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Roma. Axis Mundi.
Esta etapa del viaje para mí es la más fuerte y emocionante por varios motivos. El principal es que desde pequeño soy un loco apasionado y enamorado de la historia de la antigua Roma. En cuestión de historia, para mí, pocas cosas superan a ese tramo de la historia de nuestra civilización y por eso sentía que debía rendir honor a esa ciudad que nos ha dado todo lo que somos hoy en día. Para mí era muy importante visitar la cuna de mi civilización, mi Madre Patria. Algo similar a lo que ocurre con los musulmanes y La Meca. No se trataba de convertirme en un turista más que busca fotografiarse ante el Coliseo o de tirar una moneda en la Fontana de Trevi. Para mí esa visita significaba mucho más que eso, era algo que no puedo explicar, es como si regresara a casa después de haberme marchado 2000 años antes.
Comienza la etapa partiendo desde Florencia y con ello abandonando la región de la Toscana. A medida que vamos bajando y atravesamos la región de Umbría percibo que van cambiando los paisajes. Se suceden caseríos de piedra en las montañas y el sol nos acaricia durante todo el trayecto. Entramos en la región del Lazio y el corazón comienza a palpitarme más rápido. Una extraña emoción embriaga mi espíritu. Después de algo más de 2 horas y media estoy casi llegando a Roma y en cuánto veo los letreros que indican la distancia de destino, me voy poniendo más nervioso y me emociono. Como soy un hombre conservador y con una mentalidad castrense, mi orgullo no me permite que nadie me vea emocionado ni mucho menos con los ojos rayados. Eso me molesta enormemente. Esta parte del trayecto la realizo con las gafas de sol puestas para que mi mujer e hija no perciban mis ojos acuosos.
Estoy a las afueras de Roma y ya voy circulando por la Via Trionfale (Vía Triunfal), antigua vía por la que entraban a Roma los victoriosos ejércitos y emperadores romanos desde el norte. Siguiendo esta vía debería encontrarme con mi hotel, el Hotel Excel Roma Montemario, situado en Montemario, una colina a 4 kilómetros a la derecha de El Vaticano y a 50 metros del Hospital Gemelli.
Mirando los paisajes por esta vía mientras circulo por ella, mi mente se traslada inevitablemente a épocas pasadas y en ese momento puedo sentirme como un legionario más que regresa a casa después de conquistar alguna nación europea. Acompañan a este pensamiento las montañas que encauzan la vía a través de un pequeño valle. Mi esposa e hija, que me conocen perfectamente, respetan con su silencio todas estas extrañas sensaciones que voy sintiendo.
Llegada a Roma. Después de circular unos 20 minutos por la Via Trionfale por dentro de la ciudad, me detengo a preguntar a una señora por la localización del Hospital Gemelli porque me resulta extraño no haber visto indicios del mismo ni de mi hotel. La señora, con la característica forma de ser de los romanos, me grita que el hospital está lejos, en el centro. ¡¡Ve al centro!! Me quedé flipado. ¿Al centro? Si pensé que incluso ya me había salido por la otra parte de la ciudad y resulta que aún la estaba empezando.
Pues dicho y hecho, no me compliqué más y después de dar mil vueltas y parar en docenas de semáforos llegué al centro, pero al centro, centro. Llegué por el norte hasta el Fiume Tevere (Río Tíber) y fui a caer a la altura del Castel Sant’Angelo. Cuando vi ese antiguo castillo junto al río sentí que había llegado a casa. Bajé del coche con la excusa de estirar las piernas y me sequé los ojos mientras respiraba profundamente y decía para mis adentros que no podía comportarme como una nenaza y pensé: Joder, si parece que estoy aquí obligado… A los pocos segundos entré nuevamente al coche y saqué mi pequeño portátil con la intención de buscar una WIFI en abierto para conectarme a Google Maps y ver qué camino seguir hasta el hotel. No sólo encontré una WIFI en abierto sino que había decenas de ellas. Me conecté y en menos de 10 minutos ya estaba a las puertas de mi hotel.
