Uno no puede decir que conoce un país por visitar únicamente una ciudad a pesar de contener una de las maravillas del mundo...pero de todas formas nos vamos con una muy buena sensación de Camboya.
Habíamos escuchado de todo, que si la gente era muy agresiva a la hora de comerciar, que si no te dejaban en paz en los templos, que si se pasaban tres pueblos con los precios...
Sinceramente, cuando llegas a éstos alguna personilla puede venir a ofrecerte algo, pero personalmente no hemos tenido percepción alguna de pesadez, malos modos o unos precios desorbitados teniendo en cuenta que estás en un sitio esencialmente turístico.
Si vas a las pirámides de Guiza te van a clavar, si vas a Pisa te van a clavar, si vas a Fushimi Inari te van a clavar, si vas a Chichen Itzá te van a clavar, si vas a Lloret, te van a clavar...qué esperan? Pero es que encima hablamos de que te cobran 1 dólar por una coca cola...1 dólar, en mitad de la maldita selva.
Pero por si fuera poco, aunque se te acerquen a ofrecer algo, con decirles que no es suficiente, te sonríen y siguen a lo suyo. En definitiva, que a poco que hayas estado en otros sitios mucho peores y tengas un poco de paciencia, el lugar no es agobiante para nada. Otra cosa es cómo te lo quieras tomar o tengas el día un poco cruzado.
Más interesante me parece definir Camboya (o la zona de Siem Reap) como un sitio de naturaleza hostil en cuanto a que es un lugar realmente duro por su clima. Uno puede estar en un hotel (la zona está llena de mega complejos y hotelazos), tumbado en una amaca junto a una piscina, pero notará un calor punzante a poco que el sol impacte sobre la piel, y eso que es Agosto, los meses de mayo a julio al parecer son peores, con el añadido de tormentas de arena que azotan la zona.
Pasear por sus calles a piel descubierta para el occidental medio puede ser bastante jodido si no se lleva la protección adecuada, súmale el calor y que salvo los restaurantes, por la calle no hay mucho sitio donde cobijarse para tomar el fresco.
Añadida a esa calor, la humedad es considerable y la fauna reclama su sitio en cada rincón. A pesar de mantener el lugar lo más agradable para el turista (en los hoteles, en las calles sálvese quien pueda), si enfocas la vista sobre algún punto, descubrirás un lagarto acechando, un arácnido o una mantis junto a una palmera. Todo eso está ahí porque es su hábitat natural en una región que está hecha de otra pasta, una pasta ciertamente dura y en los que sus habitantes se han acostumbrado de manera sorprendente.
A pesar de que pueda parecer el maldito infierno, es un lugar que merece mucho la pena ya que Angkor Wat sólo hay uno y está en mitad de la selva, con todo lo que ello conlleva.
Dejamos así pues atrás Camboya y aterrizamos de forma brusca y con los Creedence de fondo en Ho Chi Minh, antiguamente conocida como Saigón.
Nada más llegar, lo típico, cambio de moneda y buscar transporte. Existe un bus cerca del aeropuerto que te lleva al centro, pero para no perder mucho tiempo pillamos un taxi de los públicos que te aseguran activarán el taxímetro, cobrándote lo legal. El trayecto suele salir entre los 200 a los 300k dongs máximo, en función del tráfico.
Por cierto, que en minutos nos convertimos en millonarios, por 100 euros nos dieron unos 3 millones, la mejor inversión de nuestras vidas. No tenía tantos kilos en mis manos desde que firmé la maldita hipoteca, claro que me duraron unos 30 minutos en la cuenta...
Ya en el taxi pudimos comprobar la fama que tienen las ciudades de Vietnam en cuanto a la conducción y las famosas motos. Increíble.
Mira que hemos visto tráfico loco, pero el torrente de máquinas que inunda cada cruce es tan bestia y a la vez tan armonioso que resulta hasta bonito de ver, es hipnótico, y encima funciona y nadie se estampa. Añade peatones pasando a través de esa marabunta, que se abre y se cierra para dejarlos pasar como si fueran gotas de aceite flotando en el agua. Digno de ver.
Más tarde comprobamos en nuestras carnes que “el salto de fe” al que le llaman cruzar algunas calles es totalmente cierto. Tan sólo debes avanzar sin dudar y ellos te esquivan, aunque sinceramente yo no le quitaba el ojo al que tenía cerca. Qué subidón, qué tensión en cada cruce!
Ya en el hotel hicimos el checking y nos largamos a hacer una ruta a pie que suelen recomendar para ver los lugares más importantes de la ciudad, aunque anocheció sobre las 18h y decidimos acabarla al día siguiente.
A pesar de todo, pudimos callejear un buen rato, probar alguna especialidad ambulante de estos sitios y visitar el famoso mercado Ben Thanh, un laberinto de puestos de ropa, comida, café, especias y olores de todo tipo, de TODO tipo.
Nos paramos en un garito a comernos un pincho de cerdo a la brasa que una mujer cocinó después de pasar sus marinadas manos por el género. Eli comentó no sé qué de Sanidad.
Por cierto, que había leído maravillas del café vietnamita y la verdad es que una vez probadas unas tres variedades, está muy bueno, es muy denso y aromático además de tener alguna variedad sorprendentemente dulce, con un olor cercano al chocolate. Pillamos un paquete de 300gr para traernos de lo cojonudo que estaba.
Una vez fuera, callejeamos de nuevo, cruzamos unas cuántas calles toreando motos y cuando nos cansamos de hacer el canelo vimos un japo con unos precios de locura y nos pusimos hasta arriba de makis, carne de cerdo empanada rellena de queso, miso, birras...ni 6 euros por cabeza, ea. Fantástico.
Así un poco como que a petar deambulamos por la noche de Ho Chi Minh, entre motos, pitidos, luces de neón, la zona del puerto con barcos temáticos que simulan un tiburón (con su boquita con dientes y todo), piratas...donde “artistas” cantaban lo que podían y la gente cenaba. La oferta parece extensa en una ciudad que no para, casi como su tráfico.
Mañana visitaremos los túneles de Cu Chi, a unos 50 kilómetros a las afueras y terminaremos de visitar las principales zonas de Ho Chi Minh, una ciudad que de momentos nos ha encantado.
Los Vengadores a lo vietnamita.
Un saludo!