5 DIAS DE ABRIL DE 2012 POR LONDRES (SEMANA SANTA) ✏️ Blogs de Reino Unido

Londres, ese viaje tantas veces aplazado. Está ahí al lado, y es fácil encontrar billetes baratos. Y con esas lo íbamos pasando un año, y otro, y otro. Pero se nos acabaron las excusas. Y sobre todo, concurrieron varias circunstancias que nos encaminaron hacia la City. La más importante, sólo disponíamos de cinco días, y queríamos aprovechar el tiempo al máximo. Por eso elegimos un destino con vuelos directos sin escalas. Y qué mejor lugar que Londres, con una amplia oferta de compañías low cost ofreciendo vuelos a precios de ganga. O quizás no tanto, pero baratos al fin y al cabo.
Tras mirar y remirar en las páginas de las diferentes compañías, y en todos los comparadores de vuelos que se me pusieron por delante, la opción que nos ofreció una mejor relación precio / horario fue Easyjet. Entrada por Gatwick, y salida por Stanted, 166 € dos personas. 41’50 € por persona y trayecto. Eso si, sin maletas, sin seguros, sin fast boarding, y sin na de na. No es la mayor ganga jamás ofertada, pero tampoco es un mal precio, sobre todo teniendo en cuenta las fechas, en plena Semana Santa.
El vuelo con destino a Gatwick salió a las 09:45, con diez minutos de retraso. Nada preocupante si a los mandos del avión se sienta un primo de Fitipaldi. No sólo recuperó el tiempo perdido, sino que además le ganó quince minutos a la hora prevista de llegada. Un fenómeno. A las once menos diez nos soltaba en la terminal del aeropuerto.
Aquí empezó nuestro periplo por el aeropuerto de Gatwick. Primero un largo paseo por la terminal. Tan largo, que por momentos pensé que llegaríamos andando al centro de Londres. Pero antes teníamos que pasar el control de pasaportes. En ese momento entendí porque la gente corría por los pasillos. ¡Menudas colas!. Eso son colas, y no la de Nacho Vi….. Perdón, se me ha ido la olla; y no la cola del paro. Por suerte las colas avanzaban con bastante rapidez. Por lo visto no se esperaba a ningún terrorista ese día.
Pasamos el control sin problemas, y a la calle. Siguente paso, tomar el shuttle que nos llevaría a la terminal sur. Salen cada dos minutos, por lo que no hay que estar pendientes de los horarios. En unos pocos minutos se plantó en la terminal sur, muy cerca de la estación de tren.
Habíamos comprado por internet los billetes de tren hasta la estación Victoria. Los más baratos que encontramos. Con Southern, por 6 GBP los dos billetes, con salida a las 11:56. Nos dirigimos directamente a las máquinas expendedoras. Tras unos momentos iniciales de dudas, descubrimos que se podía cambiar el idioma. Elegimos uno al azar, a lo loco. No sé por ejemplo éste, el español. No me preguntéis por qué. Podríamos haber elegido cualquier otro, pero no elegimos el español, así, a lo loco. Introdujimos en la máquina la tarjeta de crédito con la que habíamos pagado los billetes, y nos soltó 5 tarjetas de cartón. Si, 5. Dos para pasar por los tornos, dos como justificante y una a modo de resumen. ¡¡¡Vaya lío!!!. No os podéis ni imaginar lo que nos costó entenderlo. Sólo nos faltaba buscar el andén y esperar el tren. A las 11:35 por fin podíamos respirar tranquilos. Habíamos tardado 45 minutos en llegar hasta allí. Menos mal que el avión llegó con un poco de adelanto, porque sino los 50 minutos que nos habíamos reservado para hacer ese trayecto nos hubieran venido muy justitos.
Por el andén van pasando trenes cada pocos minutos. ¿Y cual es mi tren?, ¿Cómo puedo saber a cual tengo que subir? Lo primero que me pasó por la cabeza fue, “seguro que la cagamos y acabamos en Edimburgo”. Tranquilos, no que no cunda el pánico. Todo resulta muy sencillo. Unos letreros indican el orden en el que irán llegando los trenes. Basta con saber contar. En nuestro caso era el 3. Así que dejamos pasar dos trenes, nos subirnos al tercero, y tras dos paradas (East Croydon y Clapham Junction) y 35 minutos llegamos a Victory Station. Ya podíamos decir oficialmente que estábamos en Londres.
El Hall de la estación era un caos. Gente por todas partes, caminando en todas direcciones. Gente de lo más variopinto. Rastas, encorbatados, minifaldas, burkas. Gente de todas las razas, colores y sabores. Un sitio sorprendente, perfecto para pasar un rato agradable disfrutando del ambiente y de sus contrastes. Por eso decidimos sentarnos y empezar a hacernos una idea de lo que nos íbamos a encontrar en los próximos cinco días. Elegimos un chiringuito donde servían comida mejicana, “Mi Casa”. Pedimos dos burritos (uno de pollo y otro de ternera), unos nachos y un agua pequeña. Nos cobraron 16`35 GBP. Analizando con frialdad lo que íbamos a comer, resulta caro. Pero si tenemos en cuenta que estábamos en Londres, puede llegar a parecer hasta barato.
Nos sentamos en un banco en medio del Hall y a disfrutar del espectáculo y de la comida. Aunque disfrutar, disfrutar, lo que se dice disfrutar, sólo disfrutamos del espectáculo. Los burritos no eran gran cosa. Culinariamente hablando, en cuestión de tamaño no había nada que objetar. ¿Por qué será que vuelve a la memoria la imagen de Nacho Vidal?. Al segundo bocado mi mujer ya me había empaquetado el suyo y se fue a comprar un sándwich de atún que le costó 3 GBP. A veces me entra complejo de cubo de basura. Todo lo que no le gusta a mi mujer me lo acabo comiendo yo. Una vez intenté cambiar la dirección del proceso, y que mi mujer se comiese lo que yo no quería. La cosa no resultó nada bien. No creo que sea necesario entrar en detalles; todos sabéis de lo que hablo. Que quede claro que digo todos y no todas. Lo que no puedo negar es que los burritos eran consistentes. No fui capaz de acabarme el segundo. Y eso es algo que me ha pasado muy pocas veces.
Habíamos cumplido con nuestra primera obligación en tierras inglesas, llenar el buche. Tocaba ir a por la segunda, la Travelcard. Nos acercamos a las ventanillas de venta de la estación. Tremenda cola. Perder el tiempo en una cola durante un viaje me pone histérico. No podía empezar el viaje así. La alternativa eran las máquinas expendedoras que había al lado. Pero no nos convencieron. En inglés. No daban cambio. Y con gente esperando detrás metiendo presión. Todavía no estábamos preparados para eso.
No tuve dudas de lo que había que hacer. Bajar al metro y comprar la tarjetita allí. Una idea brillante. Al menos hasta que entramos en la estación de metro. Estaba hasta los topes de gente. Y las colas en las taquillas eran todavía más largas. La idea genial se había convertido en una cagada monumental. Volvimos a desechar las máquinas expendedoras, y nos dispusimos a hacer cola frente a las taquillas. ¡¡¡Mi peor pesadilla hecha realidad!!!. 30 minutos tirados haciendo cola en una estación de metro. Y toda esta gente, ¿no se daba cuenta de que tenía prisa? Me podrían haber dejado pasar. Pero no. ¡¡¡Egoístas!!!. Total. para lo que tenían que hacer ellos. Ir a trabajar, ir al médico, ir a recoger al niño al cole. ¡¡¡Vaaaahhh, tonterías y asuntos sin importancia!!!. Lo mío si que era urgente. Estaba de vacaciones y tenía que ir a ver muchísimas cosas. Si seguía perdiendo el tiempo en esta cola no iba a llegar por todo.
Al final fueron 30 minutos de reloj, que a mi me parecieron más de dos horas. Por lo menos, la cola estaba organizada. Nada de gente empujando o intentando colarse. Y al ser cola única, nos ahorramos esa angustiosa sensación de haber elegido la más lenta. La rabia que da ver como todas las demás colas avanzan a toda velocidad mientras que la propia, no se mueve. Y si por un casual, decides cambiar, peor. La antigua cola se descongestiona, y el atasco pasa la nueva. Cuantas más veces se cambia de cola, peor.
Por fin llegó nuestro turno. En la ventanilla nos esperaba un señor de mediana edad. Sabía que no había Travelcards de 5 días, pero aún así se la pedí. Esperaba que me dijera que eso no era posible y que después me ilustrara con las diferentes posibilidades de tarjetas, duraciones, precios, …. Vamos, que me dijera que nos convenía más. Pero no. Se limitó a decirme que de cinco días no había, que sólo había de uno o de siete días. Y se quedó mirándonos. Sin decir nada. Como nosotros, que nos quedamos en silencio esperando un milagro. Supongo que pensó que los dos individuos que tenía delante, o sea nosotros, eran tontos. Y muy desencaminado no iba.
El taquillero no estaba por la labor, y yo ya empezaba a notar como las miradas de la gente que esperaba en la cola me taladraban el cogote. Me entraron las prisas. Le pedí dos Travelcards de una semana. No le pregunté ni el precio. La cuestión era acabar con aquello lo más rápido posible.
Pagamos 68,40 GBP; 29,20 GBP por cada tarjeta, más dos depósitos de 5 GBP. Nos entregaron dos tarjetas azules, dos Oyster, con su funda de plástico y todo. Por lo visto las Travelcard no existen físicamente, las entregan dentro de una Oyster. El depósito se recupera al devolver la tarjeta.
El siguiente paso era adentrarnos en las entrañas del metro e intentar orientarnos. Y la verdad, resultó muy fácil. Hasta para nosotros que carecemos del más mínimo sentido de la orientación. Sobre todo mi mujer. Como siempre le digo, algún día se perderá dentro de nuestra propia casa y tendremos que montar un dispositivo de búsqueda para rescatarla. (un beso cariño, ya sabes que te quiero mucho).
Tomamos la línea azul (Victoria). Dos paradas y trasbordo a la línea roja (Central). Otras tres paradas y ya estábamos en la parada de Lancaster Gate, justo enfrente de Hyde Park. ¿Y el hotel?. Debería estar aquí mismo. Pues va a ser que no. Y ahora qué, ¿hacia donde tiramos?. Nos dirigimos al cruce más cercano, y nada más doblar la esquina vimos el letrero. A menos de 100 metros de la parada de metro. Perfecto.
Habíamos reservado 5 noches en el Hotel Lancaster London, al precio de 95 GBP la noche. Solo alojamiento, sin desayuno. Un hotel muy bueno, un cuatro estrellas en toda regla. Un poco caro para nosotros, pero mereció la pena. Habitaciones amplias. Baño en perfecto estado. Y sobre todo, una ubicación fantástica, justo enfrente de Hyde Park. En resumen, muy buen hotel. Aprovechamos una oferta fantástica de Booking que sólo duró unas horas. El precio normal rondaba las 150 GBP.
Eran casi las dos cuando llegamos al hotel. Y aún así la habitación no estaba lista. La que si que tenían lista era una habitación superior, que no dudaron en ofrecernos. Sólo 60 GBP más diarios. ¡¡¡Casi nada!!! Pero no veis que somos turistas cutres, de bajo presupuesto. Como tales rechazamos la oferta inmediatamente. Ya habíamos hecho un exceso pagando las 95 GBP diarias como para sumarle 60 más.
Como la habitación no estaba lista, dejamos las mochilas en la consigna y otra vez a la calle. Línea roja (Central). Dos paradas. Trasbordo a la línea gris (Jubilee). Otras dos paradas hasta Westminster y a la calle.

BIG BEN

Allí nos esperaba el Big Ben. Que mejor manera de empezar a conocer Londres que por su monumento más emblemático. ¿Bonito?. Yo no diría tanto, lo dejaría en que no está mal. Eso sí, lo tienen impecable; el reloj brilla como si fuera nuevo. Seguro que le pasan el abrillantador cada noche antes de que lleguen las hordas de turistas. Pero todo eso es lo de menos. Lo realmente interesante es lo que significa. Estar allí delante quería decir que estábamos en Londres. ¡¡¡Genial!!!.
Por cierto, es mucho más grande de lo que me lo había imaginado.

HOUSE OF PARLIAMENT

La idea era visitar Westminster Abbey. Estaba allí mismo, pero, ¿hacía dónde?. A la derecha, a la izquierda. Que se yo. Y como dice el refrán, ante la duda, la más tetada. Traducido, ante la duda, al edificio más grande. Como no podía ser de otra manera, nos equivocamos. ¡Como cada vez que elegimos al azar!. Por lo menos esta vez la equivocación tuvo recompensa. Nos dimos un paseito por delante de las House of Parliament. Muy llamativas. Un neogótico muy recargado, muy ostentoso. Quizás demasiado. Tanto que las hacen parecer un tanto artificial. Al menos a primera vista. Con los días, a medida que las volvía a ver, cada vez me parecían más normalitas, menos excesivas. Me fui acostumbrando a ellas a base de verlas. Y así llegué a descubrir su encanto. Pasé de la noche al día; de un pequeño horror a un ligero enamoramiento. Tengo que reconocerlo, el conjunto del Big Ben y las Casas del Parlamento se convirtieron en una de las imágenes que mejor recuerdo me dejaron de mi visita a Londres. ¡¡Vaya novedad!!, como al 99% de los turistas que viajan a Londres.
Vale, muy bien, muy bonito. Pero eso podíamos verlo más tarde. Lo que nos urgía era entrar encontrar la Westminster Abbey antes de que cerraran a las a las 15:30. Pero la dichosa abadía no aparecía por ningún lado. Puede parecer imposible hacer desaparecer toda una abadía a plena luz del día. Pues nosotros lo conseguimos. Ni David Copperfield lo hubiera hecho mejor. Un truco de ese nivel está al alcance de muy pocos. Lo hicimos tan bien que para que volviera a aparecer la abadía tuvimos que recurrir a la ayuda de unos policías que andaban por allí.
Gentilmente nos indicaron donde estaba la abadía. Enfrente. Sólo teníamos que cruzar la calle, y allí estaba la entrada al recinto. Los dos policías todavía se están preguntando quienes eran aquellos dos torpes que estaban delante de la Westminster Abbey y no eran capaces de verla. De hecho, pasamos por el mismo sitio al cabo de un par de días y todavía se estaban riendo de nosotros.
Cruzamos el jardín, y nos pusimos en la cola. No más de quince personas. En cinco minutos ya estábamos entrando. La entrada son 16 GBP por persona, pero con la London Pass no pagamos. El precio de la entrada incluye una audioguía gratis. Nos armamos con una cada uno, y para adentro.

