Habíamos elegido el martes para visitar los Museos Vaticanos y la Basílica de San Pedro, calculando que habría menos gente que a partir del jueves (coincidiendo con el aluvión de visitantes de Semana Santa). Hicimos reserva de las entradas desde casa, en la web oficial www.coopculture.it/. Reservamos para las 10:30, ya que no nos apetecía darnos un madrugón. A casa nos llegaron por correo electrónico unos vales que has de canjear en las taquillas del museo por las verdaderas entradas. Compramos la entrada que incluye Museos Vaticanos y Capilla Sixtina y que, con el recargo de comprarlas on line incluido, nos salieron a 20 euros por cabeza.
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Desayunamos tranquilos en el hotel y vamos hasta la parada de metro de Piazza de República. Compramos unos billetes ordinarios por 1,5 euros cada uno y que se pueden utilizar durante 100 minutos desde su primera validación. Llega el metro y viene hasta los topes, lleno de gente, incluso en principio tememos no poder entrar. Afortunadamente buscamos un hueco y en un corto y apretado viaje de 5 paradas llegamos a la estación de Ottaviano que es la que queda más cerca de los Museos Vaticanos.
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Sin duda el metro es una de las cosas que menos me han gustado en Roma . Por las dificultades que entraña excavar en una zona repleta de restos arqueológicos el metro apenas pasa rozando la periferia del centro de Roma y ello complica los desplazamientos del viajero. Sé que hay tranvías y autobuses, pero está claro que un buen metro es el sistema de transporte más ágil, cómodo y fácil de manejar para moverse por una gran ciudad. Una pena, pero comprensible, desde luego.
A la izquierda cola sin entrada, a la derecha caminando con entrada on line
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En fin, sigamos con nuestra ruta. Salimos del metro y enfilamos hacia la zona por donde según el plano estaba el Vaticano. A medida que nos acercábamos, infinidad de representantes de agencias nos ofrecían entradas o tours guiados. Ante nuestra negativa por ya tener reserva de entradas, prácticamente la totalidad de ellos y con mucha amabilidad, nos indicaba la dirección a seguir para entrar e incluso un poquito más adelante nos señalaban cual era la fila en la que debíamos colocarnos. También había algún trabajador del Vaticano dirigiendo a la gente a una u otra fila según tuviésemos entradas o no. Entre ambas filas había unas vallas fijas de metal que las mantenía separadas.
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Aunque en realidad, no hicimos cola, no estuvimos parados en ningún momento. Entramos por la zona de las vallas destinada a los que llevábamos entrada y caminando en hilera con otras muchas personas y sin detenernos, llegamos hasta el control de seguridad mientras veíamos al otro lado de la valla como la cola paralela, la de los que querían comprar entrada permanecía completamente parada, con un montón de gente esperando aburrida. Me temo que tuvieron una muy larga espera (de lo malo, malo, a esa hora estaban a la sombra).
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Tras pasar el control de seguridad nos dirigimos a una de las taquillas a canjear nuestras reservas por las entradas oficiales. Había muchísima gente esperando frente a las taquillas y ya pensé que nos iba a tocar esperar un buen rato, pero estaba equivocado. Muchos de los que estaban allí parados eran integrantes de grupos organizados que parece que están haciendo cola pero que en realidad están esperando a que el guía saque las entradas para todos. Así que si os movéis un poquito entre todos esos grupos seguro que encontráis alguna taquilla vacía o con poca gente. En la que nos pusimos tan sólo había 2 chicas, guías de un grupo (así lo indicaban sus chalecos) que estaban sacando unas 15 o 20 entradas para un grupo pero no tardaron apenas, así que dimos al chico de la taquilla nuestras reservas, mostré el DNI y nos dieron las entradas oficiales con las que accedimos a los museos.
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A pesar de ser relativamente pronto (aún no eran las 10:30) había muchísima gente ya por las distintas salas que comenzamos a visitar sin prisa. Tras visitar diversas salas con tapices y pinturas salimos al llamado Patio de la Piña, donde el punto que concentra la atención de la mayoría de los visitantes es una enorme bola de bronce, la escultura de Arnaldo Pomodoro denominada “Esfera dentro de esfera”, con diversos engranajes por dentro y que puede girar sobre su eje y que fue un regalo a Juan Pablo II.
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Volvemos al interior y seguimos atravesando salas y largos pasillos hasta llegar al Patio Octogonal, un coqueto lugar que alberga entre otras obras a Laocoonte y sus hijos y también el Apolo del Belvedere.
