Esta es la continuación de la 1ª parte de nuestro viaje a la isla de El Hierro. La primera parte está en la etapa anterior, enlace: www.losviajeros.com/ ...hp?e=50807
DÍA 3.
MIRADOR DE LA PEÑA, ÁRBOL SANTO DE GAROÉ, EL PINAR, MIRADOR DE TANAJARA, CALA DE TACORÓN, LA RESTINGA, FARO DE ORCHILLA (Meridiano 0 y embarcadero).
Perfil del itinerario aproximado que hicimos, según GoogleMaps.
Estábamos alojados en el Hotel Ida Inés, un hotelito rural de 2 estrellas, bien situado para conocer la isla, sin lujos pero con todo lo básico (salvo ascensor), habitación amplia y cómoda incluyendo terraza con muy buenas vistas, lectura y hervidor. Nos costó 77 euros por noche, con desayuno incluido. También proporcionan todo tipo de información sobre rutas, restaurantes y visitas en la isla. No hay demasiada oferta de hoteles en El Hierro así que no son demasiado económicos. Si se quiere abaratar costes posiblemente los apartamentos turísticos y las casas rurales sean una buena opción, pero para el tipo de viajes que nosotros hacemos, nos viene mejor el modo "hotel".
Vista de Frontera desde la terraza de la habitación.
Amaneció muy buen día y nos dirigimos nuevamente hacia el túnel y, aprovechando que nos pillaba de camino, volvimos a enfilar hacia el Mirador de la Peña, desde el que contemplamos las vistas del Valle del Golfo con una luz diferente. El cielo estaba despejado y se veía la costa mejor que el día anterior, aunque el sol lateral tampoco brindaba demasiada nitidez al panorama. Además, no sé qué le pasó al enfoque de la cámara ese día (o quizás, a mi), que algunas fotos no salieron todo lo bien que me hubiera gustado.
Varias vistas desde el Mirador de la Peña. Curiosas las del Hotel Punta Grande y el sendero de tablas de madera que une La Maceta con las Puntas por la misma costa.
A continuación, nos dirigimos hacia San Andrés, para luego seguir la indicación hacia el árbol Santo de Garoé, que se encuentra en un Centro de Interpretación al que se llega por una pista de tierra de poco menos de dos kilómetros. Hay un aparcamiento para quien desee ir caminando, pero no lo recomiendo salvo que se tenga mucho tiempo disponible. En mi opinión, la ruta a pie por la pista no añade nada nuevo y tiene algunas pendientes bastante pronunciadas, por lo cual mejor reservar las fuerzas y el tiempo para otros senderos más interesantes en la isla, a los que no se llega en coche.
La historia del árbol sagrado de Garoé se pierde en las leyendas de los bimbaches o bimbapes, primitivos habitantes de El Hierro, cuyo gran secreto era un tilo excepcional y único, capaz de captar agua de las nieblas y llenar las albercas, saciando la sed de la isla. Se cuenta que cuando llegó el normando Jean de Bethencourt en el siglo XV, los aborígenes no opusieron resistencia convencidos de que los extranjeros se marcharían al ver que no había agua. Sin embargo, la princesa Guarazoca (nombre que lleva el caserío donde se ubica el Mirador de la Peña) se enamoró de uno de los soldados y le contó el secreto del tilo sagrado. Su pueblo la condenó a muerte por su traición, pero los conquistadores se quedaron al descubrir la fuente de vida de la isla. El árbol que se puede contemplar actualmente es un tilo que se plantó en 1949 en recuerdo del original, que fue derribado por un terrible huracán en 1610. Al margen de las leyendas, lo cierto es que los vientos alisios, que soplan del noreste, traen humedad del mar que se condensa al ascender por las montañas, y entre los 800 y los 1.500 metros de altura forman una gran masa de nubes que permiten el crecimiento de bosques y vegetación, sobre cuyas hojas se depositan gotas de agua que caen al suelo y se filtran al subsuelo, llegando también a depósitos y albercas. Este fenómeno se conoce como “lluvia horizontal” y ha permitido igualmente la supervivencia de los bosques de laurisilva, reliquia vegetal de la Era Terciaria que solo resiste en lugares con climatología muy concreta, como las Islas Canarias, Madeira, Azores, Cabo Verde y algunas islas del Pacífico.