WESTMINSTER ABBEY

Lo primero que nos llamó la atención fueron sus dimensiones. Es enorme. Laaaaaaaaarga, y sobre todo, aaaaaaaaaaaalta. La sensación de elevación es tremenda. Y todo impecable, sin una mancha, sin el más mínimo deterioro, en perfecto estado de conservación. Parecía que la habían terminado hacía menos de una semana.
En cuanto descendimos de las alturas entendimos porque la habían hecho tan grande. Para poder meter todas aquellas tumbas. La de gente que tienen enterrada allí dentro. Reyes, príncipes, escritores, actores, científicos, políticos, filósofos, a la vecina del quinto, al primo de Cuenca, a uno que se cayó en una tumba y allí se quedó. En Inglaterra no eres nadie si no te entierran allí.
A este paso pronto se van a quedar sin espacio para meter más muertos. Las paredes están llenas de lápidas. En el suelo todo son tumbas. Y las estatuas no son más que sarcófagos de piedra. Aprovechan cualquier rincón para colocar a una celebridad. Por cierto en las paredes no creáis que se limitan a dejarlas a baja altura. Suben y suben y suben. Según una leyenda más de uno ha conseguido entrar en el cielo sin salir de la tumba.
Lo que es innegable es que es un lugar encantador. Precioso. Una auténtica maravilla. Si las naves impresionan por su altura, el resto lo hace por su decoración. Si tuviera que destacar algo me quedaría con dos puntos, la cúpula y la Lady Chapel. Siempre me han encantado las cúpulas. Me parecen un milagro, y más cuando se levantan enormes y majestuosa como ésta. No pude evitar ponerme debajo y levantar la vista para disfrutar de los frescos que la decoraban. Me quedé allí, girando sobre mi mismo para ver todos los detalles, hasta que el cuello me dijo basta.
Y que decir de la Lady Chapel, ¡¡¡una verdadera maravilla!!!. Si una palabra la define es exuberancia. Que profusión de detalles. No hay ni un solo pedazo de pared virgen. Todo está tallado, decorado. Y a pesar de lo recargado que resulta, está hecho con gusto. Es la principal atracción de la abadía y no defrauda.

WESTMINSTER ABBEY

Anexos a la abadía hay dos claustros. Por si solos no serían nada especial. Su encanto radica en la serenidad que transmiten en contraste con el interior. Eso los hace especiales y hace que recorrerlos resulte muy agradable.
La visita duró una hora y media. Sin paradas. Difícilmente podrá hacerse la visita en menos tiempo. No nos entretuvimos en los detalles. En la audioguía sólo escuchamos algunos fragmentos, obviando numerosas explicaciones. Por decirlo de una manera más sencilla, hicimos la visita cagando leches. Y aun así tardamos una hora y media. A poco que os detengáis un poco se os irán unas cuantas horas sin daros cuenta.

METHODIST CENTRAL HALL

Una visita indispensable. Un lugar que todo el mundo debería visitar. No hay excusa para no ir a verla. Ni el precio, ni los horarios, ni que no se es creyente. Excusas de mal pagador. ¡Hay que visitarla por dentro, y punto!.
Salimos por la zona de Sanctuary a una bonita plaza, por la que debe de ser la entrada principal a la abadía. A la derecha el Methodist Central Hall, y a la izquierda la Church House.
La idea era acercarnos hasta Buckingham Palace. El camino más corto es tomar por Tornhill St y seguir por Petty France. Dos calles sin ningún encanto. Seamos claros, feas de narices. De pasada aprovechamos para ver las Wellington Barracks. Aquello si que es feo. Pero feo, feo, feo. Un mamotreto de cemento. Horrible.
No tardamos mucho en llegar a Buckingham Palace. Exactamente a un lateral del palacio. La fachada estaba a la derecha. Pero antes teníamos una visita pendiente, el Royal Mews. Para llegar al museo teníamos que desviarnos hacia la izquierda, por lo que dejamos Buckingham Palace para más tarde. Bordeamos la tapia del palacio pasando por delante de la Queens Gallery y en unos pocos minutos llegamos a nuestro destino. El precio de la entrada es de 8’25 GBP, pero como está incluido en la London Pass, no pagamos. Cierra a las 17:00 siendo la última entrada a las 16:15.

ROYAL MEWS

En la entrada hay más medidas de seguridad que en un aeropuerto. Nada más pasar hay un pequeño establo, con dos caballos. Limpios, brillantes, más blancos que la nieve. De ahí se sale a un patio, en el que unos cordones indican el camino a seguir. Se recorren dos laterales con pequeñas salas con un carruaje en cada una. Muy bonitos. Y como todo en Londres, impecables, como si los acabasen de lacar o de darles brillo. Por poner un pero a la visita, no hay muchos carros, en total no creo que llegasen a diez. Y todos se parecen. Si no te paras a observar los detalles se podría decir que son el mismo carruaje. Es una lástima, nos quedamos con ganas de más. Anda mira, eso no se le dijeron nunca a Nacho Vidal, ¡Qué obsesión, Dios mío!.
Al final del paseo por el patio, se accede de nuevo al interior del edificio. Allí es donde está la estrella del museo, una carroza dorada tirada por seis caballos. Espectacular. No tiene nada que ver con el resto de carruajes que tienen expuestos. Hasta la reproducción de los caballos y de los cocheros es perfecta. Muy bonito. A continuación se atraviesan dos establos. Esta vez sin caballos. En su lugar tienen carros pequeños. También hay una sala con arneses y chismes varios. Se sale nuevamente al patio y se vuelve por el mismo pasillo para salir por el mismo lugar por donde se ha entrado.

ROYAL MEWS

Los carruajes son bonitos, y están impecables. Y el último tramo, con la carroza dorada y los establos es muy chulo. Pero para nuestro gusto le falta un poco. Un par de carruajes más, o no se que. Lo que sea, pero falta algo. Por eso no lo calificaría como visita indispensable. Pero si se dispone de tiempo, tampoco está mal darse una vuelta por allí adentro.
Ahora sí, a por la fachada principal del palacio real. La fachada lateral carece de encanto. No es que sea cutre, pero tampoco tiene nada de especial. Por no haber no hay ni guardas uniformados. La vigilancia la realizan policías normales. Bobbys de toda la vida.

BUCKINGHAM PALACE

La fachada principal ya es otra cosa. A ver como la definiría yo. Pues como la típica fachada con la típica verja, la típica decoración y los típicos soldados de guardia de los típicos palacios europeos. No está mal, pero las he visto de mejores. ¡Cuidado!. La visita es ineludible. Ir a Londres y no pasar por delante de Buckingham Palace está considerado como una ofensa personal, no ya a los ingleses, sino incluso a la mismísima reina. Así que cuidadín, que esa señora parece tener muy malas pulgas, y ofender a la monarquía no es cosa de broma. El castigo actual por no cumplir con el ritual no sé cual es. Pero para que os hagáis una idea, ¿os suena el Conde de Montecristo?. Pues a ése lo encerraron por pasar por delante del palacio y no parar el tiempo suficiente. Así que vosotros mismos. Yo solo aviso.
Como era por la tarde no esperábamos encontrar mucha gente. Nos equivocamos totalmente, aquello estaba abarrotado. Y eso que a esas horas era imposible que hubiese cambio de guardia. No me quiero ni imaginar como debe ponerse ese lugar por las mañanas, los días de cambio de guardia. Buscamos un huequecito junto a la verja para echar un vistazo. En ese momento estaban realizando el relevo de los guardias que estaban de plantón. Lo estuvimos mirando unos minutos, pero enseguida nos cansamos. Mucha gracia no tenía la cosa. Es que si lo piensas fríamente, por mucha parafernalia que le den al asunto, aquello es una solemne tontería. No dejan de ser dos guardias dándose el relevo y un tercero, que debía ser el jefe, controlando el tema.

QUEEN VICTORIA MEMORIAL

Por cierto enfrente de Bauckingham Palace está el Queen Victory Memorial. Una enorme estatua de la reina Victoria. Dorada y brillante. Y eso que no hacía nada de sol. Los días soleados debe ser imposible mirarla directamente sin quedarse ciego. Sólo llevábamos unas horas en Londres, pero una cosa ya nos había quedado clara; allí todo brilla, como si le sacasen brillo cada media hora.
Al igual que el palacio, la estatua es resultona, así que echarle un vistazo no está nada mal. Pero no da para más. En unos minutos ya está vista.
Junto a Buckingham Palace está Green Park. Nos pareció un buen momento para empezar a conocer los famosos parques londinenses. Pero antes de cruzar la calle para entrar en el parque una cosa nos llamó mucho la atención. Un típico taxi londinense, pero éste no era negro, estaba pintado como la bandera inglesa. Muy curioso. Sobre todo por lo inesperado. Ya habíamos visto los típicos taxis negros, las cabinas rojas, y los autocares rojos de dos plantas. Pero eran curiosidades con las que ya contábamos, por lo que no nos sorprendieron tanto. Sin embargo no esperábamos encontrar esos taxis tan patrióticos. Por eso nos quedamos plantados en la acera, mirando como pasaba el taxi. Durante los siguientes días vimos muchos más como ese. Ya no fue lo mismo. Pero la primera vez siempre es única, inolvidable. Hasta para tipos como Nacho Vidal.

GREEN PARK

Dimos una vuelta por Green Park. Resultó una pequeña decepción. Sabíamos que no era el parque más interesante de Londres, pero aun así nos quedamos un poco chofff. Solamente hay una fuente en la entrada y varios caminos que recorren el parque. Árboles y césped. Todo verde, pero sin gracia. Además no es muy grande. En verano con el solecito, debe resultar agradable. Pero en un día nublado resulta algo desangelado. Una visita prescindible. Pero como nos venía de paso, tampoco nos supuso una pérdida de tiempo.

WELLINGTON ARCH

Salimos del parque por la zona de Wellington Arch. Junto a la salida hay una especie de memorial. Poca cosa. Y enfrente el Wellington Arch. Un arco de triunfo con una estatua alegórica de la paz montada en un carro tirado por caballos situada en su parte superior. ¿Bonito?. Si, pero tuve la sensación de haber visto esa misma imagen con anterioridad. Cualquier capital europea que se precie tiene su arco de triunfo o su puerta conmemorativa.
Ya que estábamos allí, decidimos entrar en la Apsley House, un bonito edificio de color ocre con unas enormes columnas en la fachada. La puerta de la calle estaba cerrada, y un letrero anunciaba que cerraban a las 17:00. Ya eran casi las 16:30. Creía que a esas horas ya no nos dejarían entrar. Pero no me rindo tan fácilmente, así que me fui hacia la puerta y la empujé sin convicción. Y mira tú por donde, la puerta se abrió. Me asomé dentro y sorpresa, todavía estaba abierto. El precio de la entrada es de 6’25 GBP, gratis con la London Pass.

APSLEY HOUSE

La visita empieza por la escalera central. Espectacular, teniendo en cuenta que no se trata de un palacio, sino de una vivienda. A continuación se visita la primera planta. Se trata de un recorrido circular, en el que se atraviesan diferentes habitaciones. Todas perfectamente decoradas con muebles de época. Y muchísimos cuadros y estatuas. Un conjunto bastante bonito. Pero reducido. En menos de media hora está todo visto. La segunda planta no se visita, ya que por lo visto está habitada. Una visita interesante, que nos dejó bastante satisfechos a pesar de su brevedad.
A las cinco salíamos por la puerta. Ya no teníamos tiempo para entrar en ningún otro sitio, y aprovechando que estábamos junto a Hyde Park, pues ya os podéis imaginar lo que hicimos. Eso mismo, entrar en el parque. Lo hicimos por Hyde Park Corner. No había nadie dando la charla. Algo que tampoco nos sorprendió, ya que por lo visto la frikada se limita a los domingos por la mañana. Si os digo la verdad, en aquel momento ni tan siquiera fuimos conscientes de ello. No fue hasta por la noche, en el hotel, cuando nos dimos cuenta de que aquello era Hyde Park Corner.

HYDE PARK

Tomamos la Serpentine Road, por la que llegamos al lago. Continuamos por la orilla. Un paseo muy agradable. No sé porque, pero nos resultó mucho más interesante que Green Park. En cierta manera ambos parques son parecido. Árboles en medio de explanadas verdes, y pequeños jardincitos con flores de colores. Pero son difrentes. Tal vez la diferencia la marque el lago, con sus patos y sus cisnes. O el ambiente, con muchísima gente paseando, corriendo, sentada en los bancos o sobre el césped. No, decididamente no. La diferencia radica en la sensación de no estar en una ciudad. El parque es tan grande que se pierden de vista los edificios que lo rodean. Parece que has salido de la ciudad, y eso es lo que lo hace diferente, lo que lo hace mucho más agradable que Green Park.

HYDE PARK

Hyde Park no es solo el lago Serpentine. Por eso nos desviamos a la derecha y nos adentramos en la zona arbolada. Definitivamente Hyde Park es un lugar encantador. Pasamos junto a la Ring Tea House y por el Bird Sanctuary para acabar saliendo por Lancaster Gate.
Volvíamos a estar junto al hotel. Había pasado tiempo suficiente para que la habitación estuviese preparada. Y así fue. La idea era subir, dejar las mochilas y salir corriendo para seguir pateando la ciudad. Pero fue abrir la puerta de la habitación y empezar oir cantos de sirena. Era la cama que nos llamaba con insistencia. ¡Tumbaos, tumbaos, tumbaos!. ¡Sólo unos minutitos!. Y caímos en la tentación. Nos tumbamos unos minutitos., que se alargaron unos minutos más, y acabaron convirtiéndose en una siesta de las buenas. La cosa se nos había ido de las manos, pero mereció la pena. Vaya sueñecito.
Una vez repuestos, volvimos a bajar al metro, y tomamos la línea roja (Central). Cuatro paradas y nos bajamos en Tottenham Court Road. Estábamos en el Soho. Empezamos por el corazón del barrio, Soho Square. Una bonita plaza ajardinada rodeada de varios edificios interesantes. Pero lo más llamativo es la casa que hay en medio de la plaza. Una típica casa de campo inglesa. Blanca, con listones de madera en la fachada, y tejado inclinado. Una imagen muy bucólica.