Desde luego el tamaño de los museos y la cantidad y calidad de sus fondos impresiona a cualquiera. Atravesamos una curiosa sala llena de esculturas que representan animales y poco después nos encontramos con el Torso de Belvedere.
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Por momentos avanzar por los pasillos se convierte en tarea difícil. Si la cantidad de visitantes hace la tarea de caminar complicada, la existencia de los grupos guiados que van a bloque, en pelotón, lo dificulta aún más y si te topas con un grupo guiado de viajeros orientales, apaga y vámonos, ahí sí que no pasas.
Supongo que a estas gentes procedentes de pueblos muy disciplinados los guías les dicen que les sigan y que no se separen y los tíos cumplen la orden al pie de la letra.
Clásica estrategia de un grupo guiado en el interior del Vaticano
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Es más… he llegado a pensar alguna vez que antes de empezar las visitas les dan algún tipo de instrucción militar basada en las tácticas y estrategias de las gloriosas legiones romanas y no hay hijo de madre que sea capaz de atravesar sus filas. Tarea imposible .
Y hablando un poco más en serio, resulta una lata el tema de los grupos en estas visitas. Aparte de lo que dificultan el tránsito, es que estás tan tranquilo contemplando la figura de Laocoonte cuando, de repente, te aparecen 30 tipos de la nada siguiendo a uno que lleva una banderita y que te hacen una barrera tremenda entre tú y la obra que querías disfrutar. Y así, una y otra vez. Y menos mal que cada vez son más los grupos que escuchan al guía a través de audífonos, pero aún así, todavía hay bastantes que dan sus explicaciones a grito pelado.
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En fin… combatiendo con las hordas guiadas por tipos que portan florecitas, paraguas de colores o banderitas, seguimos camino. Hay un punto en el que el camino se bifurca e indica dos direcciones distintas a seguir en base a se elija el itinerario largo o el corto. Optamos por el camino más largo y poco después llegamos a la Stanza della Segnatura, cuatro habitaciones con frescos de Rafael y que fue uno de los puntos que más nos gustó en los museos. Entre otros contemplamos “La escuela de Atenas”, seguramente uno de los frescos más reconocibles para los que, como nosotros, no sean expertos en arte.
Es tanto el gentío que pulula por los museos que uno no puede dejar de pensar en el dineral diario que se tiene que obtener con la venta de entradas en el Vaticano.
Stanza della Segnatura
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Y poco después llegó la visita más esperada por nosotros y creo que por una gran mayoría: la Capilla Sixtina. Nada más atravesar la pequeña puerta que da acceso a ella nos encontramos con unos tipos trajeados que nos chillan “avanti, avanti!!!” y que nos hacen bruscos gestos con las manos con la idea de que el paso no se colapse. A pesar de haberla visitado hace años, no recordaba este “recibimiento”. Uno va imaginándose que va a entrar en la capilla con paso solemne, emocionado, mirando al techo extasiado y en vez de eso, entras medio corriendo, casi arriconándote contra la pared y apabullado por los gritos de los tipos en cuestión .
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Buscamos hueco entre toda la gente que poblaba el centro de la estancia, mientras oíamos como repetidamente por megafonía se pedía silencio y también como los vigilantes echaban buenas broncas a los que trataban de sacar furtivamente alguna foto (en realidad, tarea no muy difícil entre tal cantidad de gente).
Pasamos un rato, un buen rato, contemplando la increíble obra de Miguel Ángel hasta que decidimos que había llegado el momento de salir. Al fondo hay dos puertas, una de ellas destinada a la salida de grupos. Según leímos en el foro es recomendable salir por ésta ya que da acceso directo a la Basílica de San Pedro (de otro modo hay que ponerse en cola). Eso sí, conviene saber que saliendo por esta puerta de grupos no se ve la conocida escalera de Bramante.
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Accedemos a la Basílica sin problemas y vemos además que no hay cola para acceder a ella. Hay gente entrando pero no haciendo cola.
En ese momento saco el móvil, conecto los auriculares, nos ponemos un auricular cada uno y comenzamos a escuchar el apartado dedicado al Vaticano de una audioguía que me ha pasado mi cuñado. La audioguía se compone de un montón de archivos mp3 dedicados a distintas zonas y monumentos de Roma. Todo un invento, muy práctico y que ayuda a disfrutar mucho más intensamente de las visitas. Te enteras de detalles y curiosidades que de otra manera pueden pasarte desapercibidos, como por ejemplo, las distintas marcas que indican en el pasillo central de la Basílica la longitud de otros grandes templos católicos.
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Empezamos la visita contemplando la Piedad de Miguel Ángel que se encuentra nada más entrar a la derecha.
