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Nos levantamos a las ocho y media. Como cada mañana iniciamos el día con el ritual de predicción meteorológica. El día había amanecido nublado y frío. Al menos no llovía. Desayunamos en la habitación las dos berlinas de fresa que habíamos comprado el día anterior y a la calle. A las nueve y media nos montábamos en el metro. Línea roja (Central), dos paradas, y salimos por Notting Hill Gate. Esa mañana la íbamos a dedicar a visitar el mercadillo de Portobello. Era sábado y lo veríamos en todo su esplendor.
No hizo falta salir de la estación para comprobar la multitud que cada sábado se pasa por ese mercado. El metro iba hasta los topes, y todo el mundo se bajó en la misma estación. ¡Menudo atasco!. Todo el mundo apelotonado junto a los tornos. Por suerte era gente civilizada, por lo que la salida aunque lenta, se realizó de manera ordenada y sin incidentes.
Lo más difícil al salir por primera vez de una estación es orientarse. Hacia adonde hay que ir, hacia la derecha, hacia la izquierda, de frente….. Aquí este problema no existe. Sólo hay que dejarse llevar por la marabunta. Todo el mundo va al mismo sitio.
El paseo se inicia en Pembridge Rd con las primeras casas de colores. ¡Pues si que son chulas!. También pasamos por delante del Kensington Temple. Llama la atención por el contraste entre la dureza del color gris de la piedra de la iglesia y los colores tan vivos de las fachadas de las casas. Y unos metros más adelante, a mano izquierda, se abre Portobello Rd. El mercadillo empieza justo en el límite de la calle. Hay que aprovechar el espacio. Y es que todo se limita a esa calle. A lo largo de la misma se suceden tiendas y más tiendas en ambas aceras, y en medio de la calle multitud de tenderetes. Tiendas de ropa, de antigüedades, de recuerdos, y alguna que otra de chismería variada. Parece cierto eso de que allí se puede encontrar de todo. O casi de todo.
Pero si algo realmente abundaba, era gente. Una animalada de gente concentrada en Portobello Rd. En las calles aledañas no había nadie. Estaban desiertas. Era algo rarísimo. En Portobello Rd había más gente que en el metro de Tokio en hora punta, y unos metros más allá no había nadie, el resto de calles estaban vacías.
El mercado en sí no nos entusiasmó. No le acabamos de pillar el punto. Y eso que lo recorrimos casi todo. Avanzamos, avanzamos y avanzamos, con la esperanza de que se acabase el mercado. Pero aquello parecía no tener fin. Perdí la referencia de donde estábamos. Cuando me quise dar cuenta estábamos pasando por debajo de una autovía o algo parecido. El mercadillo parecía terminar un poco más adelante.
En cambio la calle si que me pareció encantadora, con esas casitas tan inglesas con fachadas de colores por aquí y por allá. Y todas en perfecto estado, no vimos ni un solo desconchón. No había ni una sola que desentonase del conjunto. Precioso.
El problema de estos recorridos lineales, es que cuando llegas al final, tienes que deshacer lo andando para volver al punto inicial del recorrido. Como el mercado no nos había enamorado, optamos por dejar Portobello Rd y volver por Landsgrove Rd que corre paralela a aquella. A mitad del recorrido giramos en Elgin Crescent y de nuevo en Kensington Park Rd, para llegar de nuevo a la estación de Notting Hill Gate. Durante el camino de regreso, como no había nadie por allí, pudimos disfrutar también de las calles que la cruzaban. Calles muy agradables para pasear, pero sin el encanto de Portobello Rd. Y sobre todo tranquilas, incluso relajantes tras el estrés que supone el mercado.
La conclusión es que se trata de un barrio encantador, con una estrella prominente, Portobello Rd. Mi consejo es ir a verla cualquier día que no sea el sábado. Habrá mucha menos gente y la podréis disfrutar mucho más. Lo mejor son sus fachadas de diferentes colores. Y para disfrutar de ellas no son necesarios los tenderetes. De hecho casi mejor si no están. Pero sea el día que sea, no hay que dejar de verlo.
Volvimos al metro. Tomamos la línea amarilla (Circle), dos paradas, y trasbordo a la marrón (Bakerloo), una parada. Estábamos en Warwick Avenue. Una calle amplia y arbolada, con cierto parecido a Notting Hill, pero totalmente ajena al turismo. La sensación que nos dio es que pocos turistas se pierden por allí. Tiene su encanto, pero en Londres hay tantas cosas que ver, que se entiende perfectamente que este lugar quede un poco en segundo plano. De hecho nosotros no fuimos hasta allí para ver la avenida, sino porque era la estación más cercana a Little Venice, a la que llegamos tras un corto paseo.