SOHO SQUARE

Dimos un paseo por las calles de los alrededores, Frith St, Dean St, Broadway St. Todas muy animadas, y abarrotadas de gente por todas partes. Pubs y restaurantes llenos a reventar. O al menos eso parecía. En la calle, delante de todos los pubs, había muchísima gente. No llegamos a comprobar si dentro estaban igual. Pero supongo que si en la calle había gente, dentro debían de estar a reventar. A continuación nos dirigimos a Cannarby St. Una calle llena de tiendas y letreros luminosos. Muy bonita.
Nos gustó mucho el Soho. Nos pareció un lugar muy interesante para dar un paseo por la noche, cenar y tomarse una copa. Y contando que a esas horas hay pocas cosas más que hacer, …… Obligatorio ir al Soho.
Aprovechamos para cenar en una calle cercana a Cannarby St, en la “Soho Pizzería”. Tomamos dos pizzas, un agua y una limonada. 19’65 GBP. Simplemente aceptable. Las pizzas se dejaban comer, pero sin destacar. El restaurante estaba lleno a reventar y la gente esperaba turno para poder sentarse. Eso nos hizo entrar, pero después de probar la comida tampoco entiendo porque había tanta gente.
Lo de entrar en un pub a tomar una copa lo dejamos para otra ocasión. No somos muy dados a esas cosas. En su lugar nos fuimos hacia Picadilly. De camino pasamos por Golden Sq. Ni fu ni fa

PICADILLY CIRCUS

Y por fin estábamos en otro de los iconos de Londres, Picadilly Circus. Los letreros luminosos más famosos del mundo con permiso de Times Square. Tantas veces vistos, en series, en películas, en reportajes sobre Londres. Por fin los veía en persona. ¡Y qué queréis que os diga!. No son más que eso, anuncios luminosos. Si estuvieran en cualquier otro lugar nadie les prestaría atención. Pero como están en Picadilly Circus son lo más de lo más. Es igual, dejémonos de disquisiciones filosóficas. Picadilly Circus es Picadilly Circus. Había oído hablar de ese lugar tantas veces que al llegar allí me emocioné. Es una tontería, pero que queréis que os diga, es la sensación que tuve.
Una vez recuperados de la impresión, nos dedicamos al resto de la plaza. Picadilly es algo más que los letreros luminosos. Una plaza preciosa, monumental, con una fuente coronada por una estatua de Eros. Todos los edificios que rodean la plaza tienen encanto. Es sin duda uno de los conjuntos más bonitos de Londres. Decididamente, Picadilly Circus es algo más que los letreros luminosos. Una hecho, creo que lo de menos son los letreros. Hay que olvidarse de ellos, y disfrutar de una plaza encantadora.
Y por si eso fuera poco, de repente cuatro chavales enchufaron un CD, y se pusieron a bailar en medio de la plaza. En unos segundos se formó un círculo con la gente que se detuvo a mirar el espectáculo. Los chicos estuvieron bailando y haciendo equilibrios durante unos 15 minutos. ¡Cómo se movían!. Todo muy trabajado. Nada de improvisar a ver que sale. La cosa termino con los cuatro chicos cambiaron la música por la gorra. Estampida general. Creo que si llegan a anunciar por megafonía el fin del mundo la gente no hubiera corrido tan deprisa. ¡Qué asco de gente!. ¡Ratas, más que ratas!
Y es que por lo general el nivel de los espectáculos callejeros en Londres en muy alto. Si uno se encuentra con uno, merece la pena detenerse un rato y disfrutarlo.
Siguiente parada, Trafalgar Square. Como no podía ser de otra manera, nos equivocamos de camino. Nos metimos por Coventry St. Una calle con mucha vida, llena de edificios majestuosos muy elegantes. La iluminación, bastante suave, combina perfectamente con el ambiente señorial de las construcciones.

COVENTRY ST.

A mitad de la calle se encuentra el centro comercial Trocadero. Lo del centro de la calle es una manera de hablar. No hace falta que nadie vaya con el metro a comprobarlo. Que ya os conozco, que alguno con tal de poder quejarse, tiene narices de encargar un estudio topográfico. “Tú nos dijiste que estaba a mitad de la calle, y no es verdad, está 50 centímetros mas cerca de una esquina que de la otra. Ña ña ña ña ña ña ña”
Durante todo el día mi mujer se había portado estupendamente. ¡No se había parado en ninguna tienda! Esto es algo que casi se podría catalogar como un milagro. Se merecía una recompensa. Por eso le sugerí entrar en Trocadero. ¡¡¡Vaya cosa cutre!!!. Pequeño y lleno de tiendas de souvenirs y recuerdos. Para que os hagáis una idea de la cutre que es; mi mujer, que se pasaría todo el día de tienda en tienda, pasó de subir a la segunda planta porque no había ni una sola tienda que le llamase la atención. Salimos pitando de allí. Lo cual todo sea dicho, a mi me supo a gloría bendita.
Al final de Coventry St. está la tienda de M&M. No soy aficionado a esos caramelos. Alguno habré probado, pero comprar una bolsa creo que nunca. Es más, ni se me había pasado por la cabeza. Pero eso no es óbvice para que a uno le pique la curiosidad. Así que para adentro. Cuatro plantas dedicadas en exclusiva a los caramelos M&M. Parece imposible llenar todo ese espacio solo con esos caramelos. Pero visto lo visto no lo es. Y el que lo dude sólo tiene que visitar la tienda. Tubos con caramelos de múltiples colores para comprar a granel, y todo tipo de recuerdos con los caramelos M&M como idea central. Pero lo mejor es la decoración de la tienda, con varios topicazos londinenses adaptados a su idea. De lo que más me acuerdo, es del típico autobús rojo que hay en la entrada, y de cuatro M&M gigantes cruzando un paso de peatones a lo Beatles.

TIENDA M&M

La tienda está llena de gente. La mayoría sólo se pasea, ya que ese lugar se ha convertido en una atracción turística más. Pero con que una cuarta parte de las personas que pasan por allí compre algo, ya estarán haciendo un negociarro. Nosotros como la gran mayoría de visitantes no compramos nada.
Junto a la tienda de M&M hay un reloj muy curioso. Por la decoración está claro que es suizo. No teníamos ni idea que pinta allí. Pero allí está.
A dos pasos está Leicester Sq. Aquí fue donde nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado de camino y que no íbamos en dirección a Trafalgar Sq. Tampoco supuso ningún drama. Al final todo consiste en pasear y conocer la ciudad. Y que más da hacerlo por un sitio que por otro.

TIENDA M&M

Leicester Sq. estaba en obras, rodeada de vallas metálicas, que impedían el acceso a la plaza, y que limitaban la vista de la plaza. No vimos nada. Lo único que pudimos hacer fue pasar de largo. Y así fue como descubrimos Cranbourn St., una calle llena de chiringuitos en los que venden entradas para los musicales a precios reducidos. Nos paramos en uno para curiosear. Los precios que anunciaban no estaban nada mal. ¿Y si vamos a ver un musical? Bueno, vale, venga. Nos ofrecieron entradas para varios espectáculos. Los precios no eran exactamente los mismos que anunciaban en los letreros que colgaban en la calle, pero seguían siendo baratos. Nos decimos por We Will Rock You, el musical de Queen. Se lo habían recomendado a mi mujer.
Mis motivos eran muy distintos. A ver como os lo explico. Según mi curricullum tengo un nivel alto de inglés. Cuando comento el tema con los amigos pasa a ser nivel medio. Cuando un extranjero me para por la calle y me pregunta como llegar a algún sitio, desciende a nivel bajo. Y a la hora de la verdad, en Londres, cuando hay que dar la talla, se demuestra su verdadero nivel, inexistente. Sí, sí, exacto. Como vosotros.
Aclarado esto, ya os podéis imaginar que tenía claro que no me iba a enterar de nada de lo que dijesen los actores. Por lo menos que la música fuese conocida. ¿Y quién no conoce un buen puñado de canciones de Queen?. Pagamos 61 GBP por las dos entradas para la función del día siguiente, en una de las primeras filas del anfiteatro.
El cansancio empezaba a hacer mella en nuestras piernas. Pero yo no me doy por vencido tan fácilmente. Quería ir a Trafalgar Sq, e iba a ir. Vamos que si iba a ir. aunque me hubieran dado calambres en la dos piernas y hubiera tenido que llegar arrastrándome. Bueno soy yo cuando se me mete una idea en la cabeza.

ST. MARTIN IN THE FIELDS

Bajamos por Charing Cross Road y enseguida llegamos a la plaza. Salió a recibirnos St. Martin in the Fields. Una preciosa fachada clásica de color blanquecino, con unas enormes columnas rematadas por un frontón, estilo templo griego. Sólo ver esa iglesia ya se merece el paseo hasta ese lugar. Y si encima le añades el resto de la plaza, ya ni te cuento.
Cruzamos la calle para adentrarnos en la plaza y tener una mejor perspectiva del conjunto. Trafalgar Sq. se tiene bien ganada su fama de ser uno de los lugares más interesantes de Londres. La preciosa iglesia de St. Martin in the Fields; la espectacular fachada de la Nacional Gallery; la enorme columna de Nelson rematada por la estatua del almirante y los cuatro leones a sus pies; el encantador rincón de la Canada House. Nada tiene desperdicio en ese lugar.
Para describir Trafalgar sq voy a echar mano de una mítica frase de película. “Qué cosa tan hermosa”. Una frase intensa que resume a la perfección el sentido y el mensaje de una gran película que marcó un antes y un después en la historia del cine. Una película que todo el mundo debería ver por lo menos una vez en su vida y que no debería faltar en las estanterías de todos los hogares de este país. Sí, esa misma, “El bombero forzudo, le butanero sesudo, y la mujer del cocinero carnudo”. Un clásico, protagonizado por uno de los actores mejor dotados del cine español. EL grandísimo Nacho Vidal. Bueno, pues la frase la soltó la mujer del cocinero carnudo en la escena central de la película, cuando Nacho Vidal; brillante en su interpretación del bombero forzudo; le mostró su manguera. La chica, abrumada ante la enorme p…….. ¡Huy!, no sé si esto puede escribirse en un diario. ¡Que diablos!. Ahí va. La chica abrumada ante la gran personalidad de Nacho soltó esa gran frase, “Qué cosa tan hermosa”. Una escena de lo más romántica.

TRAFALGAR SQ. – NATIONAL GALLERY

Misión cumplida, ya podíamos volver al hotel. Pero no iba a resultar tan sencillo. La estación de metro estaba cerrada por obras. No pasa nada, vamos a la de Charing Cross, que está aquí al lado. Sorpresa, también estaba cerrada. ¿No querías caminar? Pues ahora te vas a hartar de caminar buscando una estación abierta. A la tercera fue la vencida, Embankment fue nuestra salvación.
Seamos optimistas. Del paseo sacamos dos cosas positivas. La primera, vimos la estación de Charing Cross. La fachada del edificio estaba muy poco iluminada, lo que le daba un aspecto muy tétrico. La segunda, compramos unos muffins de chocolate para desayunar al día siguiente (1,39 GBP).
Nos subimos a la línea marrón (Bakerloo), tres paradas; trasbordo a la línea roja (Central), tres paradas más, y llegábamos al hotel. Eran las once de la noche. Entre el avión y la paliza de caminar todo el día terminamos reventados. Pero había merecido la pena.
En cuanto al tiempo, todo el día estuvo nublado. No vimos el sol en ningún momento. Y soplaba un ligero viento bastante frío, que nos obligó a ir bien abrigados todo el día. Por suerte no cayó ni una gota.

