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Nos levantamos a las ocho y media. Vistazo por la ventana y malas noticias. Caía una ligera llovizna. Muy ligera pero suficiente para molestar. La noche anterior estábamos tan cansados que ni nos habíamos acordado de comprar algo para desayunar. Así que con el estómago vacío a las nueve salíamos por la puerta del hotel.
Nos fuimos directos al metro. Línea roja (Central), 2 paradas, cambio a la línea gris (Jubilee), dos paradas y estábamos de nuevo en Westminster. Era la enésima vez que salíamos por esa boca de metro, y no dejaba de sorprenderme la imagen del Big Ben, de la Abadía de Westminster, de las casas del Parlamento. Esa zona es preciosa.
Nos dirigimos directamente a Westminster Pier. Teníamos la intención de iniciar el día con un pequeño crucero por el Támesis. Hay diferentes casetas de venta de tickets. Cada una con su propio barco. Pero en el fondo todos hacen el mismo recorrido, Westminster Pier – London Eye – Torre de Londres – Greenwich. Nosotros nos bajaríamos en la Torre de Londres. No teníamos tiempo para más. Elegimos la compañía London City Boats. El motivo, el de siempre. Con la London Pass era gratuito (el precio del billete simple hasta la Torre de Londres es de 8’40 GBP).
Una vez canjeados los tickets, bajamos al embarcadero. No había mucha gente esperando. Pero poco a poco fue llegando más gente, y más y más. Media horita de espera, y a las 9:45 el barco iniciaba puntual el recorrido. Se trataba de un barco totalmente acristalado, por lo que desde cualquier sitio se obtiene una buena vista. No conté cuantas sillas había, pero creo que cabían alrededor de 200 personas. Y el barco iba prácticamente lleno. Tuvimos suerte. Pudimos sentarnos en la primera fila. Son los mejores asientos, ya que desde ellos se disfruta de una bonita perspectiva del río y de ambas orillas. El problema es que ese día con la llovizna, los cristales estaban llenos de gotas que distorsionaban el paisaje. Mala suerte. Además nos quedamos sin poder hacer fotos. Un ligero inconveniente que no nos impidió disfrutar de un agradable trayecto.
La parada en el London Eye resulta un poco absurda. El barco arranca, cruza el río y se detiene en un embarcadero casi enfrente de donde ha salido. Sus motivos tendrán para hacerlo así. Solo paran el tiempo necesario para que suba la gente que está esperando y otra vez en marcha. De un tirón hasta la Torre de Londres. El paseo es precioso. Se disfruta de una bonita vista de ambas orillas con preciosos edificios y algunos de los monumentos más interesantes de Londres. El paseo merece la pena y no hay que perdérselo por nada del mundo.
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Como la mayoría de la gente que iba en el barco bajamos en el embarcadero que hay junto a la Torre de Londres. Sólo unos pocos siguieron el trayecto hasta Greenwich.
La Torre está muy cerca del embarcadero, no tiene pérdida. El susto nos lo llevamos al llegar a la entrada. Las colas para comprar la entrada eran enormes, interminables. Nos situamos al final y a esperar. Aquello no avanzaba. No hacía ni cinco minutos que estábamos allí y ya me empezaba a desesperar. A unos metros había varias taquillas con muy poca gente. Por probar no podíamos perder nada. Dejé a mi mujer en la cola para no perder el sitio y me fui a las otras taquillas. En un par de minutos me llegó el turno. No estaba equivocado, allí no era, Pero saqué algo positivo, me dijeron que no necesitábamos hacer cola, que con la London Pass podíamos ir directamente a la entrada. Así que la London Pass no sólo nos libró de tener que pagar los 20’90 GBP por cabeza de la entrada, sino que nos evitó perder media mañana haciendo cola.
En la entrada se pueden recoger audioguías. No sé si van incluidas en la entrada o hay que pagarlas a parte. Nosotros no las cogimos. Y menos mal. Con lo grande que es aquello, si uno se enreda escuchando explicaciones e historietas varias, no acaba en varios días.
Muy cerca de la entrada una escalera de piedra permite el acceso a la muralla exterior. Desde allí las vistas son espectaculares. A un lado el Támesis, la Tower Bridge, y el nuevo Ayuntamiento. Al otro lado, el interior de la Torre de Londres. Un paseo de lo más ameno y entretenido durante el que se atraviesan varias torres que refuerzan la muralla. Como por ejemplo St. Martín Tower, en la que tienen expuestas varias coronas de la realeza inglesa. Eso si, sin `piedras preciosas ni nada de valor. Salvo el histórico claro. Son coronas a las que se les quitaron las piedras que las adornaban para ponerlas en otras coronas de reyes más recientes. También pasamos por la Beast Tower, con varios paneles que explicaban la historia de los animales que habitaron el castillo. Si no lo entendí mal, incluso llegaron a tener leones. Lo normal, el típico animal que todo el mundo tiene en casa. La mayoría de esos animales no duraban mucho por la falta de cuidados adecuados. Además los accidentes eran habituales. Algún bocadito o algún zarpazo a un espectador despistado o demasiado confiado. También pasamos por el interior de otra torre con paneles y videos sobre un príncipe o un rey que murió asesinado allí. Como no sabíamos quien era y por mucho que nos esforzáramos íbamos a seguir sin saberlo, pasamos de largo sin prestar mucha atención.
