofón que ha supuesto la ascensión al Rockefeller. Para cenar cogemos comida para llevar en Sbarro, una cadena de comida italiana con mucha presencia en toda la isla.
Llegamos al hotel y tras la cena haciendo Zapping por la ABC, la MTV y, sobretodo, el Weather Channel, llega el momento de ducharse y acostarse. No sin antes descubrir el maravilloso mundo de las cremas para el cansancio de pies y piernas.