El Centro de Interpretación del Árbol Sagrado se encuentra en un lugar muy bonito, a 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Cuesta 1,5 euros la entrada para acceder al corto sendero que en apenas cinco minutos lleva hasta un recoveco donde está el tilo plantado en 1949. En las inmediaciones, también se pueden observar varias albercas naturales, que captan el agua y explican el fenómeno de la lluvia horizontal. Existe un “pasaporte” para visitar varios lugares de pago de la isla por 9 euros, pero preferimos pagar la entrada normal ya que no sabíamos lo que nos daría tiempo a visitar. Es una visita agradable, y sobre todo simbólica, con bonitos paisajes, que resulta recomendable hacer puesto que el precio es muy asequible.
A continuación, nos dirigimos hacia El Pinar, recorriendo de nuevo el bosque de pinos, hasta llegar al Mirador de Tanajara, que ofrece una vista completa de esta población, cabeza del tercer y último municipio en crearse en la isla.
Después emprendimos ya camino directo hacia la punta sur por la carretera HI-4, en un trayecto que paulatinamente abandona el bosque para penetrar en un terreno más seco y árido, donde predominan los tonos rojizos, marrones y negros propios del terreno volcánico, que acentúan al aproximarse a la costa. Llegamos a un cruce, donde tomamos la HI-401, una pista asfaltada que lleva a la Cala de Tacorón, aconsejada muy especialmente para el baño.
Camino al sur.
Aquí, con cada curva, el paisaje se vuelve más salvaje, alucinantes sus formas y sus colores, increíble el afán de supervivencia de las plantas empeñadas en anidar entre piedras, mientras que la soledad del entorno contribuye más aún a su espectacularidad. Tanto es así que no pudimos sustraernos a la tentación de detener el coche varias veces en el mismo centro de la carretera para sacar fotos, que no alcanzan a captar la esencia del panorama que te sobrecoge mientras lo contemplas.
Abajo, a la derecha, vista de la Cala de Tacorón.
La cala de Tacorón aparece tras unas curvas en descenso enlazadas, en terreno de lavas de colores marrón oscuro y negro. Se dice que aquí es verano todo el año, y doy fe de que a 5 de enero, estábamos a 27 grados, con un calor que no sentimos en ningún otro lugar de la isla. Se han habilitado unas piscinas naturales en las pequeñas calas de roca volcánica negra, donde ciertamente apetecía darse un chapuzón al ver sus aguas cristalinas, con fondo coralino, donde abundan los pececitos.
Volvimos hasta el cruce, donde tomamos dirección a La Restinga, pequeña localidad pesquera, donde se toma el mejor pescado fresco de El Hierro. Frente a sus costas, unos cinco kilómetros mar adentro se produjeron las erupciones volcánicas de 2011 y 2012 que hicieron de este pueblo portada de muchos telediarios, publicaciones y revistas a nivel internacional. La fauna y la flora marina desaparecieron como consecuencia de las emanaciones de lava y gases, pero actualmente se encuentran totalmente regenerados y se han reanudado las actividades de pesca y submarinismo, muy importantes en el desarrollo turístico de la zona.
Fuimos al restaurante La Vieja Pandorga, que nos habían recomendado, y como plato principal tomamos un arroz caldoso con pescado y marisco que estaba realmente delicioso. Luego dimos un paseo por el puerto y fuimos donde finalizan las casas, para recorrer durante un buen rato los terrenos volcánicos que han creado un paisaje irreal de cráteres y lavas petrificadas con extrañas formas, llamados lajiales. Un paseo imprescindible en El Hierro.
