A las 6 de la mañana ya es de día, la luz entra a raudales por las ventanas y las gaviotas te despiernan con sus sonidos enloquecidos. Tras el desayuno (otra vez queremos probarlo todo y acabamos empachados), damos un paseo hasta la iglesia de San Salvatore. Se en cuentra en Via Vittorio Emanele y nos pilla de paso hacia nuestro destino. Puede pasar desapercibida, pero merece la pena echar un vistazo. Es un espectacular espacio barroco de forma oval con balcones a modo de palcos; se tiene la sensación de estar en un teatro de ópera en lugar de una iglesia; aquí también podréis observar los característicos estucos y taraceas de mármol. No hay ni un alma.


Casi enfrente encontramos una de las características tiendas de pupi sicilianos. Se trata de unas marionetas de hilo que suelen representar personajes de los cantares de gesta y paladines de Carlomagno (Rolando, Angélina, Ganelón, guerreros sarracenos...), modelos para interpretar la vida. Eran muy populares en el Palermo de antaño, acompañando sus funciones con pianolas, aunque todavía quedan algunos pequeños teatros donde se representan espectáculos con fines más bien turísticos. Teníamos pensado asistir a alguno, pero, al final, no nos dio tiempo.
También de camino damos un paseo por la destartalada Piazza Bologni, en obras, donde una escultura de Carlos V del siglo XVII (los españoles querían reivindicar viejas glorias) parece que vigile todo el espacio, que está cuajado de enormes palacios barrocos que hoy, en lugar de príncipes, albergan a las familias más humildes, por lo que ya podéis imaginar el estado de conservación. Se cuenta que en el siglo XVII Palermo contaba con más de 100 príncipes, otros tantos duques, marques y condes, por lo que la cantidad de palacios de la época es impresionante.

Tras unas fotos de la Catedral, que con la luz de la mañana está preciosa, nos dirigimos hacia las catacumbas del Convento dei Cappuccini. Decidimos hacer el trayecto andando, ya que no está demasiado lejos y así conocer un poco la ciudad por lo caminos menos trillados, por la via Cappuccini; en el camino nos encontramos con un mercado de antigüedades con bastantes puestos; en realidad, se podría decir que parecen chabolas que venden antigüedades, con algunos objetos interesante que, por supuesto, no tenemos dinero para comprar; también se pueden ver pequeños puestos de pescado o fruta en cualquier esquina; simplemente un carro o carretilla con las productos del día se ofrecen a los vecinos. Al llegar a la cripta de los capuchinos (entrada 2 euros) nos arrepentimos de todo lo que hemos desayunado, pues el estómago se revuelve bastante; es increíble como los turistas frivolizan con la muerte y no paran de fotografiar cadáveres e incluso fotografiarse junto a ellos. Es lamentable y nosotros nos negamos a fotografiar tal espectáculo que, por otra parte, resulta interesante para comprender la mentalidad del momento. Tras bajar unas escaleras, se accede a una serie de salas abovedadas y húmedas, con pequeñas ventanas; hay un recorrido prefijado a través de unas plataformas con barandillas para que la gente no se salga de ahí y no intente llevarse algún hueso de recuerdo. El espectáculo es estremecedor, aunque, cuando llevas un rato, deja de impresionarte. Tiene su origen en el siglo XVI, cuando se carecía de espacio para enterrar a los frailes del convento, a los que se sumaron los benefactores de la institución, creando un complejo dividido en secciones, como en unos grandes almacenes: niños, mujeres vírgenes, sacerdotes, hombres, militares..., todos identificados con sus correspondientes carteles. Todos los cadáveres están embalsamados y conservan sus ropas originales, lo que hace que resulte todavía más morboso y repulsivo; según la categoría del muerto, se sitúa en una hornacina individual, nichos en varios niveles o un sepulcro aislado; los hay, incluso, familiares. Los cadáveres más recientes, del siglo XIX, conservan aún girones de piel, cabellos o bigotes, proporcionando un espectáculo totalmente macabro. Liberamos tensión pensando que, entre los cadáveres, podrían pasar desapercibidos Berlusconi o Robert Redford. La estrella del conjunto es la niña Rosalía Lombardo, muerta en los años 20 y embalsamada con una técnica secreta que hace que se conserve en perfecto estado, casi como si estuviera dormida. Los más morbosos podrán comprar postales con los cadáveres más impactantes y os aconsejamos que no perdáis tiempo visitando la iglesia del convento, ya que no tiene ningún interés.
En el cercano Corso Calafatimi hay bastantes paradas del autobús que se dirige a Monreale, aunque no esperéis que tenga una gran frecuencia, sobre todo en verano. Una vez llegado el autobús, nos subimos a él y pedimos el billete al conductor, ya que se pueden comprar a bordo; el señor, con bastante mal genio, nos dice que ya los ha vendido todos y para el autobús para que nos bajemos casi en marcha; el siguiente no pasará hasta dentro de hora y media. En un estanco cercano compramos el billete (1,50 euros) y ya estamos prevenidos para la mala leche de los conductores sicilianos, así que os aconsejamos que compréis los billetes antes de subir al autobús, por lo que pueda pasar. En el tiempo de espera nos acercamos a La Cuba, que está casi enfrente. La entrada cuesta 2 euros y la visita resulta interesante si estáis por la zona. Se trata de un antiguo palacio de verano mandado construir por los reyes normandos en el siglo XII. Refleja el estilo árabe que estaba de moda en la época y es muy interesante volumétricamente y también en su decoración, con multitud de arcos ciegos que le dan mucha gracia al conjunto. No conserva el techo, aunque se puede acceder al interior. Se trata de un monumento excepcional y único, como muchos de Palermo, pero está prácticamente abandonado; lo que debían ser espléndidos jardines de naranjos y limoneros, plantas aromáticas, juegos de agua y un gran estanque, se ha convertido en un solar lleno de jaramagos. Volmemos a repetir una frase que ya se hace muy reiterativa en Palermo "¡Qué pena!", no saben apreciar y explotar el patrimonio que tienen. Junto a la entrada hay un pequeño museo con piezas decorativas originales del edificio, sobre todo inscripciones con caracteres cúficos y una maqueta.