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Nos levantamos a las ocho. Lo primero que hay que hacer nada más levantarse es, ummmm. Bueno dejemos lo primero y vayamos directamente a lo segundo. Informarse sobre el tiempo. Algo fundamental en una ciudad como Londres con un tiempo tan cambiante.
Da igual como lo hagáis, pero informaos. Podéis recurrir a vuestros inseparables dispositivos móviles. Ipads, tables, teléfonos, portátiles, netbooks y demás chismes por el estilo. O al manido teletexto. Que por cierto no sé si opináis lo mismo, pero es increíble que en la era de las nuevas tecnologías todavía exista algo tan arcáico y rudimentario como el teletexto. Resulta contradictorio. Te compras un ordenador nuevecito, de última generación. Todavía no has salido de la tienda, y ya se ha quedado desfasado. Y para cuando llegas a tu casa, ya está tan anticuado que lo mejor que puedes hacer es tirarlo y comprarte uno nuevo. Y es que la informática avanza a un ritmo endiablado. En cambio el teletexto se ha quedado anclado en el pasado. Mejor dicho, en un pasado muy lejado, en los años ochenta. Resulta increíble que a estas alturas nadie haya hecho nada por mejorar ese sistema tan obsoleto. No me lo creo. Tiene que haber una mano negra detrás de este asunto. Intereses ocultos muy poderosos a los que por una razón u otra no interesa que el telexto evolucione. Seguro que si alguien se atreviera a profundizar en este asunto descubriría cosas que nos pondrían los pelos como escarpias. Secretos ocultos, tráfico de influencias, entramados financieros, escándalos sexuales. Y cosas mucho peores que no puedo llegar a imaginar. Por mi parte prefiero dejarlo aquí, antes de que una llamada en mi puerta me alerte de que estoy tocando resortes cuya existencia es mejor ignorar.
Pero volvaos a Londres. Como os decía hay que informrse sobre el tiempo que hace en la ciudad antes de salir a la calle. Para no enredarme más, pasaré directamente al sistema que vengo utilizando habitualmente. Os lo recomiendo. A mí nunca me ha fallado, y por lo que sé es totalmente fiable y garantiza un 100% de efectividad. Paso a detallarlo:
- Levantarse de la cama por el lado más cercano a la ventana. No es un requisito indispensable, peo si que facilita las cosas y permite un importente ahorro de tiempo.
- Ponerse las zapatillas de felpa. Segridad ante todo. Eso de ir andando descalzo por ahí es muy delicado. Toda media es poca para avitar un constipado, una gripe o unas anginas. Nuevos estudios afirman que no es necesario que las zapatillas sean de felpa. Yo no les dio mucha credibilidad y sigo pensando que la felpa es un elemento muy importante, totalmente necesario para que la predicción sea fiable. La importancia de este detalle quedará patente más adelante.
- Dirigirse con cuidado hasta la ventana. Una vez allí no hay que precipitarse. Conviene realizar unos estiramientos previos para evitar lesiones musculares.
- Correr la cortina evitando movimientos bruscos. Normalmente esto se consigue con un desplazamiento lateral. Tmbién puede utilizarse la versión, colgarse de la cortina. Es igual de efectiva y por lo que me ha dicho la gente que la ha practicado, más divertida. Pero los efectos secundarios pueden llegar a ser muy onerosos, por lo que me decanto por la versión tradicional.
- Abrir la ventana. Este es el momento más delicado de todo el proceso. Lo ideal es analizar la ventana con detenimiento, comprobar el modelo y características, y finalmente contactar con el fabricante solicitando el manual de instrucciones, para tras un detenido estudio proceder a la apertura de los elementos de cerramiento. Aquí os podéis encontrar con numerosos problemas, desde simples retrasos en la contestación por parte del fabricante, hasta el caso más extremo, que el fabricante haya desaparecido. En este caso no os quedará más remedio que improvisar. Las prmeras veces os resultará muy difícil conseguir vuestro objetivo, pero con los años y la práctica, uno llega a desarrollar un sexto sentido que le permite abrir ventanas sin manual de instrucciones.
- Si conseguís superar el paso anterior, ya estáis muy cerca. Lo siguiente es extender el brazo en dirección a la ventana en la medida de lo posible con la palma hacia arriba. Es importante tener un buen sentido de la orientación y no equivocarse con la posición. Es absolutamente necesario que el barzo salga por la ventana. En caso de extenderse en otra dirección los resultados serán erroneos y os conducirán a equivocos. Repito, es fundamental que al extender el brazo lo hagáis hacia la ventana. Lo de la palma hacia arriba es muy recomendable y permite obtener resultados más precisos. Pero en caso de ponerla hacia abajo, los resultados también tendrán un alto grado de fiablidad. Incluso poniéndola de lado creo que los resultados serán más que satisfactorios.
- Contar hasta diez y volver a retirar la mano. En este punto es donde hay una mayor variedad de opiniones. Los hay que dicen que bastar con contar hasta cinco. Desde mi humilde opinión, no da tiempo para captar con precisión todos los matices de la climatología del momento. Otros dicen que mejor contar hasta veinte. Yo creo que es demasiado tiempo. Una sobrexposición en situaciones adversas puede resultar contraproducente y conducir a conclusiones equivocadas en el sentido de concluir una temperatura más extrema de la real por el frio o el calor soportado durante un timepo excesivo. Incluso los hay que dicen que lo ideal es contar hasta treinta. A mí me parece una autentica barbaridad.
- Cerrar la ventana. Este paso es totalmente optativo, pero si muy recomendable. Sobre todo cuando los resultados obtenidos certifican lluvia o temperaturas extremas. Pero lo dicho, si os encontráis con dificultades a la hora del cierre, podéis obviarlo.
- Recopilación de datos , transcripción, análisis y concreción de los resultados. Aquí no creo que sea necesario extenderme. Partiendo de la base de la temperatura del brazo, de la sensación de congelación en los dedos, de lo mojada que esté la mano, de la nieve que se acumule en la palma, podréis obtener unos resultados muy aproximados del tiempo que está haciendo en el exterior.
- Para finalizar solo queda deshacer el amino de vuelta a la cam, y una vez allí quitarse las zapatillas de felpa. Si estamos en un día caluroso con esto damos por finalizado el estudio del tiempo. Por el contrario, si el resultado ha sido de frío, lluvia, nieve o incluso viento, prodeceremos a insertar la mano con la que se ha realizado el estudio, en una de las zapatillas de felpa. La instante notaremos un calorcillo muuy agradable que mitigará las dolorosas e incomodas secuelas que la experimentación ha dejado en nuestra mano. He ahí la importancia de que las zaptillas sean de felpa y no de otro material con menor aportación térmica.
Tras este concienzudo ensayo os diré que yo siempre sigo este método a pies juntillas. Y hasta la fecha nunca me ha fallado. Siempre he acertado si hacia frío o calor. Si llovía o si nevaba. Y no exagero, siempre he acertado. Es más, este sisteme puede utilizarse en cualquier sitio; siempre con las lógicas adaptaciones al lugar. Y siempre sebréis que tiempo hace en ese preciso momento. El sistema no falla nunca. El único problema que tiene es que los resultados son más bien a corto plazo, por lo que la predicción acertada del momento puede no ser válida al cabo de un par de horas. Aunque en esta vida todo tiene solución. Solo tenéis que iniciar nuevamente el proceso de predicción y enseguida tendréis una nueva predicción totalmente valida para ese momento posterior.
Creo que se me ha ido un poco la olla, pero ahí queda eso. Si no recuerdo mal me acababa de levantar. Si, eso era. Y tenía que comprobar que tiempo hacía. Las perspectivas eran buenas, un día fresco pero soleado. Perfecto para pasear.
Desayunamos en la habitación. Los muffins que habíamos comprado el día anterior, y una infusión que se preparó muy mujer. En la hoteles del Reino Unido suele haber una tetera y una variedad más o menos amplia de te e infusiones.
A las nueve salíamos por la puerta del hotel dispuestos a dejarnos las suelas de los zapatos. Aprovechando que teníamos un día soleado y que el hotel estaba frente a Kensington Gardens, que mejor lugar para empezar que aquél.


Junto a la entrada se encuentran los Italian Gardens. Probablemente la parte más bonita del parque. Consisten en un estanque con dos caminos que lo atraviesan cruzándose en el centro. Surtidores, fuentes, estatuas, flores de diferentes colores. Y al fondo, sobresaliendo por encima de los árboles que cierran el parque, las ultimas plantas de los edificios de mayor altura. Entre ellos nuestro hotel. Un conjunto con un aire muy renacentista, que hace honor a su nombre. Salvo por los edificios del fondo, claro está.


De los Italian Gardens salen varios caminos. Elegimos el que bordea el lago Serpentine. Un agradable paseo con el lago a la izquierda y el parque a la derecha. Esto nos permitió pasar por delante de la estatua de Peter Pan. Una pequeña escultura negra sobre un pedestal. Es más lo que representa que otra cosa, porque la estatua en sí, no es gran cosa. Aún así nos hicimos las fotos de rigor y seguimos con nuestro paseo.


El parque es enorme. Teníamos claro que era imposible verlo todo en el poco tiempo de que disponíamos. Por eso abandonamos la orilla del lago y nos desviamos en busca de los puntos de mayor interés. Para empezar pasamos por delante de la Serpentine Gallery; que por cierto estaba cerrada. Y desde allí hasta el Albert Memorial. Llamativo si que lo es. Cosa muy distinta es la cuestión estética. Más que discutible desde nuestro punto de vista. Pero bueno, si a ellos les gusta. El parque sigue siendo precioso a pesar del cacharro ese.


Lo mejor del Albert Memorial es que detrás está el Royal Albert Hall, de un color rojo intenso y con una forma redonda muy curiosa. No nos acercamos, nos limitamos a observarlo desde la distancia. Después me arrepentí porque al final no encontramos un hueco para ir a verlo otro día. ¡Qué se le va a hacer!.
A continuación y sin salir de Kesington Park recorrimos, The Flower Walk. Junto con los Italian Gardens lo mejor del parque. Y no sólo por las flores y la gran cantidad de plantas que había. Sino por las numerosas ardillas que nos salieron al paso. Salían de entre las plantas y se paraban en medio del camino, esperando que les diésemos algo. En cuanto pasábamos y entendían que nos les íbamos a dar nada, se daban media vuelta y volvían a su escondite.


No dejéis que su apariencia de peluche os engañe. Aunque parezcan unos animallillos de lo nás tierno, en realidad son unas fieras sanguinarias que no dudan en atacar a turistas indefensos en cuanto se les presenta la oportunidad., Dos chicas que iban delante de nosotros sufrieron su salvaje ataque en sus propias carnes. Una ardilla, a traición, se lanzó sobre una de ellas. Los ojos inyectados en sangre y los afilados colmillos no dejaban lugar a dudas sobre sus intenciones. Acabar con la incauta que había acabado en sus garras. Los gritos desesperados de la chica resultaban escalofriantes. Saltaba y gritaba intentando escapar de su infausto destino. Pero sus intentos resultaron en vano. La bestia había atrapado a su victima y no estaba dispuesta a soltarla. Solo la rápida intervención de la amiga de la chica logró cambiar dar la vuelta a la situación. La afdilla asesinan, al verse en inferioridad numérica, dudó, momento que aprovechó la chica para escapar de sus fauces. Logró salvar la vida de puro milagro. Espeluznante, creo que nunca había pasado tanto miedo. Así que ya sabéis, no os adentréis nunca en solitario por The Flower Walk si no queréis convertiros en comida para ardillas.
“Historia está basada en hechos reales”. Como las películas de serie de B de las tardes.
Doblamos en The Broad Walk para dirigirnos al Kensington Palace. A la derecha del camino, el parque se abre dejando a la vista una explanada que invita a tumbarse en el césped. Pero en el manual del buen turista, eso está totalmente prohibido. El tiempo es oro y no puede desperdiciarse en siestas ni nada parecido. Desde el camino también se disfruta de unas vistas privilegiadas del otro lago del parque, el Round Pond.
A las diez en punto llegábamos al Kensington Palace. Estoy seguro de que eran las diez en punto porque en ese mismo momento abrían las puertas de acceso al palacio. ¡Ah!, y porque lo comprobé en el reloj de mi mujer.
Las entradas se venden en el interior del palacio. Cuestan 16’50 GBP, pero nosotros entramos gratis con la London Pass. Aquí nos dieron un pequeño susto. La London Pass la pasan por una máquina que comprueba que está en vigor. La primera tarjeta la leyó sin problemas, pero la segunda no había manera. Tras varios intentos, la chica se levantó y se puso a hablar con la que parecía un jefecillo. En ese momento pensé, “ahora llaman a seguridad y nos echan a patadas”. Pero no, pasó la tarjeta por otro lector y esta vez sí. Nos entregó los dos tickets y para adentro.


Primero se visitan los aposentos reales. Las típicas habitaciones que se encuentran en todos los palacios reales. Dormitorios, salones, el comedor. Todos muy bien amueblados. Una visita entretenida. Pero como no hay demasiadas salas, el recorrido se hace un pelín corto.
A continuación se visita la zona dedicada a la princesa Diana. Un pasillo con dibujos de la princesa por toda la pared, y una sala con cinco vestidos que se van cambiando periódicamente. No voy a dudar de que los vestidos sean auténticos. Al menos las medidas de seguridad así lo hacían entender. Pero de ahí a que resulten interesantes hay un mundo. Los vestidos serán de Diana, pero no dejan de ser vestidos normales y corrientes, como los que podría tener cualquier persona. Bueno, cualquiera, cualquiera, no, no. Lo dejaremos en que son vestidos que podría tener cualquier ricachona. Pero cinco trajes no se merecen tanto rollo. Esperábamos algo más. Esta parte resulta un poco decepcionante.


En tercer lugar se visitan una serie de habitaciones que no llegué a saber exactamente que significaban. Eran una mezcla de mobiliario clásico y elementos modernos. Chismes colgando del techo, juegos de luces. Todo resultaba muy psicodélico. Demasiado extraño para nosotros.
Finalmente se visitan las habitaciones de la reina Victoria. No resultan demasiado interesantes. Lo que más nos llamó la atención fue lo pequeños que eran los trajes de esa señora. Parecían de niña.
En conjunto el palacio deja un regusto amargo. Las habitaciones reales resultan entretenidas, pero el resto no vale gran cosa. Por eso la visita es un poco de relleno. Si lo ves bien, y si no lo visitas tampoco pasa nada.


Para salir hay que cruzar la tienda de recuerdos, donde también está el bar. En la vitrina tenían unas tartas de chocolate que decían “cómeme”. Mi mujer no se pudo resistir a la tentación, y se comió un trozo de tarta acompañado de un cortado. Nos cobraron 6’45 GBP. Un poco caro, pero la tarta bien lo mereció.
Tras el merecido descanso, salimos al exterior. Pasamos por delante de un bonito jardín con muchas flores de colores y un no menos bonito estanque. Un rincón encantador. Seguimos por The Broad Walk hasta llegar a la Black Lion Gate. Para acabar pasamos junto al Memorial de la Princesa Diana. Un parque con columpios y juegos para niños. Había hasta un barco pirata.
La estación de metro que hay junto a la salida, estaba cerrada. Nos dirigimos a la siguiente parada, Bayswater. Tomamos la línea amarilla (Circle), que en teoría llegaba a nuestro destino. Pero en la segunda parada nos hicieron bajar a todos. Esperamos unos minutos y llegó un nuevo tren por la vía de al lado. Como todo el mundo subía hicimos lo mismo. Y tras cuatro paradas llegábamos a la estación de St. Pancras.
Se trataba de una visita rápida en busca de la famosa plataforma 9 ¾. Una tontería para algunos y una visita indispensable para otros. Si te preguntas que puñetas es esa plataforma, perteneces al primer grupo. Nosotros nos contamos entre los integrantes del segundo grupo. Sobre todo mi mujer.
Empezamos a buscar el andén en la estación de tren de St. Pancras. Allí no había ningún indicador, nada que nos permitiese descubrir donde estaba el andén. Nos pareció muy raro, pero ……… Nos recorrimos toda la estación sin encontrar señal alguna. Ya empezábamos a tener serias dudas de que fuéramos a encontrar el andén, cuando al llegar junto a una salida vimos enfrente la estación de King Cross. Entonces tuvimos una iluminación, ¿y si nos hemos equivocado de estación?.
Cruzamos la calle y entramos en la estación vecina. Nada más entrar empezamos a ver los indicadores de la plataforma 9 ¾. Ahora si. La localizamos rápidamente. No es más que una pared en la que han empotrado un carro portaequipajes. Realmente pobre, y decepcionante. Aún así las fotos de rigor son inevitables. Además la película no se rodó en esa pared. Tras revisar la película estoy más que convencido. Aquello lo han puesto allí para satisfacer a los curiosos y evitar que algún loco sin billete se cuele por los andenes buscando la dichosa plataforma. Es una auténtica chorrada, pero todo fan de Harry Potter tiene la obligación de pasar por allí. Sufrirá una pequeña decepción, pero si no va verlo será peor, se arrepentirá toda la vida.


Bajamos de nuevo el metro. Línea negra (Northern), dos paradas y estábamos en Camden Town. La estación estaba abarrotada. Medio Londres se encontraba en ese lugar. Salimos a la calle entre codazos y empujones y allí estaba, el mercado de Camden. Era viernes, pero al ser festivo estaba hasta los topes de gente. Apenas se podía pasear por la acera. Aunque bueno, gran parte de su encanto radica en eso, en la multitud de gente que se pasea por allí.
Enfrente de la estación de metro vimos una especie de centro comercial, el “Cybe Camden”. En realidad sólo es un pasillo con unas pocas tiendas. Tras leer tanto sobre Camden, nuestro primer contacto con el mercado resultó un poco frustrante. Aun así hicimos nuestra primera y última compra del día. Una especie de parche con velcro para pegarlo en una camiseta, con un dibujo que se iluminaba al ritmo de la música. Muy curioso. Nos llamó tanto la atención que decidimos comprarlo. Nos pidieron 15 GBP, y las pagamos sin regatear. No nos entretuvimos mucho rato en ese lugar. A los pocos minutos volvíamos a estar en la calle.