Se trata de un pequeño lago en medio de la ciudad rodeado de árboles. Cuando digo rodeado de árboles, me refiero a una hilera de árboles. Que nadie piense que es un parque ni nada parecido. Lo que si abundan son las barcas. Las orillas están llenas de barcas. Llegan, sueltan un cargamento de turistas, vuelven a cargar y de nuevo a recorrer el canal. No está mal, tiene su punto. Pero no tanto como para ir hasta allí sólo para ver el laguito.
Si nos habíamos desplazado hasta allí era para darnos un paseíto en barca. Hay varias compañías que realizan el trayecto. Nosotros elegimos el Jason’s Canal Boat Trip. El precio del billete es de 8 GBP, pero con la London Pass es gratis. Dicho esto, supongo que no hace falta que os exponga el motivo por el que elegimos esa compañía. Llegamos a las 12, y la barca no salía hasta las 12:30. No nos daba tiempo de ir a comer, así que esperamos allí mismo. De pie. No había ni un triste barco para sentarse. Cuando llegamos había tres personas esperando. Cuando llegó la barca, ya había una veintena. La barca se llenó. Incluso una familia que llegó en el último momento no pudo subir a la barca, porque ya estaba llena.
Salimos puntuales a las doce y media. Lo de la puntualidad inglesa no es leyenda. Cuando íbamos a entrar en el canal para iniciar el recorrido, otra barca apareció por detrás de un islote. Iba directa hacia nosotros. No llegué a entender el por qué, pero ni ellos ni nosotros variamos el rumbo. Simplemente redujeron la velocidad y dejaron que las barcas chocaran. Parte de daños: pequeños arañazos laterales. Por fortuna no hubo que lamentar víctimas mortales.
Todo el canal está llenó de barcas atracadas a ambos lados. Las hay grandes, pequeñas, de todos los colores, unas en buen estado y otras que casi se hunden. Por lo que entendimos esas barcas son viviendas. Allí vive gente todo el año. Y vivir allí sale más caro que hacerlo en un piso. Por lo visto los impuestos por vivir en los canales son muy elevados. Que queréis que os diga, a mí eso de vivir en una barca en medio de un canal, pues como que no. Prefiero mi casita.
Junto al canal hay construidas unas mansiones de escándalo. Además parecía que se habían picado a ver quien la hacía más espectacular. Y más hortera y ostentosa. ¡Vaya chozas!. A continuación se atraviesa Regent Park. Puede parecer que darse un paseíto en barca por en medio del barco es todo un lujo. Pues todo lo contrario. Resultó muy decepcionante. Del parque, que queda a la derecha apenas se ve nada. Y a la izquierda se ven edificios sin ninguna gracia. También pasamos junto al zoo. Y tampoco vimos nada. Bueno sí, en la orilla izquierda tenían montada una especie de jaula gigante con redes. Algún pájaro vimos, pero poca cosa. El paseo termina junto a Camden Lock. De hecho la idea original era dar el paseo el día anterior, para después visitar el mercado de Camden. Pero había leído por algún lado que Jason’s empezaba los recorridos por el canal el primer sábado de abril. Por eso cambiamos los planes y fuimos el sábado en lugar del viernes. Una vez allí me dio la impresión de que si hubiéramos ido el viernes también hubiéramos encontrado la barca. ¡Pero que se le va hacer!
El trayecto duró unos 45 minutos. Durante el mismo, una guía nos fue explicando en inglés la historia del canal, curiosidades del mismo, y lo que íbamos viendo. Fue una de las pocas veces en que más o menos entendí lo que nos decían. Aún así no merece la pena. Lo poco que se ve no tiene interés. El paseo en barca tampoco tiene nada de encanto. Fuimos sentados en unas mini sillas muy incómodas, bastante apretados. Pasando un poco de frío. Y la visibilidad tampoco es muy buena. Sólo puedes ver cómodamente por el lado en el que estás sentado. Hacia delante con toda la gente que hay sentada no se ve nada. Y el toldo que hay encima de la barca tampoco facilita nada las cosas. Así que ya sabéis, mejor no perder el tiempo en Little Venice. Hay cosas mucho más interesantes que ver o que hacer. Fue todo un chasco.
De nuevo estábamos en Camden. La tentación de quedarnos a dar una vueltecita por allí era grande. Pero no, la vida del turista es muy dura y llena de sacrificios. Ya teníamos hora reservada en Covent Garden y no queríamos hacerle el feo de anular la cita ni de llegar tarde. Así que nos fuimos directos hacia el metro. Línea negra (Northern) y tras siete paradas nos bajamos en Charing Cross.
Un breve paseo y estábamos en Covent Garden. Llegamos por un lateral. Nada más verlo lo primer que me pasó por la cabeza fue ¡Este es el famoso Covent Garden, pues vaya, tampoco es para tanto!