El Hotel Excel Roma Montemario 4* se encuentra en la cima de una colina junto al Hospital Gemelli. La colina Montemario es la que alberga en su cúspide las antenas de televisión de Roma. Cuando llegué al hotel me pareció un tanto siniestro. No es que fuera feo ni mucho menos pero el lugar donde estaba, el estilo clásico del edificio, el jardín cuyos enormes pinos cubrían todo y el camino desde la carretera hasta el hotel, le daban la apariencia del Castillo de Drácula. Una vez nos alojamos y conocimos la historia del hotel, ya nos pareció la mejor elección que pudimos hacer. El hotel fue construido en 1936 como un monasterio y posteriormente fue transformado en lo que es hoy. Fue remodelado completamente en 2008. Pagué por una triple con desayuno 59 euros por noche. El hotel está a 15 minutos de bus del centro de Roma y cuenta con WIFI gratis, una pequeña piscina y es el único hotel en el que he visto que el zumo de naranja es natural. Ni embotellado, ni de cartón, ni mezclado, ni leches… 100% natural y además en abundancia. Como pueden suponer, durante los días que estuve hospedado en el hotel superé con creces la CDR (Cantidad Diaria Recomendada) de Vitamina C.
Acomodamos nuestras pertenencias en el hotel y bajamos a recepción en busca de información. Los recepcionistas muy amables y simpáticos me facilitaron guía, plano e información de la ciudad y ante la pregunta de si bajar a la ciudad con el coche o caminando me respondieron que NO. Me indicaron que a 2 minutos estaba la parada del bus de línea nº 49 y me dejaba en el mismo centro sin complicaciones de aparcamiento ni largas caminatas. Pues dicho y hecho. Nos ponemos calzado cómodo y vamos a coger el bus que nos lleva al centro de Roma.
Primer inconveniente: Entro al autobús con un billete de 5 euros para pagar al conductor y éste que se encuentra aislado de los pasajeros mediante un cristal, supongo que blindado por la pinta, me dice que él no cobra y que los billetes hay que comprarlos en las tiendas. Le pregunto que dónde hay tiendas o máquinas que expidan billetes y me hace un gesto con la mano similar a “qué me estás contando chaval”. Me quedo con cara de gilipollas y mi mujer e hija ya sentadas dentro me miran a ver qué hacemos. Pues con dos cojones y un palito, como había leído bastante en el foro de que en Roma nadie pagaba el transporte público, decidí entrar y sentarme sin más, por el morro. El conductor pasó de mí totalmente y arrancó la marcha sin más. Se ve que eso lo hace todo el mundo y está acostumbrado.
Debo decir que la gente que estaba en el bus ni se inmutó, ni siquiera me miraban. A los pocos minutos de estar circulando, escucho entre toda la gente que había dentro, un idioma que me resultaba familiar; ¡¡Alguien hablaba en castellano!! Eran varios ciudadanos sudamericanos con ropa de trabajo, por lo que deduje que vivían en Roma. Les pregunté qué dónde se compraban los billetes y me dijeron amablemente que en cualquier tienda Tabacchi dónde además de tabaco, venden billetes sencillos y jornaleros de metro y bus. También me indicaron que no me preocupara porque en Roma nadie pagaba el transporte público y que en muy pocas ocasiones se sube un revisor a controlar los billetes.
Mirando por la ventana observo cómo enfrente de mí había una tienda Tabacchi y aprovechando que el bus se paraba y ante la incertidumbre del novato, decidí bajarme en la parada y comprar 3 billetes válidos por 24 horas en la tienda. Los billetes me costaron 12 euros (4 euros cada uno). Quince minutos después ya estábamos más tranquilos en otro autobús de la misma línea que nos llevaría al centro. Esta vez llevaba los billetes pero no los validé en las máquinas.
En definitiva, estuve con esos billetes circulando por toda Roma y en multitud de líneas de bus durante varios días sin validarlos. Me los traje de recuerdo a casa.