Tras recorrer media muralla el camino se termina y no queda más remedio que bajar. Antes de llegar al patio hay que atravesar un rincón encantador, con la muralla a un lado y varios edificios de piedra al otro. Me encantó esa esquina. No es más que un lugar de paso, no hay nada destacado que ver, pero me gustó mucho.
Una vez en el patio, lo primero que vimos fue otra cola. Nos fuimos directos hacia ella. Si teníamos que tragárnosla, cuanto antes mejor. Era la cola para entrar a ver las joyas de la corona. Era larga, pero avanzaba rápido. En veinte minutos estábamos dentro. Primero se atraviesan varias salas con paneles explicativos. No nos paramos a leerlos. De hecho, no vimos a nadie que se parara. Lo único que nos llamó un poco la atención fue una proyección en dibujos de un desfile real. Y por fin llegamos a la sala donde se guardan las famosas Joyas de la Corona. Sólo la puerta ya impresiona. Una puerta de caja fuerte de un grosor tremendo. Tiene que pesar varias toneladas. Para moverla seguro que se tienen que agarrar unos cuantos. Lo primero que tienen expuesto son las coronas reales. Éstas si que tienen toda clase de pedrería. La visita resulta muy curiosa. Hay que subirse a una cinta mecánica por lo que avanzas sin caminar. Pero de la misma manera tampoco te puedes parar. Así que es un visto y no visto. De todas formas si el vistazo no ha sido suficiente se puede volver atrás y mirar las coronas desde una plataforma elevada que esta junto a la cinta mecánica. Está un poco más lejos, pero aún así las coronas se ven correctamente. A continuación, hay expuestas viarias piezas que pertenecen al tesoro real. Algunas muy llamativas y otras no tanto. Pero lo verdaderamente interesante son las coronas. Una visita interesante y muy recomendable.
A la salida, vimos que la cola para entrar había crecido. Menos mal que ya nos habíamos quitado ese problema de encima.
Con las prisas, ese día ni tan siquiera habíamos desayunado. Y aunque no os lo creáis, cuando no desayuno, siempre me entra mucha hambre. No sé a vosotros, pero mí me pasa siempre. Sólo habíamos comido un par de galletas de la reserva alimenticia que siempre nos llevamos de viaje. Que por cierto, a ver si sois capaces de adivinar que nos habíamos llevado como despensa de emergencia. La pregunta es tan fácil que no hace falta que os de ni una sola pista.
Pues lo que se lleva cualquier mallorquín de bien cuando sale de la roqueta. Una bolsa de quelitas. Un mallorquín decente, un mallorquín de provecho, un mallorquín, mallorquín, nunca sale de la isla sin cargar en su maleta quelitas suficientes para subsistir por lo menos, el doble de tiempo de lo que dura el viaje. Y cuando digo subsistir lo hago en el sentido literal de la palabra. Si a un mallorquín lo soltaras en una isla desierta con su acopio de quelitas, podría sobrevivir meses.
Y es que ahora que no nos oye nadie, seamos sinceros; todavía no se ha descubierto nada más sabroso y que alimente tanto como una quelita. Que si el caviar de beluga, que si el salmón noruego, que si el churrasco argentino. Me río yo de todas esas chominadas. Donde se ponga un buen plato de quelitas “trempadas” con aceite, ni caviar, ni salmón, ni churrasco, ni res de res.
Con el paso de los años, los mallorquines hemos ido incorporado nuevos productos a nuestra despensa de viaje. Productos que si bien pueden tener sustantividad propia, cuando hablamos de viajes, no dejan de ser un mero complemento de nuestras adoradas quelitas. Y que mejor acompañamiento para cuatro o cinco quelitas que una buena sobrasada. Casera, por supuesto, y a ser posible “amb un piquet de covent”. Esa conjunción de sabores única e insuperable que casi adquiere la categoría de milagro. Si es que no hay como salir por esos mundos de dios, para descubrir que como lo nuestro no hay nada. Después de cuatro o cinco días comiendo fuera de casa, uno coge la bolsa de la quelitas y un cacho de sobradado, y si cierra los ojos, creerá que está en el cielo.
Últimamente se han dado casos aislados de gente que en lugar de sobrasada se ha llevado uno o incluso dos tabletas de chocolate. No es lo mismo, pero puedo entender que haya gente ……., no se como decirlo, gente ………, dejémoslo en que son diferentes. A ver, son mallorquines, sí. Pero así así. Seguro que tienen algún abuelo “foraster”, de otra manera no se entiende. Un mallorquín de séptima generación nunca cambiaría una sobrasada por una tableta de chocolate. ¿Qué aliento puede tener eso?.
