Como ya he dicho anteriormente, el castillo de Neuschwanstein (Noisvastain, por si teneis que preguntar por él), era el objetivo de mi viaje. Tenía muchas espectativas sobre él, y no me defraudó en absoluto. Nuestra excursión salió de la Hauptbahnhof a las 8.30 en punto, auqnue tuvimos que estar antes más que nada para buscar el autobús de la excursión, ya que todos salen de allí y no quieríamos ir a parar a otro sitio... de modo que a las 8.15 subimos al autobús y una simpatiquísima señorita con gafas de belleza difusa, nos indicó muy amablemente dodnde podíamos sentarnos y que debíamos darle 15 euros por cabeza para las entradas de los dos castillos que íbamos a visitar. Ciertamente, mi objetivo inicial era solo ver uno de los castillos, y ver también el Linderhof no entraba en mis planes, pero se agradeció. Aviso importante para el viajero que quiera ir por libre al castillo de Neuschwanstein: Las entradas son limitadas, es decir, que puede que lleguemos al castillo y no haya entradas disponibles (en cuento se vende el cupo del día se cierran las taquillas), y además, exigen entrar a una hora concreta, y si el grupo de esa hora entra y nosotros no entramos con él, perdemos la entrada.
Antes de contar esta excursión, hay que decir que toda la zona de Baviera es atractiva en sí misma, tanto por los paisajes alpinos de un verde eléctrico, como por la contidad de pueblecitos pintorescos que la salpican, y por supuesto, por los palacios dejados por Luis II, el Rey Loco. La personalidad de Luis II quizás merezca una revisión, más que nada, porque si no se le entiende a él, es imposible entender lo que dejó. Si a alguien le aburren las biografías que se salte la parte en rojo Luis II era un rey al que nunca le gustó reinar. Subió al trono demasiado joven y con unas ideas demasiado románticas en la cabeza, que le hacían no prestar atención a sus deberes como monarca. Obsesionado con ser un monarca absolutista como lo reyes del XVII y del XVIII, pronto se desencantó con la época que le había tocado vivir. Poco a poco, se fue encerrando en sí mismo, y retirándose de la vida pública, hasta encerrarse en los castillos que había construído, dilapidando toda su fortuna y contrayendo deudas millonarias que quedaron sin pagar. Cuando quiso cambiar a su camarilla por negarse a darle más dinero, Luis fue encerrado en un sanatorio para declararlo incapacitado. Murió ahogado en el lago Stamberg al poco de salir del psiquiátrico, aunque todavía hoy no está claro lo que ocurrió... Melancólico, romántico... es por todo esto que se entiende la construcción de sus tres castillos, de los que solo vio terminado uno. Ahora sí, vayamos con la visita, no sin antes recordar a los amantes de la historia, la existencia del campo de concetración de Daschau, en las cercanía de Munich. Nosotros no lo visitamos. La excursión tenía como recorrido dos de los tres castillos de Luis II, y un pequeño pueblo que caía de camino. El castillo que no vimos es el Schloss Herrenchiemsee, un intento de copia de Versalles que mandó construir en la isla del mismo nombre en el lago Chiemsee. Digo intento, porque el rey se quedó sin un duro y las obras se interrumpieron con un único cuerpo del palacio construído y solo doce salas completadas (entre ellas la grandiosa Galería de los Espejos). La primera parada que hizo el autobús de la excursión fue en el palacio de Linderhof (este no entraba en mis planes de viaje). Por el camino, la guía que nos acompañaba nos iba contando cosas de Munich, del rey y de sus castillos, en un perfecto inglés (me sorprendí al entenderle prácticamente todo...). El Schloss Linderhof, situado en las inmediaciones de Oberammergau, en un paraje de gran belleza (con las montañas al fondo, todo verde...), fue el primer intento del rey de copiar Versalles, aunque se quedó en la casita del perro de Versalles, pues este palacio es infinitamente más pequeño que el francés, contando con un único cuerpo y nueve salas... gracias a lo cual, fue el único castillo que Luis II vio terminado. Eso sí, consiguió meter toda la decoración de oros y cristales de Versalles en esas nueve salas. Así, el interior del Linderhof es todo un derroche de terciopelo, oro y cristal.Rodeando el palacio se encuentras los jardines, también inspirados en Versalles pero a menor escala, con estatuas doradas, parterres de flores, fuentes y un templete clásico. Además, también se pueden visitar la Gruta de Venus, una gruta falsa, y el pabellón Morisco. De todas formas estuvimos tan poco tiempo aquí, que después de ver el palacio (en una visita guiada en inglés) y de hacer unas fotos por los jardines, volvimos al autobús. Por cierto, en el palacio no se pueden hacer fotos, aunque siempre se puede robar alguna...