Pero fue girar la esquina y cambiar rápidamente de opinión. Aquello era otra cosa. Si que era bonita la plaza, si. A la derecha el mercado. Un edificio de metal, con un aire modernista. A la izquierda un edificio de corte neoclásico, con su frontón triangular y unas elegantes columnas jónicas. En los otros dos laterales, la plaza quedaba cerrada por unos edificios que no desmerecían al conjunto. A mí personalmente me encanto ese lugar. Uno de esos lugares que te enamoran a primera vista. Lo tenía todo, un bonito escenario, y un ambiente fantástico. Una de las cosas de las que me arrepiento en este viaje, es de no haber vuelto más veces a Covent Garden.
La plaza estaba hasta la bandera. Había tanta gente que resultaba difícil abrirse paso. Debía de ser hora punta, ya que había dos corros con una multitud de gente viendo sendos espectáculos. No me preguntéis de qué iban, ni nos acercamos. En ese momento tuvimos que decidir entre alimentar el alma, o el estómago. Y optamos por lo último. Prácticos que somos.
Nos dirigimos hacia el interior de Covent Garden, y nos dedicamos a estudiar las diferentes opciones que se nos presentaban. Un chino, un indio, un thai, una hamburguesería. Lo de siempre. El punto exótico lo ponían dos paellas enormes que estaban cocinando en el piso inferior. La cola para coger un plato era enorme, lo que nos disuadió de intentarlo. Mejor dicho nos terminó de convencer, ya que eso de participar en una paella multitudinaria en Londres no nos acababa de convencer. No por lo de multitudinaria, sino porque aquello podía saber a cualquier cosa menos a paella.
No, nada de comida internacional. Ya era de que probásemos alguna de las delicias de la famosísima cocina inglesa. Frente a nosotros teníamos uno de sus platos más característicos, las Jacket Potatos. Una exquisitez con un complicado proceso de elaboración, en el que es indispensable un control casi milimétrico del punto de coción. Un plato que mezcla texturas, sabores y olores hasta obtener el equilibrio perfecto. Algunos de vosotros tal vez hayáis tenido la fortuna de probar este plato en alguna de sus variedades locales comúnmente conocidas como patatas al horno.
Pedimos dos patatas, una con queso y otra con salsa de pollo, acompañadas de una botella de agua grande. Nos pidieron 12 GBP. Barato si piensas que por ese precio comimos dos personas. Caro si analizas lo que comimos, dos patatas al horno. Barato teniendo en cuenta que estábamos en Londres y que nos quedamos llenos. Caro si piensas que comimos en un plato de plástico, compartiendo mesa con una pareja de desconocidos. Todavía no tengo claro si nos salió caro o barato. Prefiero no darle más vueltas.
Ahora en serio, que se puede esperar de un país en el que su plato más conocido son unas vulgares patatas al horno. Partiendo de este punto no es de extrañar que esta gente sea capaz de ponerle ketchup a la paella, que coman ese potingue llamado crema de cacahuete, o que llamen café a un vaso de agua turbia.
Y hablando de cafés y cortados, cuidado con lo que pedís. Podéis llevaros una desagradable sorpresa, o incluso peor, podéis acabar con una cagalera que os mantenga sentados en el trono una semana entera. Para instruiros os relataré la traumática historia de un amigo que lo pasó fatal intentando conseguir un café decente. Esta historia aconteció en un viaje de cinco días que nuestro amigo realizó a Londres recientemente.
Día uno, tras todo un día caminando, se acercó a la barra de un bar cualquiera y con mirada desafiante le soltó al camarero One coffee. Sencillo y claro. Algo que entendería hasta un niño de tres años. Sin embargo el camarero, no estaba dispuesto a ponérselo tan fácil, y en ese inglés ininteligible que usan los hijos de la gran bretaña, le preguntó vete tú a saber qué. La respuesta de nuestro amigo fue la típica respuesta de cualquier turista español cuando alguien se dirige a él en inglés, ¿eeeeeehhhhhhhh?, acompañada de una mirada de asombro dirigida a su pareja y a sus acompañantes buscando algo de apoyo. Una mirada muy expresiva que sin necesidad de decir nada, lanzaba una pregunta al aire, ¿qué dice este tío?.
Donde esperaba encontrar algo de comprensión, sólo encontró soledad. El vacío más absoluto. Nadie acudió en su auxilio. Lo único que obtuvo fueron caras que sin decir ni una palabra le dejaron claro, a mi no me mires. Uno desvió la mirada al suelo, el otro le dio la espalda e inició una conversación intrascendente con el que tenía al lado, un tercero sintió una necesidad irrefrenable de ir al baño. Hasta su propia pareja le dejó tirado junto a la barra y empezó a mirar las tartas que estaban expuestas en una vitrina. Algo muy sospechoso ya que seguía un régimen estricto desde hacía …....