El autobús hace un recorrido de una media hora siempre en ascenso, ya que Monreale se encuentra en una zona elevada. A lo largo del recorrido podréis disfrutar de las vistas de la Conca d´Oro, un valle repleto de naranjos y otros árboles frutales y bonitas vistas de todo Palermo.

El autobús te deja en la entrada del pueblo y tras subir por una pequeña cuesta por un recorrido serpeante de turistas, se llega al Duomo. Decidimos visitar primero el Claustro (entrada 6 euros que bien merecen la pena), un auténtica maravilla del arte normando. Construido en el Siglo XII, se trata de un gran espacio flanqueado por más de doscientas columnas pareadas, todas con decoraciones diferentes, muchas de ellas con incrustaciones de piedras de diferentes colores y mosaicos dorados; fijaros también en todos y cada uno de los capiteles esculpidos con figuras bíblicas, escenas paganas, animales, alegorías de los meses, así como en la estupenda fuente (chiostrino) en una esquina, bajo un templete donde encontramos la mayor profusión decorativa, todo ello con un cierto sabor oriental. Dice la leyenda que las mujeres que se lavan en ella rejuvenecen diez años. Es mentira, había auténticos vejestorios por allí. El espacio es un estupendo lugar para sentarse, relajarse y disfrutar de todos los detalles con tranquilidad... y por qué no, para comer.




Columnas del Claustro de Monreale.[/size


[size=9]Capiteles del Claustro de Monreale.

La Catedral abre a las 2, por lo que tenemos que esperar y aprovechamos para comer. En la misma Plaza hay algunas focaccerie donde poder comprar pedazos de pizzas, arancini o panini bastante baratos. Comimos junto a la bonita Fuente del Tritón, en la plaza lateral de la Catedral.

