Nos levantamos a las ocho. Lo primero que hay que hacer nada más levantarse es, ummmm. Bueno dejemos lo primero y vayamos directamente a lo segundo. Informarse sobre el tiempo. Algo fundamental en una ciudad como Londres con un tiempo tan cambiante.
Da igual como lo hagáis, pero informaos. Podéis recurrir a vuestros inseparables dispositivos móviles. Ipads, tables, teléfonos, portátiles, netbooks y demás chismes por el estilo. O al manido teletexto. Que por cierto no sé si opináis lo mismo, pero es increíble que en la era de las nuevas tecnologías todavía exista algo tan arcáico y rudimentario como el teletexto. Resulta contradictorio. Te compras un ordenador nuevecito, de última generación. Todavía no has salido de la tienda, y ya se ha quedado desfasado. Y para cuando llegas a tu casa, ya está tan anticuado que lo mejor que puedes hacer es tirarlo y comprarte uno nuevo. Y es que la informática avanza a un ritmo endiablado. En cambio el teletexto se ha quedado anclado en el pasado. Mejor dicho, en un pasado muy lejado, en los años ochenta. Resulta increíble que a estas alturas nadie haya hecho nada por mejorar ese sistema tan obsoleto. No me lo creo. Tiene que haber una mano negra detrás de este asunto. Intereses ocultos muy poderosos a los que por una razón u otra no interesa que el telexto evolucione. Seguro que si alguien se atreviera a profundizar en este asunto descubriría cosas que nos pondrían los pelos como escarpias. Secretos ocultos, tráfico de influencias, entramados financieros, escándalos sexuales. Y cosas mucho peores que no puedo llegar a imaginar. Por mi parte prefiero dejarlo aquí, antes de que una llamada en mi puerta me alerte de que estoy tocando resortes cuya existencia es mejor ignorar.
Pero volvaos a Londres. Como os decía hay que informrse sobre el tiempo que hace en la ciudad antes de salir a la calle. Para no enredarme más, pasaré directamente al sistema que vengo utilizando habitualmente. Os lo recomiendo. A mí nunca me ha fallado, y por lo que sé es totalmente fiable y garantiza un 100% de efectividad. Paso a detallarlo:
- Levantarse de la cama por el lado más cercano a la ventana. No es un requisito indispensable, peo si que facilita las cosas y permite un importente ahorro de tiempo.
- Ponerse las zapatillas de felpa. Segridad ante todo. Eso de ir andando descalzo por ahí es muy delicado. Toda media es poca para avitar un constipado, una gripe o unas anginas. Nuevos estudios afirman que no es necesario que las zapatillas sean de felpa. Yo no les dio mucha credibilidad y sigo pensando que la felpa es un elemento muy importante, totalmente necesario para que la predicción sea fiable. La importancia de este detalle quedará patente más adelante.
- Dirigirse con cuidado hasta la ventana. Una vez allí no hay que precipitarse. Conviene realizar unos estiramientos previos para evitar lesiones musculares.
- Correr la cortina evitando movimientos bruscos. Normalmente esto se consigue con un desplazamiento lateral. Tmbién puede utilizarse la versión, colgarse de la cortina. Es igual de efectiva y por lo que me ha dicho la gente que la ha practicado, más divertida. Pero los efectos secundarios pueden llegar a ser muy onerosos, por lo que me decanto por la versión tradicional.
- Abrir la ventana. Este es el momento más delicado de todo el proceso. Lo ideal es analizar la ventana con detenimiento, comprobar el modelo y características, y finalmente contactar con el fabricante solicitando el manual de instrucciones, para tras un detenido estudio proceder a la apertura de los elementos de cerramiento. Aquí os podéis encontrar con numerosos problemas, desde simples retrasos en la contestación por parte del fabricante, hasta el caso más extremo, que el fabricante haya desaparecido. En este caso no os quedará más remedio que improvisar. Las prmeras veces os resultará muy difícil conseguir vuestro objetivo, pero con los años y la práctica, uno llega a desarrollar un sexto sentido que le permite abrir ventanas sin manual de instrucciones.
- Si conseguís superar el paso anterior, ya estáis muy cerca. Lo siguiente es extender el brazo en dirección a la ventana en la medida de lo posible con la palma hacia arriba. Es importante tener un buen sentido de la orientación y no equivocarse con la posición. Es absolutamente necesario que el barzo salga por la ventana. En caso de extenderse en otra dirección los resultados serán erroneos y os conducirán a equivocos. Repito, es fundamental que al extender el brazo lo hagáis hacia la ventana. Lo de la palma hacia arriba es muy recomendable y permite obtener resultados más precisos. Pero en caso de ponerla hacia abajo, los resultados también tendrán un alto grado de fiablidad. Incluso poniéndola de lado creo que los resultados serán más que satisfactorios.
- Contar hasta diez y volver a retirar la mano. En este punto es donde hay una mayor variedad de opiniones. Los hay que dicen que bastar con contar hasta cinco. Desde mi humilde opinión, no da tiempo para captar con precisión todos los matices de la climatología del momento. Otros dicen que mejor contar hasta veinte. Yo creo que es demasiado tiempo. Una sobrexposición en situaciones adversas puede resultar contraproducente y conducir a conclusiones equivocadas en el sentido de concluir una temperatura más extrema de la real por el frio o el calor soportado durante un timepo excesivo. Incluso los hay que dicen que lo ideal es contar hasta treinta. A mí me parece una autentica barbaridad.
- Cerrar la ventana. Este paso es totalmente optativo, pero si muy recomendable. Sobre todo cuando los resultados obtenidos certifican lluvia o temperaturas extremas. Pero lo dicho, si os encontráis con dificultades a la hora del cierre, podéis obviarlo.
- Recopilación de datos , transcripción, análisis y concreción de los resultados. Aquí no creo que sea necesario extenderme. Partiendo de la base de la temperatura del brazo, de la sensación de congelación en los dedos, de lo mojada que esté la mano, de la nieve que se acumule en la palma, podréis obtener unos resultados muy aproximados del tiempo que está haciendo en el exterior.
- Para finalizar solo queda deshacer el amino de vuelta a la cam, y una vez allí quitarse las zapatillas de felpa. Si estamos en un día caluroso con esto damos por finalizado el estudio del tiempo. Por el contrario, si el resultado ha sido de frío, lluvia, nieve o incluso viento, prodeceremos a insertar la mano con la que se ha realizado el estudio, en una de las zapatillas de felpa. La instante notaremos un calorcillo muuy agradable que mitigará las dolorosas e incomodas secuelas que la experimentación ha dejado en nuestra mano. He ahí la importancia de que las zaptillas sean de felpa y no de otro material con menor aportación térmica.
Tras este concienzudo ensayo os diré que yo siempre sigo este método a pies juntillas. Y hasta la fecha nunca me ha fallado. Siempre he acertado si hacia frío o calor. Si llovía o si nevaba. Y no exagero, siempre he acertado. Es más, este sisteme puede utilizarse en cualquier sitio; siempre con las lógicas adaptaciones al lugar. Y siempre sebréis que tiempo hace en ese preciso momento. El sistema no falla nunca. El único problema que tiene es que los resultados son más bien a corto plazo, por lo que la predicción acertada del momento puede no ser válida al cabo de un par de horas. Aunque en esta vida todo tiene solución. Solo tenéis que iniciar nuevamente el proceso de predicción y enseguida tendréis una nueva predicción totalmente valida para ese momento posterior.
Creo que se me ha ido un poco la olla, pero ahí queda eso. Si no recuerdo mal me acababa de levantar. Si, eso era. Y tenía que comprobar que tiempo hacía. Las perspectivas eran buenas, un día fresco pero soleado. Perfecto para pasear.
Desayunamos en la habitación. Los muffins que habíamos comprado el día anterior, y una infusión que se preparó muy mujer. En la hoteles del Reino Unido suele haber una tetera y una variedad más o menos amplia de te e infusiones.
A las nueve salíamos por la puerta del hotel dispuestos a dejarnos las suelas de los zapatos. Aprovechando que teníamos un día soleado y que el hotel estaba frente a Kensington Gardens, que mejor lugar para empezar que aquél.
Junto a la entrada se encuentran los Italian Gardens. Probablemente la parte más bonita del parque. Consisten en un estanque con dos caminos que lo atraviesan cruzándose en el centro. Surtidores, fuentes, estatuas, flores de diferentes colores. Y al fondo, sobresaliendo por encima de los árboles que cierran el parque, las ultimas plantas de los edificios de mayor altura. Entre ellos nuestro hotel. Un conjunto con un aire muy renacentista, que hace honor a su nombre. Salvo por los edificios del fondo, claro está.