Ahí se quedó nuestro amigo, solo ante el peligro. Mirando a ese camarero que le mantenía la mirada esperando una respuesta. Una situación incomoda de la que nuestro amigo solo supo salir repitiendo “One coffee, please”. Como si el camarero fuera su madre y le hubiera reñido por no pedir las cosas con educación. Muy típico de las madres eso de reñirte cuando eras pequeño, si cuando pedias algo no lo acompañabas de un “por favor”.
Sorprendentemente funcionó. El camarero se dio la vuelta y le sirvió un ……….. ¿café?. Nooooooo. Le puso delante un orinal enoooooorme, con un líquido negruzco en su interior.
¿Me lo bebo?. Por lo menos tenía que intentarlo. En esta vida hay que ser calientes y arriesgar. Además si lo sirven en un bar es porque debe ser apto para el consumo humano. ¡Vamos allá!. Azúcar, tres vueltas con la cucharilla, un trago largo con convicción, sin miedo. Por dios, ¿qué es esto? ¡¡¡Creía que estaba prohibido utilizar armas químicas contra la población civil!!!. Más azúcar y más vueltas con la cucharilla. Otro trago, éste más cortito que ya sabía lo que había en la taza. Con un gran esfuerzo consiguió disimular las náuseas. ¡Pero es que es esto!, pensó. No pasa nada. Puedo con esto y con cosas peores. Otro trago, ¡¡¡Qué asco!!!.
Día dos. Tras un nuevo día agotador ejerciendo de guiri, alguien del grupo tuvo una brillante idea. ¿Y si entramos en un bar y nos tomamos un cafelito?. Un nuevo bar, un camarero diferente, y sobre todo la experiencia acumulada el día anterior. Esta vez sabía que hacer. One coffee, small, please, al tiempo que con los dedos índice y pulgar de la mano derecha dibujaba una C diminuta, para que quedase claro el tamaño del café. Esta vez sí.
O casi. El camarero le volvió a enchufar el mismo líquido sospechoso del día anterior. Eso sí, en una tacita pequeña de café. Pero lo que más rabia le dio no fue que le volvieran a servir ese brebaje inmundo. Ni tener que volver a pasar por el mal trago de bebérselo. No, lo peor fue que en la mesa de al lado había una pareja tomándose un café de verdad. Con su cremita y todo. Se consoló pensando que al menos en esta ocasión no tendría que beberse un orinal de litro y medio.
Tercer día. Estuvo como ausente durante toda la jornada. Su obsesión, preparar una buena estrategia para cuando llegase el momento de tomar un café. Tras darle muchas vueltas llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era pedir un cortado.
Por fin llegó el momento de la verdad. One coffee with milk. Lo había meditado todo el día; había analizado todas las variables posibles. Todas menos una, que el camarero le soltará una parrafada en inglés. Todo lo que había estado preparando a lo largo del día se vino abajo. Se quedó bloqueado, sin saber que hacer ni que decir. Se limitó a encogerse de hombros y a mirar al camarero con cara de pasmado. El camarero, viendo que no obtendría ninguna respuesta de aquel pasmarote se dio media vuelta y le sirvió ……………. Otro orinal con ………, con una cosa ………. con una cosa de color marrón en su interior. Ante la perspectiva de tener que beberse aquello, nuestro amigó cayó presa del pánico. Le he pedido un cortado, un coffee with milk. Qué quiere, que me traiga a Juan Valdés y a una vaca para explicárselo. Este tío es tonto, no se entera de nada.
Una mano en el hombro le devolvió a la cruda realidad, mientras una voz le susurraba al oído de la manera más delicada posible, Cariño, creo que has pedido un café con leche, no un cortado. One coffee with milk es un café con leche, no es un cortado. Bueno, ya, sí, peroooooooooo ….………. Es igual, esto es una mierda y este tío es tonto. No sé lo que he dicho, pero esta claro que yo quería un cortado. Si hubiera estado en lo que tenía que estar se hubiera dado cuenta. Y con esas palabras dio por zanjado el tema. Sabía que la había cagado, pero no podía reconocerlo. ¡Antes la muerte!.
Y ahí estaba de nuevo, sentado en una mesa, rodeado de amigos, y con un cuenco tan grande como una bañera, lleno hasta los bordes de un brevaje marronuzco. Porque esa es otra, siempre llenan la taza hasta el borde. Como eso no se lo bebe ni dios, aprovechan cuando aparece un pardillo para darle salida.
Y encima tenía que beberse esa guarrada que le habían servido. Sólo de pensarlo ya se le revolvía el estómago. Aun así se la bebió. Con lo que cobran por ella como para dejarla.