Y aunque me cueste reconocerlo, también se han dado casos de gente que se ha llevado quesitos. Sí, como suena, quesitos. ¿Qué os parece?. Increíble, a qué sí. Pues os lo podéis creer. Está documentado. A mí estas cosas me hacen sentir vergüenza ajena. Como puede una persona en su sano juicio llevarse una caja de quesitos. Y lo que es peor, como puede alguien prostituir unas quelitas mezclándolas con quesitos. Eso no tiene perdón de dios. Creo que el Govern debería tomar cartas en el asunto y prohibir la reentrada en la isla a todos los que pillasen en Son Sant Joan con una caja de quesitos. Bueno, vale, tal vez el destierro sea una medida demasiado extrema. Tal vez con un mes de internamiento en un campo de reeducación sería suficiente.
Y que yo sepa, no se tiene constancia de que un mallorquín haya sacado de la isla ningún otro tipo de alimento, al salir de viaje. De todas formas me perdonaréis, pero habría que estar muy enfermo para dejar la sobrasada y llevarse un ……, no sé, un ……., un ….. Lo siento, por mucho que lo intentó soy incapaz de ver que otra cosa podríamos llevarnos de viaje.
Lo voy a dejar aquí porque me estoy calentando y acabaré diciendo una barbaridad. ¿Dónde estábamos?. Ah sí, en la Torre de Londres. Nosotros muertos de hambre y vosotros a hablarnos de comida. Si es que, ya os vale.
Ya no podíamos más, teníamos que llevarnos algo a la boca con urgencia. Como no habíamos terminado la visita, decidimos comer allí dentro. Nos dirigimos al restaurante. Justo enfrente unos actores caracterizados con trajes de época y las caras pintadas representaban una obra. Nos acercamos a ver de qué iba aquello. Y como de costumbre no nos enteramos de nada. ¡Qué manía tiene esta gente de hacerlo todo en inglés, con lo bonito que es el castellano!. Lo único que nos quedó claro por las risas de la gente es que no se trataba de una tragedia.
Entre el hambre que teníamos y que no entendíamos nada, no nos quedamos mucho rato. Dimos media vuelta y entramos en el restaurante. Comimos un fish & chips, unas berenjenas gratinadas y una botella de agua grande. Nos cobraron 16’50 GBP. Comimos de maravilla. O quizás teníamos tanto hambre que hasta una piedra nos hubiera parecido un manjar.
Cuando salimos del restaurante la representación ya había terminado. ¡No veas que disgusto nos llevamos!. Nos dirigimos directamente a la Torre Blanca, el edificio que está en medio de la fortaleza. No sabíamos que había dentro, pero como todo el mundo entraba, nosotros no íbamos a ser menos. Allí tienen un pequeño museo del ejército, dedicado a las tropas que residieron en el castillo. Condecoraciones varias, algunas armas, documentos relativos a las tropas que estuvieron acuarteladas allí, y poca cosa más. No nos pareció muy interesante. Siempre he tenido la impresión de que estas cosas sólo interesan a la gente que de alguna manera tuvo alguna relación directa con lo que allí se expone. Así que más que visitar el museo podemos decir que pasamos por el mismo, ya que no nos detuvimos ni una sola vez.
También entramos en la prisión. Pero tenían muy poca cosa, así que salimos más deprisa que del museo del ejercito. Y la capilla del castillo estaba cerrada. Ya quedaban pocas cosas que hacer. De camino hacia la salida pasamos por otro rincón precioso. Se trata de una esquina formada por las típicas casas de campo inglesas, con la fachada blanca y listones de madera. Es una zona en la que no se visita nada, pero a pesar de ello tiene mucho encanto.
Cuando nos acercábamos a la salida, vimos otra cola. ¿Qué será esto?. La sala de torturas. Una cola más no nos haría daño. Además no parecía muy larga. En unos quince minutos entrábamos en la cámara de los horrores. Lo de horrores no es por lo que vimos allí dentro sino por todo lo contrario, por lo horrorizados que nos quedamos cuando vimos que habíamos perdido el tiempo. Sólo tenían dos aparatos de tortura. ¡Vaya churro!. Salimos totalmente decepcionados. Esperábamos algo más impactante, sobre todo después de haber hecho cola.
Sin más dilación salimos de la Torre de Londres. Habíamos estado unas cuentas horas allí adentro. Es tan grande y hay tantas cosas que ver allí que las horas se pasan volando. Pero realmente merece la pena. Es una de las visitas obligadas en todo viaje a Londres. A nosotros fue uno de los sitios que más nos gustó.
Siguiente destino, el Tower Bridge. Las vistas del puente desde la muralla de la Torre de Londres son espectaculares. Y a medida que nos acercábamos resultaba más bonito todavía. No me extraña que sea uno de los sitios de referencia de Londres. Su imagen es inconfundible. No creo que haya nadie que diga que no le ha gustado.