De los Italian Gardens salen varios caminos. Elegimos el que bordea el lago Serpentine. Un agradable paseo con el lago a la izquierda y el parque a la derecha. Esto nos permitió pasar por delante de la estatua de Peter Pan. Una pequeña escultura negra sobre un pedestal. Es más lo que representa que otra cosa, porque la estatua en sí, no es gran cosa. Aún así nos hicimos las fotos de rigor y seguimos con nuestro paseo.

El parque es enorme. Teníamos claro que era imposible verlo todo en el poco tiempo de que disponíamos. Por eso abandonamos la orilla del lago y nos desviamos en busca de los puntos de mayor interés. Para empezar pasamos por delante de la Serpentine Gallery; que por cierto estaba cerrada. Y desde allí hasta el Albert Memorial. Llamativo si que lo es. Cosa muy distinta es la cuestión estética. Más que discutible desde nuestro punto de vista. Pero bueno, si a ellos les gusta. El parque sigue siendo precioso a pesar del cacharro ese.

Lo mejor del Albert Memorial es que detrás está el Royal Albert Hall, de un color rojo intenso y con una forma redonda muy curiosa. No nos acercamos, nos limitamos a observarlo desde la distancia. Después me arrepentí porque al final no encontramos un hueco para ir a verlo otro día. ¡Qué se le va a hacer!.
A continuación y sin salir de Kesington Park recorrimos, The Flower Walk. Junto con los Italian Gardens lo mejor del parque. Y no sólo por las flores y la gran cantidad de plantas que había. Sino por las numerosas ardillas que nos salieron al paso. Salían de entre las plantas y se paraban en medio del camino, esperando que les diésemos algo. En cuanto pasábamos y entendían que nos les íbamos a dar nada, se daban media vuelta y volvían a su escondite.

