Además de disfrutar de la playa, en Langkawi hay bastante que hacer, sobre todo si se alquila un coche, se aprende rápido a conducir por el otro lado y se es hábil esquivando monos entre las curvas.
Nos decidimos el primer día por ir a la zona de montaña, subir a unas cascadas y finalmente coger el mítico cable car.
La ruta de montaña para ver las cascadas supone ascender bastante, con calor, entre selva (la pista está perfecta) pero es una maravilla. Hay varias cascadas, a varias alturas. Lamentablemente, varios carteles avisan de peligros terroríficos para quien se bañe (muchos lo hacían sin mucho miedo):

Respecto al Cable Car es una experiencia inolvidable. Absolutamente sobrecogedora y no apta para personas con vértigo o que se mareen fácilmente. Quien no tenga problemas con eso, debe experimentarlo si viene por aquí. La subida es larguísima, vertical y las vistas son en todo momento espectaculares, desde el inicio, en el que se sobrevuelan las altísimas copas de los árboles de la selva que vas dejando abajo, hasta el verticalísimo final en el que vas ascendiendo metro a metro y alcanzando a ver todos los límites de la isla.

En el camino de vuelta, paramos en varias fábricas de artesanía que se anunciaban en el mapa turístico del coche. Es muy interesante el trabajo de Batik (telas pintadas) y en madera. Por la tarde, anocheciendo nos tomamos una copa en el Cliff, con unas vistas impresionantes de la playa, llena a esa hora y preciosa:

Ese día, además, nos dimos un homenaje cenando en el mejor restaurante del viaje: el Unkaizan, que se anuncia como el mejor restaurante japonés de Malasia y es absolutamente espectacular. Cenamos por unos 22 euros cada uno y probamos un plato que no hemos vuelto a encontrar: se llama battera y se prepara prensando el pescado:

Una delicia.