Una vez en el puente, si se está en la misma orilla que la Torre de Londres hay que ir por derecha, ya que la entrada está en ese lado, en la base de una de las torres del puente. El precio es de 8 GBP, pero con la London Pass es gratuita. Y no sólo eso, tampoco hay que hacer cola. Mentira, si que hay que hacer cola, pero solo para subir al ascensor. Al menos te evitas la que hay para comprar las entradas. En el ascensor más que cola, simplemente hay que esperar a que baje.
El ascensor lo llenan a conciencia. No cabía ni una persona más. En un instante se planta en la parte superior y se abren las puertas. Te deja en una sala en la que emiten un documental sobre la construcción y la historia del puente. O eso creo. Como os podéis imaginar no nos paramos a mirarlo. Era en inglés. Ya era mala suerte. Cada vez que llegábamos a un sitio coincidía que a esa hora el documental lo emitían en inglés. Ya empezaba a creer que había gato encerrado. No podía ser que tuviéramos tan mala suerte y nunca lo pilláramos en castellano. Me huelo que por allí lo del castellano no se lleva mucho.
Desde esa sala se accede directamente al pasillo que comunica las dos torres del puente. Está a gran altura, pero al estar totalmente cerrado y no tener vistas al vacío, no produce sensación de vértigo. Los laterales se encuentran acristalados, lo que permite disfrutar de unas vistas fantásticas. Desde este tramo las vistas sobre el Tamesis son geniales. A un lado el nuevo Ayuntamiento, el Shakespeare’s Globe y el HRM Belfast. Al otro lado la Torre de Londres, y un poco más allá el edificio “Gherkin”. Y al fondo el London Eye y el Big Ben. Una de las mejores vistas que se pueden tener del centro de Londres. Los amantes de la fotografía que no se preocupen por los cristales. A lo largo del pasillo tienen unas pequeñas ventanas que se pueden abrir y permiten hacer fotos sin el reflejo del cristal. En el interior del pasillo hay un pequeña exposición sobre puentes famosos. Se trata de unos paneles con una foto del puente, su localización y una pequeña explicación sobre el mismo. A nosotros nos sirvió para descubrir que todavía nos faltan muchos sitios por visitar. Aquí hemos estado. Aquí también. Aquí no. Aquí tampoco. A éste tengo muchísimas ganas de ir. Pero lo que está claro es que subir a allá arriba para ver las fotos de los puentes no compensa en absoluto. Lo que de verdad merece la pena son las vistas. Espectaculares.
Al final del pasillo hay otra sala, en la que no me fijé ni que había. Entramos rápidamente en el otro pasillo, el que se utiliza para ver el otro lado. Las vistas son también muy bonitas, aunque resultan menos espectaculares. En este pasillo, los paneles explicativos hablan sobre la historia del puente y su funcionamiento. No les presté demasiada atención. Me centré en lo que de verdad me interesaba, las vistas sobre el río.
Tras recorrer los dos pasillos, uno vuelve a estar en el punto inicial, en la sala en la que se proyecta el documental sobre el puente. Ya podían insistir, pero no iban a convencernos de que nos sentáramos a ver aquel tostón. El ascensor en el que habíamos subido, era sólo para eso, para subir. No se podía bajar en él. Para bajar había que volver a atravesar el primer pasillo y bajar por la otra torre. Me pareció algo absurdo, pero …… Volvimos a recorrer el pasillo, y a disfrutar de nuevo de las vistas de la ciudad. Una vez en la otra torre, tienen habilitado un ascensor para bajar. Pero decidimos no esperarlo, y bajamos a pie. Y es que para bajar todos los santos ayudan.
Una vez en la calle, una línea de color azul indica el camino a seguir. Conduce a las entrañas del puente, donde tienen expuesta la antigua maquinaria del puente. Lo de antigua es porque lo dice un letrero en la entrada, no por su apariencia. Reluce como si la acabasen de instalar. No me extrañaría que todavía funcionase. Hay varias máquinas diferentes, y junto a ellas explicaciones de su funcionamiento. Esta parte de la visita me pareció curiosa.
He leído que a mucha gente no le gustó la visita del puente. Si uno la considera como una atracción en sí misma no es gran cosa, los paneles que tienen expuestos no son muy interesantes ni justifican la visita. Pero si uno se lo plantea con un mirador aéreo, la cosa cambia. Como ya os he dicho, las vistas son fantásticas y justifican plenamente la visita. Nosotros nos lo planteamos de esa manera, y nos encanto. Sin ninguna duda volvería a subir para disfrutar de las vistas.
Continuamos nuestro recorrido paseando por la orilla del Tamesis. Enseguida llegamos al nuevo Ayuntamiento. Un edificio acristalado con una forma un tanto extraña. Por lo visto es un edificio inteligente. Y listo lo será un rato, pero como todos los listos también es feo de narices. O al menos eso le pareció a mi mujer. No paraba de decirme ¡es horroroso!. Tanto lo repitió que casi llegó a convencerme. Desde la explanada que hay justo delante, frente al río, se tiene una bonita perspectiva de la Torre de Londres.
