Domingo, 16 de noviembre. Las calles de Sucre están vacías. Parece que todo esté organizado para visitar la feria de Tarabuco, un pueblo localizado a 70km donde se celebra un mercado de artesanía semanal.
Tengo vuelo a Santa Cruz a mediodía y no tengo tiempo de verlo. Decido acercarme a la misa que oficia el obispo en la Catedral, amenizada por un coro para el que pide un aplauso al final de la homilía.
La distancia que separa Sucre de Santa Cruz son 15h de trayecto por carretera y 30 minutos en avión. Llego a las 13:30 y del aeropuerto me dirijo al punto donde salen los trufis a Samaipata. Mientras espero a que se llene el vehículo, me da tiempo a almorzar y leer un rato. Salimos a las 16:00h y llegamos al anochecer. Busco el alojamiento y me doy una vuelta por el pueblo. Es muy tranquilo, sin apenas coches, y en cierta manera me recuerda a los de Chiquitos.
Al día siguiente, después de desayunar y mientras escribo en la puerta de mi habitación, se me acerca Virginia, una chica francesa, proponiéndome agregarme a una excursión a las ruinas de El Fuerte con su novio Tomas y un americano llamado Greg. Accedo. Celestino, el taxista nos va explicando las características del sitio mientras nos acercamos. La entrada está vacía y hacemos solos todo el recorrido, bien señalizado, en dos horas. De regreso, paramos en unas cascadas en medio de un valle donde nos damos un chapuzón junto con unas familias bolivianas de vacaciones.
Al día siguiente no se presenta Celestino para acercarnos al mejor punto de avistamiento de cóndores en Sudamérica. Mala suerte. Paso la mañana leyendo en una hamaca, visitando el museo del pueblo para, por la tarde, en plena happy hour, dar con el bar La Boheme.
El bar lo regentan una pareja de australianos venidos hace seis años. Tienen una niña boliviana de tres meses que se llama Matilde. Poco a poco se van reuniendo los vecinos. Tienen diferentes nacionalidades e historias que compartir. Al, de Canadá, Shuka, austríaca, Ernesto, español, su novia, canadiense,… Ceno allí una hamburguesa cocinada por un cocinero… turco. Resulta divertido ver como esa familia internacional se reune alrededor de una cerveza y conversa amigablemente. A las 22:00h me despido de todos ellos y de este extraño lugar llamado Samaipata.