De nuevo en el coche, decidimos continuar hacia la parte más occidental de la isla y ver lo que pudiéramos hasta que se hiciera de noche. Retrocedimos hasta el Pinar y tomamos la HI-400, en dirección al Julán y al Santuario de Nuestra Señora de los Reyes, un camino que se nos hizo muy largo por diversas causas: la carretera, virada y revirada hasta lo indecible y la niebla, que apareció de improviso al meternos en una espesa masa de nubes adherida a la montaña. Nos equivocamos de camino y seguimos un indicador que ponía El Julán, pensando que se trataba del Mirador, y tras un par de kilómetros de curvas aún más imposibles que las anteriores, llegamos al Centro de Interpretación de El Julán. Nos hubiera gustado apuntarnos a una de las visitas guiadas que organizan para ver los petroglifos de los aborígenes, pero resultaba muy complicado cuadrarlo por el poco tiempo disponible que teníamos, estando, además, el Julán en un lugar bastante alejado. Parece que desde el exterior del Centro de Interpretación se tienen unas estupendas vistas hacia la costa, con la multitud de conos volcánicos que salpican la zona sur de la isla. Y digo “parece” porque con aquella niebla no se veía ni tres montados en un burro.
Regresamos al cruce donde nos habíamos confundido y seguimos por la derecha, hacia el Mirador del Julán, al que llegamos tras otras mil curvas, pero donde ni siquiera nos detuvimos porque la niebla hacía inútil cualquier intento de ver nada a un metro. Este tramo de carretera se nos hizo muy pesado, hasta llegar al cruce con la pista que va a la Ermita de Nuestra Señora de los Reyes y al Sabinar, que dejamos a un lado, para seguir hacia el Faro de Orchilla. Poco después, pasamos el cruce con la carretera HI-500 que sigue a la Frontera y da la vuelta a la isla, donde nos encontramos con el indicador avisando que estaba cortada a 7,5 kilómetros.
A lo lejos, a la derecha, el Faro de Orchilla.
Por fortuna, en la dirección que llevábamos, se veía en el horizonte una línea de luz y cielo azul que agrandaba según nos acercábamos a la costa. Para ir al Faro de Orchilla, la carretera se convierte en pista de tierra, lo que no viene mal pues el ralentizar la velocidad del vehículo permite apreciar con más tranquilidad el sorprendente paisaje que te envuelve. Aparcamos junto al indicador que señala el inicio de la pista que lleva hasta el Monumento al Meridiano 0, situado en la Punta o Cabo de Orchilla, adonde solo se puede llegar caminando o con vehículo todoterreno. Ya muy cerca del mar lucía el sol.
Aquí sí que merece la pena hacer la caminata aunque se disponga de un 4X4 pues el tremendo panorama del recorrido compensa con creces la horita que se tarda entre la ida y vuelta. El monolito de piedra se erigió en 1989 como recuerdo del que durante siglos fue considerado origen de latitudes en las cartografías de muchos países, hasta que la influencia inglesa lo trasladó a Greenwich a finales del siglo XIX.
Pero alcanzar el pequeño monumento no deja de ser una excusa, un símbolo. Porque al margen de alcanzar el punto más occidental de la geografía española, lo que importa es imbuirse en la irreprimible sensación de estar surcando un escenario irreal, de película, o de una novela de Julio Verne. El paisaje en su soledad (nos encontramos con dos personas en todo el camino) resulta impresionante, casi sobrecogedor, especialmente al atardecer, con el sol apostado sobre el mar de las Calmas y sus rayos reverberando sobre los montículos, hasta hacer realidad el calificativo de montañas de fuego, que leí en algún folleto turístico.
Y cuando al girar la cabeza, entre cráteres marrones y rojos, cenizas y lavas retorcidas, tierra ocre y negra con brotes verdes y flores amarillas, vislumbras la alargada forma del Faro de Orchilla, no puedes por menos que pensar que estás frente al faro del fin del mundo.