Seguimos paseando por la orilla del río. Es un paseo muy agradable, y la zona es muy agradable. Pero teníamos un día muy apretado, y no pudimos disfrutar del paseo mucho rato. Tuvimos que abandonar la orilla para dirigirnos al Britain at War Experience. Todos estos sitios están muy cerca uno de otro, por lo que llegamos en un plis plas. Enfrente del museo había un Nero. Entramos para descansar un rato. Pedimos un cortado, un café caramelato y un trozo de tarta de chocolate. Pagamos 6’25 GBP.
Una vez repuestos, cruzamos la calle y entramos en el Britain at War Experience. La entrada cuenta 12’50 GBP, pero nuevamente entramos gratis gracias a nuestra London Pass. El museo no es muy grande. Se trata de una colección de utensilios y recuerdos de la guerra; de cosas que se utilizaban en aquellos años. Maniquís vestidos con ropa de esa época. Recortes de prensa con noticias sobre la guerra. Todo eso no esta mal, pero lo que realmente nos interesaba eran dos reconstrucciones que había dentro del museo.
La primera es la de un refugio antiaéreo. Una especie de chabola sin ningún tipo de apertura salvo la puerta y con el techo bastante bajo. Por un altavoz reproducen el ruido de los aviones para darle un mayor realismo a la situación. La sensación allí adentro es claustrofóbica. Agobiante. Pasar horas y horas enclaustrado en un sitio como ese debía de resultar durísimo. El otro punto fuerte del museo era la reproducción de una calle de Londres durante un bombardeo. Apenas sin luz, con el ruido estridente de las sirenas, y el retumbar de las bombas de fondo. Escombros y destrucción por todas partes. Impactante. Nos puso los pelos de punta. Y eso que estaba claro que era una reproducción, y que lo que allí había eran muñecos y no personas. Aún así me impresionó. El resto del museo sin estar mal, no es gran cosa. Pero las dos reproducciones me llegaron. De todas formas no creo que compense pagar por ver sólo esas dos cosas. Pero si se entra gratis con la London Pass como en nuestro caso, si que
creo que hay que acercarse al museo.
A la salida nos dirigimos hacia la Catedral de Southwark. De camino pasamos por delante de las London Tombs. Una atracción similar a lo que sería la casa del terror. Se realiza un recorrido por un decorado lúgubre, mientras algunos actores te dan algún susto. Había leído por ahí que como las explicaciones te las dan en inglés, si no dominas el idioma, la atracción pierde parte de su gracia. Entre eso y la falta de tiempo decidimos no entrar y pasar de largo. Además había una cola enorme. Y eso si que no.
La siguiente parada era la Catedral de Southwark. Es fácil de localizar, ya que es la típica catedral. Sin embargo queda un poco deslucida por su localización. Se encuentra rodeada por edificios mucho más altos que ella, y eso le resta espectacularidad. Además su color gris tampoco ayuda mucho. Pasamos al interior del templo. En esos momentos estaban celebrando misa. Y aunque no seamos religiosos, si que intentamos ser respetuosos con las creencias de los demás. Por eso nos quedamos junto a la puerta y nos limitamos a ver el interior de la catedral desde allí. A mí personalmente me pareció muy bonita. Pero eso tampoco significa nada, me encantan las catedrales. Todavía no he encontrado ninguna que no me guste.
Unos metros más adelante nos topamos con un barco pirata en medio de la calle. ¿Y esto? Pronto salimos de nuestro asombro. Era una atracción para niños. Aquí montamos un tobogán y un columpio. Pero por lo visto, allí eso no les basta. Montan un barco pirata y se quedan tan a gusto. No es más que una chorrada, pero no deja de ser sorprendente. Además desde allí pudimos disfrutar de una visión cercana de la fachada de la Tate Gallery. Horrorosa. ¡Qué cosa más fea! Espero que lo que tengan expuesto allí adentro sea mejor que el edificio. Aunque bueno, hablamos de arte moderno, lo cual ya de por sí resulta muy sospechoso. Por desgracia no pudimos comprobar si el interior hacia honor a la fachada, no teníamos tiempo ni cuerpo para soportarlo
Nos dirigimos rápidamente al Shakespeare’s Globe. Me apetecía mucho visitar su interior, y la hora de cierre se estaba acercando. Como todas las atracciones de esa zona resulta muy fácil de localizar. La entrada no recuerda para nada a un edificio de época. Son unas cristaleras de lo más moderno. Y la recepción lo mismo. No sé, no sé. La entrada cuesta 13’50 GBP, gratis con la London Pass. Nada más comprar la entrada nos hicieron pasar a una sala, a esperar que empezase la visita. Sólo se realizan visitas guiadas, así que hay que esperar a que empiece la siguiente. Por fortuna llegamos en el último momento. Solo tuvimos que esperar unos cinco minutos. Por cierto, todas las visitas son en inglés. Con esta gente no hay manera. Por lo menos aquí tienen la deferencia de entregar un folleto explicativo en otros idiomas, entre ellos el nuestro.