El autobús continuó su ruta alpina hasta la cercana localidad de Oberammergau, a 13 kilómetros del Linderhof. Oberammergau esfamoso por tres cosas: Por las fachadas pintadas de muchas de sus casas, por su Pasió viviente que hacen cada 10 años, y por su marquetería.
Aquí estuvimos muy poco tiempo, pues solo nos pararon para comprar souvenires en una de las tiendas patrocinadoras de la empresa de la excursión... nosotros aprovechamos para hacer fotos... El autobús continuó su camino hasta Schwangau, una pequeña localidad cercana a Fussen conocida mundialmente por sus dos castillos. El primero es el Schloss Hohenschwangau, un castillo neogótico de fachada amarilla, cuya construcción empezó en el siglo XIX por orden del rey Maximiliano II, quien lo utilizó como residencia de verano. Luis II vivió aquí mucho tiempo, y fue desde aquí quem controlaba las obras del palacio que él mismo ordenó construir en este lugar, el Schloss Neuschwanstein. Este castillo se encuentra en un alto rodeado de vegetación y de las montañas de los Alpes. Se puede subir hasta él de varias maneras, andando, en carro o en autobús. El más cómodo es el último, más que nada porque hay que hacer mucha cola para coger los carros, y andando... pues hay un trechito, eso sí con cervecerías y tiendas de souvenirs por el camino... El autobús, además, nos deja en las proximidades del Marienbrucke, un pequeño puente a mil metros de altura desde donde se tienen las mejores vistas del castillo.
Antes de subir al castillo, pues teníamos la entrada a las 15.30, comimos en uno de los muchos restaurantes que hay abajo, donde ponen comida típica de la zona. Caro, pero no había muchas opciones.
Neuschwanstein, cuyas obras comenzaron en 1866, es el símbolo de la mentalidad romántica del rey. Se trata de un edificio neogótico nacido con un único objetivo estético, no funcional, en cuyo interior, el rey quiso llevar la vida ermitaña de los reyes medievales, aunque con todas las comodidades del siglo XIX... Su interior está decorado en estilos románico y gótico, imitando muchos edificios medievales alemanes, con una decoración policromada (sobretodo dorada) en la que se intercalan distintos cuadros alegóricos a las óperas de Wagner, como Tristán e Isolda, Parsifal y Lohengrin. En definitiva, todo un derroche que no llegó a terminarse, pues el rey murió antes. Las visitas son guiadas y no se pueden hacer fotos... Visto Neuschwanstein, el autobús volvió de vuelta a Munich.
Ya de vuelta en la ciudad, y con el sol del atardecer, nops dedicamos a dar un paseo por los alrededores de Marienplatz para hacer tiempo hasta la hora de cenar. Cenamos con nuestra cerveza en otro de los locales de la plaza, que menos mal que tenía sombrillas, porque empezó a llover sin previo aviso...
Antes de contar esta excursión, hay que decir que toda la zona de Baviera es atractiva en sí misma, tanto por los paisajes alpinos de un verde eléctrico, como por la contidad de pueblecitos pintorescos que la salpican, y por supuesto, por los palacios dejados por Luis II, el Rey Loco. La personalidad de Luis II quizás merezca una revisión, más que nada, porque si no se le entiende a él, es imposible entender lo que dejó. Si a alguien le aburren las biografías que se salte la parte en rojo Luis II era un rey al que nunca le gustó reinar. Subió al trono demasiado joven y con unas ideas demasiado románticas en la cabeza, que le hacían no prestar atención a sus deberes como monarca. Obsesionado con ser un monarca absolutista como lo reyes del XVII y del XVIII, pronto se desencantó con la época que le había tocado vivir. Poco a poco, se fue encerrando en sí mismo, y retirándose de la vida pública, hasta encerrarse en los castillos que había construído, dilapidando toda su fortuna y contrayendo deudas millonarias que quedaron sin pagar. Cuando quiso cambiar a su camarilla por negarse a darle más dinero, Luis fue encerrado en un sanatorio para declararlo incapacitado. Murió ahogado en el lago Stamberg al poco de salir del psiquiátrico, aunque todavía hoy no está claro lo que ocurrió... Melancólico, romántico... es por todo esto que se entiende la construcción de sus tres castillos, de los que solo vio terminado uno. Ahora sí, vayamos con la visita, no sin antes recordar a los amantes de la historia, la existencia del campo de concetración de Daschau, en las cercanía de Munich. Nosotros no lo visitamos. La excursión tenía como recorrido dos de los tres castillos de Luis II, y un pequeño pueblo que caía de camino. El castillo que no vimos es el