Esa noche durmió fatal. Una mezcla de cansancio, de orgullo herido, y sobre todo las secuelas de tres días consecutivos bebiendo ese mejunje. Y por si aquello fuera poco, esa mañana se levanto con una tremenda congestión nasal. Lo que le faltaba.
Día cuatro. A la mañana siguiente los signos de deterioro físico eran más que evidentes. No se trataba sólo de la lógica descomposición intestinal derivada de la ingesta de lo que por allí llaman “café”. También eran las ojeras, la tez blanquecina, y un estado de abatimiento general.
Ese día no disfrutó de ninguna de las visitas que realizaron. Se pasó el día temiendo que llegará el fatídico momento en que alguien propusiera ir a tomar un café. Y llegó. Con la experiencia acumulada en los días anteriores, pidió al camarero One coffee with milk. Small, please. Y con los dedos le indicó el tamaño del cortado. Pequeño. Muy pequeño.
El camarero se acercó con una tacita. Un rayo de esperanza le iluminó los ojos ¿lo habría conseguido al fin?. Sus ilusiones se desvanecieron en cuanto el camarero le entregó la taza. “Small” si que lo era. Pero lo que contenía no era un cortado ni nada que se le pareciese. Otra vez ese maldito líquido. Eso sí, esta vez en una tacita de café.
Pagó con resignación, respiró hondo, y se sentó en un rincón con su tacita de ……….. de eso. Le dio vueltas con la cucharilla hasta marearlo. Ni tan siquiera podía recordar si le había puesto azúcar. Ya no le queda valor para beberse su “café”.
Día cinco. Nuestro amigo ya había aceptado su derrota. Como un alma en pena entró en el último bar de los que visitarían durante ese viaje. No tenía fuerzas para volverlo a intentar. Una taza de te.
Al levantarse para abandonar el local, vio entrar un grupo de españoles por la puerta. No le hizo falta oirlos hablar. Por el escándalo que armaban estaba claro que eran españoles Gritos, risas, y ruido, mucho ruido. Estaba claro que era su primer día y que todavía no habían tenido ningún encontronazo con el “café inglés”, No tardarían mucho en perder la alegría.
Al pasar junto a ellos no puedo evitar oir la conversación. En realidad no fue una conversación, tan solo dijeron una palabra, “Expresso”. ¿Qué es eso?. Se detuvo a sus espaldas atrapado por esa palabra mágica. Expresso. Y por fin la vio. Una taza de café, café, Con un dedo de crema, Y un olor embriagador. A café del bueno. El café con el que llevaba soñando desde hacía cinco días. ¡¡¡Un expresso!!!. ¡¡¡Por fin!!!.
En ese momento su mujer le sacó de su embelesamiento con un ligero tirón de brazos, tendríamos que irnos ya, el avión sale dentro de un par de horas, y todavía tenemos que llegar al aeropuerto. Por fin sabía lo que tenía que pedir, pero no tenía tiempo para saborearlo. Fue como nadar para acabar muriendo en la orilla. ¡Qué cruel!.
Amigos cafeteros, espero que esta historia os sirva de ayuda. Y ahora volvamos a Covent Garden. Mientras comíamos, empezó a sonar con fuerza un grupo que tocaba música clásica. No los veíamos ya que estaban en el piso inferior. Pero se oía claramente, y no sonaban nada mal. Nada más terminar las patatas nos dirigimos hacia las barandillas desde las que se veía el patio inferior. Y allí estaban los músicos. Seis individuos tocando instrumentos de cuerda, y dando un poco de espectáculo. Interpretaron varias piezas de música clásica. No tengo ni idea de cuales. No es que no me acuerde; que de hecho no me acuerdo; sino que no tengo ni idea de ese tipo de música. Así que podrían haber tocado cualquier cosa, que yo seguiría sin saber que piezas eran. Pero que sea un pelín ignorante no significa que no sepa apreciar lo bueno. Y ese grupo lo era. Y mucho. No sé si cometieron fallos en la ejecución. Lo que si que tengo claro es que sonaban de maravilla. Se notaba que eran gente que sabía tocar. Nada de aficionados.
Al terminar el mini concierto, se produjo una desbandada general. La gente salió huyendo como si se les hubiera aparecido el mismísimo diablo. No nos pareció justo. Por eso nos quedamos en nuestro palco esperando a que pasaran la gorra. Les echamos 1 GBP. Ya sé que no es mucho. Pero la cosa está muy mal y hay que tener cuidado con los gastos.
Acabamos de dar la vuelta por el mercado, y salimos de nuevo a la plaza. Allí había otro espectáculo. Parecía un humorista o un showman. Había mucha gente y por lo que se reían parecía que también era bastante bueno. Pero como no entendíamos ni papa, no nos detuvimos. Le echamos un último vistazo al mercado, a la plaza, y seguimos nuestro camino. King St, New Row St, y finalmente por Martin’s Lane St. Unas calles muy animadas y agradables. No es que tengan nada especial para ver, pero tienen su encanto. Ese encanto de las cosas sencillas y sin excesivas pretensiones.