Tras una breve introducción realizada por el guía, con bronca incluida a dos parejas que seguían hablando sin prestarle atención, iniciamos el recorrido. Primero salimos al exterior, donde el guía continuó con sus explicaciones sobre la historia del teatro, y como funcionaba en sus años de esplendor. La mitad del grupo escuchaba, como si lo entendiesen. La otra mitad; tras los dos minutos de rigor en los que reconfirmamos que no íbamos a entender nada; nos limitábamos a mirar a nuestro alrededor. Sobre todo la fachada del teatro. Blanca, con vigas de madera vista, y el tejado negro. Un lugar muy bonito y con encanto. Por cierto, lo único que sacamos en claro de la explicación es que ese teatro no es el original. Es una reconstrucción. Y ni tan siquiera saben si es exacta. De hecho creo que ni siquiera esa era su verdadera ubicación.
A continuación pasamos al interior del recinto. Directamente a la arena. Una nueva explicación. Esta vez sobre la estructura del teatro, el escenario, las gradas y la distribución del público durante las representaciones. Supongo que las explicaciones eran muy interesantes. Pero sólo lo supongo, porque a duras penas entendía alguna palabra suelta. De lo que no tengo ninguna duda es de que el teatro es precioso. Y no solo el escenario que reproduce un palacio veneciano. También las gradas de forma circular, en tres niveles. A pesar de ser una simple reproducción, me pareció muy autentico, muy bien logrado. Era uno de los sitios que más me apetecía visitar. Y no me defraudó en absoluto. Me encantó esta visita.
Por último subimos a las gradas donde nos sentamos un rato a escuchar una última explicación del guía. Que quede claro, he dicho escuchar, que no entender. En esta ocasión se puso a hablar de Shakespeare y de otros autores de la época. Incluso se permitió el lujo de recitar algunos versos. Se notaba que lo vivía. Que disfrutaba con lo que hacía. Me dio la sensación de ser un buen profesional que dominaba su trabajo. Sólo tenía un problema, que no hablaba español. ¡Cómo se puede ser guía sin saber español!.
Me encantó el Shakespeare’s Globe. Me pareció un lugar encantador. Si la visita no fuese guiada se podría hacer perfectamente en 15 minutos, pero al ir con el guía hay que estar cerca de una hora. Pero por otra parte eso permite disfrutar un poco más del lugar y tener un mejor recuerdo del mismo.
No muy lejos se encuentra el Puente del Milenio. Nos pareció un buen lugar para volver a cruzar el río. El puente tiene un diseño moderno. Un tanto extraño. Pero al fin y al cabo cumple su función, que es la de permitir atravesar el río sin mojarse. Con los puentes me pasa lo contrario que con las catedrales. No me llaman la atención. Y salvo alguna excepción como el Tower Bridge no me resultan demasiado interesantes. Lo mejor de este puente son las vistas que se tienen desde él. Al encontrarse un poco más elevado que el nivel de la calle, se pueden ver perfectamente, a un lado el Shakespeare’s Globe y al otro la cúpula de la catedral de San Pablo. El puente cruza el Tamesis justo enfrente de la catedral. Mientras se cruza se puede la catedral con su enorme cúpula al fondo. Desde allí se pueden sacar unas fotos fantásticas. La difícil es conseguir alguna en la que no se te cruce alguien por delante. Hay muchísima gente cruzando por ese puente. Lo cual no me extraña, la imagen de la cúpula de la catedral de St. Paul es preciosa.
Tras el puente recorrimos la calle. Encantados con la postal de la cúpula de St. Paul y con el ambiente que había allí. La calle estaba llena a reventar de gente que hacía el mismo recorrido que nosotros.
Cuando llegamos a St. Paul, la catedral ya estaba cerrada, no se podía acceder al interior. Era algo previsible que no alteró demasiado nuestros los planes. De hecho la idea original era visitarla al día siguiente. Pero ya que estábamos por allí nos acercamos a verla por fuera. Es preciosa. Aunque tratándose de una catedral ya sabéis que no soy objetivo. Me impresionó su altura. Su color claro, como si la acabaran de limpiar. Y sobre todo esa cúpula enorme.
Queríamos acercarnos a la zona de Temple. Por eso seguimos nuestro paseo por Ludgate Hill y Fleet St. Unas calles bastante feas y sin nada que ofrecer. No todo puede ser bonito y encantador. Pero hasta en los lugares más feos siempre es posible encontrar algo interesante. Y al final de la calle nosotros obtuvimos nuestra recompensa, el Palacio de justicia. Un edificio con una fachada neogótica exagerada. Tipo castillo de hadas. Muy llamativa. Y a pesar del exceso resultaba agradable. Quizás fue por el contraste con el resto de la calle que acabábamos de recorrer. Es que esa calle era fea de verdad. Al lado del Palacio de Justicia está la Church of England. No es nada del otro mundo. Tan sólo la destaco por el conjunto que forma con el Palacio de Justicia. En cuanto a la Iglesia de Temple, finalmente ni siquiera la buscamos.