Teníamos pensado bajar al cráter que está junto al faro, en el fondo del cual están los restos de un antiguo poblado aborigen (meha lo comenta en su diario), pero ya no podía ser porque el sol se pondría en pocos minutos. A toda prisa, nos dirigimos por la pista de tierra hacia el faro, que dejamos atrás casi sin detenernos ya que no se puede visitar y queríamos llegar al embarcadero antes de que se hiciese de noche.
Nuevamente nos quedamos alucinados con el sitio, de apariencia incluso más irreal que los escenarios anteriores, al teñir de naranja el sol poniente la quebrada roca roja de la costa. Fuimos caminando hasta el minúsculo muelle, donde un solitario joven con traje de neopreno acababa de salir del agua. Desde allí contemplamos una puesta de sol impresionante, imposible de captar con la cámara de fotos.
Nos marchamos poco antes de las siete, sabiendo que nos esperaba un trayecto de más de una hora hasta La Frontera, y que tendríamos que viajar de noche por la carretera de las curvas. Menos mal que la niebla ya había desaparecido.
DIA 4. RUTA A PIE LA MACETA-LAS PUNTAS, CHARCO AZUL, EL SABINAR, MIRADORES DEL LOMO NEGRO.
Perfil del día en GoogleMaps.
El día amaneció un poco más nublado que los anteriores. Nos levantamos temprano, desayunamos y dejamos ya la habitación del hotel para no perder demasiado tiempo. Queríamos ver algunos sitios que nos quedaban pendientes en el Valle del Golfo.
Ruta a pie La Maceta-Las Puntas.
Fuimos en coche hasta La Maceta, para hacer la ruta a pie que va hasta Las Puntas, en un recorrido de algo menos de dos horas, que surca la costa por unas pasarelas de madera. El paseo es muy cómodo, pero precioso, con numerosos miradores desde los que contemplar el mar, los peñascos y, también la escarpadura que cierra el valle, así como las viejas lavas y las piedras volcánicas, entre las que crecen multitud de plantas. Una delicia este relajante recorrido, durante el que incluso pudimos ver un pequeño acantilado en forma de arco, parecido al de las costas normandas de Etretat o a los de la Playa de las Catedrales en Lugo.
El Hotel Punta Grande desde el Mirador de las Puntas.
Después recorrimos la costa hacia el borde occidental, en una zona donde el valle se ensancha y aparecen tierras de cultivo y plantaciones de plataneras y otros árboles tropicales. Llegamos hasta el Pozo de la Salud (donde hay un balneario de aguas termales), en el extremo occidental del Valle del Golfo. Allí nos encontramos con la carretera cortada, así que dimos la vuelta y llegamos hasta el Charco Azul, adonde hay que bajar por unas escaleras pegadas al acantilado. Se han habilitado varias piscinas naturales, una de las cuales está en el interior de una cueva, con aguas de color azul intenso, que le dan el nombre. Un lugar muy bonito.
No teníamos muy claro lo que hacer a continuación. Aun no habíamos decidido si recorrer nuevamente toda la carretera de las curvas del Julán para ver El Sabinar, o quedarnos en la parte nororiental, donde nos faltaban cosas por ver. Para ganar tiempo, entramos en un bar del centro de La Frontera, con idea de comprar unos bocadillos para comer. Sin embargo, nos gustó el menú del día (14 euros) y nos quedamos. Realmente fue un acierto pues nos pasaron a un precioso patio interior. La comida estaba muy rica, típica canaria (potaje, sopa de ave, bonito encebollado y calamares guisados, con sus correspondientes mojos y patatas arrugadas, y tiramisú de postre).
