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DÍA 4. VALLE DEL JERTE
Hicimos noche en Jerte, así que estábamos muy cerca de nuestra primera parada: Garganta de los Infiernos.
No sabíamos si el Parque Natural tenía una hora de apertura, así que llegamos a eso de las 9:30-10 horas. Lo ideal es haber llegado antes de las 9.
Decidimos hacer la ruta básica de senderismo Los Pilones-Puente Nuevo, las más “turística”.
Son 6,5 kms. de subidas, llanos y bajadas. El nivel de dificultad es bajo, aunque el inicio puede resultar más duro.
Nosotros hicimos el camino de ida en 45-50 minutos a ritmo “fotógrafo”.
Hay otras rutas más difíciles. Por ejemplo, la de la Garganta de los Infiernos es de 16 kilómetros y tiene una duración estimada de 7 horas.
El sendero está muy bien señalizado, con continuas indicaciones. El paisaje es precioso, repleto de helechos, robles, y castaños.
La ruta termina con la llegada al Puente Nuevo. En el mismo puente comienzan los pilones, pero es más interesante subir lo más arriba posible. Para ser verano, había bastante agua.
Subimos pero decidimos quedarnos por la zona de la fuente, ya que los pilones eran más profundos y podíamos saltar desde rocas altas y subir de nuevo tras bajar varios niveles de pilones.
Pasamos un rato muy divertido disfrutando del baño y la orografía y magníficas vistas del lugar.
A eso de las 11:45-12 horas decidimos quitarnos el bañador y comenzar la ruta de vuelta.
A esa hora comenzó a llegar la gente en masa, pareciendo aquello una feria.
La vuelta la hicimos por la pista forestal, para cambiar un poco y no volver por el mismo camino. Nos encontramos algunos coches oficiales del parque y rutas a caballo muy interesantes.
Mientras bajábamos hicimos una parada en el Refugio del Escribano y el Mirador “Chorrero de la Virgen”, antes de llegar de nuevo al Centro de Interpretación.
Volvimos al coche y pusimos rumbo al puerto de Tornavacas, situado en lo más alto del Valle del Jerte (1275 m). Ya arriba, a nuestra derecha: Castilla y León, provincia de Ávila. Y a nuestra izquierda: Comunidad de Extremadura, provincia de Cáceres.
Desde el mirador disfrutamos de una vista privilegiada de todo el Valle del Jerte. Había un poco de bruma en el horizonte, pero aun así pudimos ver el valle en todo su esplendor.
Desde ahí comenzamos el “descenso”. Llegamos de nuevo a Jerte, pero ahora para una breve visita turística.
Estuvimos en la Ermita, Calle de los Bueyes (casas con fachadas con encanto), Iglesia, Fuente, Plaza de la Independencia (en 1809 los vecinos de Jerte plantaron cara a las tropas napoleónicas como héroes, aunque éstas terminaron quemando el pueblo), Parque Nogalón (que cuenta con una preciosa piscina natural. En la oficina de turismo nos avisaron que ese día era la fiesta de la juventud y que, entre otras actividades, por un euro podías tomar una copa con plato de carne a la plancha. Lástima que hubiera una larga cola…).
Desde Jerte nos dirigimos a Cabezuela del Valle, buscando concretamente el restaurante Tío Pío. Preguntamos en el pueblo y lo encontramos rápidamente, incluso aparcamos en la misma puerta. Incomprensiblemente estaba cerrado. Menuda decepción nos llevamos.
Decidimos buscar en internet algún restaurante cercano, y encontramos el restaurante el Castillo. Está a sólo 2 kilómetros de Cabezuela dirección Jerte. Vimos opiniones muy malas y otras muy buenas, pero decidimos arriesgarnos.
Pues bien, no hay mal que por bien no venga. Sin temor a equivocarme, creo que fue el mejor sitio donde comimos en todo el viaje. Tienen un menú básico que resulta algo pobre de contenido teniendo en cuenta la envidiable situación del restaurante (sopas, pasta, pollo, etc.).
Pedimos un menú especial (un buen plato de entremeses, chacinas ibéricas, y un magnífico chuletón de Ávila [por el que pagamos una pequeña diferencia de 3€, pues no estaba incluido en el menú original], en su punto y perfectamente cocinado) y un plato de cochinillo asado (insuperable). De postre, mousse de cerezas del Jerte. Excelente calidad, sabor, trato y precio.
Tras el festín, decidimos que era hora de empezar a despedirnos de la región. Llegamos a Navaconcejo, estacionamos el coche junto al puente y nos dimos una vuelta por el pueblo, viendo el cauce del Jerte que pasa a su lado, las calles con encanto, balcones y soportales, los canalones de agua que discurren por la calzada, la Iglesia Parroquial de la Asunción, etc.
Junto al puente, el paso del río forma una piscina natural, la Nogaleda. Nos dimos un baño mientras veíamos los peces nadar a nuestro lado.
Seguimos la ruta hacia Valdastillas. Allí no nos paramos para hacer la visita turística, sino que buscamos la Garganta de Marta y la cascada del Caozo (Garganta Bonal).
La primera de éstas se encuentra dentro del pueblo. La encontramos de casualidad, mientas salíamos. Un cartel de madera indicaba “Cascada Marta”, y allí fuimos. Después de cinco minutos de camino llegamos a un puente, donde estacionamos. A continuación bajamos “a ciegas” unos minutos hasta encontrar la garganta. Está junto a una casetilla y puede verse desde un improvisado e inestable puente. Desafortunadamente, estaba completamente seca. Una pena…
Tomamos dirección Piornal y en apenas 3-4 kilómetros encontramos a la izquierda un cartel para desviarnos a Garganta Bonal para ver la cascada del Caozo.
