Llevo mucho tiempo preparando este viaje y como es costumbre en mí, cada vez que voy a un sitio nuevo primero sitúo todos lo que hay que ver, a ser posible en un mapa y cuando ya tengo la localización, entonces busco el hotel lo más cercano a todos ellos o al menos, a la mayoría. Después me organizo mi cuaderno de viaje para que así, al menos, no me quede nada por visitar.
Bien, pues mi estancia en Budapest sería de 4 días. Llegábamos el jueves y para ese día, tenía ya programada y citada la visita al Parlamento para las 4 de la tarde. Como era el día de mi cumpleaños, quería que en cierto modo tuviese una “marca” y también había organizado un crucero nocturno por el Danubio para visitar los monumentos iluminados. Por la noche, cena en el Spoon, un barco-restaurante considerado “de los de clase” (del que ya tenía reserva de mesa) y entre medias, organizar ciertos aspectos que no podía hacer desde España.
Como la hora prevista de llegada a Budapest eran las 11,40 h. y sabía que el aeropuerto estaba, más o menos a 20 minutos, había calculado que llegaríamos al hotel sobre las 12,00 h., (Hotel Domine Inn Fiesta) desharíamos las maletas. Como a las 12,30, bajaríamos por la orilla del río, buscaríamos al famoso duende y contrataríamos el crucero; continuaríamos andando hasta el Puente de las Cadenas, donde está el monumento de los “Zapatos de los Judíos”.
Sobre las 13,30, comeríamos, más o menos en la c/Ocktóber, 6, entre la c/ Aránis Janos y Zrini utca, paralela a la Nador utca y cerquita de la Pza. Szabadság, en un restaurante que se llama Kisharang Étkezde, donde ofrecen comida típica húngara.
A las 16,00 horas, visita al Parlamento. Como estábamos en la zona, no había problemas. La visita sabía que duraba entre 45 minutos y una hora, entonces a las 5 de la tarde, cogeríamos el Tranvía línea 2 (el amarillo), cuyo trayecto dura (21 minutos), en la Pza. Rousevelt o en la Pza. Kossuth ter (detrás del Parlamento) y al dar una vuelta por la ciudad, ya tendría una primera impresión de ella.
Sobre las 6,30, cogeríamos el barco para el crucero, que dura una hora. Acabamos sobre las 7,30 y pasearíamos por la pza. Vorosmarty (y a poder ser, por la Pza. Liszt, donde están los mercadillos navideños más importantes de la ciudad), todas ellas en los alrededores del hotel. Luego ya regresaríamos, nos ducharíamos y nos iríamos a cenar, porque la reserva en el Spoon era para las 9,30 horas.
Bien, todo perfecto. Horas cuadrando horarios, mirando calles, haciendo recorridos en los mapas para no perder el tiempo y que cayera todo a mano pero…. El hombre propone y el resto del personal dispone. Todo al revés.
Comenzamos. Hora real de salida de Barajas, a las 8,30 horas. Hora que le dije a mi marido: a las 6,30. Hora que llegamos al aeropuerto: 4,30. Hora que salimos de casa: 3,30. Hora en la que nos “levantamos”: 2,30 (todo en la madrugada). Mirada de asesino en serie: la de mi marido cuando se enteró que me había confundido en “unos minutos”.
Bien, horas dando vueltas por el aeropuerto, un frío que pelaba, casi todo cerrado, nos tomamos un café más malo que un rayo. Seguimos andando. Más miradas asesinas. En fin, comenzamos bien.
Al final, todo según lo previsto (por Malev, líneas aéreas húngaras, claro) salimos a la hora, hicimos un vuelo normal, cogimos zona de turbulencias durante más de 20 minutos, nos dieron de comer en el avión (y estaba bastante apetecible) y para terminar, nos ofrecieron una especie de recipiente, como los envases de yogurt, con su precinto y todo y era….. ¡¡agua!!, pero con un sabor rarísimo (imaginamos que la típica agua de Hungría, pero nadie nos aclaró nada).