Aquella zona no resultaba muy interesante, así que buscamos en un plano cual era la estación de metro más cercana, y a otra cosa mariposa. De camino a la estación nos metimos por una calle más fea que la anterior si cabe. Ni me fijé en el nombre. Era tan horrenda que no se merece ni el esfuerzo de buscar como se llamaba para ponerla en el diario.
Tomamos la línea verde (District) Una parada, trasbordo a la línea marrón (Bakerloo), otra parada y estábamos en Picadilly Circus. Ya habíamos estado allí de noche y nos había gustado. Ahora la veíamos de día. Y también nos gustó. La plaza tiene mucho encanto. Todos los edificios que la rodean son preciosos. Y la vida que tiene la plaza la hacen especial. Con la fuente de Eros como centro de todo aquello, con gente sentada junto a la misma sin dejar ni un solo espacio libre. Hasta los letreros luminosos me cayeron en gracia. Y eso que no son más que eso, unos letreros luminosos, de colores chillones. Si es que cuando un sitio tiene encanto, cualquier cosa que pongan quedará bien.
Tomamos Coventry St. en dirección a Leicester Sq. Es un paseo en el que por muchas veces que lo hagas siempre encontrarás algo nuevo que te llame la atención. El problema lo teníamos al llegar a Leicester Sq. Estaba en obras y por mucho que mirase a través de las vallas no pude llegar a verla a condiciones. Una lástima. Dejamos atrás la plaza y nos dirigimos al mismo chiringuito donde el jueves habíamos comprado las entradas para el musical de Queen. Nos llevamos una desilusión. Sólo tenían entradas para el musical de Michael Jackson. Y lo que es peor, con visibilidad reducida. Al vernos con cara de pena, nos explicó que el domingo la mayoría de los teatros cierran y no tienen función, por lo que los pocos que abren se llenan en enseguida. No nos terminó de convencer. Decidimos probar suerte en otro sitio. Esa zona está llena de sitios donde venden entradas para el teatro. Entramos en el primero que vimos. Directamente nos dijeron que no tenían nada para ese mismo día. Lo mismo en el siguiente y en el de enfrente. Volvimos corriendo al primer sitio. Aunque no fuera lo que andábamos buscando, al menos nos habían ofrecido algo. Pagamos 71 GBP por dos entradas en el gallinero, con visibilidad reducida en el Lyric Theatre. No estábamos muy convencidos de si habíamos hecho bien. Pero ……. Para resarcirnos nos compramos un trozo de pizza por 2’50 GBP. Las penas con pan siempre son menos.
Era pronto para ir al teatro, así que decidimos dar un paseo. Saliendo de Picadilly Circus, bajamos por Haymarket. No tiene el encanto de la plaza, pero sigue teniendo algo. Un buen lugar para pasear. Giramos en Pall Mall. Muy bonita también. Además es la zona en la que todos los bancos españoles tienen su representación. Nos entretuvimos buscando los letreros. Alguno de esos bancos ya ni siquiera existen como tales. Cosas de la crisis. A mitad de la calle se encuentra la Waterloo Place, con una estatua de Nelson. Aunque digan que eso es una plaza, en realidad parece una calle muy ancha. Antes de llegar al final nos desviamos por la derecha para ver St. Jame’s Sq. Una plaza ajardinada rodeada de verjas. Bien, sin más. Los árboles y el césped siempre son agradables. Pero no había nada que se saliese de lo normal. Volvimos a Pall Mall y al final de la misma disfrutamos de una vista lateral de St. James Palace. Cuando lo vi no sabía ni que era. Estaba claro que era algún palacio o edificio oficial por la amplitud de su fachada y por su peculiar color marrón. Pero tampoco parecía demasiado interesante.
Volvimos a girar en St. James St., una calle muy similar a las anteriores. Agradable para ir dando un paseo. Y finalmente llegamos a Picadilly St, que nos condujo de nuevo a la plaza de mismo nombre desde la que habíamos iniciado la caminata. Resultó un paseo muy agradable, tanto por lo que íbamos viendo por las calles, como por lo tranquilas que parecían en contraste con el bullicio de Picadilly Circus.
Nos dirigimos hacia el teatro. Seguía siendo pronto, pero queríamos situarlo para después no tener problemas. Subimos por la calle Shaftesbusry y lo encontramos sin ningún problema. Y ahora qué hacemos. No sé. Lo que tú quieras. A mí me da igual. A mí también. Para matar el tiempo acabamos entrando en una pastelería. Nos comimos dos dónuts, uno de chocolate y otro de crema, y un agua pequeña. Nos cobraron 6’25 GBP. Una delicia para el paladar. Pero a quién no le gustan los dónuts.