Las dimensiones de San Pedro impresionan. Así, por ejemplo, la audioguía nos chiva que el “pequeño” lucernario del centro de la cúpula tiene ni más ni menos que la altura de un edificio de seis pisos . Desde luego, no lo parece. Otro ejemplo: la zona central bajo la cúpula está cerrada al paso por la inminencia de las celebraciones de la Semana Santa, así que no podemos acercarnos al baldaquino de Bernini y no somos conscientes de su enorme tamaño real hasta que dos miembros del personal del Vaticano se acercan a su base y al comparar su tamaño nos damos cuenta de lo realmente enorme que es.
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A uno se le pasa el tiempo sin enterarse dentro de la Basílica. Decidimos salir y contemplamos la enorme plaza cubierta por sillas desplegables dispuestas para las misas y eventos de los próximos días. El cielo azul que habíamos dejado al entrar en los museos es ahora completamente gris, aunque no amenaza lluvia y sigue haciendo mucho calor.
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La siguiente etapa era una completa novedad para nosotros ya que no la vimos en nuestro viaje anterior: el Castel de Sant´Angelo, un castillo edificado originariamente para ser mausoleo de Adriano y que acabó siendo refugio eventual para los papas en caso de ser atacados. No teníamos previsto la visita al castillo, tan sólo queríamos verlo por fuera. Las vistas más bonitas son las que se obtienen desde el puente de Sant´Angelo, el que parte justo de la fachada del Castillo.
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Así que atravesamos el Tiber sobre ese puente y nos dejamos perder por las callejuelas del otro lado del rio. Nos topamos con una tentadora terraza y sólo con cruzarnos las miradas sabemos que nos apetece sentarnos y tomar algo. Sacamos un par de cervezas y aprovechamos el wifi del local para contactar con amigos y familiares vía whatsaap. Se está tan a gusto que decidimos comer allí mismo. Los camareros son simpáticos y una es sudamericana, y aprovechamos para preguntarle cual es la mejor zona para tomar algo a la noche (recordad que la víspera nos costó mucho encontrar bares por el centro de la ciudad donde tomar algo antes y después de cenar, todo eran restaurantes).
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Nos comenta que una zona animada por las noches es Campo di Fiore, pero lo cierto es que pasamos alguna vez por allí en las tarde/noches siguientes y no nos pareció lo que buscábamos. Había bastante gente en las terrazas pero la inmensa mayoría estaba cenando, no es ese el ambiente que nos gusta.
Con la panza llena y las fuerzas recuperadas retomamos camino. Pasamos junto al Mausoleo de Augusto, pero por su parte trasera y desde luego, no es un monumento que impacte.
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Nuestra siguiente meta es la Piazza del Poppolo y no tardamos en llegar. Nos da la impresión de que las terrazas que hay en las inmediaciones son de más nivel que las vistas hasta entonces (restaurantes más finos, gente más elegante….), no sé, a lo mejor fue tan sólo nuestra percepción o casualidad.
Encontramos una de las dos iglesias gemelas de la plaza en obras, Sta María dei Miracoli está cerrada y cubierta su fachada con un toldo, así que entramos en su “hermana” Sta María en Montesanto. Al otro lado de la plaza está Sta María del Poppolo pero optamos por no entrar.
No hay mucha gente en la enorme explanada de la plaza y casi toda la que hay se concentra alrededor del obelisco de Ramses.
Vía del Corso
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No nos cautiva la plaza, nos da una impresión un poco fría y la esperábamos más bonita. Tomamos una de las calles que parte de la misma plaza, Vía del Corso, posiblemente la calle más comercial de la capital italiana. Una larga calle que enlaza la Piazza del Poppolo en la que estamos con la Piazza Venezia. Esta parte de la calle más cercana a Poppolo es peatonal (o al menos las veces que estuvimos por ella no vimos coches) y la abundancia de tiendas es mucho mayor. De mitad de la calle en adelante (hacia P. Venezia) sí que hay tráfico y la actividad comercial es más reducida.
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Así que pasamos un rato entretenidos visitando las tiendas que llamaron más nuestra atención y probándonos alguna prenda que días más tarde volvió en nuestras maletas. Por cierto… nos resultó al principio chocante y curioso que en más de un establecimiento nos recibiesen con un sonoro “Ave”. Pensábamos que se trataba de una palabra latina ya en desuso salvo en las películas de gladiadores y sin embargo, en infinidad de sitios nos recibieron con el sonoro vocablo (le entraban a uno unos aires de emperador romano que no veas…..).