No dejéis que su apariencia de peluche os engañe. Aunque parezcan unos animallillos de lo nás tierno, en realidad son unas fieras sanguinarias que no dudan en atacar a turistas indefensos en cuanto se les presenta la oportunidad., Dos chicas que iban delante de nosotros sufrieron su salvaje ataque en sus propias carnes. Una ardilla, a traición, se lanzó sobre una de ellas. Los ojos inyectados en sangre y los afilados colmillos no dejaban lugar a dudas sobre sus intenciones. Acabar con la incauta que había acabado en sus garras. Los gritos desesperados de la chica resultaban escalofriantes. Saltaba y gritaba intentando escapar de su infausto destino. Pero sus intentos resultaron en vano. La bestia había atrapado a su victima y no estaba dispuesta a soltarla. Solo la rápida intervención de la amiga de la chica logró cambiar dar la vuelta a la situación. La afdilla asesinan, al verse en inferioridad numérica, dudó, momento que aprovechó la chica para escapar de sus fauces. Logró salvar la vida de puro milagro. Espeluznante, creo que nunca había pasado tanto miedo. Así que ya sabéis, no os adentréis nunca en solitario por The Flower Walk si no queréis convertiros en comida para ardillas.
“Historia está basada en hechos reales”. Como las películas de serie de B de las tardes.
Doblamos en The Broad Walk para dirigirnos al Kensington Palace. A la derecha del camino, el parque se abre dejando a la vista una explanada que invita a tumbarse en el césped. Pero en el manual del buen turista, eso está totalmente prohibido. El tiempo es oro y no puede desperdiciarse en siestas ni nada parecido. Desde el camino también se disfruta de unas vistas privilegiadas del otro lago del parque, el Round Pond.
A las diez en punto llegábamos al Kensington Palace. Estoy seguro de que eran las diez en punto porque en ese mismo momento abrían las puertas de acceso al palacio. ¡Ah!, y porque lo comprobé en el reloj de mi mujer.
Las entradas se venden en el interior del palacio. Cuestan 16’50 GBP, pero nosotros entramos gratis con la London Pass. Aquí nos dieron un pequeño susto. La London Pass la pasan por una máquina que comprueba que está en vigor. La primera tarjeta la leyó sin problemas, pero la segunda no había manera. Tras varios intentos, la chica se levantó y se puso a hablar con la que parecía un jefecillo. En ese momento pensé, “ahora llaman a seguridad y nos echan a patadas”. Pero no, pasó la tarjeta por otro lector y esta vez sí. Nos entregó los dos tickets y para adentro.

Primero se visitan los aposentos reales. Las típicas habitaciones que se encuentran en todos los palacios reales. Dormitorios, salones, el comedor. Todos muy bien amueblados. Una visita entretenida. Pero como no hay demasiadas salas, el recorrido se hace un pelín corto.
A continuación se visita la zona dedicada a la princesa Diana. Un pasillo con dibujos de la princesa por toda la pared, y una sala con cinco vestidos que se van cambiando periódicamente. No voy a dudar de que los vestidos sean auténticos. Al menos las medidas de seguridad así lo hacían entender. Pero de ahí a que resulten interesantes hay un mundo. Los vestidos serán de Diana, pero no dejan de ser vestidos normales y corrientes, como los que podría tener cualquier persona. Bueno, cualquiera, cualquiera, no, no. Lo dejaremos en que son vestidos que podría tener cualquier ricachona. Pero cinco trajes no se merecen tanto rollo. Esperábamos algo más. Esta parte resulta un poco decepcionante.

En tercer lugar se visitan una serie de habitaciones que no llegué a saber exactamente que significaban. Eran una mezcla de mobiliario clásico y elementos modernos. Chismes colgando del techo, juegos de luces. Todo resultaba muy psicodélico. Demasiado extraño para nosotros.
Finalmente se visitan las habitaciones de la reina Victoria. No resultan demasiado interesantes. Lo que más nos llamó la atención fue lo pequeños que eran los trajes de esa señora. Parecían de niña.
En conjunto el palacio deja un regusto amargo. Las habitaciones reales resultan entretenidas, pero el resto no vale gran cosa. Por eso la visita es un poco de relleno. Si lo ves bien, y si no lo visitas tampoco pasa nada.