Plaza Cavour. Última parada del bus. Nos apeamos y casualmente nos quedan por la zona la Plaza de España, La Piazza del Popolo, Via del Corso, Mausoleo di Augusto…. Qué les voy a contar que no sepan ya sobre Roma. Estuvimos caminando por el casco histórico hasta que anocheció. A cada paso, en cada esquina me paraba y se me erizaban los pelos y pensaba en antiguas batallas y en vivencias que parecía haber tenido dos mil años antes….
Acabamos derrotados en la Piazza de San Pietro de la Città del Vaticano. Cenamos por la zona y nos marchamos al hotel. Mi mujer e hija se durmieron súbitamente por el cansancio pero yo no pude hacerlo hasta las 3 o 4 de la mañana debido a la emoción que sentía de estar donde estaba. Estuve toda la noche conectado a internet preparando la ruta del día siguiente .
Por la mañana fui el primero que se levantó y desperté al resto. Nueva ducha para refrescarse, frugal desayuno, ración extra de vitamina C y a la parada del bus. Ya no regresaríamos al hotel hasta pasadas las 8 de la tarde, cuando regresamos para ducharnos y volver a Roma en busca de un lugar donde cenar. Esta vez fuimos en el coche y después de cenar dimos un paseo por el barrio judío.
Ni que decir tiene que el momento en que vi la silueta del Coliseo desde lejos, me dio un vuelco el estómago y por poco me dan ganas de vomitar. Nunca me había sentido así de “sensible” por nada. Por un momento pensé que el paso siguiente sería pincharme bótox en la cara, silicona en los labios, comprarme unas gafas blancas de D&G y pedir trabajo en Sálvame de Telecinco, que es dónde trabajan todos los que van de ese rollo. Estaba acojonado, pero cuando miraba de espaldas a mi mujer me daba cuenta que aún me gustaban las mujeres. Menos mal.
Consejo mil veces repetido en el foro: No compren las entradas en el Coliseo porque pueden estar más de una hora en cola. La entrada para el Coliseo es la misma que la de los Foros Romanos y la del Palatino. De hecho la entrada para adultos cuesta 12 euros y se llama Palatino-Foros-Colosseo y da derecho a entrar en los tres lugares por el orden que quieras. Los estudiantes hasta los 18 años no pagan. Compren la entrada en la taquilla del Palatino que nunca hay nadie o a lo sumo 2 o 3 personas. En el Coliseo la cola era como de 45 minutos o más y me reí al saber de la ventaja que llevaba sobre todos los infortunados que guardaban cola, gracias a la información que había obtenido previamente de los foros de viajeros. Acudí a la taquilla del Palatino y en menos de 5 minutos ya tenía mis entradas. Para terminar de petarla, nos fuimos al Coliseo y entramos por el torno que hay disponible para aquellos que ya llevan las entradas en la mano. Había gente que nos miraba con cara de rabia y otros con cara de resignación.
No puedo explicar lo que significa el Coliseo para mí y mucho menos el estar allí dentro tocando y viendo todo aquello. En un momento de la visita me pareció hacer como el General Máximo Décimo Meridio en la película Gladiator cuando iba a comenzar una batalla, me agaché, cogí un puñado de tierra, la olí y la dejé caer entre mis dedos. Mi estado de emoción era bastante alto aunque nadie lo percibía. Viendo el estado en el que se encuentra el Coliseo hoy en día, resulta difícil imaginar que aquellas ruinas formaran parte de la suerte de millones de personas que combatieron en su arena durante medio milenio, pero si cerraba los ojos, podía escuchar perfectamente el crujir de las espadas contra los escudos. Una experiencia inolvidable, y por lo que ví, no sólo para mí sino para muchas de las personas que se encontraban allí.
