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Día 16: De Pedrouzo a Santiago de Compostela
(23.Sept.’14).
Me despierta el ruido de movimiento de mochilas. No sé qué hora es, pero calculó que serán sobre las cinco o las seis de la mañana. Me levanto, me preparo y salgo. Me tomo un café con leche en una cafetería cercana y empiezo a caminar. Me gusta tomarme dos cafés con leche por la mañana, así que un par de kilómetros después me encuentro una cafetería con bastantes peregrinos y me tomo otro. Haciendo algo de tiempo porque son las 6:30 y no quiero llegar demasiado pronto. Continúo el camino. El móvil no me funciona, no sé si funcionará luego y no puedo hacer fotos… no le doy demasiada importancia. Intentaré cargarlo cuando llegué al albergue.
La etapa como las anteriores, carretera, cultivos de maíz… Algunos peregrinos la definen como una de las más feas. Pero yo sin darme casi cuenta llego a Santiago. Ha sido una etapa breve.
No siento nada especial, como he dicho anteriormente no es mi objetivo llegar a Santiago. Tal vez siento algo de desilusión, la anterior vez seguro que hubiera llegado mucho más contento a este punto tras todo lo que tenía sufrido a estas alturas. Me quedé a tres etapas y entonces cada km se hacía durísimo por las lesiones que arrastraba. Hoy casi me sabe mal llegar en tan buen estado. Tras almorzar algo en una cafetería a la entrada me dirijo antes que nada a por la compostelana, un papelucho que acredita que has hecho el camino de Santiago. Me han dicho que se recoge en una oficina que hay junto a la catedral y que se hacen grandes colas, con un par de horas de espera. Llego al centro de Santiago, bastante bonito, la catedral está rodeada de andamios, para mí una catedral más. No me interesa demasiado, no la voy a visitar esta vez.
Veo una cola en la “oficina del peregrino”. Me la saltaría si no fuese por mi madre, la compostelana le hace ilusión. Me tiró una hora y media en la cola conversando con algunos peregrinos y finalmente recojo el documento que está todo en latín. Compro un tubo de cartón donde guardarla que me cuesta 2,00 €. Aquí da la sensación de que están al acecho para terminar de vaciarles los bolsillos a los peregrinos. Está todo lleno de publicidad y tiendas de souvenirs por todas partes. Da escalofríos, los ignoro todos. Luego compraré en algún sitio una cruz celta que me pidió una amiga. Ahora lo que tengo que hacer es buscar albergue. Preguntó por el municipal pero me dicen que en Santiago no hay albergue municipal, que son todos privados. Me sorprende esa respuesta. Me dirijo al albergue Porta Real donde podré pasar la noche por 10,00 €. El propietario, Manuel, es un tío muy agradable. Dejo las cosas en mi litera, me ducho y lavo la ropa. Es la única vez hasta ahora que he lavado ropa. Voy con dos mudas, y cuatro de ropa interior. Con eso creo que será suficiente para el camino.
Cuando termino con la colada es mediodía y como en el albergue un poco de queso, chorizo y pan. Hablo con una pareja que está sentada conmigo y que termina hoy su peregrinaje. Todavía no he conocido a nadie que continúe caminando hasta Finisterre como haré yo.
Por aquí los peregrinos pasamos totalmente desapercibidos para la población local. De camino encontré unas pintadas en unas paredes donde ponía “bienvenidos al camino del turismo”” y “no queremos Turigrinos”. Supongo que para parte de la población local somos como una especie de plaga molesta de turistas, gran parte desvirtuando lo que ellos tal vez consideren “sagrado” y los entiendo. A estas alturas del camino el ambiente es totalmente diferente. Pero era previsible.
Termino de comer y me siento en un banco que hay a la puerta del albergue, me hago un "cigarrillo". Siento una especie de alivio al haber finalizado el trámite de la compostelana, tengo ganas de que llegue mañana y continuar. Volver a ver paisajes y dejar atrás el ambiente que se respira aquí. Por otro lado hoy ya me siento más cómodo en el camino, más integrado como me gusta decir.
Tras el "cigarrillo" me pongo a escribir un rato en el comedor del albergue. Una chica que tengo enfrente hace lo mismo. Estoy así un buen rato. Me salgo a una cafetería cercana y me tomo una copa de vino mientras continúo escribiendo. Continúan llegando bastantes peregrinos a Santiago. Si estuvieran en casa me sentiría extraño escribiendo en una libreta en una terraza de una cafetería solo cómo lo estoy haciendo ahora mismo. Pero aquí me da igual, es lo que me apetece hacer ahora mismo. Empiezo a sentirme liberado como la anterior vez que peregriné. Sin compromisos y muy cómodo con la improvisación minuto a minuto, sin más planes que salir a la mañana siguiente a continuar caminando. Este es el estado que me gustaba y lo que, de alguna forma, creo que se busca cuando uno viene aquí. En un rato me iré a dar una vuelta por Santiago para conocerlo un poco más y pasar el rato.
Paso por el albergue, cojo la batería que estaban cargando y consigo que el móvil funcione. Así podré sacar alguna foto de los andamios. Recorro el centro y el parque de La Alameda desde donde tomó algunas fotos, hay buenas vistas desde allí. También veo muchos turistas, algún grupo de peregrinos jóvenes algo borrachos celebrando el objetivo cumplido, me quedo un rato escuchando un gaitero, me encanta el sonido de las gaitas.
También me cruzo con algún peregrino de los que he conocido durante estas pocas etapas, de los que me despido.
Sobre las ocho llego al albergue, estoy un rato hablando con el hospitalero y compró algo de comida en un supermercado cercano. Ceno en el comedor del albergue y tras un rato fuera fumando, sobre las 9:30, me acuesto a leer, si el móvil me lo permite. Ya están casi todas las literas ocupadas y las luces apagadas.
Estoy casi dormido y veo que entra un chico en la habitación que mide casi dos metros y seguro supera los 140 kilos, con una barriga enorme. Se dirige hacia la litera que tengo debajo. Pienso que roncará como una bestia. Por lo menos lo tengo debajo y no encima, no me sentiría tranquilo durmiendo con tal mole encima, no veo tan resistentes las literas. Son las 10:30 y todavía hay bastante escándalo en el comedor pero finalmente consigo dormir.
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Contando con protección desde los años setenta, se ha librado de repoblaciones salvajes. Hay todavía en España bastantes espacios donde disfrutar de la variedad de los bosques autóctonos así que, esta vez uno y en otra ocasión será otro