Para salir hay que cruzar la tienda de recuerdos, donde también está el bar. En la vitrina tenían unas tartas de chocolate que decían “cómeme”. Mi mujer no se pudo resistir a la tentación, y se comió un trozo de tarta acompañado de un cortado. Nos cobraron 6’45 GBP. Un poco caro, pero la tarta bien lo mereció.
Tras el merecido descanso, salimos al exterior. Pasamos por delante de un bonito jardín con muchas flores de colores y un no menos bonito estanque. Un rincón encantador. Seguimos por The Broad Walk hasta llegar a la Black Lion Gate. Para acabar pasamos junto al Memorial de la Princesa Diana. Un parque con columpios y juegos para niños. Había hasta un barco pirata.
La estación de metro que hay junto a la salida, estaba cerrada. Nos dirigimos a la siguiente parada, Bayswater. Tomamos la línea amarilla (Circle), que en teoría llegaba a nuestro destino. Pero en la segunda parada nos hicieron bajar a todos. Esperamos unos minutos y llegó un nuevo tren por la vía de al lado. Como todo el mundo subía hicimos lo mismo. Y tras cuatro paradas llegábamos a la estación de St. Pancras.
Se trataba de una visita rápida en busca de la famosa plataforma 9 ¾. Una tontería para algunos y una visita indispensable para otros. Si te preguntas que puñetas es esa plataforma, perteneces al primer grupo. Nosotros nos contamos entre los integrantes del segundo grupo. Sobre todo mi mujer.
Empezamos a buscar el andén en la estación de tren de St. Pancras. Allí no había ningún indicador, nada que nos permitiese descubrir donde estaba el andén. Nos pareció muy raro, pero ……… Nos recorrimos toda la estación sin encontrar señal alguna. Ya empezábamos a tener serias dudas de que fuéramos a encontrar el andén, cuando al llegar junto a una salida vimos enfrente la estación de King Cross. Entonces tuvimos una iluminación, ¿y si nos hemos equivocado de estación?.
Cruzamos la calle y entramos en la estación vecina. Nada más entrar empezamos a ver los indicadores de la plataforma 9 ¾. Ahora si. La localizamos rápidamente. No es más que una pared en la que han empotrado un carro portaequipajes. Realmente pobre, y decepcionante. Aún así las fotos de rigor son inevitables. Además la película no se rodó en esa pared. Tras revisar la película estoy más que convencido. Aquello lo han puesto allí para satisfacer a los curiosos y evitar que algún loco sin billete se cuele por los andenes buscando la dichosa plataforma. Es una auténtica chorrada, pero todo fan de Harry Potter tiene la obligación de pasar por allí. Sufrirá una pequeña decepción, pero si no va verlo será peor, se arrepentirá toda la vida.

Bajamos de nuevo el metro. Línea negra (Northern), dos paradas y estábamos en Camden Town. La estación estaba abarrotada. Medio Londres se encontraba en ese lugar. Salimos a la calle entre codazos y empujones y allí estaba, el mercado de Camden. Era viernes, pero al ser festivo estaba hasta los topes de gente. Apenas se podía pasear por la acera. Aunque bueno, gran parte de su encanto radica en eso, en la multitud de gente que se pasea por allí.
Enfrente de la estación de metro vimos una especie de centro comercial, el “Cybe Camden”. En realidad sólo es un pasillo con unas pocas tiendas. Tras leer tanto sobre Camden, nuestro primer contacto con el mercado resultó un poco frustrante. Aun así hicimos nuestra primera y última compra del día. Una especie de parche con velcro para pegarlo en una camiseta, con un dibujo que se iluminaba al ritmo de la música. Muy curioso. Nos llamó tanto la atención que decidimos comprarlo. Nos pidieron 15 GBP, y las pagamos sin regatear. No nos entretuvimos mucho rato en ese lugar. A los pocos minutos volvíamos a estar en la calle.

Seguimos avanzando por la calle principal. El ambiente era espectacular. Gente y más gente arriba y abajo. Pero lo mejor eran las fachadas. Pintadas de colores chillones, y con unos adornos de lo mas llamativo. En una, unas zapatillas gigantes. En otra un avión. Un gato. Un dragón. Y más cosas que ahora mismo no recuerdo. Chocante. Sólo por ver esas fachadas merece la pena ir hasta allí.
El primer punto de interés que encontramos fue Camden Market. Es fácilmente reconocible por un enorme letrero de color verde con su nombre. Sin dudarlo ni un segundo nos metimos dentro. Un pequeño laberinto de tenderetes, en su mayor parte de ropa. Muy juntos, apiñados. Dejando para pasar unos pasillos muy estrechos por los que apenas cabe una persona. Y unos precios bastante baratos. Me recordó mucho a los mercados para turistas que se montan en Mallorca. Pero con mayor variedad de ropa y sin ese puntito cutre que caracteriza a nuestros mercados.

De nuevo en la calle principal, no tardamos demasiado en llegar al puente que atraviesa el canal. Nada más cruzarlo, a mano derecha, se encuentran las casetas donde se vende la comida, frente a las famosas vespas de colores que miran al canal. A mano izquierda está Camden Lock, segunda parada obligatoria. Un pequeño edificio de dos plantas, con las tiendas en los laterales y algunos tenderetes en los pasillos. Como el edificio se les ha quedado pequeño, junto a la entrada han montado una estructura metálica, con más tenderetes. Se mezclaban las tiendas de ropa con las de recuerdos. Pequeñito pero con encanto. Recorrimos los cuatro pasillos de la planta superior. La planta inferior la vimos asomados desde la barandilla. Empezábamos a entender el porque de la fama de Camden.