Llegada a Budapest, y aquello era de locos. Todo eran carreras para coger las maletas, cambiar la moneda y ponerse en la cola del taxi. Realmente, no hay pérdida porque todos… hacíamos lo mismo, con que siguieras a uno, te iba llevando a los sitios. Una vez fuera del aeropuerto, te pones en la cola del quiosquillo donde te preguntan el hotel, y según la zona donde vayas, así te cobran. Como el nuestro estaba en la zona centro, unos 23 € (es precio cerrado)
Nos montamos en un taxi que nos llevó a nuestro destino y llegamos a la hora prevista. Abonamos la carrera y ¡oh, sorpresa!, nos dicen que hasta las 2 no nos dan la habitación. Eran las 12,30 y ya no podíamos hacer nada de lo programado. Así que nos dedicamos a dar una vuelta por los alrededores, para una primera toma de contacto y poco más; aprovechamos para sacarnos el bono del metro-bús, para 3 días, haciendo hincapié a la vendedora para que nos pusiera la fecha del día siguiente, porque después de haber leído las indicaciones de los foreros con el tema de los revisores, no teníamos miedo a que pasara algo, teníamos pánico.
A la hora en que habíamos quedado, regresamos al Domina Inn Fiesta, deshicimos las maletas y nos fuimos a la pza. Vorosmarty.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
*** Imagen borrada de Tinypic ***
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Preciosa, con sus puestecillos de navidad, su cantidad de sitios para comer, su decoración tan típica y antigua. Eran las 3 de la tarde y el estómago nos hacía ruido, así que pedimos un plato que no teníamos ni idea de lo que era porque ni nosotros hablábamos húngaro ni el chico hablaba inglés, pero aquello tenía una pinta estupenda y estaba buenísimo. Total que con el lenguaje universal, nos dió un plato que nos fuimos comiendo por el camino, junto a una compañera inseparable que nos acompañó durante casi toda la tarde: la lluvia. Ya no había tiempo para nada y nos encaminamos directamente al Parlamento. Sin problemas de localización porque Budapest lo tiene todo casi muy recogido y con un buen plano, te orientas perfectamente. De la plaza Vorosmarty bajamos al cauce del río, vimos el duende, seguimos hacia la derecha, pasamos el puente de las Cadenas y a unos 600 metros, está el Parlamento. Pero el problema es cruzar las calles, sobre todo las grandes avenidas, ya que no suelen disponer de semáforos para los peatones ni de pasos de cebra; no sabíamos cómo pasar al otro lado. Luego observamos que la gente se metía por unos pasos subterráneos que pensábamos era el Metro y, efectivamente, eran las entradas al Metro pero también servían para ir al otro lado de la calle. Lo cierto y verdad es que uno de los aspectos que más llaman la atención de Budapest es su vida bajo tierra.
Los numerosos pasos subterráneos están repletos de tiendas de ropa, bares, floristerías, restaurantes, farmacias… Si tuviéramos que elegir un concepto común para definir la estética del subsuelo de esta ciudad éste sería paradójicamente, la falta de un elemento unificador. Y fue aquí donde entramos por primera vez en contacto con la “personalidad” de los nativos. Estando al borde de la acera, mirando a un lado y a otro para ver cómo atravesábamos, los coches se pararon para que cruzáramos y además, con amabilidad. ¡Increíble! En España te hubiesen organizado una pitada de campeonato. A los pocos minutos, con el ruido del tráfico, capuchas puestas para la lluvia, mi marido giró hacia un lado y yo hacia otro, cada uno en una dirección opuesta, sin darnos cuenta de lo que habíamos hecho. A todo esto, una furgoneta que se percató, empezó a tocar el claxon, llamando la atención de mi marido, que se volvió al oír la algarabía y el conductor le indicó más o menos aquello de “macho, que se te va la parienta, que la pierdes…” ¡Alucinante!
Bueno, pues una vez en el Parlamento, después de canjear nuestra reserva, nos hacen esperar bajo una gran lluvia fuera. Llegado el momento, se acercaron los respectivos guías y empezaron a llamar a los grupos: “Españoles, por aquí. Italianos, por allí. Ingleses, por aquí…”
Ya entramos, después de pasar un control bastante exhaustivo. Nuestro guía, simpatiquísimo; se llama Daniel y nos explicó todo muy bien. Vimos el cambio de guardia alrededor de la corona y fue muy espectacular.