Nuestro paseo nos había llevado de nuevo a Trafalgar Sq. Salió a recibirnos St. Martin’s in the Fields con su bonita fachada neoclásica de color blanquecino. Impresiona la altura de las columnas. Como estaba abierta, entramos para echar un vistazo. Pero el interior no estuvo a la altura de la fachada. No ……. Lo único que nos llamó la atención fue una vidriera que parecía deformarse, como si se estuviera fundiendo. Una de las curiosidades de esta iglesia es que hay un bar en la cripta. No bajamos, acabábamos de comer y no era cuestión de volver a sentarse. Tal vez nos perdimos lo mejor de la iglesia.
De nuevo en la calle, avanzamos unos metros por esa misma acera, para tener una mejor perspectiva de la plaza, del centro de Londres, de Trafalgar Sq. Pero no había manera. No hacían más que pasar coches y autobuses, que no nos dejaban disfrutar de la plaza. Menos mal que ese problema es de fácil solución. Sólo tuvimos que cruzar la calle y plantarnos en medio de la plaza. Sin coches ni autobuses.
Una plaza enorme, y muy, muy, muy bonita. El edificio de la National Gallery que cierra todo un lateral, es sin duda lo más interesante de la plaza. Y no sólo por la espectacular fachada. También por la cantidad de gente que siempre hay junto a la entrada. No sé si hacían cola para entrar o si simplemente estaban allí parados. Pero daba miedo acercarse.
Toda la plaza esta llena de gente. Es absolutamente imposible hacer una foto en la que no salga alguien por en medio. Mejor no volverse loco intentándolo. Es más, si sacáis alguna sin que se os cruce alguien por delante os podéis dar por satisfechos.
La otra estrella de la plaza es la columna de Nelson. Pues eso, una columna de piedra con una estatua del susodicho en la parte más alta. Esta bien, pero tampoco es para tanto. Me gustaron mucho más los cuatro leones negros que hay en la base.
Salimos de la plaza por la cara opuesta a la National Gallery. En esa zona, a mano derecha, se abre un rincón encantador, con la Canadian House En concreto salimos por Whitehall. Este nuevo paseo no hizo más que confirmar la impresión que tuve el día anterior. Es una calle preciosa. Si una palabra puede definirla es monumental. Volvimos a coincidir con un cambio de guardia montada en el Horse Guards Parade. Bueno, un mini cambio de guardia. Estábamos en la otra acera. Lo miramos un rato desde lejos, y seguimos nuestro camino. Siguen sin hacerme la más mínima gracia esos rituales militares. Me parecen absurdos.
Aprovechando que pasábamos por allí, decidimos entrar en la Banqueting House. El precio de la entrada es de 5 GBP, pero con la London Pass es gratis. Tenían audioguías pero no me fijé si eran gratis o si había que pagar. El recorrido empieza con el visionado de un documental sobre la historia del edificio. En inglés por supuesto. Así que ya os podéis imaginar que no perdimos ni un minuto en eso. Total para no entender nada. Nos fuimos directamente al primer piso a ver que maravillas escondía. Y descubrimos una maravilla, la sala de los banquetes. Amplísima y altísima. Con un techo decorado con frescos, y unas enormes lámparas de cristal colgando del mismo. Una verdadera maravilla. Y cuando digo una es una. No había nada más. ¿Esto es todo?, nos preguntábamos mientras bajábamos por la escalera. La habitación es chula, pero no tanto como para montar una atracción turística sólo con eso. Así que si tenéis la London Pass, y pasáis por allí, podéis pararos, no os llevará más de cinco minutos. Pero si tenéis que pagar la entrada, pasar de largo, no compensa.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Seguimos caminando por Whitehall hasta Westminster. Una vez allí bajamos al metro, tomamos la línea amarilla (Circle), y tras cuatro paradas aparecimos junto al Museo de Historia Natural. ¡¡¡Guau!!!. Es lo único que pude decir cuando el edificio apareció ante nuestros ojos. El edificio en si mismo es un espectáculo. Es un museo, pero podría ser perfectamente una catedral o un palacio. Tanto por sus dimensiones como por su aspecto exterior. De aspecto neogótico. Pero exagerado. Ventanas laminadas, rosetones, contrafuertes, y una altura tremenda. La fachada de un color entre marrón y gris. Aunque no se tenga intención de entrar a ver el interior del museo, hay que acercarse hasta allí para verlo por fuera. Es una visita ineludible.