Al llegar al Palatino y al bajar de éste en dirección a los Foros y comenzar a caminar a través de la Via Sacra, me sentí indudablemente en casa. Disfruté como un niño observando el Templo de Cástor y Pólux, el Templo de Rómulo, el Templo de Saturno, el Templo de Vesta, el Templo de Venus y Roma, la Basílica Emilia, la Basílica Julia, el Arco de Septimio Severo, el Arco de Tito, la Rostra (tribuna desde donde los políticos daban sus discursos a los ciudadanos romanos), la Curia Hostilia (sede del Senado), la Basílica de Majencio y Constantino, el Tabulario, el Templo de Antonino y Faustina, la Regia, el Templo de Vespasiano y Tito, el Templo de la Concordia, el Templo de Jano…
Me embargó una especial emoción al contemplar, lleno de flores frescas y notas manuscritas, el lugar donde fue incinerado el Emperador Julio César después de ser asesinado el 15 de marzo del año 44 antes de Cristo. No pude menos que presentarme ante él, mostrarle mi respeto y saludarle silenciosamente. Alguien que no ha sido olvidado y continúa siendo tan querido durante más de 2000 años se merece todo el respeto del mundo.
Julio César fue el que sentó las bases para las grandes reformas políticas, económicas y sociales que Roma necesitaba, creando un cuerpo de leyes que sería la base del Derecho Romano y legislando una reforma agraria para dar tierras públicas a las familias más pobres.
Julio César fue el que tardó 8 años en pacificar toda la Galia, combatiendo además a los germanos más allá del Rhin y a los británicos más allá del Canal de la Mancha, pero tras ocho durísimas campañas, pudo declarar ante el asombro del Senado y del Pueblo de Roma que toda la Galia estaba conquistada.
En esos ocho años, César había combatido ininterrumpidamente contra más de 3.000.000 de guerreros helvecios, galos, germanos y britanos. 1.000.000 de ellos murieron. 1.000.000 fueron hechos esclavos. 800 ciudades fueron conquistadas. 300 naciones sometidas.
Los efectivos romanos nunca superaron los 50.000 hombres.
Jamás en la Historia un general había conseguido un triunfo de tal magnitud.
Es obvio que por muchos milenos que pasen, un hombre así siempre será respetado y querido.
Un ejemplo universal de militar, político y regente de una nación. Si levantara la cabeza y viera lo que sucede hoy en la política, a buen seguro que le darían arcadas.
Durante los sucesivos días me moví asiduamente por toda Roma tanto en coche como en transporte público disfrutando y descubriendo lugares y rincones maravillosos. Y como no, disfrutando del tráfico romano. Una vez que conduces allí o en Nápoles ya estás preparado para conducir en cualquier lugar del mundo por caótico que sea.
Y llegó el día del Vaticano, la pequeña ciudad-estado más poderosa de la Tierra. Llegados a la Plaza de San Pedro hacemos una cola, que se movía rápidamente, para acceder al interior del templo. Por cada dos columnas del lado derecho hay un par de Carabinieri con un arco detector de metales y un escáner por el que todo aquel que entra al Vaticano debe pasar. Era como la zona de embarques de un aeropuerto pero al aire libre y bastante más grande.
Pasados estos lógicos controles de seguridad quedan por pasar los controles de índole “ética” y cristiana. A mi esposa y a mi hija (y a una veintena más de mujeres) no las dejaron pasar porque llevaban pantalones cortos un dedo por encima de la rodilla. Salimos de la cola y automáticamente se acerca a nosotros una paquistaní que nos ofrece por 5 euros unos pañuelos enormes para usarlos a modo de falda y poder cumplir con los requisitos de entrada a la Basílica. Como quiera que no era factible volver al hotel para cambiarse de ropa, compramos esos pañuelos y mi mujer e hija se los colocaron a modo de falda y logramos acceder sin problema al interior de la Basílica de San Pedro. Por lo que pude ver, son decenas sino, cientos de mujeres las que usan este método para poder burlar la estricta seguridad de la entrada. Una vez dentro se los quitan y los guardan en los bolsos.
Supongo que el Hummer negro que vi estacionado por la zona antes de entrar era de la paquistaní, porque a 5 euros cada pañuelo…
Me quedé asombrado de ver tanta maravilla junta, conseguida, almacenada, construida y conquistada a lo largo de dos milenios. He de decir que no profeso religión alguna pero aquello impacta y mucho. El Vaticano, sus museos y sus catacumbas me transportaron a la Edad Media y a la época de las Cruzadas, no obstante, gran parte de lo que veía fue conseguido en esa época bajo sangre y fuego.