Ya era hora de comer. Yo le había echado el ojo a los puestos de comida que están frente a las vespas. Cuando sugerí acercarnos a comer algo por allí, la cara de mi mujer me dejó claro que la idea no le entusiasmaba. Tampoco íbamos a ponernos a discutir por la comida. Así que volvimos sobre nuestros pasos y entramos en un KFC. ¡Mi mujer que tiene unos gustos muy raros!. Pidió 9 alitas de pollo, una ración de patatas y un agua, por los que pagamos 6’45 GBP. Yo me quedé mirando y babeando. Aguanté como un campeón a que mi mujer acabara y llegara mi turno. Yo opté por comprar una bandeja de tallarines con pollo y champiñones en un tenderete que había en la acera de enfrente. Muy bueno, y sólo por 3’50 GBP. No parecía mucho, pero me quedé lleno. ¡Qué más se puede pedir!. El único inconveniente, es que tuve que comérmelo de pie. Peor todavía, mientras paseábamos.

Ya habíamos comido. Aún así fuimos a darnos un paseo por la zona de las vespas. Enfrente hay varios puestos de comida, tailandesa, china, india, y de alguna que otra nacionalidad más. Variedad de colores y olores. Me quedé con las ganas de comer algo más allí. De todas formas, las vespas estaban todas ocupadas, y había cola para sentarse en ellas. Otro día será.
Tras dejar atrás las vespas y los puestos de comida, nos encontramos en medio de un nuevo mercadillo. Muy chulo. Tenderetes y varias tiendas en unos locales que parecían haber sido establos anteriormente. Eso nos hizo pensar que estábamos en el tercer mercado, “The Stables”, pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que no era así. Esta zona me pareció muy interesante. Junto a las tiendas de ropa y souvenirs, había varios tenderetes donde vendían discos. Bueno, sobre todo CD, pero también discos, vinilos. Había muchos y de todos los estilos. Y a precios muy económicos. Sólo eché una ojeada rápida por encima, y por lo menos vi una docena de discos que me hubiera gustado comprar. Todavía no sé por qué no compré ninguno. Y cuanto más lo pienso más me arrepiento. Fui un idiota.
Salimos de nuevo a la calle principal, Camden St., y un poco más adelante nos desviamos por una calle llena de tenderetes. Y mira tú por donde, esta vez si que acertamos con la entrada de “The Stables”. No había ninguna duda, en la entrada había varias figuras de caballos. Entramos en el interior de lo que debieron ser los establos que dan nombre a este mercado. Muy bonito. Con un encanto especial que hace que uno no quiera salir de allí. Sobre todo hay tiendas de ropa, pero también hay algunas de cuadros y antigüedades.
Salimos por una puerta diferente y nos encontramos en una calle estrecha, con tiendas a ambos lados y abarrotada de gente. Si el interior de lo establos era bonito, el exterior no se quedaba atrás. Es un mercadillo. Sí. Muy turístico. Sí. Pero tiene algo diferente, algo que lo hace diferente. Y esto os lo dice alguien que odia esos sitios. Si de mí dependiera, prohibiría todos los mercadillos. Pero tengo que recocer que si Camden en su conjunto me gustó mucho, The Stables me enamoró.

Llegamos hasta el final de la calle, para volver por otra calle que corría paralela. Entre las tiendas de ropa empezaron a aparecer locales de comida. Cada vez más más abundantes. Hasta que la calle se ensancha en una especie de plaza, dedicada por completo a la comida. En los laterales todo eran chiringuitos, cada uno dedicado a una nacionalidad distinta. En medio unas estructuras metálicas de apariencia modernista, con mesas para sentarse a comer. Todo aderezado por estatuas de caballos de metal. Ya habíamos comido, pero no pudimos resistirnos al lugar, y nos compramos una limonada gigante (2 GBP). No era de zumo natural, pero por lo menos refrescaba. Nos la tomamos sentados en un banco disfrutando del ambiente, del continuo ir y venir de gente.
Cuando ya dábamos por finalizado el recorrido, nos topamos con “Cyberdorg”. No teníamos un interés especial por esa tienda. Pero como todo el mundo habla de ella, y aprovechando que había aparecido allí delante, no nos quedó más remedio que entrar. Además los dos cyborgs metálicos gigantes de la entrada nos miraban fijamente mientras no paraban de decirnos “entrad, entrad”. Como para no hacerles caso.
La verdad es que la gente tiene razón, es diferente. Nunca había visto una tienda como esa, y dudo que vuelva a verla alguna vez. La ropa no es que sea llamativa; directamente es extravagante. Predominan las camisetas de colores fosforescentes. Y los diseños, pues los hay normalitos pero también los hay postmodernos. O más exactamente, rarísimos. Apenas hay luz, y la poca que hay es ultravioleta, con lo que las camisetas fosfis brillan con fuerza. ¡Ah!, y los precios, es verdad que son más caros que en el resto de tiendas de la zona. Pero no son excesivamente caros. Si alguien quiere llamar la atención se puede comprar algo allí adentro sin miedo a arruinarse.
Pero si la ropa es llamativa, los dependientes lo son más todavía. Con una vestimenta futurista, de colores chillones, y con unos adornos que recuerdan la estética de Mad Max. Todo aderezado con una música de estilo tecno muy a juego con la estética de la tienda. Machacona y a todo volumen. Muy alta; altísima. Resulta imposible hablar. Un lgar de lo más llamativo. Resultó muy interesante darse una vuelta por allí adentro, porque sorprender os puedo garantizar que sorprende.