Hay varias puertas de entrada. Para evitar que se formen unas colas demasiado largas, van distribuyendo a la gente enviándola hacia donde menos aglomeraciones hay. No tuvimos suerte, y nos enviaron hacia un lateral. Nos perdimos esa primera imagen de la que todo el mundo habla cuando se accede por la entrada principal. Por cierto la entrada es gratuita.
Aquello es enorme y para verlo entero y con cierto detenimiento se necesitaría una vida entera. Así que o lleváis el itinerario perfectamente estructurado y os centráis en los temas que más os interesan o simplemente hacéis como nosotros. Entráis y os dais un paseo sin seguir un orden y viendo lo que os va saliendo al paso. Mi consejo es que no os obsesionéis con verlo todo. Es imposible.
Nada más entrar empezamos a ver indicadores de diferentes colores. Zoología, botánica, el cuerpo humano, la tierra, y varias cosas más que no recuerdo. Sin saber como, acabamos en una serie de pasillos en los que exponían animales disecados. Osos, ciervos, lobos, y muchos otros. Tenían cualquier animal de cuatro patas que se os pase por la cabeza. Y si el que pensáis no estaba, seguro que había alguno de su familia. Un tío, un cuñado o un primo, aunque sea lejano.
Aunque lo que más abundaba, eran unos animalillos de pequeña estatura que poblaban los pasillos e impedían la libre circulación por los mismos. Niños de todas las edades, tamaños, colores y sabores, corriendo por todas partes. Arriba y abajo. Acompañados de sus correspondientes padres. Una marabunta de gente que llenaba los pasillos e impedía el paso. A veces hasta resultaba dificultoso ver las vitrinas.
Acabamos en la sala del mundo marino. Del techo colgaba una reproducción de una ballena y un esqueleto del animalito. Vaya bicharracos. Y en el suelo los grandes mamíferos, un elefante, un rinoceronte, un hipopótamo, una jirafa. El pasillo superior estaba dedicado a los mamíferos marinos. Delfines, morsas y otros bichos similares. Tas varios intentos fallidos buscando la salida de la sala, por fin conseguimos escapar de allí.
Empezábamos a entender como funcionaba aquello. Ya éramos capaces de orientarnos. Nos dirigimos al gran Hall central. ¡Impresionante!. Es impactante atravesar la puerta y encontrarse en medio de esa sala. Es realmente maravillosa. Lo mejor del museo con diferencia. Aunque sólo tenga una pieza expuesta. Pero que pieza. La reproducción de un esqueleto de diplodocus. Mira que es grande, pues resultaba pequeño al lado de la majestuosidad de la sala, de la espectacular escalera central.
Intenté hacerle una foto al esqueleto del dinosaurio. A todo el esqueleto, y resultó imposible. No hubo manera de meterlo todo en una foto. O le cortaba la cabeza, o la cola, o las dos cosas. Lo intenté desde todas las posiciones. Pero no cabía. Tuve que subir al nivel superior, para poder por fin sacar una foto en condiciones.
La cola para entrar en la exposición de los dinosaurios estaba allí mismo. Esa es la sección estrella del museo. Estábamos obligados a pasar por allí. A la cola pues. El susto vino cuando vimos un cartel que indicaba que nos faltaba una hora para acceder a la sala. ¡¡¡Una hora!!!. Qué locura. Casi salgo corriendo. Por suerte la cola empezó a avanzar, y en unos minutos llegamos al letrero de 30 minutos. No iba a ser tan grave como parecía en un principio. Tardamos una media horita en llegar a la puerta. Nada más entrar aparecieron los primeros esqueletos. Un buen aperitivo. Y una escalera para subir al nivel superior. Más concretamente a un pasillo elevado que se encuentra justo en mitad de la sala. La cosa consiste en que hay que ir avanzando por ese pasillo, viendo los esqueletos de los dinosaurios a ambos lados. La iluminación es muy tenue lo que le da un cierto aire de misterio que le viene muy bien a la exposición. Y las reproducciones de los esqueletos están muy bien logradas. Por ponerle un pero, hay tantísima gente apiñada recorriendo la pasarela, que llega a agobiar. No te puedes parar si no quieres morir aplastado por la multitud. Ni tampoco puedes pasar deprisa por los puntos menos interesantes. Tienes que dejarte llevar, apretujado, y a empujones. A pesar de eso merece la pena.
Al final de la pasarela se vuelve a descender al nivel del suelo, donde hay restos de huesos, y numerosos paneles explicativos sobre el tema. No os preocupéis están todos en inglés. No será necesario que perdáis el tiempo leyéndolos. Salvo que seáis unos tipos raros y sepáis inglés de verdad. Pero de verdad; no como lo sabemos la mayoría de los españolitos.