Terminamos pronto de comer y nos despedimos definitivamente de La Frontera y el Valle del Golfo, ascendiendo de nuevo por la carretera HI-1, hasta llegar primero a La Llania y luego a Hoya el Morcillo, desde donde volvimos a tomar la carretera de las curvas hacia el Julán. Esta vez no había niebla y parecía que podríamos parar en el mirador. Pues, no. Nos encontramos una autocaravana delante que iba a diez por hora, y por esa carretera estrecha y con curvas constantes, era imposible adelantar. Estuvimos detrás no sé cuántos kilómetros, hasta en un pequeño ensanche nos dio paso, pero con tan mala suerte que fue apenas a doscientos metros del Mirador del Julán. Y, claro, no era cuestión de detenernos y volver a estar detrás de la autocaravana hasta vete a saber dónde, con lo cual dejamos para la vuelta ver las vistas desde el dichoso mirador. Lo que si podíamos apreciar según avanzábamos, cuando el bosque lo permitía, eran los precipicios que nos tapó la niebla el día anterior, era como si fuésemos en una avioneta.
Llegamos al desvío que lleva a la Ermita de la Virgen de los Reyes, la más venerada por los herreños, que celebran una romería muy famosa en la isla. Seguimos por la pista de tierra que lleva por un lado al Mirador de los Bascos (el que se ha caído por desprendimientos y al que no se puede acceder) y por otro, al Sabinar, que era nuestro objetivo.
Aunque hemos visto árboles doblados por el viento, especialmente pinos, en muchos sitios, produce una sensación especial contemplar estos robustos árboles completamente retorcidos sobre si mismos. Uno de los ejemplares más grandes (supongo que es el que aparece en los folletos turísticos no sé si por ser el más antiguo) está rodeado por unas cuerdas para protegerlo de la gente, pero caminando un poco más adelante, hay muchos otros, de porte parecido, salpicando un paisaje que, como en casi toda la isla, resulta fascinante.
Otra vez vimos con cierta envidia los paneles indicadores de los senderos, que tanto nos hubiera gustado hacer, como el de La Dehesa al Sabinar, y volvimos a tener la sensación de que tendríamos que haber pasado la semana entera en El Hierro en vez de dividir los destinos. Pero como no había remedio, después de dar un paseo, recuperamos el coche y nos dirigimos hacia la carretera HI-500, sabiendo que estaba cortada a siete kilómetros y medio, pero como la señora de información turística nos dijo que se podía llegar a los miradores del Lomo Negro, allá que fuimos.
De nuevo vimos a lo lejos el faro de Orchilla, aposentado en el fin del mundo; claro que nuestro camino incluso parecía ir más allá, por una carretera desierta y ahora sin salida, en medio de un paisaje semilunar. Paramos en los miradores del Lomo Negro, el I y el II, y continuamos trazando las curvas que en continuo descenso llevan a la Playa del Verodal, la de arena roja, que sale en tantas fotos. Sabíamos que desde allí hay un sendero que la une por la costa con la Playa Arenas Blancas y pretendíamos hacer al menos un tramo. Abajo, a la derecha, vimos el cartel que cerraba la carretera hacia La Frontera, y a la izquierda, el indicador de la Playa del Verodal. Nos quedamos chafados cuando tras avanzar unos cientos de metros vimos otro cartel prohibiendo el acceso a la playa incluso a pie por grave peligro de desprendimientos. No sabíamos qué hacer, pero estando absolutamente solos, decidimos no arriesgar y volvimos por donde habíamos venido, contemplando ya con más tranquilidad el alucinante panorama que se nos ofrecía, parando en plena carretera varias veces para tomar fotos porque no había ni un alma más por allí.
Todavía quedaban algunos minutos de luz y nos esperaba un trayecto de más de una hora hasta el Valle de las Playas, ya que esa noche teníamos habitación reservada en el Parador Nacional. Nada más pasar el cruce con la pista que va a la Ermita de los Reyes, fue entrar en la carretera del Julán cuando, de improviso, empezó a llover y a soplar un viento muy fuerte, y es que los cambios de tiempo te pillan completamente por sorpresa en El Hierro. Lo peor fue que por cuarta vez pasamos por el Mirador del Julán sin poder ver nada; ya se dice pronto, cuatro veces y ninguna oportunidad de echar un vistazo al panorama.