Terminamos de ver el Parlamento y yo quería ver el monumento de los zapatos de los judíos. Sabía que estaba entre el Puente de las Cadenas y el Parlamento, pero de noche y sin conocer bien la zona, no había manera. Nos metimos por una zona del paseo nada iluminada, con un piso bastante irregular (vamos, unas piedras que se te clavaban en el alma cada vez que apoyabas el pié); nos recorrimos la zona y allí no había rastro de uno ni de 1000 zapatos. Así que seguimos por todo el paseo del río, buscando el barco para hacer el crucero. Realmente, en verano hay muchas ofertas y diversas compañías; en esta época del año, son lentejas. Tienes una compañía que te ofrece el crucero, de 2 horas, con cena, y otra que es sólo el crucero, con 2 copas que te sirven a bordo (la primera a elegir entre vino y cerveza, y luego otra de champán). Así que tuvimos que coger el “Leyenda del Danubio”, que sale a las 18,30, desde el muelle Vigadó ter y su precio era 18 € por persona. A mí la verdad se me hacía un poco caro, pero después de “negociar”, la chica nos dijo que nos cobraba 14 €, que era el precio si hubiésemos llevado la tarjeta turística de Budapest. Ante nuestro asombro, nos dijo que ella era la encargada de mirar la tarjeta y que entonces nos podía cobrar lo que quisiera. Al final accedimos y bueno, pues al menos nos sirvió para descansar durante 1 hora. Te dan unos auriculares en tu idioma y te van explicando los diversos monumentos que se ven (Hay que decir que la iluminación de los edificios es espectacular; parece un Belén). El viaje lo recomiendo si no tienes otra cosa que hacer, pero realmente por el precio, mejor te das una vuelta tu mismo y lo ves casi de la misma manera, porque si sabes algo de los edificios, es más que suficiente y ver, pues ves los 3 puentes más famosos (el de La Libertad, el de Isabel y el de las Cadenas). El Parlamento y la iglesia Belvárosi, en la zona de Pest, y el Castillo, el Bastión de los Pescadores, la Iglesia de Matías y la Ciudadela, en la zona de Buda (pero esto lo estás viendo todo el tiempo que vas paseando por la ciudad). Casi mejor, que no lo hagáis.
Terminamos el crucero, y fuimos caminando dirección al hotel y en el camino, entramos en una cafetería para tomar una cerveza. Nos pusieron cacahuetes en la mesa y nos dimos cuenta que a la hora que era, no llevamos nada en el estómago nada más que el platito que nos habíamos comprado en la plaza (y que además de compartirlo, lo dejamos a medias porque se aguó con nuestra amiga la lluvia). Así que nos tiramos como locos a los cacahuetes (nos supieron a gloria). Después de la parada, continuamos para ducharnos, cambiarnos, e irnos a cenar, no sin antes volver a dar una vuelta por el mercadillo, ahora iluminado y con esa magia e ilusión que te ofrece la navidad, con los puestecillos de madera, los adornos, las luces de colores y ese embrujo que te envuelve en estas fechas.
Llegó la hora de visitar el tan famoso “Spoon”, un barco en el Danubio donde se come francamente bien. Mi marido que es muy sopero, se pidió la famosa sopa Goulash y un segundo de carne (allí no pidáis nunca pescado, porque el que tienen es de río y parece ser no es de muy buena calidad; luego también puedes encontrar el normal, pero es congelado y de importación, con lo que los precios no son muy acordes); yo el típico pato, más una botella de vino, total: 100 € (sin postre, un café y nada más).
Las vistas, no estaban mal, teníamos el castillo a nuestra derecha. Pero por la ubicación donde te colocan, sólo accedes a una cosa: el Castillo, o el Bastión de los pescadores. Las ventanas son ventanas y tienen sus medidas. El salón, con una iluminación adecuada, pero con capacidad para 110 personas, demasiado grande para la idea que llevábamos. El servicio correcto. Como experiencia, puede valer, pero creo que a pesar de ser bueno, es más la fama que los foreros le han dado. En Budapest se come bien en muchos sitios y éste no tiene nada de típico o genuino, a no ser porque estás cenando “sobre” el Danubio. También lo puedes hacer al “lado” del Danubio y el marco ser más original. Si no has estado nunca en un barco, adelante, pero yo que he hecho 2 cruceros, no he notado la diferencia en el ambiente. Eso sí, todos éramos extranjeros. De las 20 mesas que estaban ocupadas, les oí hablar en portugués, alemán, italiano, inglés, español y francés. Con lo que me hace pensar que es el típico sitio para turistas. Pero ya sabéis, sobre gustos…
Y vuelta al hotel, a dormir, porque el día se había presentado agitado y estábamos hechos polvo. Y el día siguiente se presentaba agitado, porque aquí sí que íbamos a seguir mi ruta.