Pero lo más curioso estaba por llegar. Al final de la tienda, se puede descender a un nivel inferior por una escalera. Ya desde la puerta se veía a una chica en ropa interior bailando sobre una plataforma con una barra. La típica imagen de los club de striptease de las películas americanas. Nos pareció un poco raro que hubiesen montado ese espectáculo en una tienda de ropa, pero…… Al llegar abajo descubrimos el motivo. Aquella zona era un sex shop. Todo de tipo de aparatos y artilugios. Algunos daban verdadero miedo. Pero, ¿esto cabe en …….,?. Vamos, ahí. Uuuuufffffff. O, ¿para que sirve esto?. Tras recibir la pertinente explicación tuve que soltarlo como si entrampase. Por dios, ¿pero eso es legal?.
Cuando salimos de ese antro de perdición, vimos que en la puerta había un letrero que prohibía la entrada a los menores de 18 años. Pero no había nadie vigilando la entrada. Además bastaba con pasar por delante de la puerta para ver todo aquello. Aunque la verdad es que no desentonaba, ni resultaba chabacano. Tras esta interesante visita cultural volvimos a salir a la calle.
Con eso dimos por finalizada la visita a Camden. Volvimos al metro, a la parada de Camden Town. Tomamos la línea negra (Northern). Cinco paradas y trasbordo a la línea roja (Central), donde tras cuatro paradas llegamos al hotel. En algunas líneas, como por ejemplo en la negra hay que ir con cuidado, ya que tienen dos recorridos. Por eso antes de montarse en el metro hay que mirar que se elige la correcta. Es sencillo, basta con mirar los paneles indicativos del andén, donde señalan el orden de llegada y el destino final. Si no elegís el metro correcto podéis acabar bastante lejos de vuestro destino.
Eran las cuatro. Muy pronto para volver al hotel. Pero mi mujer había cazado un constipado de los buenos y quería descansar un rato. La dejé en el hotel a salvo de virus. Metidita en la cama, bien calentita, y yo volví a las andadas. Bajé al metro, primero en la línea roja (Central), dos paradas y después en la línea gris (Jubilee), otras dos paradas, para llegar a la estación de Westminster.
De nuevo estaba frente al Big Ben, las Casas del Parlamento y la Abadía de Westminster. Pero eso no era lo que buscaba. De hecho estaba en la dirección contraria. Recorrí a toda prisa la Great George St, con el bonito edificio de Tesoro. Después la Horse Guards Rd que marca el límite de St. James Park. Y ya estaba en mi destino, las Churchill and Cabinet War Rooms. Menos mal que la entrada está indicada, porque sino pasaría totalmente inadvertida. Es una pequeña puerta a la que se llega tras bajar unos pocos escalones. Nada hace indicar que allí adentro hay un museo.

El precio de la entrada es de 16’50 GBP, gratis con la London Pass. El precio de la entrada incluye una audioguía. Se visitan las salas y habitaciones de lo que fue el centro de mando del gobierno inglés durante la segunda guerra mundial. También hay un pequeño museo dedicado a Winston Churchill. Esta última parte la pasé un poco por encima. Mis conocimientos sobre ese señor no son muy amplios. Más bien diría que son nulos, y como tampoco me interesan mucho su vida y milagros, pues a darse prisa tocaba.
En cambio las Cabinet War Rooms si que me gustaron mucho. No esperaba gran cosa de ese lugar y sin embargo disfruté mucho de la visita. Se trata de un recorrido por el pequeño laberinto que formaban las habitaciones. Se pueden ver la sala de los mapas, el centro de comunicaciones, las distintas habitaciones preparadas para los miembros del gobierno, incluyendo la de Churchill, la cocina, el comedor. Todo muy bien reconstruido, con figuras que permiten hacerse una idea muy aproximada de lo que fue aquello. El recorrido se hace por los pasillos, viendo las habitaciones a través de los cristales.

Esta visita me gustó mucho, bastante más de lo que esperaba. Es una visita que recomendaría a todo el mundo. Aunque bueno, si os la perdéis no os martiricéis por ello. Tampoco creo que sea una de las visitas indispensables de Londres.

Tras salir del museo, me dirigí a Whitehall. Posiblemente la calle más monumental de Londres. No hay ni un solo rincón que no tenga su importancia histórica o artística. O de los dos tipos.

