El último día de viaje lo dedicamos a una excursión fuera de Budapest, para conocer un poco más de Hungría. La idea era visitar los pueblos de Esztergom y Szentendre. Caminamos hasta la estación de Nyugati (muy bonita, por cierto) y allí cogimos el metro hasta la estación de Arpad hid. Seguimos las indicaciones hasta la estación de autobuses (Autóbuzállomás) y compramos dos billetes a Esztergom por 930 florines cada uno (autobús 800). La cajera no hablaba inglés, pero nos apañamos bien. Cuando vimos que la gente se ponía a hacer cola pensamos que no merecía la pena, pero conviene hacerla si se quiere ir sentado, ya que el autobús es de los que se usan para el transporte urbano y mucha gente iba de pie. El trayecto dura una hora y cuarto, y hace un par de paradas. Nos bajamos, sin tener más mapa que uno que vimos pintado en la pared, bastante deficiente, y fuimos en la que creíamos la dirección correcta hacia el centro, siguiendo a un grupo que llevaba mapas impresos. Pero tras caminar un rato seguíamos sin encontrar el centro, así que preguntamos a una pareja que pasaba por allí. El chico hablaba un poco de inglés y nos dijo que habíamos andado en dirección contraria, y nos acompañó hasta dejarnos situados. La chica solo hablaba húngaro y varias palabas de alemán, pero aun así nos entendimos algo y pudimos entablar una conversación sobre España y Hungría.
Finalmente llegamos hasta la plaza central, donde hicimos algunas fotos. Tenía buen ambiente, con muchas terracitas.
Guiándonos por el instinto, porque no había indicaciones, fuimos andando hasta el principal atractivo de Esztergom: la Basílica de Santa María. Hay que ir hasta uno de los canales del Danubio y luego caminar por la orilla hasta ver las indicaciones. Nosotros empezamos a subir antes (que somos unos impacientes), y acabamos subiendo hasta la colina por unas escaleras llamadas “cat stairs”. Pues con ese nombre os podéis imaginar, largas, empinadas y estrechas. Y entramos en la fortaleza por una pequeña puerta, por allí no se veía mucho tránsito. Vamos, que entramos por la puerta de atrás, siempre queriendo hacer las cosas difíciles. Después vimos que hay un ascensor y un paseo mucho más amplio y transitado.
La Basílica es enorme, de hecho es la iglesia más grande de Hungría y la principal sede religiosa del país. La visita al interior del templo es gratuita, pero para visitar el tesoro, la cripta y subir a la cúpula hay que pagar. Se puede comprar cada entrada por separado, pero hay una entrada que da acceso a todo y que sale más a cuenta. Cuesta 1400 florines y con ella se puede pasar al servicio, que si no te cobran.
El interior es precioso, llena de colorido, por los frescos de las paredes y los mosaicos de la cúpula. Y la amplitud de la parte central permite disfrutar de unas vistas en redondo del templo y de la cúpula desde abajo.
Hicimos unas cuantas fotos y empezamos a subir las escaleras que llevan al tesoro. Es una exposición impresionante, donde hay algunas piezas que son auténticas obras de arte. Allí no estaba permitido hacer fotos.
Seguimos subiendo la escalera hasta un pequeño bar con vistas panorámicas al Danubio. Desde allí hay que subir 300 y pico escalones hasta la cúpula. Se hace en varios tramos de escaleras de caracol, cada vez más estrechas. Menos mal que se sale a la luz a medio camino y se pueden intuir las fantásticas vistas que se tendrán desde arriba. El sitio que hay arriba es mínimo, y nosotros coincidimos con un grupo de escolares. Así que los dejamos pasar como pudimos para poder disfrutar un poco más de las maravillosas vistas: el Danubio separando Hungría y Eslovaquia, las
casas, los campos...
Éramos los últimos arriba y vinieron a buscarnos, pues tenía que bajar todo el mundo para que otros pudieran subir. El último tramo de escaleras es tan estrecho que es imposible cruzarse con otra persona.