Tras 600 metros llegamos al puente y nos asomamos a la garganta. Fue bastante decepcionante, pues al igual que la de Marta, se encontraba seca. El entorno y la propia cascada son imponentes, pero verlas sin agua es frustrante.
Continuamos el camino hasta Piornal. Además de ser el pueblo más alto de la provincia, es conocido por la fiesta del Jarramplas (celebrada en enero). Un vecino engalanado con un traje típico de cintas de colores y máscara gigante va recorriendo las calles tocando el tamboril. A su paso, los vecinos lo reciben con una lluvia de nabos (antes patatas) hasta que éste aguante.
"Cuenta la leyenda que el jarramplas robaba ganado y un día todos los vecinos de Piornal se vengaron de él tirándole vegetales."
De Piornal sólo vimos la fuente de la entrada y una tienda que nos aconsejaron unos vecinos, la Picota, donde adquirimos productos típicos del Jerte: mermeladas, licores y cerezas.
Abandonamos maravillados el Valle del Jerte bien tarde, ya que decidimos desviarnos notablemente hacia la Vega del Alagón para visitar Galisteo, Coria y Alcántara.
Nos cogió el toro totalmente, se nos hizo muy tarde y acusamos el haber empezado la ruta con una hora de retraso (sobre todo para aprovechar la luz solar antes del ocaso).
Llegamos a Plasencia y en lugar de tomar dirección a Cáceres y Ruta de la Plata hasta Sevilla, nos desviamos a Galisteo (dirección Coria).
Galisteo es un pequeño pueblo entorno a su muralla árabe, que aún conserva casi intacta. Desde la carretera ya había una vista espectacular del perímetro.
Hay varias puertas de entrada al recinto amurallado. Primero entramos por la Puerta de la Villa, pero dimos la vuelta para acceder por la más vistosa: la puerta del Rey.
Por una angosta escalera situada a la derecha de la puerta se puede acceder a la parte superior de la muralla y pasear por el pueblo desde un lugar privilegiado. Destaca la iglesia mudéjar y los restos de lo que fue un antiguo castillo.
No había tiempo que perder, así que tomamos rumbo a Coria. Es una ciudad pequeña pero que nos sorprendió gratamente. Es conocida por la controvertida fiesta del toro de Coria.
Dejamos el coche en la plaza de San Pedro, y paseamos encontrándonos Ayuntamiento, Convento de la Madre de Dios (siglos XV-XVIII), la antigua cárcel (que alberga un museo que se encontraba abierto), Plaza, Iglesia, Catedral (que encontramos casualmente abierta a pesar de la hora. Preciosa e imponente), fachada trasera de la Catedral, Palacio (en rehabilitación, siendo actualmente el Hotel Palacio Coria ****), Alhóndiga, Castillo y resto de muralla, Arrabal de San Francisco, etc.
Dio la casualidad que aquel día se esaba celebrando el IV festival de animación y teatro en la calle (Circoria)
Vimos la hora y nos echamos la manta a la cabeza. Eran las nueve menos cuarto y pudimos dar la vuelta y llegar a Cáceres para emprender la vuelta a casa.
Pero teníamos el “antojo” de visitar el espectacular puente romano de Alcántara.
Lo malo, que quedaban apenas 30 minutos de luz diurna y tardaríamos cerca de una hora en llegar, según indicaciones del navegador GPS.
Lo dicho, nos volvimos locos y decidimos seguir la ruta prevista. La puesta de sol nos cogió en pleno camino disfrutando de la dehesa, un paisaje totalmente distinto del que habíamos visto en las primeras paradas de la jornada.
Moraleja y Zarza Mayor fueron sólo algunas de las poblaciones que dejamos atrás. Estuvimos a escasos kilómetros de la frontera con Portugal, incluso uno de nuestros teléfonos tomó cobertura de un operador portugués.
Llegamos a Alcántara y quedamos fascinados con el puente romano, impresionante. Incluso nos dio alegría verlo de noche con el cielo todavía un poco azul.
El puente es de origen romano, construido por el arquitecto Cayo Julio Lacer entre los años 104 y 106.
Ha sufrido muchas reparaciones a lo largo de la historia debido a las continuas destrucciones parciales: en 1213 los musulmanes, en 1475 durante la guerra entre Castilla y Portugal, en 1543 es mandado reparar por Carlos I, en 1707 durante la Guerra de Sucesión, en 1809 durante la Guerra de la Independencia, en 1836 durante la Primera Guerra Carlista.
En el centro tiene un arco del triunfo, denominado de Trajano, de 40 pies de altura que fue restaurado en 1543.
La iluminación nocturna se proyecta sobre la parte del puente visible desde la carretera.
Al otro lado se encuentra un pequeño templete / mausoleo, donde reposan los restos de Cayo Julio Lacer, como lo atestigua una antigua inscripción en la puerta principal
La vista del puente desde ese punto también es muy bonita (y lúgubre).
Cruzamos Alcántara, Brozas, Navas del Madroño, Arroyo de la Luz y Malpartida buscando la ciudad de Cáceres y la autovía A-66 (Ruta de la Plata) hasta Sevilla.
De este modo terminaba un corto pero intenso viaje por el norte de la maravillosa, desconocida y sorprendente Extremadura.
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