Vía Condotti
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Un poco antes de llegar a la mitad de Vía de Corso, aparece perpendicular a la izquierda Vía Condotti, una calle que nos lleva hasta Piazza di Spagna. Pero no es ésta una calle cualquiera. Es la calle que reúne más comercio de lujo de todo Roma. En ella y sus alrededores encontramos Bulgari, Louis Vuitton, Moncler, Hermes, Max Mara, Tod´s, Dolce&Gabanna, Prada, Cartier, S. Ferragamo… una locura, vamos.
Desde vía Condotti ya vemos la iglesia de Trinitá dei Monti, iglesia a la que conducen las famosísimas escaleras de la Piazza di Spagna (llamada así por la cercanía de la embajada española). Tal y como habíamos leído previamente, las escaleras están cerradas por obras de restauración, y es que el paso de los años y los millones de visitantes han provocado en ellas un desgaste más que considerable.
Fontana della Barcaccia
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Tenemos la negra con esta plaza. En nuestro viaje anterior a Roma, la iglesia tenía toda su fachada cubierta por toldos y andamios, y ahora nos encontramos esto. Qué pena!
Con las escaleras cerradas la zona pierde mucho encanto pero no ambiente. Hay gente a rabiar. La mayor atención se la lleva la barroca Fontana della Barcaccia, de Bernini, que asume con orgullo su rol de suplente estelar de las cerradas escaleras.
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Tras pasar un ratito por allí e intentar buscar a duras penas un hueco para sacarnos una foto en la Fontana (literalmente sitiado por una horda de turistas), vemos a unos metros una heladería (Barcaccia se llama también) y decidimos que es momento de reencontrarnos con los famosos helados italianos. Los helados están muy buenos y el latigazo que nos arrean en la cuenta es considerable: 8 euros cada helado!! (en otras heladerías que probamos los precios eran mucho menos abusivos).
En fin…. Estamos disfrutando de los helados cuando mi adorada esposa repara en una tienda cercana y me dice de repente “aguántame un momento”, me da su helado y se mete en la tienda como una flecha. Y allí me quedo, con un helado en cada mano, derritiéndose poco a poco y comenzando yo a echar humo por las orejas a medida que la demora de mi mujer en la tienda va aumentando. La gente mira mi estampa, plantado frente a la tienda y bufando y me parece que alguno está a punto de sacarme un foto pero la “simpática” mirada que le dedico le quita las ganas.
Abarrotada la Plaza de España
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Sale ella por fin y me dan ganas de darle un abrazo. No por la emoción, sino por limpiarme todas las manos pegajosas con los churretes de helado , pero finalmente no me atrevo.
Aún nos da tiempo a curiosear en alguna tienda más, pero nos vamos acercando poco a poco al barrio que se encuentra detrás del río Tiber, tras el Tevere, el Trastevere.
Elegimos como puerta de acceso al barrio la Isla Tiberina, una pintoresca isla en mitad del rio. Atravesamos el puente Fabricio (el más antiguo de los que hay en Roma) y después el puente Cestio para llegar definitivamente al Trastevere. No nos parece que haya gran cosa en la islita. Sabemos de la existencia de un sanatorio u hospital y vemos una pequeña iglesia, pero no nos detenemos, tenemos ganas de callejear por el barrio.
Isla Tiberina
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Nos internamos por las calles que hay justo frente al puente Cestio pero no es el Trastevere que recordamos. No hay demasiada animación por sus calles. Damos unas cuantas vueltas y las calles no son el reflejo de lo que esperamos. Enfilamos en dirección a la zona de Santa María de Trastevere, y justo al atravesar la vía ancha llamada Trastevere, empezamos a ver a lo lejos terrazas con luces y mucha gente. Para allá que nos vamos, es la zona que buscamos. Hay muchos restaurantes y bastantes bares, tenderetes en la calle ofreciendo bisutería y artesanía, mucho ir y venir de visitantes.
Santa María de Trastevere
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Llegamos hasta la plaza donde está Santa María de Trastevere y entramos a ver la iglesia. Está atestada de gente. Del interior del templo lo que más nos llama la atención es el techo de madera. Se nos acerca un amable feligrés y con una sonrisa nos explica que va a haber “orazione”. No nos dice que salgamos ni nada por el estilo, pero entendemos que es mejor marcharnos. Le damos las gracias y nos despedimos .
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Pateamos un poco más por las estrechas y encantadoras callejuelas del Trastevere. Vemos que por aquí es más fácil encontrar bares (recordad que he comentado que en el centro de Roma abundan los restaurantes, pero no los bares). Así que elegimos la terraza de un local que nos gusta y nos tomamos un par de cervecitas contemplando el continuo trasiego de viandantes. La terraza tiene estufas de exterior (como muchos locales de la zona) y el calorcito nos viene muy bien (es que pasamos de unos 20º por el día a casi la mitad por la noche).