Fue un trayecto largo y un poquito tenso por las circunstancias. Nos recordó una ocasión similar en la Costa de la Muerte, en Galicia. Nada más pasar Valverde y descender hacia la costa, dejo de llover y el viento se serenó. Después de pasar un par de túneles, cuando llegamos al Parador, hacía una noche estupenda.
DÍA 5.
VALLE DE LAS PLAYAS, POZO DE LAS CALCOSAS, TAMADUSTE Y PUERTO DE LA ESTACA.
Perfil del recorrido en GoogleMaps:
Durante las vacaciones, siempre que podemos, si pilla de paso y la economía lo permite, nos gusta pasar una noche en algún Parador. El del Hierro se encuentra ubicado en un paraje singular, aislado, casi en medio de la nada, en una de las escasas zonas con playas (de piedras, eso sí) de la isla.
Había reservado una habitación normal (105 euros), pero nos dieron un up-grade a habitación superior, con unas preciosas casi sobre el agua. La parte negativa es que el mar rugía con tal fuerza que casi no nos dejó dormir porque las ventanas no ajustaban del todo bien. El edificio del Parador es una construcción de principios de los años ochenta, de estilo entre colonial y castellano; aunque es bonito, va necesitando una modernización en muchos aspectos. Por lo demás, la atención fue buena, y aunque seguramente es el mejor establecimiento hotelero de la isla, tampoco me pareció el lugar más idóneo para moverse por ella, ya que, aunque las distancias no son muy largas en kilómetros, está bastante alejado de todo. Otra cosa es que uno pretenda alejarse del mundo; en todo caso, toda va en gustos.
Por la mañana, me levanté muy temprano y salí a caminar, contemplando un precioso paisaje que brindan el mar y la enorme pared vertical que cierra el Valle de las Playas. Llegué hasta el túnel que comunica esta parte de la isla con el resto, que es de una sola dirección, regulado por un semáforo. Tampoco hace falta más, los vehículos que circulan por aquí son escasos. Junto al túnel está el Roque de la Bonanza, que aparece en tantos folletos turísticos herreños. No pude hacerle una foto en condiciones, ya que el sol daba de frente. Intenté acercarme por las piedras de la playa, pero no pude; y tampoco conseguí llegar por la parte posterior, a través de la antigua carretera, casi colgada sobre la roca, cerrada desde que abrieron el túnel. Una señal prohibía el paso a los peatones, por grave peligro de desprendimientos. Me fijé por si podía pasar de todos modos, pero la gran cantidad de piedras y cascotes que surcaban el suelo, me hizo desistir.
Nos fuimos un rato después. Desayunamos en Valverde y pasamos nuestras últimas horas en la isla viendo algunos lugares que nos faltaban en la costa nororiental como el Charco Manso y el Pozo de las Calcosas, un poblado con casas de piedra y tejados de paja, que cuenta con piscinas naturales ganadas a los acantilados, a las que se accede por un empinado camino.
Para finalizar, fuimos a Tamaduste, pequeña población ubicada junto al mar, bajo una pared rocosa coronada por un llamativo cráter, que contemplamos previamente a vista de pájaro desde un par de miradores. Tiene algo de infraestructura turística, rodeando una ensenada de cristalinas aguas turquesa, preparada para el baño con puentes y escaleras. La costa es de roca negra volcánica y hay un sendero para recorrerla.
Estuvimos paseando un buen rato por allí y, al final, casi tuvimos que salir corriendo hacia el Puerto de la Estaca, de donde salía el ferry que nos llevaría al Puerto de los Cristianos en el sur de Tenerife en un trayecto de dos horas y cuarenta minutos.
Desde la popa del barco, único lugar exterior con acceso para los pasajeros, fuimos viendo la costa de El Hierro menguar frente a nosotros, que ya éramos capaces de reconocer los lugares y los pueblos que tanto nos habían gustado.
Muchas gracias a quienes hayan tenido la paciencia de leer este diario, espero que sea de utilidad a algún futuro viajero y ojala que sirva para animar a alguno a visitar esta espectacular isla de El Hierro.