A las siete y cuarto entrábamos en el teatro. A diferencia del Dominion, el Lyric Theatre tiene una forma más alargada. Nuestras localidades estaban en el anfiteatro, bastante arriba, y un poco ladeadas. En un principio el escenario se veía bien, aunque un poco lejos. Cuando empezó la función nos dimos cuenta de a que se referían con lo de visibilidad reducida. En el escenario tenían montada una estructura a la que de vez en cuando se subían los bailarines. Desde nuestro sitio solo los veíamos de cintura para abajo. Lo aceptamos con resignación.
En cuanto a la obra, no es exactamente un musical. Es más bien una recopilación de canciones de Michael Jackson. Las van interpretando una detrás de otra, sin un hilo conductor, sin que haya una historia. Más que un musical es un homenaje a Michael Jackson. A lo largo del montaje en un par de ocasiones dejan de cantar y bailar, y una especie de presentador ofrece datos sobre el cantante y su obra. Que si consiguió no sé cuantos discos de oro, que si estuvo no sé cuantas semanas al frente de no sé que lista de éxitos, que si vendió no sé cuantos millones de copias, y cosas por el estilo. Al ser cosas muy básicas se entendían con cierta claridad. El problema es que mi memoria de pez me impide recordar cualquier dato más allá de diez minutos. Tampoco me esforcé mucho por retenerlos, para eso existen Google y la Wikipedia.
Durante la primera parte del espectáculo suenan las canciones de cuando era niño y de cuando actuaba con los Jackson Five. ¿No son las mismas?. Cantaba un crío. La gente cuando ve un niño sobre el escenario se vuelve loca. Pero siendo objetivos, su único mérito es ser unos niños, ya que el nivel no suele ser muy alto. Y este fue un claro ejemplo de ello. La gente aplaudía a rabiar, pero tampoco es que lo hiciese demasiado bien. Después siguieron una serie canciones de la época disco. Aquí ya empezamos a conocer alguna canción y la cosa se animó un poco. El niño desapareció del escenario y fue sustituido por cuatro cantantes, tres hombres y una mujer, que se iban alternado en las actuaciones. El nivel ya era mucho más alto, sobre todo el de la mujer que cantaba genial. Un descanso de 15 minutos y vuelta a la carga. Empezaron con Thriller e hicieron un repaso a su discografía más moderna. La que suena cada día en la radio y que todo el mundo conoce. Esta segunda parte resultó muy entretenida. Si los cantantes eran buenos, los bailarines no se quedaban atrás. Y al tratarse de canciones conocidas nos pasamos todo el rato cantando o tarareándolas. Para el fin de fiesta reservaban sus principales éxitos, Billy Jean, Thriller y Bad. A esas alturas todo el mundo ya estaba de pie, cantando y bailando. Alguno más que bailar parecía que sufrir convulsiones victima de una posesión demoniaca. Pero eso es otra historia.
Los cantantes no pretendían imitar a Michael Jackon. Tenían un timbre de voz parecido, y hasta en sus movimientos podían recordar al rey del pop. Pero se veía claro que no pretendían ser unos meros imitadores. De haberlo querido, no tendría sentido haber incluido una mujer en el elenco. Y quizás en eso radica el éxito del musical. No tienes que comparar a los cantantes con Michael Jackson, simplemente tienes que disfrutar de sus canciones. Si que hubo un momento en el que creí que Michael había resucitado. Fue en la canción Billy Jean. Un solo cantante, vestido como el protagonista de la función, con el pelo rizado, guantes sin dedos, y un sombrero en la mano. Era el mismísimo Michael Jackson. Cantaba como él y se movía exactamente a él. Se me pusieron los pelos de punta.
El resumen, el espectáculo empezó un poco flojo, pero a medida que avanzaba fue mejorando, y acabamos disfrutándolo mucho. No nos arrepentimos para nada de haber ido. Y que conste que no tengo ningún disco de Michael Jackson, ni tengo intención de comprarlo. Y aún así, me lo pasé de miedo. El espectáculo merece la pena. Además tiene otra ventaja, al no contar ninguna historia, no hace falta saber inglés para disfrutarlo plenamente.
El musical terminó a las diez y media. Aprovechando que China Town está justo al lado nos acercamos a dar una vuelta con una doble intención. Por un lado para verlo. Por el otro para buscar un sitio donde cenar. Resulta muy fácil saber cuando has llegado. La decoración es inconfundible. Adornos de estilo oriental, y muchas lucecitas de colores. Lo vimos. Pero si no lo hubiéramos visto nos hubiéramos quedado igual. No son más un dos calles llenas de restaurantes chinos. A los diez minutos ya nos preguntábamos ¿esto es todo?. Nos gustó tan poco el sitio que hasta pasamos de cenar allí. De camino al metro compramos una bandeja de sushi en una cadena de comida japonesa, “Wasabi”, por 6’95 GBP, y nos la fuimos comiendo de camino al hotel.
Cogimos la línea roja (Central) que en cuatro paradas nos dejó en la puerta del hotel.
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