Schloss Herrenchiemsee, un intento de copia de Versalles que mandó construir en la isla del mismo nombre en el lago Chiemsee. Digo intento, porque el rey se quedó sin un duro y las obras se interrumpieron con un único cuerpo del palacio construído y solo doce salas completadas (entre ellas la grandiosa Galería de los Espejos). La primera parada que hizo el autobús de la excursión fue en el palacio de Linderhof (este no entraba en mis planes de viaje). Por el camino, la guía que nos acompañaba nos iba contando cosas de Munich, del rey y de sus castillos, en un perfecto inglés (me sorprendí al entenderle prácticamente todo...). El Schloss Linderhof, situado en las inmediaciones de Oberammergau, en un paraje de gran belleza (con las montañas al fondo, todo verde...), fue el primer intento del rey de copiar Versalles, aunque se quedó en la casita del perro de Versalles, pues este palacio es infinitamente más pequeño que el francés, contando con un único cuerpo y nueve salas... gracias a lo cual, fue el único castillo que Luis II vio terminado. Eso sí, consiguió meter toda la decoración de oros y cristales de Versalles en esas nueve salas. Así, el interior del Linderhof es todo un derroche de terciopelo, oro y cristal.Rodeando el palacio se encuentras los jardines, también inspirados en Versalles pero a menor escala, con estatuas doradas, parterres de flores, fuentes y un templete clásico. Además, también se pueden visitar la Gruta de Venus, una gruta falsa, y el pabellón Morisco. De todas formas estuvimos tan poco tiempo aquí, que después de ver el palacio (en una visita guiada en inglés) y de hacer unas fotos por los jardines, volvimos al autobús. Por cierto, en el palacio no se pueden hacer fotos, aunque siempre se puede robar alguna...
El autobús continuó su ruta alpina hasta la cercana localidad de Oberammergau, a 13 kilómetros del Linderhof. Oberammergau esfamoso por tres cosas: Por las fachadas pintadas de muchas de sus casas, por su Pasió viviente que hacen cada 10 años, y por su marquetería.
Aquí estuvimos muy poco tiempo, pues solo nos pararon para comprar souvenires en una de las tiendas patrocinadoras de la empresa de la excursión... nosotros aprovechamos para hacer fotos... El autobús continuó su camino hasta Schwangau, una pequeña localidad cercana a Fussen conocida mundialmente por sus dos castillos. El primero es el Schloss Hohenschwangau, un castillo neogótico de fachada amarilla, cuya construcción empezó en el siglo XIX por orden del rey Maximiliano II, quien lo utilizó como residencia de verano. Luis II vivió aquí mucho tiempo, y fue desde aquí quem controlaba las obras del palacio que él mismo ordenó construir en este lugar, el Schloss Neuschwanstein. Este castillo se encuentra en un alto rodeado de vegetación y de las montañas de los Alpes. Se puede subir hasta él de varias maneras, andando, en carro o en autobús. El más cómodo es el último, más que nada porque hay que hacer mucha cola para coger los carros, y andando... pues hay un trechito, eso sí con cervecerías y tiendas de souvenirs por el camino... El autobús, además, nos deja en las proximidades del Marienbrucke, un pequeño puente a mil metros de altura desde donde se tienen las mejores vistas del castillo.
Antes de subir al castillo, pues teníamos la entrada a las 15.30, comimos en uno de los muchos restaurantes que hay abajo, donde ponen comida típica de la zona. Caro, pero no había muchas opciones.
Neuschwanstein, cuyas obras comenzaron en 1866, es el símbolo de la mentalidad romántica del rey. Se trata de un edificio neogótico nacido con un único objetivo estético, no funcional, en cuyo interior, el rey quiso llevar la vida ermitaña de los reyes medievales, aunque con todas las comodidades del siglo XIX... Su interior está decorado en estilos románico y gótico, imitando muchos edificios medievales alemanes, con una decoración policromada (sobretodo dorada) en la que se intercalan distintos cuadros alegóricos a las óperas de Wagner, como Tristán e Isolda, Parsifal y Lohengrin. En definitiva, todo un derroche que no llegó a terminarse, pues el rey murió antes. Las visitas son guiadas y no se pueden hacer fotos... Visto Neuschwanstein, el autobús volvió de vuelta a Munich.
Ya de vuelta en la ciudad, y con el sol del atardecer, nops dedicamos a dar un paseo por los alrededores de Marienplatz para hacer tiempo hasta la hora de cenar. Cenamos con nuestra cerveza en otro de los locales de la plaza, que menos mal que tenía sombrillas, porque empezó a llover sin previo aviso...