Pasé por delante de Downing St. Fácilmente identificable desde lejos, por la gran cantidad de gente que siempre hay junto a su entrada. Apenas se ve nada. Entre la gente que hay intentando cotillear, la verja negra y la policía que custodia el lugar, resulta un milagro poder acercarse y echar una ojeada tranquilamente. Y de hacer fotos olvidaros, siempre hay alguien pasando por delante. No hay manera de sacar una foto en condiciones.
Un poco más adelante se encuentra la Horse Guards Parade. En lo que parecía la entrada había dos guardas montados a caballo, con su casaca roja y ese curioso sombrero negro. Y en ese preciso momento aparecieron otros tres guardas montados a caballo para hacer el relevo. Un poco de parafernalia para turistas. No se trataba del famoso cambio de guardia, era un simple relevo, y aun así estaba lleno de gente. Me paré unos minutos a ver como los guardas jugaban con sus caballitos. Si es que en el fondo soy un turista de manual. Pero ese ritmo tan parsimonioso se me hizo pesado y me fui hacia el interior. Pasé por debajo de un arco que parecía ser la puerta, y para mi sorpresa, me encontré en medio de una explanada edificada por tres de sus lados, con St. James Park en el que quedaba libre.

¿Y el museo?. Un pequeño letrero señalaba la entrada. Por desgracia ya habían cerrado. Sabía que era tarde y que lo normal es que estuviera cerrado. Pero tenía que intentarlo.
En ese momento me fijé con más atención en la explanada. Pues si que es bonita, sí. Los tres laterales construidos formaban un conjunto muy homogéneo. Y el verdor de St. James Park le daba un punto diferente. Para mi gusto uno de los rincones con más encanto de la ciudad.
Había que seguir caminando. St. James Park me tentaba, pero me decidí por ir a ver la catedral de Westminster. Eso sí, ya que el parque estaba allí mismo le eché un vistazo a la zona colindante con Horse Guards Rd. Curiosamente fue el parque que más me gustó. Al menos el trocito que vi. Con su lagito y todo. Y enfrente el edificio de la Commonwelth.
No lo dudéis, si disponéis de poco tiempo y tenéis que realizar una selección de parques a visitar, este debe ser uno de los elegidos. Por sus reducidas dimensiones, que permiten recorrerlo rápidamente. Por su belleza, uno de los parque con más flores y vegetación de la ciudad. Y por la fauna que puebla el lago que lo recorre de punta a punta. Recordad, Green Park.

El paseo siguió por Storey’s, al final del cual está el Methodist Central Hall. Ya solo faltaba bajar por Victoria St. Allí tuve una iluminación. Viendo que continuamente pasaban autobuses, ¿por qué no montar en uno y recorrer Victoria St cómodamente sentado en lugar de hacerlo andando?. Perfecto, estaba en la acera derecha, sólo tenía que esperar que pasase un autobús. Y llegaron dos, pero en dirección contraria a la esperada. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue, esta calle debe ser de dirección única. No tardé ni 30 segundos en darme cuenta de mi error. Un autobús que iba en la misma dirección que yo, se paró en la otra acera. ¡Claro, esta gente conduce por la izquierda!. Cambio de acera y problema resuelto. Me subí al primer autobús que pasó. Ni me fije en el número, di por sentado que todos los que pasaban por allí recorrerían la calle hasta el final. Sin bajar, vi el New Scotland Yard. Un edificio moderno sin ningún encanto. Y a continuación el Westminster Council, otro edificio moderno de cristal, igual de insulso que el anterior. Vi los dos edificios, pero me quedé igual que antes de verlos. Me bajé dos paradas más adelante, a la altura del Ayuntamiento, ya que según mis cálculos, la catedral estaba más o menos por esa zona. Y así fue, unos metros más adelante, a mano izquierda se abrió una plaza, y al fondo, la Catedral de Westminster. El experimento del autobús había salido bien.

El exterior me recordó más a una catedral ortodoxa que a otra cosa. Quizás fuesen los colores, a rayas rojas y blancas. El interior si que tenía una apariencia más típica. La de una catedral de toda la vida. Entiendo que mucha gente diga que es una visita prescindible. Catedrales las hay en todos los sitios. Y ésta no es la más grande, ni la más alta, ni la más importante, ni la más peculiar. Pero aún así a mi me pareció bonita. A los que os gusten este tipo de edificios, no os defraudará. A mi personalmente me encantan las catedrales, y ésta no fue una excepción.

Mi siguiente destino era Belgrave Sq. Como el experimento del autobús me había salido bien quise repetir, y me monté en el primer autobús que pasó por allí. Pero no todos los días es domingo. El autobús giró en la primera calle a la izquierda y en la primera parada en la que se detuvo nos hicieron bajar a todos. Era el final de la línea, la estación Victoria. Pero no se paró sin más, antes dio unas cuantas vueltas en la plaza. Las suficientes para desorientarme. Volví a subir a otro autobús esperando tener más suerte. Esta vez parecía que sí. El autobús avanzaba en línea recta. Busqué algo que me diera alguna referencia de donde estaba. Pero nada. Así que me bajé al azar cuando creí que la cosa se estaba alargando demasiado. Y ahí estaba yo, en medio de no sé donde, sin saber hacia donde tirar.
Gracias a las placas de las calles y a un plano que llevaba, conseguí situarme. Desde luego cerca de Belgrave no estaba. Había acabado en el quinto pino, junto a Barnabas St. La mejor solución parecía ser cruzar por esa calle hasta Pimlico y desde allí hacia la estación de metro de Sloane Sq. A veces de los fallos también salen cosas interesantes. Al final de Barnabas St, me encontré con una bonita iglesia de piedra. Una monada que no tenía nada que ver con el resto de los edificios que la circundaban. Me gustó tanto que decidí entrar a ver el interior. Pero al abrir la puerta, me encontré con un montón de gente cantando. Estaban celebrando una misa. ¡¡Gluuuup!. Cerré rápidamente la puerta, y me largué lo más rápido posible.