Por último bajamos a la cripta, donde están enterrados los obispos principales de Hungría. Es un lugar amplio, con grandes columnas, como en todo el templo. Y con el calor que hacía, se estaba bien allí abajo.
Dimos una vuelta por los alrededores de la basílica, en los interiores de la muralla. Hay un mirador, donde se encuentra una estatua de la coronación de San Esteban, pero nada que ver con las vistas desde arriba.
Esta vez bajamos por el ascensor, salimos por la puerta principal y bajamos por el camino cómodo, por el que había buenas vistas de la basílica y el castillo.
Había algunos restaurantes por allí, pero decidimos ir a comer a la plaza, donde habíamos visto agradables terrazas. Fue un gran error. Todas las terrazas eran de cafeterías y heladerías (es impresionante la cantidad de heladerías que hay en Hungría), y por esa zona no había restaurantes abiertos, y eso que era sábado. Acabamos comiendo un kebab allí cerca, que era lo único que vimos abierto, junto con un buffet de comida china.
Y con la tontería ya no llegábamos a tiempo a la estación para coger el próximo autobús a Szentendre, así que nos tocaba esperar otra hora. Aprovechamos para comernos un helado buenísimo en la plaza, a modo de postre.
El autobús que va a Szentendre es el 880, que va por la orilla del Danubio. Antes para en Visegrad, uno de los pueblos típico de excursiones desde Budapest, famoso por su castillo. Hasta Szentendre el precio es de 930 florines. El viaje fue un poco tortuoso, en un autobús sin aire acondicionado, en un viaje de hora y media, parando cada pocos minutos. Nos bajamos en la parada de Bükkös patak, la más cercana al centro, tras preguntar al conductor, ya que no hay nada que te indique las paradas. Dimos una vuelta por las calles del pueblo, pero cuando llegamos ya eran más de las 6 y todas las iglesias y galerías estaban cerradas. Puede que tuviera que ver el hecho de que era sábado...
El caso es que no podíamos entrar en ningún sitio, así que pensamos sentarnos a tomar algo junto al río. Pero vimos que justo allí salía en barco hacia Budapest, de la empresa Mahart, que costaba 2000 florines. Así que cambiamos de planes, en lugar de volver a Budapest en tren lo hicimos en barco.
El viaje dura una hora aproximadamente, y nos vino bien para descansar, con un airecito muy agradable en ese día de calor. Las vistas, más allá de las poblaciones turísticas, tampoco eran muy bonitas, pero aun así disfrutamos mucho de aquel relax en el río.
Ya en Budapest, disfrutamos una vez más de las vistas del Parlamento, que nos regaló una foto preciosa, ya que esa hora próxima al anochecer la luz era perfecta, con el sol reflejado en el edificio y en el río. Veréis que le hemos hecho muchas fotos al Parlamento, pero es que el edificio impresiona, y uno no se cansa de verlo y fotografiarlo.
Nos bajamos junto a la sala de conciertos Vigadó. Justo esa noche había un concierto y tuvimos la oportunidad de asomarnos a verlo por dentro, aunque nos miraron raro, ya que con las pintas que llevábamos estaba claro que no íbamos al concierto.
La intención era comprar algo cenar en el apartamento, pero en Vörösmarty tér había muchos puestos de comida húngara que tenían muy buena pinta y cambiamos de planes (otra vez). El problema es que no nos quedaban florines. Pero allí había una casa de cambio y cambiamos 10 euros. La tasa no era muy buena (300 florines/euro), pero en tan poca cantidad poco íbamos a perder.
Disfrutamos mucho de nuestra última cena en Budapest, con rica comida y de charla con una pareja de españoles que estaba de circuito por las ciudades imperiales. Nos sobraron los florines justos para comprar dos transfer tickets que nos llevarían el día siguiente al aeropuerto a primera hora.
Y así se acababa nuestro viaje de verano del 2014.