La salida se realiza por otra sala en la que nos sorprendió una reproducción de un T-Rex. No creo que fuese a tamaño real. En las películas parecen mucho más grandes. Pero estaba super bien logrado. El bicho movía el cuerpo, y estiraba la cabeza, para acabar con un rugido mientras abría la boca y enseñaba los dientes. Mejor no encontrarse con uno de esos en la calle.
Volvimos a Hall central. Mira que es chulo el jodido. La sensación al entrar por la puerta cada vez es la misma. Es muy, muy, muy bonito. Un nuevo recorrido circular con la vista para abarcarlo todo, incluido el esqueleto del dinosaurio. Y directos a la monumental escalera central. Desde allí las vistas del Hall son inmejorables. Es posible abarcar la enorme sala con una sola mirada. Merece la pena detenerse un minuto a media subida para disfrutar de esa perspectiva.
En la segunda planta, donde termina la escalera, hay un corte de secuoya. Tremendo. No recuerdo que anchura tenía, pero sí que era más alto que una persona. Buscábamos la zona dedicada a la tierra. En concreto el simulacro de terremoto. Pero no hubo manera. Subimos y bajamos varias veces las escaleras accesorias, pero lo único que vimos fue algún letrero indicador. Acabamos entrando en la sala de los minerales. Piedras y más piedras. De todos los colores y tamaños. Ordenaditas y clasificadas. Nunca me hubiera imaginado que hubiese tantos tipos de minerales. Pasamos rápidamente. No tenemos ni idea de minerales. Para nosotros una piedra es una piedra, y mil piedras son mil piedras. Todas nos parecen iguales. Donde si que nos detuvimos un ratito fue en la pequeña sala del fondo. La puerta metálica más gruesa que una pared, ya insinúa que allí guardan algo de valor. Más piedras, aunque en este caso talladas. Una bonita colección de piedras preciosas. Entre ellas algún pedrolo de dimensiones considerables. Muy interesante. Tuve que sacar de allí a mi mujer a empujones. Se negaba a irse sin un recuerdo. Una piedra original a ser posible.
Volvimos a atravesar la sala de llena de minerales. Más rápido que a la ida si cabe. Sin saber como terminamos en la zona de los pájaros. No prestamos demasiada atención. Simplemente íbamos avanzando echando una ojeada rápida a lo que tenían expuesto, como si no fuera con nosotros. Hay tantas cosas que uno acaba saturado.
No había tiempo para más. Salimos a la calle antes de que nos echaran a patadas. De camino al metro pasamos por delante del Victoria & Albert Museum. Poco puedo decir de este museo ya que sólo pasamos por delante. A esas horas ya estaba cerrado. Y aunque hubiera estado abierto, tampoco hubiéramos entrado.
Tomamos la línea amarilla (Circle). 2 paradas y trasbordo a la línea azul (Victoria). 2 paradas más y bajamos en Oxford Circus. El resto de la tarde la dedicamos a pasear por Oxford St. O mejor dicho a ir de tiendas por Oxford St. Es el pequeño sacrificio que tengo que hacer cuando vamos de viaje. Al fin y al cabo mi mujer también viene de viaje y tiene derecho a que hagamos algo de su gusto. A toro pasado tengo que reconocer que la calle es agradable. Hasta podría decirse que bonita. Pero en aquel momento yo sólo veía tiendas y gente. Gente y tiendas. Y una calle interminable, que no tenía fin. Larguísima. Llegamos caminando hasta Marble Arch. Y no de una tirada sino a ritmo de compras con todo lo que ello conlleva. Una pesadilla para mis pies. Y total para nada. Ese día mi mujer no estaba inspirada y no compró nada. Si alguien me lo hubiera dicho antes, no me lo habría creído. Lo único positivo de todo esto fueron las dos crepes de chocolate (6 GBP) que nos comimos a la vuelta. Sí, os lo podéis creer no sólo fuimos andando de Oxford Circus a Marble Arch. También volvimos de la misma manera. Todos hacemos tonterías, no.
Bajamos un rato por Regents St. A esas alturas ya no sentía los pies. No tenía ni fuerzas para levantar la vista. Y mi mujer no estaba mucho mejor. Vimos un Nero (los hay por todas partes), y nos metimos dentro. Tomamos un café y un chocolate (3’75 GBP) bastante buenos; y sobre, todo nos sentamos un buen rato. No habíamos cenado, pero entre las crepes, el chocolate y alguna cosilla más cayó, no teníamos hambre. Cuando salimos ya era de noche. A esas horas sólo se pueden hacer dos cosas. O ir a cenar, descartado porque no teníamos hambre; o ir a pasear, también descartado porque no teníamos los pies en condiciones. Así que directos al metro. Línea roja (Central), y tras tres paradas llegábamos al hotel. Eran las 9 de la noche.
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