Continué por Pimlico Rd con la idea de girar en Chelsea Bridge. Pero el cruce no llegaba. La distancia en el mapa parecía mucho menor. Me asusté pensando que me había vuelto a perder. No era miedo por no saber donde estaba; en el fondo eso me daba igual. Lo preocupante era que ya tendría que estar volviendo al hotel para recoger a mi mujer. Esa noche teníamos que ir al teatro. Si llegábamos tarde por mi culpa, mi mujer me hubiera matado. ¿Se entiende ahora lo del miedo, ehhhh?.
Estaba claro que yo solo no iba a salir de esa. No me quedaba más remedio que preguntar. Y así lo hice. No andaba tan perdido como creía. Estaba en el cruce con Chelsea Bridge. Si seguía todo recto llegaría a Sloane Sq. Eché a correr. No podía perder ni un minuto. Mi vida corría serio peligro. Por cierto con las prisas no me fije mucho en el vecindario. Pero lo poco que vi no me pareció muy interesante.
En el metro tomé la línea amarilla (Circle). Cuatro paradas y trasbordo a la línea roja (Central). Dos paradas y por fin estaba de vuelta en el hotel. Eran las seis y media. Sólo me había retrasado media horita. Lo normal. Nada que mi mujer no esperara.
A las siete volvíamos a estar en el metro. Línea roja (Central) y tras cuatro paradas bajamos en la estación de Tottenham Court Road. Teníamos 20 minutos para buscar el teatro. Pero mira tú por donde, fue salir de la estación y darnos de morros con el teatro. El Odeon, y el musical que íbamos a ver, We Will Rock You. Un teatro bastante grande, con las típicas butacas rojas y decoración clásica. Igualito que los de por aquí. Nuestros asientos estaban en el primer anfiteatro, en una de las filas intermedias. Sin estar centrados, tampoco estaban demasiado ladeados, por lo que la visibilidad era bastante buena. El escenario se veía entero, sin ángulos muertos. Por cierto el teatro estaba lleno, y eso que la obra llevaba diez años en cartel.

En cuanto al musical, lo definiría con una sola palabra; brutal. No somos unos críticos muy exigentes, pero es que esos tíos eran buenísimos. Cantaban de miedo, y actuando no se quedaban atrás. Incluso bailando eran buenos. Y no sólo los protagonistas principales. Hasta los secundarios eran muy, pero que muy buenos. Una auténtica pasada. Hemos visto bastantes musicales por aquí, pero ninguno tenía el nivel de ése. De verdad que es buenísimo. Sólo una pega, el idioma. Era en inglés, ¡qué raro no!. Y nuestro nivel de inglés no da para tanto. Solo pillamos alguna frase suelta. Por otro lado, como la historia es más bien sencilla, la pudimos seguir con facilidad. ¿Y la música?, que decir de la música. Puro Queen. Canciones archiconocidas, ejecutadas magistralmente. Si uno cerraba los ojos no sabía si estaba en un teatro viendo un musical o en un estadio viendo al mismísimo Freddy Mercury. El sonido era perfecto, sin ningún tipo de distorsión.
El musical empezó puntual, a las siete y media. Son tres horas de duración, incluyendo un descanso de 15 minutos. Aunque parezca mentira se nos hizo corto. Acabamos de pie, como el resto del teatro, coreando Bohemian Rapsody.
Por si a alguien no le ha quedado claro, nos encantó. Entramos con cierto recelo, por el tema del idioma. Y salimos entusiasmados sin que nos importase lo más mínimo no haber entendido ni la mitad de los diálogos. La elección fue todo un acierto. El mejor musical que hemos visto nunca.
A las diez y media salimos por la puerta más que satisfechos. Y nada más poner los pies en la calle, nos entraron las prisas. Había que encontrar un sitio donde comer algo urgentemente. Nos adentramos en el Soho. En una calle junto a Soho Sq, vimos un local que podía servirnos, el “Jazz & Pizza Express”. Un nombre que dejaba muy a las claras lo que podíamos encontrar allí. Pizzas y música jazz. Cenamos una pizza, una lasaña de berenjenas y una botella de agua grande. Todo muy bueno, mejor que la pizzería de la noche anterior. Pagamos 21’75 GBP. Antes de volver al hotel compré en una tienda tres berlinas de fresa por 0’65 GBP cada una. Me comí una y guardé las otras dos para desayunar a la mañana siguiente.
De nuevo al metro. Línea roja (Central), cuatro paradas y por fin en el hotel. Eran las 11:45.