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Llega la hora de la cena y nos vamos hacia el Carlo Menta, un local que aparece frecuentemente en las recomendaciones del foro sobre restaurantes en Roma. Lo primero que llama la atención de este restaurante son dos coches antiguos (calculo yo que de los años 40-50) aparcados frente a su fachada. El sitio es grande, tiene una terraza cubierta, 2 comedores sin demasiado encanto en la planta baja y suponemos que tiene otro comedor en el sótano ya que continuamente vemos gente subir y bajar.
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Nos ubican en uno de los comedores de la planta baja, en una mesa justo junto al pasillo que une ambos comedores y donde supongo yo que tiene que haber mucho trasiego de camareros y de comensales que entran y salen. Le digo a la camarera si nos puede sentar en otra de las muchas mesas libres y hace un gesto entre contrariada y harta que no me gusta nada, pero nos sienta en otra mesa.
Rincones del Trastevere
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En Carlo Menta es muy recomendado el menú turista: primer y segundo plato y postre por 13 euros (bebida aparte) pero preferimos pedir un par de entrantes y una pizza para cada uno, bien acompañado con 2 cervezas (siempre pedimos birras italianas, Moretti y Peroni son las que más se ven). La carta ofrece platos verdaderamente baratos (hay pizzas sencillas por 2 o 5 euros).
Empezamos a cenar y veo como el señor de la mesa de al lado pega golpecitos en la ventana, llamando la atención de alguien. Es su mujer, que está fuera comprando algo en uno de los tenderetes de bisutería que proliferan por la zona. Les han traído la cena y el buen hombre tiene hambre y no quiere que se enfríe y ella comprando fuera collares o yo que sé . Me acuerdo de mi episodio esa misma tarde cuando mi mujer me dejó sosteniendo dos helados por entrar en una tienda.
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No nos gustó demasiado el restaurante. Lo que comimos nos pareció bastante para salir del paso (ni bueno ni malo). Además nos cobraron el servicio (1,5 euros por cabeza) cosa que creo que no hicieron en ningún otro restaurante en nuestra estancia. Desde luego fue barato, pero ni nos gustó el local (comedores muy funcionales, sin pizca de tipismo) ni destacaríamos la comida ni el trato. No lo recomiendo.
R&R en Ombre Rosse
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Nada mejor para quitar la ramplona experiencia de la cena que buscar un sitio agradable donde tomar algo, y lo encontramos. El local se llama Ombre Rosse. Un sitio de ambiente joven, con carta para picar algo si apetece, camareros muy simpáticos y música en directo. Hay un trio (bajo, batería y guitarra) que interpreta con mucho estilo clásicos de los 50 y 60 (Chuck Berry, Carl Perkins, Buddy Holly….). Son muy buenos los tios!!!
Campo di Fiore
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Pasamos un buen rato en el local y suponemos que en noches venideras repetiremos visita. Va siendo hora de poner rumbo al hotel pero decidimos pasar antes por la zona de Campo di Fiore, ya que en el sitio que hemos comido a mediodía una camarera nos dijo que hay muy buen ambiente a la noche. Llegamos a la plaza y no hay más que gente cenando. O no es el día indicado o la chica no nos dio buena información. Pasamos por la plaza del Pantheon y ahí sí que hay más gente tomando algo, pero nada comparable al ambiente del Trastevere.
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Frente al templo de Adriano vemos un pub que tiene mucha gente en la calle (fumando casi todos) y que parece estar muy bien. Pero estamos cansados y nos vamos para el hotel que al día siguiente toca madrugón.
Pasamos junto a la Fontana y decidimos tirar las obligadas monedas. La Fontana tiene una extraña iluminación, negra, amarilla y roja que no entendemos en ese momento (más tarde sabría el triste porqué).
Al llegar al hotel, encontramos en la puerta y en recepción un nutrido grupo de chavales y chavalas, parece un viaje de estudios… oh, oh… esperemos que no la líen por la noche. Después, ya en la habitación, se oye alguna carrera por los pasillos, algún portazo, risas…. Pero pronto se hace el silencio, menos mal.
Homenaje en la Fontana a las víctimas de los atentados de Bruselas
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Al conectar el wifi en el hotel me enteraría que ese mismo día se habían producido unos tremendos atentados en Bruselas y comprendí que la iluminación de la Fontana aludía a la bandera belga. Prefiero no comentarle nada a mi mujer del tema mientras estemos en Roma (ella no tiene internet en el móvil y apenas encendemos la tv en el hotel).
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