La Catedral, gratuita, también del Siglo XII, es la obra maestra del arte árabe-normando. Recuerda en cierta manera a la Capilla Palatina pero todo muchísimo más grandioso, tanto que llega casi a abrumar. Comenzamos con las magníficas puertas de bronce del Siglo XII con numerosos relieves. En el interior no se sabe donde mirar debido a que todo está cubierto de mosaicos dorados con numerosas escenas que cubren más de seis mil metros cuadrados. Podéis encontrar todo tipo de escenas bíblicas y al propio Guillermo II coronado por Cristo en persona; el Pantocrátor del Ábside Central es verdaderamente impresionante, uno de los mayores del mundo. Tampoco hay que perderse los magníficos artesonados con mocárabes que le dan un toque islámico al conjunto. De todas formas, el hecho de que tenga tres naves, los numerosos bancos y la oscuridad hacen que a veces las perspectivas para contemplar los mosaicos queden a veces muy forzadas. El estado de conservación es magnífico. El Ábside derecho incluye algunas tumbas y una Virgen románica mientras que el de la izquierda da acceso a la Sacristía y el Tesoro. La entrada cuesta unos 2 euros y merece la pena, ya que se puede disfrutar de una magnífica capilla barroca en taracea de mármoles mandada construir por un arzobispo español, así como de algunas piezas de arte litúrgico.




Antes de coger el autobús de las 4, mereció la pena detenerse para contemplar el Ábside desde el exterior, muy similar al de la Catedral de Palermo, con sus característicos arcos cruzados y la combinación de piedras de dos colores.
Llegamos a Palermo y descansamos en el hotel hasta las 6, porque el calor era insoportable. Decidimos dar un paseo sin rumbo fijo para ver algunos lugares en nuestra última tarde en Palermo. Nos dirigimos a la zona de San Domenico, muy alterada por edificios modernos y donde comienza el verdadero centro comercial de la actual Palermo. La fachada de San Domenico es del Siglo XVIII y acoge un panteón con sicilianos ilustres. En la Plaza se encuentra un monumento barroco al Triunfo de la Inmaculada.

Las calles de la Plaza conducen al popular Mercado de la Vucciria, una serie de estrechas calles y plazas repletas de tiendas y tenderetes con todo tipo de productos, desde el característico pez espada hasta puestos para turistas. No os perdáis los puestos de sardinas asadas, todos abiertos hasta bastante tarde. La sensación al pasear por las calles de los alrededores es poco recomendable, ya que se trata de la zona más degradada de Palermo, teniendo a veces la sensación de pasear por una ciudad fantasma y otras veces la de ser observado por personas con las que no te irías a tomar un café.
Paseando sin rumbo nos encontramos con la chiesa de Sant'Agostino, el Oratorio de San Cita, San Ignazio, antiguos palacios góticos que acogen museos...aunque ya todo está cerrado. Acabamos la ruta frente al Teatro Massimo, un enorme edificio del siglo XIX en estilo neoclásico, en cuya escalinata tiene lugar el final de la trilogía de El Padrino (no os contamos lo que pasa, por si queda alguien no la haya visto).
Con los pies molidos, decimos regresar a Piazza Marina y cenar de nuevo en Francu U' Vastiddaru, ahora con menos calor, pero con las riquísimas especialidades palermitanas. No pueden faltar las granite del Chiosco della Frutta, en este caso probamos al limone y all'arancia (naranja); la clasificación se está poniendo difícil por ver cuál está más rica. Ya recuperados, damos un paseo por el Foro Umberto I, para tomar el fresquito de la brisa marina; todo estaba lleno de puestecillos con juguetes para niños y el típico dulce con almendras y caramelo en tabletas (aquí se llama piñonate); nos encontramos con un concierto de grupos locales con unas 30 personas de público y en el regreso nos encontramos con las proyecciones de luces en I Quattro Canti con motivo de la fiesta de Santa Rosalía; la verdad es que eran espectaculares. No podemos más ¡A dormir!



Es una pena que no nos pudiéramos quedar en Palermo para U Festinu de Santa Rosalía en el día siguiente. En este video nos podemos hacer una idea de cómo es la ciudad en fiestas.