Seguimos avanzando por la calle principal. El ambiente era espectacular. Gente y más gente arriba y abajo. Pero lo mejor eran las fachadas. Pintadas de colores chillones, y con unos adornos de lo mas llamativo. En una, unas zapatillas gigantes. En otra un avión. Un gato. Un dragón. Y más cosas que ahora mismo no recuerdo. Chocante. Sólo por ver esas fachadas merece la pena ir hasta allí.
El primer punto de interés que encontramos fue Camden Market. Es fácilmente reconocible por un enorme letrero de color verde con su nombre. Sin dudarlo ni un segundo nos metimos dentro. Un pequeño laberinto de tenderetes, en su mayor parte de ropa. Muy juntos, apiñados. Dejando para pasar unos pasillos muy estrechos por los que apenas cabe una persona. Y unos precios bastante baratos. Me recordó mucho a los mercados para turistas que se montan en Mallorca. Pero con mayor variedad de ropa y sin ese puntito cutre que caracteriza a nuestros mercados.


De nuevo en la calle principal, no tardamos demasiado en llegar al puente que atraviesa el canal. Nada más cruzarlo, a mano derecha, se encuentran las casetas donde se vende la comida, frente a las famosas vespas de colores que miran al canal. A mano izquierda está Camden Lock, segunda parada obligatoria. Un pequeño edificio de dos plantas, con las tiendas en los laterales y algunos tenderetes en los pasillos. Como el edificio se les ha quedado pequeño, junto a la entrada han montado una estructura metálica, con más tenderetes. Se mezclaban las tiendas de ropa con las de recuerdos. Pequeñito pero con encanto. Recorrimos los cuatro pasillos de la planta superior. La planta inferior la vimos asomados desde la barandilla. Empezábamos a entender el porque de la fama de Camden.


Ya era hora de comer. Yo le había echado el ojo a los puestos de comida que están frente a las vespas. Cuando sugerí acercarnos a comer algo por allí, la cara de mi mujer me dejó claro que la idea no le entusiasmaba. Tampoco íbamos a ponernos a discutir por la comida. Así que volvimos sobre nuestros pasos y entramos en un KFC. ¡Mi mujer que tiene unos gustos muy raros!. Pidió 9 alitas de pollo, una ración de patatas y un agua, por los que pagamos 6’45 GBP. Yo me quedé mirando y babeando. Aguanté como un campeón a que mi mujer acabara y llegara mi turno. Yo opté por comprar una bandeja de tallarines con pollo y champiñones en un tenderete que había en la acera de enfrente. Muy bueno, y sólo por 3’50 GBP. No parecía mucho, pero me quedé lleno. ¡Qué más se puede pedir!. El único inconveniente, es que tuve que comérmelo de pie. Peor todavía, mientras paseábamos.


Ya habíamos comido. Aún así fuimos a darnos un paseo por la zona de las vespas. Enfrente hay varios puestos de comida, tailandesa, china, india, y de alguna que otra nacionalidad más. Variedad de colores y olores. Me quedé con las ganas de comer algo más allí. De todas formas, las vespas estaban todas ocupadas, y había cola para sentarse en ellas. Otro día será.
Tras dejar atrás las vespas y los puestos de comida, nos encontramos en medio de un nuevo mercadillo. Muy chulo. Tenderetes y varias tiendas en unos locales que parecían haber sido establos anteriormente. Eso nos hizo pensar que estábamos en el tercer mercado, “The Stables”, pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que no era así. Esta zona me pareció muy interesante. Junto a las tiendas de ropa y souvenirs, había varios tenderetes donde vendían discos. Bueno, sobre todo CD, pero también discos, vinilos. Había muchos y de todos los estilos. Y a precios muy económicos. Sólo eché una ojeada rápida por encima, y por lo menos vi una docena de discos que me hubiera gustado comprar. Todavía no sé por qué no compré ninguno. Y cuanto más lo pienso más me arrepiento. Fui un idiota.
Salimos de nuevo a la calle principal, Camden St., y un poco más adelante nos desviamos por una calle llena de tenderetes. Y mira tú por donde, esta vez si que acertamos con la entrada de “The Stables”. No había ninguna duda, en la entrada había varias figuras de caballos. Entramos en el interior de lo que debieron ser los establos que dan nombre a este mercado. Muy bonito. Con un encanto especial que hace que uno no quiera salir de allí. Sobre todo hay tiendas de ropa, pero también hay algunas de cuadros y antigüedades.
Salimos por una puerta diferente y nos encontramos en una calle estrecha, con tiendas a ambos lados y abarrotada de gente. Si el interior de lo establos era bonito, el exterior no se quedaba atrás. Es un mercadillo. Sí. Muy turístico. Sí. Pero tiene algo diferente, algo que lo hace diferente. Y esto os lo dice alguien que odia esos sitios. Si de mí dependiera, prohibiría todos los mercadillos. Pero tengo que recocer que si Camden en su conjunto me gustó mucho, The Stables me enamoró.


Llegamos hasta el final de la calle, para volver por otra calle que corría paralela. Entre las tiendas de ropa empezaron a aparecer locales de comida. Cada vez más más abundantes. Hasta que la calle se ensancha en una especie de plaza, dedicada por completo a la comida. En los laterales todo eran chiringuitos, cada uno dedicado a una nacionalidad distinta. En medio unas estructuras metálicas de apariencia modernista, con mesas para sentarse a comer. Todo aderezado por estatuas de caballos de metal. Ya habíamos comido, pero no pudimos resistirnos al lugar, y nos compramos una limonada gigante (2 GBP). No era de zumo natural, pero por lo menos refrescaba. Nos la tomamos sentados en un banco disfrutando del ambiente, del continuo ir y venir de gente.
Cuando ya dábamos por finalizado el recorrido, nos topamos con “Cyberdorg”. No teníamos un interés especial por esa tienda. Pero como todo el mundo habla de ella, y aprovechando que había aparecido allí delante, no nos quedó más remedio que entrar. Además los dos cyborgs metálicos gigantes de la entrada nos miraban fijamente mientras no paraban de decirnos “entrad, entrad”. Como para no hacerles caso.
La verdad es que la gente tiene razón, es diferente. Nunca había visto una tienda como esa, y dudo que vuelva a verla alguna vez. La ropa no es que sea llamativa; directamente es extravagante. Predominan las camisetas de colores fosforescentes. Y los diseños, pues los hay normalitos pero también los hay postmodernos. O más exactamente, rarísimos. Apenas hay luz, y la poca que hay es ultravioleta, con lo que las camisetas fosfis brillan con fuerza. ¡Ah!, y los precios, es verdad que son más caros que en el resto de tiendas de la zona. Pero no son excesivamente caros. Si alguien quiere llamar la atención se puede comprar algo allí adentro sin miedo a arruinarse.
Pero si la ropa es llamativa, los dependientes lo son más todavía. Con una vestimenta futurista, de colores chillones, y con unos adornos que recuerdan la estética de Mad Max. Todo aderezado con una música de estilo tecno muy a juego con la estética de la tienda. Machacona y a todo volumen. Muy alta; altísima. Resulta imposible hablar. Un lgar de lo más llamativo. Resultó muy interesante darse una vuelta por allí adentro, porque sorprender os puedo garantizar que sorprende.


Pero lo más curioso estaba por llegar. Al final de la tienda, se puede descender a un nivel inferior por una escalera. Ya desde la puerta se veía a una chica en ropa interior bailando sobre una plataforma con una barra. La típica imagen de los club de striptease de las películas americanas. Nos pareció un poco raro que hubiesen montado ese espectáculo en una tienda de ropa, pero…… Al llegar abajo descubrimos el motivo. Aquella zona era un sex shop. Todo de tipo de aparatos y artilugios. Algunos daban verdadero miedo. Pero, ¿esto cabe en …….,?. Vamos, ahí. Uuuuufffffff. O, ¿para que sirve esto?. Tras recibir la pertinente explicación tuve que soltarlo como si entrampase. Por dios, ¿pero eso es legal?.
Cuando salimos de ese antro de perdición, vimos que en la puerta había un letrero que prohibía la entrada a los menores de 18 años. Pero no había nadie vigilando la entrada. Además bastaba con pasar por delante de la puerta para ver todo aquello. Aunque la verdad es que no desentonaba, ni resultaba chabacano. Tras esta interesante visita cultural volvimos a salir a la calle.
Con eso dimos por finalizada la visita a Camden. Volvimos al metro, a la parada de Camden Town. Tomamos la línea negra (Northern). Cinco paradas y trasbordo a la línea roja (Central), donde tras cuatro paradas llegamos al hotel. En algunas líneas, como por ejemplo en la negra hay que ir con cuidado, ya que tienen dos recorridos. Por eso antes de montarse en el metro hay que mirar que se elige la correcta. Es sencillo, basta con mirar los paneles indicativos del andén, donde señalan el orden de llegada y el destino final. Si no elegís el metro correcto podéis acabar bastante lejos de vuestro destino.
Eran las cuatro. Muy pronto para volver al hotel. Pero mi mujer había cazado un constipado de los buenos y quería descansar un rato. La dejé en el hotel a salvo de virus. Metidita en la cama, bien calentita, y yo volví a las andadas. Bajé al metro, primero en la línea roja (Central), dos paradas y después en la línea gris (Jubilee), otras dos paradas, para llegar a la estación de Westminster.
De nuevo estaba frente al Big Ben, las Casas del Parlamento y la Abadía de Westminster. Pero eso no era lo que buscaba. De hecho estaba en la dirección contraria. Recorrí a toda prisa la Great George St, con el bonito edificio de Tesoro. Después la Horse Guards Rd que marca el límite de St. James Park. Y ya estaba en mi destino, las Churchill and Cabinet War Rooms. Menos mal que la entrada está indicada, porque sino pasaría totalmente inadvertida. Es una pequeña puerta a la que se llega tras bajar unos pocos escalones. Nada hace indicar que allí adentro hay un museo.


El precio de la entrada es de 16’50 GBP, gratis con la London Pass. El precio de la entrada incluye una audioguía. Se visitan las salas y habitaciones de lo que fue el centro de mando del gobierno inglés durante la segunda guerra mundial. También hay un pequeño museo dedicado a Winston Churchill. Esta última parte la pasé un poco por encima. Mis conocimientos sobre ese señor no son muy amplios. Más bien diría que son nulos, y como tampoco me interesan mucho su vida y milagros, pues a darse prisa tocaba.
En cambio las Cabinet War Rooms si que me gustaron mucho. No esperaba gran cosa de ese lugar y sin embargo disfruté mucho de la visita. Se trata de un recorrido por el pequeño laberinto que formaban las habitaciones. Se pueden ver la sala de los mapas, el centro de comunicaciones, las distintas habitaciones preparadas para los miembros del gobierno, incluyendo la de Churchill, la cocina, el comedor. Todo muy bien reconstruido, con figuras que permiten hacerse una idea muy aproximada de lo que fue aquello. El recorrido se hace por los pasillos, viendo las habitaciones a través de los cristales.


Esta visita me gustó mucho, bastante más de lo que esperaba. Es una visita que recomendaría a todo el mundo. Aunque bueno, si os la perdéis no os martiricéis por ello. Tampoco creo que sea una de las visitas indispensables de Londres.


Tras salir del museo, me dirigí a Whitehall. Posiblemente la calle más monumental de Londres. No hay ni un solo rincón que no tenga su importancia histórica o artística. O de los dos tipos.


Pasé por delante de Downing St. Fácilmente identificable desde lejos, por la gran cantidad de gente que siempre hay junto a su entrada. Apenas se ve nada. Entre la gente que hay intentando cotillear, la verja negra y la policía que custodia el lugar, resulta un milagro poder acercarse y echar una ojeada tranquilamente. Y de hacer fotos olvidaros, siempre hay alguien pasando por delante. No hay manera de sacar una foto en condiciones.
Un poco más adelante se encuentra la Horse Guards Parade. En lo que parecía la entrada había dos guardas montados a caballo, con su casaca roja y ese curioso sombrero negro. Y en ese preciso momento aparecieron otros tres guardas montados a caballo para hacer el relevo. Un poco de parafernalia para turistas. No se trataba del famoso cambio de guardia, era un simple relevo, y aun así estaba lleno de gente. Me paré unos minutos a ver como los guardas jugaban con sus caballitos. Si es que en el fondo soy un turista de manual. Pero ese ritmo tan parsimonioso se me hizo pesado y me fui hacia el interior. Pasé por debajo de un arco que parecía ser la puerta, y para mi sorpresa, me encontré en medio de una explanada edificada por tres de sus lados, con St. James Park en el que quedaba libre.


¿Y el museo?. Un pequeño letrero señalaba la entrada. Por desgracia ya habían cerrado. Sabía que era tarde y que lo normal es que estuviera cerrado. Pero tenía que intentarlo.
En ese momento me fijé con más atención en la explanada. Pues si que es bonita, sí. Los tres laterales construidos formaban un conjunto muy homogéneo. Y el verdor de St. James Park le daba un punto diferente. Para mi gusto uno de los rincones con más encanto de la ciudad.
Había que seguir caminando. St. James Park me tentaba, pero me decidí por ir a ver la catedral de Westminster. Eso sí, ya que el parque estaba allí mismo le eché un vistazo a la zona colindante con Horse Guards Rd. Curiosamente fue el parque que más me gustó. Al menos el trocito que vi. Con su lagito y todo. Y enfrente el edificio de la Commonwelth.
No lo dudéis, si disponéis de poco tiempo y tenéis que realizar una selección de parques a visitar, este debe ser uno de los elegidos. Por sus reducidas dimensiones, que permiten recorrerlo rápidamente. Por su belleza, uno de los parque con más flores y vegetación de la ciudad. Y por la fauna que puebla el lago que lo recorre de punta a punta. Recordad, Green Park.


El paseo siguió por Storey’s, al final del cual está el Methodist Central Hall. Ya solo faltaba bajar por Victoria St. Allí tuve una iluminación. Viendo que continuamente pasaban autobuses, ¿por qué no montar en uno y recorrer Victoria St cómodamente sentado en lugar de hacerlo andando?. Perfecto, estaba en la acera derecha, sólo tenía que esperar que pasase un autobús. Y llegaron dos, pero en dirección contraria a la esperada. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue, esta calle debe ser de dirección única. No tardé ni 30 segundos en darme cuenta de mi error. Un autobús que iba en la misma dirección que yo, se paró en la otra acera. ¡Claro, esta gente conduce por la izquierda!. Cambio de acera y problema resuelto. Me subí al primer autobús que pasó. Ni me fije en el número, di por sentado que todos los que pasaban por allí recorrerían la calle hasta el final. Sin bajar, vi el New Scotland Yard. Un edificio moderno sin ningún encanto. Y a continuación el Westminster Council, otro edificio moderno de cristal, igual de insulso que el anterior. Vi los dos edificios, pero me quedé igual que antes de verlos. Me bajé dos paradas más adelante, a la altura del Ayuntamiento, ya que según mis cálculos, la catedral estaba más o menos por esa zona. Y así fue, unos metros más adelante, a mano izquierda se abrió una plaza, y al fondo, la Catedral de Westminster. El experimento del autobús había salido bien.