Aconsejo subir a la Cúpula de San Pedro porque se tiene una vista espectacular de la ciudad de Roma y del propio Estado del Vaticano. Son varios centenares de escalones hasta llegar arriba pero merece la pena subirlos…Y pagarlos (4 euros).
Otra de las veces acudimos expresamente al Monte Aventino para ver la cerradura de la puerta de uno de los palacios que tiene la Orden Militar de los Caballeros de Malta en Roma. La plaza donde se encuentra esta puerta (Piazza dei Cavalieri di Malta), un conjunto armonioso y muy tranquilo puesto entre arboles y casas de lujo de la colina Aventino, fue realizada durante el siglo XVIII (1765) por uno de los artistas más famosos de aquella época: GiovanBattista Piranesi. Actualmente se encuentra custodiada por un grupo de soldados italianos armados.
La puerta es monumental y normalmente está siempre cerrada, pero afortunadamente dejan espiar a través de su cerradura y de pronto nos aparece algo increíble.
En una perspectiva perfecta hecha con plantas, árboles y flores, aparece desde lejos y por el medio, una pequeña fuente, que realmente es la imagen de la Cúpula de la Basílica de San Pedro.
No se trata de una ilusión ni tampoco de una escenografía teatral: es el jardín que los Caballeros durante siglos han embellecido disfrutando de una terraza natural, la de la misma colina, y teniendo como vista la Cúpula de Miguel Ángel.
La Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, más conocida como la Orden de los Caballeros de Malta, es una orden religiosa católica fundada en Jerusalén en el siglo XI por comerciantes amalfitanos. Nació dentro del marco de las cruzadas y desde un principio, junto a su actividad hospitalaria, desarrolló acciones militares contra los ejércitos musulmanes árabes, y más tarde también turcos. En la actualidad es reconocida internacionalmente por las naciones como un sujeto de Derecho internacional y pueden expedir pasaporte. Su sede central, que ha cambiado de sitio en varias ocasiones, se encuentra en Roma, en la Via dei Condotti cerca de la Plaza de España. Ese edificio y el Palacio del Aventino, que funciona como su embajada ante la Santa Sede e Italia, tienen estatuto de extraterritorialidad.
Resumiendo: Si miras a través de dicha cerradura te encontrarás en 3 países al mismo tiempo y sin moverte de dónde estás. Estás pisando en Italia y mirando hacia El Vaticano a través de Malta. Una curiosidad que recomiendo fehacientemente.
Durante un paseo por el Trastevere descubrimos un lugar excepcional y tremendamente barato para comer. El Ristorante Carlo Menta, Talevi Luigi e Luciano. Por 10 euros más la bebida, tienes a tu disposición el “menú turístico” compuesto de un entrante, un primer plato a elegir, un segundo plato a elegir y un postre casero a elegir. Ponen unas raciones bastante contundentes y es un lugar agradable y limpio. Tienen mesas dentro y en el exterior, bajo parasoles.
Aprovechando que estábamos en Roma, decidimos hacer la chorrada del día y acudir a sellar nuestro compromiso y el amor que nos tenemos poniendo como testigo al Tíber y colocando un candado en el Ponte Milvio con el nombre de los tres. Posteriormente, tal y como manda la tradición, tiramos las llaves al río.
Varios días después de recorrer Roma, continuamos nuestro periplo con la visita a Nápoles y al buque insignia de la arqueología italiana, Pompeya.
PD: Antes de ir a Roma no sabía lo que significaba ZTL (Zona Traffico Limitato- Zona de Tráfico Limitado). Ahora sí lo se.
Un año después de la visita aún continúan llegando a mi buzón las multas por entrar en esa zona en horas no permitidas. Ya tengo 5 en la colección, y la más barata es de 120 euros + 0.68 euros en concepto de gastos de envío de la multa desde Roma hasta mi casa. Como bien decían los galos en los cómics de Astérix y Obelix; SPQR no significaba para ellos Senatvs PopvlvsQve Romanvs (Pueblo y Senado de Roma) sino Sono Pazzi Questi Romani (Estos Romanos están Locos). La verdad es que están locos si creen que voy a pagar semejante robo.
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