El exterior me recordó más a una catedral ortodoxa que a otra cosa. Quizás fuesen los colores, a rayas rojas y blancas. El interior si que tenía una apariencia más típica. La de una catedral de toda la vida. Entiendo que mucha gente diga que es una visita prescindible. Catedrales las hay en todos los sitios. Y ésta no es la más grande, ni la más alta, ni la más importante, ni la más peculiar. Pero aún así a mi me pareció bonita. A los que os gusten este tipo de edificios, no os defraudará. A mi personalmente me encantan las catedrales, y ésta no fue una excepción.


Mi siguiente destino era Belgrave Sq. Como el experimento del autobús me había salido bien quise repetir, y me monté en el primer autobús que pasó por allí. Pero no todos los días es domingo. El autobús giró en la primera calle a la izquierda y en la primera parada en la que se detuvo nos hicieron bajar a todos. Era el final de la línea, la estación Victoria. Pero no se paró sin más, antes dio unas cuantas vueltas en la plaza. Las suficientes para desorientarme. Volví a subir a otro autobús esperando tener más suerte. Esta vez parecía que sí. El autobús avanzaba en línea recta. Busqué algo que me diera alguna referencia de donde estaba. Pero nada. Así que me bajé al azar cuando creí que la cosa se estaba alargando demasiado. Y ahí estaba yo, en medio de no sé donde, sin saber hacia donde tirar.
Gracias a las placas de las calles y a un plano que llevaba, conseguí situarme. Desde luego cerca de Belgrave no estaba. Había acabado en el quinto pino, junto a Barnabas St. La mejor solución parecía ser cruzar por esa calle hasta Pimlico y desde allí hacia la estación de metro de Sloane Sq. A veces de los fallos también salen cosas interesantes. Al final de Barnabas St, me encontré con una bonita iglesia de piedra. Una monada que no tenía nada que ver con el resto de los edificios que la circundaban. Me gustó tanto que decidí entrar a ver el interior. Pero al abrir la puerta, me encontré con un montón de gente cantando. Estaban celebrando una misa. ¡¡Gluuuup!. Cerré rápidamente la puerta, y me largué lo más rápido posible.


Continué por Pimlico Rd con la idea de girar en Chelsea Bridge. Pero el cruce no llegaba. La distancia en el mapa parecía mucho menor. Me asusté pensando que me había vuelto a perder. No era miedo por no saber donde estaba; en el fondo eso me daba igual. Lo preocupante era que ya tendría que estar volviendo al hotel para recoger a mi mujer. Esa noche teníamos que ir al teatro. Si llegábamos tarde por mi culpa, mi mujer me hubiera matado. ¿Se entiende ahora lo del miedo, ehhhh?.
Estaba claro que yo solo no iba a salir de esa. No me quedaba más remedio que preguntar. Y así lo hice. No andaba tan perdido como creía. Estaba en el cruce con Chelsea Bridge. Si seguía todo recto llegaría a Sloane Sq. Eché a correr. No podía perder ni un minuto. Mi vida corría serio peligro. Por cierto con las prisas no me fije mucho en el vecindario. Pero lo poco que vi no me pareció muy interesante.
En el metro tomé la línea amarilla (Circle). Cuatro paradas y trasbordo a la línea roja (Central). Dos paradas y por fin estaba de vuelta en el hotel. Eran las seis y media. Sólo me había retrasado media horita. Lo normal. Nada que mi mujer no esperara.
A las siete volvíamos a estar en el metro. Línea roja (Central) y tras cuatro paradas bajamos en la estación de Tottenham Court Road. Teníamos 20 minutos para buscar el teatro. Pero mira tú por donde, fue salir de la estación y darnos de morros con el teatro. El Odeon, y el musical que íbamos a ver, We Will Rock You. Un teatro bastante grande, con las típicas butacas rojas y decoración clásica. Igualito que los de por aquí. Nuestros asientos estaban en el primer anfiteatro, en una de las filas intermedias. Sin estar centrados, tampoco estaban demasiado ladeados, por lo que la visibilidad era bastante buena. El escenario se veía entero, sin ángulos muertos. Por cierto el teatro estaba lleno, y eso que la obra llevaba diez años en cartel.


En cuanto al musical, lo definiría con una sola palabra; brutal. No somos unos críticos muy exigentes, pero es que esos tíos eran buenísimos. Cantaban de miedo, y actuando no se quedaban atrás. Incluso bailando eran buenos. Y no sólo los protagonistas principales. Hasta los secundarios eran muy, pero que muy buenos. Una auténtica pasada. Hemos visto bastantes musicales por aquí, pero ninguno tenía el nivel de ése. De verdad que es buenísimo. Sólo una pega, el idioma. Era en inglés, ¡qué raro no!. Y nuestro nivel de inglés no da para tanto. Solo pillamos alguna frase suelta. Por otro lado, como la historia es más bien sencilla, la pudimos seguir con facilidad. ¿Y la música?, que decir de la música. Puro Queen. Canciones archiconocidas, ejecutadas magistralmente. Si uno cerraba los ojos no sabía si estaba en un teatro viendo un musical o en un estadio viendo al mismísimo Freddy Mercury. El sonido era perfecto, sin ningún tipo de distorsión.
El musical empezó puntual, a las siete y media. Son tres horas de duración, incluyendo un descanso de 15 minutos. Aunque parezca mentira se nos hizo corto. Acabamos de pie, como el resto del teatro, coreando Bohemian Rapsody.
Por si a alguien no le ha quedado claro, nos encantó. Entramos con cierto recelo, por el tema del idioma. Y salimos entusiasmados sin que nos importase lo más mínimo no haber entendido ni la mitad de los diálogos. La elección fue todo un acierto. El mejor musical que hemos visto nunca.
A las diez y media salimos por la puerta más que satisfechos. Y nada más poner los pies en la calle, nos entraron las prisas. Había que encontrar un sitio donde comer algo urgentemente. Nos adentramos en el Soho. En una calle junto a Soho Sq, vimos un local que podía servirnos, el “Jazz & Pizza Express”. Un nombre que dejaba muy a las claras lo que podíamos encontrar allí. Pizzas y música jazz. Cenamos una pizza, una lasaña de berenjenas y una botella de agua grande. Todo muy bueno, mejor que la pizzería de la noche anterior. Pagamos 21’75 GBP. Antes de volver al hotel compré en una tienda tres berlinas de fresa por 0’65 GBP cada una. Me comí una y guardé las otras dos para desayunar a la mañana siguiente.
De nuevo al metro. Línea roja (Central), cuatro paradas y por fin en el hotel. Eran las 11:45.

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Nos levantamos a las ocho y media. Como cada mañana iniciamos el día con el ritual de predicción meteorológica. El día había amanecido nublado y frío. Al menos no llovía. Desayunamos en la habitación las dos berlinas de fresa que habíamos comprado el día anterior y a la calle. A las nueve y media nos montábamos en el metro. Línea roja (Central), dos paradas, y salimos por Notting Hill Gate. Esa mañana la íbamos a dedicar a visitar el mercadillo de Portobello. Era sábado y lo veríamos en todo su esplendor.
No hizo falta salir de la estación para comprobar la multitud que cada sábado se pasa por ese mercado. El metro iba hasta los topes, y todo el mundo se bajó en la misma estación. ¡Menudo atasco!. Todo el mundo apelotonado junto a los tornos. Por suerte era gente civilizada, por lo que la salida aunque lenta, se realizó de manera ordenada y sin incidentes.


Lo más difícil al salir por primera vez de una estación es orientarse. Hacia adonde hay que ir, hacia la derecha, hacia la izquierda, de frente….. Aquí este problema no existe. Sólo hay que dejarse llevar por la marabunta. Todo el mundo va al mismo sitio.
El paseo se inicia en Pembridge Rd con las primeras casas de colores. ¡Pues si que son chulas!. También pasamos por delante del Kensington Temple. Llama la atención por el contraste entre la dureza del color gris de la piedra de la iglesia y los colores tan vivos de las fachadas de las casas. Y unos metros más adelante, a mano izquierda, se abre Portobello Rd. El mercadillo empieza justo en el límite de la calle. Hay que aprovechar el espacio. Y es que todo se limita a esa calle. A lo largo de la misma se suceden tiendas y más tiendas en ambas aceras, y en medio de la calle multitud de tenderetes. Tiendas de ropa, de antigüedades, de recuerdos, y alguna que otra de chismería variada. Parece cierto eso de que allí se puede encontrar de todo. O casi de todo.


Pero si algo realmente abundaba, era gente. Una animalada de gente concentrada en Portobello Rd. En las calles aledañas no había nadie. Estaban desiertas. Era algo rarísimo. En Portobello Rd había más gente que en el metro de Tokio en hora punta, y unos metros más allá no había nadie, el resto de calles estaban vacías.
El mercado en sí no nos entusiasmó. No le acabamos de pillar el punto. Y eso que lo recorrimos casi todo. Avanzamos, avanzamos y avanzamos, con la esperanza de que se acabase el mercado. Pero aquello parecía no tener fin. Perdí la referencia de donde estábamos. Cuando me quise dar cuenta estábamos pasando por debajo de una autovía o algo parecido. El mercadillo parecía terminar un poco más adelante.
En cambio la calle si que me pareció encantadora, con esas casitas tan inglesas con fachadas de colores por aquí y por allá. Y todas en perfecto estado, no vimos ni un solo desconchón. No había ni una sola que desentonase del conjunto. Precioso.


El problema de estos recorridos lineales, es que cuando llegas al final, tienes que deshacer lo andando para volver al punto inicial del recorrido. Como el mercado no nos había enamorado, optamos por dejar Portobello Rd y volver por Landsgrove Rd que corre paralela a aquella. A mitad del recorrido giramos en Elgin Crescent y de nuevo en Kensington Park Rd, para llegar de nuevo a la estación de Notting Hill Gate. Durante el camino de regreso, como no había nadie por allí, pudimos disfrutar también de las calles que la cruzaban. Calles muy agradables para pasear, pero sin el encanto de Portobello Rd. Y sobre todo tranquilas, incluso relajantes tras el estrés que supone el mercado.


La conclusión es que se trata de un barrio encantador, con una estrella prominente, Portobello Rd. Mi consejo es ir a verla cualquier día que no sea el sábado. Habrá mucha menos gente y la podréis disfrutar mucho más. Lo mejor son sus fachadas de diferentes colores. Y para disfrutar de ellas no son necesarios los tenderetes. De hecho casi mejor si no están. Pero sea el día que sea, no hay que dejar de verlo.


Volvimos al metro. Tomamos la línea amarilla (Circle), dos paradas, y trasbordo a la marrón (Bakerloo), una parada. Estábamos en Warwick Avenue. Una calle amplia y arbolada, con cierto parecido a Notting Hill, pero totalmente ajena al turismo. La sensación que nos dio es que pocos turistas se pierden por allí. Tiene su encanto, pero en Londres hay tantas cosas que ver, que se entiende perfectamente que este lugar quede un poco en segundo plano. De hecho nosotros no fuimos hasta allí para ver la avenida, sino porque era la estación más cercana a Little Venice, a la que llegamos tras un corto paseo.
Se trata de un pequeño lago en medio de la ciudad rodeado de árboles. Cuando digo rodeado de árboles, me refiero a una hilera de árboles. Que nadie piense que es un parque ni nada parecido. Lo que si abundan son las barcas. Las orillas están llenas de barcas. Llegan, sueltan un cargamento de turistas, vuelven a cargar y de nuevo a recorrer el canal. No está mal, tiene su punto. Pero no tanto como para ir hasta allí sólo para ver el laguito.


Si nos habíamos desplazado hasta allí era para darnos un paseíto en barca. Hay varias compañías que realizan el trayecto. Nosotros elegimos el Jason’s Canal Boat Trip. El precio del billete es de 8 GBP, pero con la London Pass es gratis. Dicho esto, supongo que no hace falta que os exponga el motivo por el que elegimos esa compañía. Llegamos a las 12, y la barca no salía hasta las 12:30. No nos daba tiempo de ir a comer, así que esperamos allí mismo. De pie. No había ni un triste barco para sentarse. Cuando llegamos había tres personas esperando. Cuando llegó la barca, ya había una veintena. La barca se llenó. Incluso una familia que llegó en el último momento no pudo subir a la barca, porque ya estaba llena.
Salimos puntuales a las doce y media. Lo de la puntualidad inglesa no es leyenda. Cuando íbamos a entrar en el canal para iniciar el recorrido, otra barca apareció por detrás de un islote. Iba directa hacia nosotros. No llegué a entender el por qué, pero ni ellos ni nosotros variamos el rumbo. Simplemente redujeron la velocidad y dejaron que las barcas chocaran. Parte de daños: pequeños arañazos laterales. Por fortuna no hubo que lamentar víctimas mortales.
Todo el canal está llenó de barcas atracadas a ambos lados. Las hay grandes, pequeñas, de todos los colores, unas en buen estado y otras que casi se hunden. Por lo que entendimos esas barcas son viviendas. Allí vive gente todo el año. Y vivir allí sale más caro que hacerlo en un piso. Por lo visto los impuestos por vivir en los canales son muy elevados. Que queréis que os diga, a mí eso de vivir en una barca en medio de un canal, pues como que no. Prefiero mi casita.


Junto al canal hay construidas unas mansiones de escándalo. Además parecía que se habían picado a ver quien la hacía más espectacular. Y más hortera y ostentosa. ¡Vaya chozas!. A continuación se atraviesa Regent Park. Puede parecer que darse un paseíto en barca por en medio del barco es todo un lujo. Pues todo lo contrario. Resultó muy decepcionante. Del parque, que queda a la derecha apenas se ve nada. Y a la izquierda se ven edificios sin ninguna gracia. También pasamos junto al zoo. Y tampoco vimos nada. Bueno sí, en la orilla izquierda tenían montada una especie de jaula gigante con redes. Algún pájaro vimos, pero poca cosa. El paseo termina junto a Camden Lock. De hecho la idea original era dar el paseo el día anterior, para después visitar el mercado de Camden. Pero había leído por algún lado que Jason’s empezaba los recorridos por el canal el primer sábado de abril. Por eso cambiamos los planes y fuimos el sábado en lugar del viernes. Una vez allí me dio la impresión de que si hubiéramos ido el viernes también hubiéramos encontrado la barca. ¡Pero que se le va hacer!



El trayecto duró unos 45 minutos. Durante el mismo, una guía nos fue explicando en inglés la historia del canal, curiosidades del mismo, y lo que íbamos viendo. Fue una de las pocas veces en que más o menos entendí lo que nos decían. Aún así no merece la pena. Lo poco que se ve no tiene interés. El paseo en barca tampoco tiene nada de encanto. Fuimos sentados en unas mini sillas muy incómodas, bastante apretados. Pasando un poco de frío. Y la visibilidad tampoco es muy buena. Sólo puedes ver cómodamente por el lado en el que estás sentado. Hacia delante con toda la gente que hay sentada no se ve nada. Y el toldo que hay encima de la barca tampoco facilita nada las cosas. Así que ya sabéis, mejor no perder el tiempo en Little Venice. Hay cosas mucho más interesantes que ver o que hacer. Fue todo un chasco.
De nuevo estábamos en Camden. La tentación de quedarnos a dar una vueltecita por allí era grande. Pero no, la vida del turista es muy dura y llena de sacrificios. Ya teníamos hora reservada en Covent Garden y no queríamos hacerle el feo de anular la cita ni de llegar tarde. Así que nos fuimos directos hacia el metro. Línea negra (Northern) y tras siete paradas nos bajamos en Charing Cross.
Un breve paseo y estábamos en Covent Garden. Llegamos por un lateral. Nada más verlo lo primer que me pasó por la cabeza fue ¡Este es el famoso Covent Garden, pues vaya, tampoco es para tanto!


Pero fue girar la esquina y cambiar rápidamente de opinión. Aquello era otra cosa. Si que era bonita la plaza, si. A la derecha el mercado. Un edificio de metal, con un aire modernista. A la izquierda un edificio de corte neoclásico, con su frontón triangular y unas elegantes columnas jónicas. En los otros dos laterales, la plaza quedaba cerrada por unos edificios que no desmerecían al conjunto. A mí personalmente me encanto ese lugar. Uno de esos lugares que te enamoran a primera vista. Lo tenía todo, un bonito escenario, y un ambiente fantástico. Una de las cosas de las que me arrepiento en este viaje, es de no haber vuelto más veces a Covent Garden.


La plaza estaba hasta la bandera. Había tanta gente que resultaba difícil abrirse paso. Debía de ser hora punta, ya que había dos corros con una multitud de gente viendo sendos espectáculos. No me preguntéis de qué iban, ni nos acercamos. En ese momento tuvimos que decidir entre alimentar el alma, o el estómago. Y optamos por lo último. Prácticos que somos.
Nos dirigimos hacia el interior de Covent Garden, y nos dedicamos a estudiar las diferentes opciones que se nos presentaban. Un chino, un indio, un thai, una hamburguesería. Lo de siempre. El punto exótico lo ponían dos paellas enormes que estaban cocinando en el piso inferior. La cola para coger un plato era enorme, lo que nos disuadió de intentarlo. Mejor dicho nos terminó de convencer, ya que eso de participar en una paella multitudinaria en Londres no nos acababa de convencer. No por lo de multitudinaria, sino porque aquello podía saber a cualquier cosa menos a paella.


No, nada de comida internacional. Ya era de que probásemos alguna de las delicias de la famosísima cocina inglesa. Frente a nosotros teníamos uno de sus platos más característicos, las Jacket Potatos. Una exquisitez con un complicado proceso de elaboración, en el que es indispensable un control casi milimétrico del punto de coción. Un plato que mezcla texturas, sabores y olores hasta obtener el equilibrio perfecto. Algunos de vosotros tal vez hayáis tenido la fortuna de probar este plato en alguna de sus variedades locales comúnmente conocidas como patatas al horno.
Pedimos dos patatas, una con queso y otra con salsa de pollo, acompañadas de una botella de agua grande. Nos pidieron 12 GBP. Barato si piensas que por ese precio comimos dos personas. Caro si analizas lo que comimos, dos patatas al horno. Barato teniendo en cuenta que estábamos en Londres y que nos quedamos llenos. Caro si piensas que comimos en un plato de plástico, compartiendo mesa con una pareja de desconocidos. Todavía no tengo claro si nos salió caro o barato. Prefiero no darle más vueltas.
Ahora en serio, que se puede esperar de un país en el que su plato más conocido son unas vulgares patatas al horno. Partiendo de este punto no es de extrañar que esta gente sea capaz de ponerle ketchup a la paella, que coman ese potingue llamado crema de cacahuete, o que llamen café a un vaso de agua turbia.


Y hablando de cafés y cortados, cuidado con lo que pedís. Podéis llevaros una desagradable sorpresa, o incluso peor, podéis acabar con una cagalera que os mantenga sentados en el trono una semana entera. Para instruiros os relataré la traumática historia de un amigo que lo pasó fatal intentando conseguir un café decente. Esta historia aconteció en un viaje de cinco días que nuestro amigo realizó a Londres recientemente.
Día uno, tras todo un día caminando, se acercó a la barra de un bar cualquiera y con mirada desafiante le soltó al camarero One coffee. Sencillo y claro. Algo que entendería hasta un niño de tres años. Sin embargo el camarero, no estaba dispuesto a ponérselo tan fácil, y en ese inglés ininteligible que usan los hijos de la gran bretaña, le preguntó vete tú a saber qué. La respuesta de nuestro amigo fue la típica respuesta de cualquier turista español cuando alguien se dirige a él en inglés, ¿eeeeeehhhhhhhh?, acompañada de una mirada de asombro dirigida a su pareja y a sus acompañantes buscando algo de apoyo. Una mirada muy expresiva que sin necesidad de decir nada, lanzaba una pregunta al aire, ¿qué dice este tío?.
Donde esperaba encontrar algo de comprensión, sólo encontró soledad. El vacío más absoluto. Nadie acudió en su auxilio. Lo único que obtuvo fueron caras que sin decir ni una palabra le dejaron claro, a mi no me mires. Uno desvió la mirada al suelo, el otro le dio la espalda e inició una conversación intrascendente con el que tenía al lado, un tercero sintió una necesidad irrefrenable de ir al baño. Hasta su propia pareja le dejó tirado junto a la barra y empezó a mirar las tartas que estaban expuestas en una vitrina. Algo muy sospechoso ya que seguía un régimen estricto desde hacía …....
Ahí se quedó nuestro amigo, solo ante el peligro. Mirando a ese camarero que le mantenía la mirada esperando una respuesta. Una situación incomoda de la que nuestro amigo solo supo salir repitiendo “One coffee, please”. Como si el camarero fuera su madre y le hubiera reñido por no pedir las cosas con educación. Muy típico de las madres eso de reñirte cuando eras pequeño, si cuando pedias algo no lo acompañabas de un “por favor”.
Sorprendentemente funcionó. El camarero se dio la vuelta y le sirvió un ……….. ¿café?. Nooooooo. Le puso delante un orinal enoooooorme, con un líquido negruzco en su interior.
¿Me lo bebo?. Por lo menos tenía que intentarlo. En esta vida hay que ser calientes y arriesgar. Además si lo sirven en un bar es porque debe ser apto para el consumo humano. ¡Vamos allá!. Azúcar, tres vueltas con la cucharilla, un trago largo con convicción, sin miedo. Por dios, ¿qué es esto? ¡¡¡Creía que estaba prohibido utilizar armas químicas contra la población civil!!!. Más azúcar y más vueltas con la cucharilla. Otro trago, éste más cortito que ya sabía lo que había en la taza. Con un gran esfuerzo consiguió disimular las náuseas. ¡Pero es que es esto!, pensó. No pasa nada. Puedo con esto y con cosas peores. Otro trago, ¡¡¡Qué asco!!!.
Día dos. Tras un nuevo día agotador ejerciendo de guiri, alguien del grupo tuvo una brillante idea. ¿Y si entramos en un bar y nos tomamos un cafelito?. Un nuevo bar, un camarero diferente, y sobre todo la experiencia acumulada el día anterior. Esta vez sabía que hacer. One coffee, small, please, al tiempo que con los dedos índice y pulgar de la mano derecha dibujaba una C diminuta, para que quedase claro el tamaño del café. Esta vez sí.
O casi. El camarero le volvió a enchufar el mismo líquido sospechoso del día anterior. Eso sí, en una tacita pequeña de café. Pero lo que más rabia le dio no fue que le volvieran a servir ese brebaje inmundo. Ni tener que volver a pasar por el mal trago de bebérselo. No, lo peor fue que en la mesa de al lado había una pareja tomándose un café de verdad. Con su cremita y todo. Se consoló pensando que al menos en esta ocasión no tendría que beberse un orinal de litro y medio.
Tercer día. Estuvo como ausente durante toda la jornada. Su obsesión, preparar una buena estrategia para cuando llegase el momento de tomar un café. Tras darle muchas vueltas llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era pedir un cortado.
Por fin llegó el momento de la verdad. One coffee with milk. Lo había meditado todo el día; había analizado todas las variables posibles. Todas menos una, que el camarero le soltará una parrafada en inglés. Todo lo que había estado preparando a lo largo del día se vino abajo. Se quedó bloqueado, sin saber que hacer ni que decir. Se limitó a encogerse de hombros y a mirar al camarero con cara de pasmado. El camarero, viendo que no obtendría ninguna respuesta de aquel pasmarote se dio media vuelta y le sirvió ……………. Otro orinal con ………, con una cosa ………. con una cosa de color marrón en su interior. Ante la perspectiva de tener que beberse aquello, nuestro amigó cayó presa del pánico. Le he pedido un cortado, un coffee with milk. Qué quiere, que me traiga a Juan Valdés y a una vaca para explicárselo. Este tío es tonto, no se entera de nada.
Una mano en el hombro le devolvió a la cruda realidad, mientras una voz le susurraba al oído de la manera más delicada posible, Cariño, creo que has pedido un café con leche, no un cortado. One coffee with milk es un café con leche, no es un cortado. Bueno, ya, sí, peroooooooooo ….………. Es igual, esto es una mierda y este tío es tonto. No sé lo que he dicho, pero esta claro que yo quería un cortado. Si hubiera estado en lo que tenía que estar se hubiera dado cuenta. Y con esas palabras dio por zanjado el tema. Sabía que la había cagado, pero no podía reconocerlo. ¡Antes la muerte!.
Y ahí estaba de nuevo, sentado en una mesa, rodeado de amigos, y con un cuenco tan grande como una bañera, lleno hasta los bordes de un brevaje marronuzco. Porque esa es otra, siempre llenan la taza hasta el borde. Como eso no se lo bebe ni dios, aprovechan cuando aparece un pardillo para darle salida.
Y encima tenía que beberse esa guarrada que le habían servido. Sólo de pensarlo ya se le revolvía el estómago. Aun así se la bebió. Con lo que cobran por ella como para dejarla.
Esa noche durmió fatal. Una mezcla de cansancio, de orgullo herido, y sobre todo las secuelas de tres días consecutivos bebiendo ese mejunje. Y por si aquello fuera poco, esa mañana se levanto con una tremenda congestión nasal. Lo que le faltaba.
Día cuatro. A la mañana siguiente los signos de deterioro físico eran más que evidentes. No se trataba sólo de la lógica descomposición intestinal derivada de la ingesta de lo que por allí llaman “café”. También eran las ojeras, la tez blanquecina, y un estado de abatimiento general.
Ese día no disfrutó de ninguna de las visitas que realizaron. Se pasó el día temiendo que llegará el fatídico momento en que alguien propusiera ir a tomar un café. Y llegó. Con la experiencia acumulada en los días anteriores, pidió al camarero One coffee with milk. Small, please. Y con los dedos le indicó el tamaño del cortado. Pequeño. Muy pequeño.
El camarero se acercó con una tacita. Un rayo de esperanza le iluminó los ojos ¿lo habría conseguido al fin?. Sus ilusiones se desvanecieron en cuanto el camarero le entregó la taza. “Small” si que lo era. Pero lo que contenía no era un cortado ni nada que se le pareciese. Otra vez ese maldito líquido. Eso sí, esta vez en una tacita de café.
Pagó con resignación, respiró hondo, y se sentó en un rincón con su tacita de ……….. de eso. Le dio vueltas con la cucharilla hasta marearlo. Ni tan siquiera podía recordar si le había puesto azúcar. Ya no le queda valor para beberse su “café”.
Día cinco. Nuestro amigo ya había aceptado su derrota. Como un alma en pena entró en el último bar de los que visitarían durante ese viaje. No tenía fuerzas para volverlo a intentar. Una taza de te.
Al levantarse para abandonar el local, vio entrar un grupo de españoles por la puerta. No le hizo falta oirlos hablar. Por el escándalo que armaban estaba claro que eran españoles Gritos, risas, y ruido, mucho ruido. Estaba claro que era su primer día y que todavía no habían tenido ningún encontronazo con el “café inglés”, No tardarían mucho en perder la alegría.
Al pasar junto a ellos no puedo evitar oir la conversación. En realidad no fue una conversación, tan solo dijeron una palabra, “Expresso”. ¿Qué es eso?. Se detuvo a sus espaldas atrapado por esa palabra mágica. Expresso. Y por fin la vio. Una taza de café, café, Con un dedo de crema, Y un olor embriagador. A café del bueno. El café con el que llevaba soñando desde hacía cinco días. ¡¡¡Un expresso!!!. ¡¡¡Por fin!!!.
En ese momento su mujer le sacó de su embelesamiento con un ligero tirón de brazos, tendríamos que irnos ya, el avión sale dentro de un par de horas, y todavía tenemos que llegar al aeropuerto. Por fin sabía lo que tenía que pedir, pero no tenía tiempo para saborearlo. Fue como nadar para acabar muriendo en la orilla. ¡Qué cruel!.
Amigos cafeteros, espero que esta historia os sirva de ayuda. Y ahora volvamos a Covent Garden. Mientras comíamos, empezó a sonar con fuerza un grupo que tocaba música clásica. No los veíamos ya que estaban en el piso inferior. Pero se oía claramente, y no sonaban nada mal. Nada más terminar las patatas nos dirigimos hacia las barandillas desde las que se veía el patio inferior. Y allí estaban los músicos. Seis individuos tocando instrumentos de cuerda, y dando un poco de espectáculo. Interpretaron varias piezas de música clásica. No tengo ni idea de cuales. No es que no me acuerde; que de hecho no me acuerdo; sino que no tengo ni idea de ese tipo de música. Así que podrían haber tocado cualquier cosa, que yo seguiría sin saber que piezas eran. Pero que sea un pelín ignorante no significa que no sepa apreciar lo bueno. Y ese grupo lo era. Y mucho. No sé si cometieron fallos en la ejecución. Lo que si que tengo claro es que sonaban de maravilla. Se notaba que eran gente que sabía tocar. Nada de aficionados.
Al terminar el mini concierto, se produjo una desbandada general. La gente salió huyendo como si se les hubiera aparecido el mismísimo diablo. No nos pareció justo. Por eso nos quedamos en nuestro palco esperando a que pasaran la gorra. Les echamos 1 GBP. Ya sé que no es mucho. Pero la cosa está muy mal y hay que tener cuidado con los gastos.
Acabamos de dar la vuelta por el mercado, y salimos de nuevo a la plaza. Allí había otro espectáculo. Parecía un humorista o un showman. Había mucha gente y por lo que se reían parecía que también era bastante bueno. Pero como no entendíamos ni papa, no nos detuvimos. Le echamos un último vistazo al mercado, a la plaza, y seguimos nuestro camino. King St, New Row St, y finalmente por Martin’s Lane St. Unas calles muy animadas y agradables. No es que tengan nada especial para ver, pero tienen su encanto. Ese encanto de las cosas sencillas y sin excesivas pretensiones.


Nuestro paseo nos había llevado de nuevo a Trafalgar Sq. Salió a recibirnos St. Martin’s in the Fields con su bonita fachada neoclásica de color blanquecino. Impresiona la altura de las columnas. Como estaba abierta, entramos para echar un vistazo. Pero el interior no estuvo a la altura de la fachada. No ……. Lo único que nos llamó la atención fue una vidriera que parecía deformarse, como si se estuviera fundiendo. Una de las curiosidades de esta iglesia es que hay un bar en la cripta. No bajamos, acabábamos de comer y no era cuestión de volver a sentarse. Tal vez nos perdimos lo mejor de la iglesia.
De nuevo en la calle, avanzamos unos metros por esa misma acera, para tener una mejor perspectiva de la plaza, del centro de Londres, de Trafalgar Sq. Pero no había manera. No hacían más que pasar coches y autobuses, que no nos dejaban disfrutar de la plaza. Menos mal que ese problema es de fácil solución. Sólo tuvimos que cruzar la calle y plantarnos en medio de la plaza. Sin coches ni autobuses.


Una plaza enorme, y muy, muy, muy bonita. El edificio de la National Gallery que cierra todo un lateral, es sin duda lo más interesante de la plaza. Y no sólo por la espectacular fachada. También por la cantidad de gente que siempre hay junto a la entrada. No sé si hacían cola para entrar o si simplemente estaban allí parados. Pero daba miedo acercarse.
Toda la plaza esta llena de gente. Es absolutamente imposible hacer una foto en la que no salga alguien por en medio. Mejor no volverse loco intentándolo. Es más, si sacáis alguna sin que se os cruce alguien por delante os podéis dar por satisfechos.
La otra estrella de la plaza es la columna de Nelson. Pues eso, una columna de piedra con una estatua del susodicho en la parte más alta. Esta bien, pero tampoco es para tanto. Me gustaron mucho más los cuatro leones negros que hay en la base.


Salimos de la plaza por la cara opuesta a la National Gallery. En esa zona, a mano derecha, se abre un rincón encantador, con la Canadian House En concreto salimos por Whitehall. Este nuevo paseo no hizo más que confirmar la impresión que tuve el día anterior. Es una calle preciosa. Si una palabra puede definirla es monumental. Volvimos a coincidir con un cambio de guardia montada en el Horse Guards Parade. Bueno, un mini cambio de guardia. Estábamos en la otra acera. Lo miramos un rato desde lejos, y seguimos nuestro camino. Siguen sin hacerme la más mínima gracia esos rituales militares. Me parecen absurdos.


Aprovechando que pasábamos por allí, decidimos entrar en la Banqueting House. El precio de la entrada es de 5 GBP, pero con la London Pass es gratis. Tenían audioguías pero no me fijé si eran gratis o si había que pagar. El recorrido empieza con el visionado de un documental sobre la historia del edificio. En inglés por supuesto. Así que ya os podéis imaginar que no perdimos ni un minuto en eso. Total para no entender nada. Nos fuimos directamente al primer piso a ver que maravillas escondía. Y descubrimos una maravilla, la sala de los banquetes. Amplísima y altísima. Con un techo decorado con frescos, y unas enormes lámparas de cristal colgando del mismo. Una verdadera maravilla. Y cuando digo una es una. No había nada más. ¿Esto es todo?, nos preguntábamos mientras bajábamos por la escalera. La habitación es chula, pero no tanto como para montar una atracción turística sólo con eso. Así que si tenéis la London Pass, y pasáis por allí, podéis pararos, no os llevará más de cinco minutos. Pero si tenéis que pagar la entrada, pasar de largo, no compensa.

*** Imagen borrada de Tinypic ***

Seguimos caminando por Whitehall hasta Westminster. Una vez allí bajamos al metro, tomamos la línea amarilla (Circle), y tras cuatro paradas aparecimos junto al Museo de Historia Natural. ¡¡¡Guau!!!. Es lo único que pude decir cuando el edificio apareció ante nuestros ojos. El edificio en si mismo es un espectáculo. Es un museo, pero podría ser perfectamente una catedral o un palacio. Tanto por sus dimensiones como por su aspecto exterior. De aspecto neogótico. Pero exagerado. Ventanas laminadas, rosetones, contrafuertes, y una altura tremenda. La fachada de un color entre marrón y gris. Aunque no se tenga intención de entrar a ver el interior del museo, hay que acercarse hasta allí para verlo por fuera. Es una visita ineludible.
Hay varias puertas de entrada. Para evitar que se formen unas colas demasiado largas, van distribuyendo a la gente enviándola hacia donde menos aglomeraciones hay. No tuvimos suerte, y nos enviaron hacia un lateral. Nos perdimos esa primera imagen de la que todo el mundo habla cuando se accede por la entrada principal. Por cierto la entrada es gratuita.
Aquello es enorme y para verlo entero y con cierto detenimiento se necesitaría una vida entera. Así que o lleváis el itinerario perfectamente estructurado y os centráis en los temas que más os interesan o simplemente hacéis como nosotros. Entráis y os dais un paseo sin seguir un orden y viendo lo que os va saliendo al paso. Mi consejo es que no os obsesionéis con verlo todo. Es imposible.


Nada más entrar empezamos a ver indicadores de diferentes colores. Zoología, botánica, el cuerpo humano, la tierra, y varias cosas más que no recuerdo. Sin saber como, acabamos en una serie de pasillos en los que exponían animales disecados. Osos, ciervos, lobos, y muchos otros. Tenían cualquier animal de cuatro patas que se os pase por la cabeza. Y si el que pensáis no estaba, seguro que había alguno de su familia. Un tío, un cuñado o un primo, aunque sea lejano.


Aunque lo que más abundaba, eran unos animalillos de pequeña estatura que poblaban los pasillos e impedían la libre circulación por los mismos. Niños de todas las edades, tamaños, colores y sabores, corriendo por todas partes. Arriba y abajo. Acompañados de sus correspondientes padres. Una marabunta de gente que llenaba los pasillos e impedía el paso. A veces hasta resultaba dificultoso ver las vitrinas.
Acabamos en la sala del mundo marino. Del techo colgaba una reproducción de una ballena y un esqueleto del animalito. Vaya bicharracos. Y en el suelo los grandes mamíferos, un elefante, un rinoceronte, un hipopótamo, una jirafa. El pasillo superior estaba dedicado a los mamíferos marinos. Delfines, morsas y otros bichos similares. Tas varios intentos fallidos buscando la salida de la sala, por fin conseguimos escapar de allí.


Empezábamos a entender como funcionaba aquello. Ya éramos capaces de orientarnos. Nos dirigimos al gran Hall central. ¡Impresionante!. Es impactante atravesar la puerta y encontrarse en medio de esa sala. Es realmente maravillosa. Lo mejor del museo con diferencia. Aunque sólo tenga una pieza expuesta. Pero que pieza. La reproducción de un esqueleto de diplodocus. Mira que es grande, pues resultaba pequeño al lado de la majestuosidad de la sala, de la espectacular escalera central.



Intenté hacerle una foto al esqueleto del dinosaurio. A todo el esqueleto, y resultó imposible. No hubo manera de meterlo todo en una foto. O le cortaba la cabeza, o la cola, o las dos cosas. Lo intenté desde todas las posiciones. Pero no cabía. Tuve que subir al nivel superior, para poder por fin sacar una foto en condiciones.
La cola para entrar en la exposición de los dinosaurios estaba allí mismo. Esa es la sección estrella del museo. Estábamos obligados a pasar por allí. A la cola pues. El susto vino cuando vimos un cartel que indicaba que nos faltaba una hora para acceder a la sala. ¡¡¡Una hora!!!. Qué locura. Casi salgo corriendo. Por suerte la cola empezó a avanzar, y en unos minutos llegamos al letrero de 30 minutos. No iba a ser tan grave como parecía en un principio. Tardamos una media horita en llegar a la puerta. Nada más entrar aparecieron los primeros esqueletos. Un buen aperitivo. Y una escalera para subir al nivel superior. Más concretamente a un pasillo elevado que se encuentra justo en mitad de la sala. La cosa consiste en que hay que ir avanzando por ese pasillo, viendo los esqueletos de los dinosaurios a ambos lados. La iluminación es muy tenue lo que le da un cierto aire de misterio que le viene muy bien a la exposición. Y las reproducciones de los esqueletos están muy bien logradas. Por ponerle un pero, hay tantísima gente apiñada recorriendo la pasarela, que llega a agobiar. No te puedes parar si no quieres morir aplastado por la multitud. Ni tampoco puedes pasar deprisa por los puntos menos interesantes. Tienes que dejarte llevar, apretujado, y a empujones. A pesar de eso merece la pena.


Al final de la pasarela se vuelve a descender al nivel del suelo, donde hay restos de huesos, y numerosos paneles explicativos sobre el tema. No os preocupéis están todos en inglés. No será necesario que perdáis el tiempo leyéndolos. Salvo que seáis unos tipos raros y sepáis inglés de verdad. Pero de verdad; no como lo sabemos la mayoría de los españolitos.
La salida se realiza por otra sala en la que nos sorprendió una reproducción de un T-Rex. No creo que fuese a tamaño real. En las películas parecen mucho más grandes. Pero estaba super bien logrado. El bicho movía el cuerpo, y estiraba la cabeza, para acabar con un rugido mientras abría la boca y enseñaba los dientes. Mejor no encontrarse con uno de esos en la calle.


Volvimos a Hall central. Mira que es chulo el jodido. La sensación al entrar por la puerta cada vez es la misma. Es muy, muy, muy bonito. Un nuevo recorrido circular con la vista para abarcarlo todo, incluido el esqueleto del dinosaurio. Y directos a la monumental escalera central. Desde allí las vistas del Hall son inmejorables. Es posible abarcar la enorme sala con una sola mirada. Merece la pena detenerse un minuto a media subida para disfrutar de esa perspectiva.
En la segunda planta, donde termina la escalera, hay un corte de secuoya. Tremendo. No recuerdo que anchura tenía, pero sí que era más alto que una persona. Buscábamos la zona dedicada a la tierra. En concreto el simulacro de terremoto. Pero no hubo manera. Subimos y bajamos varias veces las escaleras accesorias, pero lo único que vimos fue algún letrero indicador. Acabamos entrando en la sala de los minerales. Piedras y más piedras. De todos los colores y tamaños. Ordenaditas y clasificadas. Nunca me hubiera imaginado que hubiese tantos tipos de minerales. Pasamos rápidamente. No tenemos ni idea de minerales. Para nosotros una piedra es una piedra, y mil piedras son mil piedras. Todas nos parecen iguales. Donde si que nos detuvimos un ratito fue en la pequeña sala del fondo. La puerta metálica más gruesa que una pared, ya insinúa que allí guardan algo de valor. Más piedras, aunque en este caso talladas. Una bonita colección de piedras preciosas. Entre ellas algún pedrolo de dimensiones considerables. Muy interesante. Tuve que sacar de allí a mi mujer a empujones. Se negaba a irse sin un recuerdo. Una piedra original a ser posible.


Volvimos a atravesar la sala de llena de minerales. Más rápido que a la ida si cabe. Sin saber como terminamos en la zona de los pájaros. No prestamos demasiada atención. Simplemente íbamos avanzando echando una ojeada rápida a lo que tenían expuesto, como si no fuera con nosotros. Hay tantas cosas que uno acaba saturado.
No había tiempo para más. Salimos a la calle antes de que nos echaran a patadas. De camino al metro pasamos por delante del Victoria & Albert Museum. Poco puedo decir de este museo ya que sólo pasamos por delante. A esas horas ya estaba cerrado. Y aunque hubiera estado abierto, tampoco hubiéramos entrado.


Tomamos la línea amarilla (Circle). 2 paradas y trasbordo a la línea azul (Victoria). 2 paradas más y bajamos en Oxford Circus. El resto de la tarde la dedicamos a pasear por Oxford St. O mejor dicho a ir de tiendas por Oxford St. Es el pequeño sacrificio que tengo que hacer cuando vamos de viaje. Al fin y al cabo mi mujer también viene de viaje y tiene derecho a que hagamos algo de su gusto. A toro pasado tengo que reconocer que la calle es agradable. Hasta podría decirse que bonita. Pero en aquel momento yo sólo veía tiendas y gente. Gente y tiendas. Y una calle interminable, que no tenía fin. Larguísima. Llegamos caminando hasta Marble Arch. Y no de una tirada sino a ritmo de compras con todo lo que ello conlleva. Una pesadilla para mis pies. Y total para nada. Ese día mi mujer no estaba inspirada y no compró nada. Si alguien me lo hubiera dicho antes, no me lo habría creído. Lo único positivo de todo esto fueron las dos crepes de chocolate (6 GBP) que nos comimos a la vuelta. Sí, os lo podéis creer no sólo fuimos andando de Oxford Circus a Marble Arch. También volvimos de la misma manera. Todos hacemos tonterías, no.
Bajamos un rato por Regents St. A esas alturas ya no sentía los pies. No tenía ni fuerzas para levantar la vista. Y mi mujer no estaba mucho mejor. Vimos un Nero (los hay por todas partes), y nos metimos dentro. Tomamos un café y un chocolate (3’75 GBP) bastante buenos; y sobre, todo nos sentamos un buen rato. No habíamos cenado, pero entre las crepes, el chocolate y alguna cosilla más cayó, no teníamos hambre. Cuando salimos ya era de noche. A esas horas sólo se pueden hacer dos cosas. O ir a cenar, descartado porque no teníamos hambre; o ir a pasear, también descartado porque no teníamos los pies en condiciones. Así que directos al metro. Línea roja (Central), y tras tres paradas llegábamos al hotel. Eran las 9 de la noche.

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